Biografiak

Ibarreta Uhagón, Pedro Enrique Joaquín Manuel

Geógrafo vizcaíno, nacido en Bilbao el 1 de agosto de 1859 y muerto en Estero Patiño (Argentina) en septiembre de 1898.

Nació en el seno de una ilustre familia burguesa. Era hijo de Adolfo Ibarreta y Ferrer, un reputado ingeniero y de María Isabel Dolores Petra de Uhagon y Vedia, hermana de Felipe Uhagon fue alcalde de la villa bilbaína, además de sobrino de dos altos cargos del Banco Español de San Fernando y ahijado de Pedro Francisco Goossens y Ponce de León, secretario de Isabel II.

Cursó sus primeros estudios en Bilbao. Tras el estallido de la tercera guerra carlista, se mudó con su familia a Londres donde continuó estudiando y no regresó a la villa hasta comienzos de 1876, año en el que se instaló en el palacete de estilo francés de su familia. Dos años más tarde, su padre pensó que tal vez la milicia atemperase su fuerte carácter en la Escuela de Ingenieros de Guadalajara, pero la vida castrense no fue del gusto del joven Ibarreta y apenas diez meses después abandonó la academia militar, debido a un duelo a pistola en el que resultó herido. 

En 1883 viajó a Argentina, donde se instaló durante un tiempo en Buenos Aires, luego en Rosario y llegó a ser ingeniero geógrafo de profesión, título que obtuvo en la universidad de Córdoba (Argentina), ciudad ésta en la que desempeñó el cargo de vicecónsul de España.Su carácter de aventurero singular y hombre arriesgado, le hizo aceptar el trabajo de constructor de ferrocarril en 1887 en el Chaco argentino, zona en la que decidió internarse una vez finalizó su trabajo, con el fin de explorar los 500 kilómetros cuadrados del gigantesco e inexplorado Chaco argentino para cartografiar su territorio, donde estuvo a punto de morir al ser atacado por un jaguar. Años después lo volvió a intentar y tras cruzarlo de este a oeste, anduvo perdido durante ocho meses vagando por aquellas inmensas soledades. Tras su desaparición terminaron dándole por muerto y tanto en Santa Fe como en España se celebraron solemnes funerales por su alma. 

Después de regresar del mundo de los muertos, se dedicó a buscar oro en la selvática frontera entre el Brasil y Paraguay, donde vagabundeó sin fortuna por la serranía de Jujuy. Lo acompañaban un vizcaíno, un compañero canario, un guía y la mula que tiraba del carro, pero tanto éste como la mula se hundieron al cruzar un río; el canario se ahogó y el guía se esfumó, dejando a Ibarreta y al vizcaíno superviviente deambulando durante días hasta que un vapor de una empresa de harinas los encontró y los llevó de vuelta a casa. 

Después, regresó a España, enfermo por causa de las picaduras de los insectos y, una vez recuperado, y tras estallar la Guerra de Cuba, se alistó como patriota para combatir en la misma y donde llegó a equipar una guerrilla financiada de su propio bolsillo. Combatió en Cuba durante un año y medio, donde destacó en la lucha contra las partidas de los generales mambises Maceo y Máximo Gómez en las centrales azucareras de La Reforma, Central María y Orutillas. Por su valor en estas y otras acciones de guerra, el general García Navarro le extendió un certificado en el que hacía constar su heroico comportamiento, proponiéndole para recibir la Cruz de María Cristina, a la vez que le fue otorgada la Cruz Roja del Mérito Militar de 1.ª Clase.

Su último proyecto consistió en explorar los más de 1.500 kilómetros del salvaje y tenebroso río Pilcomayo, al que los indios llamaban el «río de los pájaros», un río de mala fama ya que todos los que habían intentado su navegación habían muerto. Mientras se recuperaba, el veterano de Cuba no dejó de pensar en el Pilcomayo. Se decía de este lugar que era un escenario plagado de esqueletos de exploradores, como el médico Jules Crevaux y una veintena de expedicionarios que fueron exterminados por los indios en 1882, pero esto no asustó a Ibarreta que jamás tenía miedo. Tras construir dos chalanas sin proa ni popa, cajones cuadrados con troneras que impedían la navegación de vuelta atrás, partió hacia la expedición del río un 23 de junio de 1898.

«Mi expedición es, en chico, a lo Hernán Cortés: no puede materialmente retroceder», dijo en la carta de despedida que envió a uno de sus amigos, tal y como relata su biógrafo José Antonio Díaz Sáez. Junto a Ibarreta viajaban un aragonés llamado Martín Beltrán, un joven de nombre Manuel Díaz, ocho peones y dos indias tobas que ejercieron el papel de intérprete en las primeras jornadas de navegación. Viajaban armados con rifles Winchester, pistolas y bombas de dinamita, pero las chalanas terminaron quedando embarrancadas en una zona pantanosa. 

Tras múltiples penalidades, se sabe por los dos únicos supervivientes de aquella expedición, que tras hundirse las chalanas vagaron perdidos sin comida, sin agua y sin ropa, víctimas de la debilidad y las diarreas, hasta que empezaron a morir uno tras otro. Ibarreta envió a dos de sus peones a buscar ayuda, mientras él se quedaba al cuidado de un peón enfermo de malaria y del joven Manuel Díaz.  Los que fueron a buscar ayuda fueron recogidos por los indios «Mansos» en una misión anglicana.A partir de ahí, los rumores decían que Ibarreta y sus compañeros habían muerto a manos de los indios y se temía que hubieran sido asesinados por los «Tobas», que tenían como costumbre decapitar y comerse a sus víctimas. En socorro de Ibarreta partieron numerosas expediciones militares, pero no encontraron ni al explorador ni a sus compañeros.

Finalmente, fue el millonario masón argentino, Juan Canter, quien sufragó los gastos de la expedición que recuperó los huesos de Ibarreta. Carmelo de Uriarte, amigo del explorador, y un buhonero asturiano amigo de los indios, José Fernández Cancio, dieron con sus restos el 18 de junio de 1900 y erigieron una cruz en el lugar donde fue asesinado a golpes de macana por el indio pilagá Danasagaí. Luego, la vegetación y el olvido sepultaron su tumba. Su memoria fue recuperada por Pío Baroja, que escribió sobre este aventurero, y fue Blasco Ibáñez el que lo calificó de «caballero andante de la geografía, paladín sin miedo y sin tacha de la ciencia, varón de heroicas acciones, cuyas hazañas hacen recordar a los hombres de los primeros años del Descubrimiento». Su biografía ha sido recientemente publicada por Jose Antonio Díaz, bajo el título de Ibarreta, el último explorador.