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González Mateo, Judas Tadeo

Hombre de leyes, nacido en Lapuebla de la Barca (Álava), que en su trayectoria ideológica y existencial traduce de forma acusada el proceso de disolución espiritual que se iba cumpliendo en algunos sectores minoritarios de la sociedad vasca del Antiguo Régimen.

Comenzó sus estudios en Oñati, donde se dio a conocer como "un genio revoltoso y travieso, aplicado y con talento". Siguió luego sus estudios en Zaragoza, Salamanca (donde, al parecer, fue discípulo predilecto de Salas) y en Osma, donde en el año 1792 se graduó de doctor en leyes. En este año y residiendo en la villa de Laguardia (Álava), junto con su hermano presbítero Santiago González Mateo, fue encausado por una primera vez por el Tribunal de Inquisición, acusado de cargos gravísimos: lectura bastante asidua de Rousseau, Voltaire, Condillac y otros libros cuando su estancia en Salamanca; menosprecio de la Escolástica, tildándola de "jerga que ellos mismos no entendían", y también de la literatura española antigua hasta de veinte años atrás; poco respeto a los Santos Padres; aversión a las Órdenes Religiosas, "diciendo que en los primitivos siglos no fueron necesarias a la Iglesia".

Se le acusaba, asimismo, de hablar de las intrigas que hubo en el Concilio de Trento y de "las usurpaciones de la Silla Apostólica, señalando particularmente a Gregorio VII"; de perorar contra la infalibilidad del Papa y contra la indisolubilidad del matrimonio; de negar validez a las demostraciones de la existencia de Dios de Santo Tomás de Aquino, San Buenaventura, Duns Scoto, y de reírse de los "espíritus infernales" como de "fábula del vulgo"; de decir que "el seguir el estado del sacerdocio era tentación del diablo" y "que Dios nos podía haber libertado de las viruelas, sarampión, etc., y del Tribunal de la Inquisición", etc. Pero la heterodoxia de nuestro jurista alavés bordeaba terrenos bastante más peligrosos en esos años de los alborotos de Francia y de las antevísperas de la Guerra de la Convención. Así, uno de los deponentes lo "había visto inclinado al Gobierno del Pueblo y oído darle a las Monarquías su erección sobre la fuerza y el poder, y un principio sanguinario"; otro lo había escuchado aprobando el proceder de la Asamblea de Francia, de "hacer nuevos obispos y deponer los legítimos", fundándose en "la práctica de los diez primeros siglos", y sostener que "en España para estar bien gobernada debía permitirse el tolerantismo como en Francia" y "no obligar por fuerza a seguir una religión".

En esta primera ocasión no salió tan mal librado nuestro heterodoxo alavés, quien pudo defenderse diciendo que tales cosas se decían por modo de argumentación y en el calor de la disputa, y que, al fin de cuentas, se hallaba dispuesto a una incondicional retractación, como así lo hizo. Pero luego le vino un segundo escarmiento, a raíz de la causa que se le formó a su hermano Santiago, a la sazón beneficiado en la villa alavesa de Laguardia. Según declaraciones de éste, en el expediente que se le incoó en los años 1795-1796, su hermano jurista le había trastornado la cabeza durante sus estancias en la villa riojana. Le atribuía afirmaciones como la de "que la ley de Dios era falsa, y que el ateísmo era lo más conforme a la razón, entendiendo por ateísmo que la naturaleza es Dios, y que ésta existe ab aeterno, y hace todas las funciones que los cristianos atribuimos a Dios".

Le había oído negar la virginidad de María Santísima, contando cuentos de su trato ilícito con Padora o Pandora; hablar de los doce apóstoles como de pobres e ignorantes pescadores, a los que Cristo sobornó con dinero para que se dedicasen a extender su secta; negar la historicidad de los milagros de Cristo y la inmortalidad del alma; negar la existencia real de Cristo en la Eucaristía; decir que "este mundo es una máquina natural producida por la naturaleza"... Lo peor del caso, para los oficiales del Santo Tribunal, venía a ser que nuestro Judas Tadeo se había dado buenas trazas para esparcir tales ideas por La Rioja, resultando -según confesión de Santiago, el hermano cura del acusado- que don Justo Sáenz de San Pedro, beneficiado de Laguardia, y don Diego Medrano, beneficiado de Samaniego, "eran finos ateístas", y que ciertos libros prohibidos anduvieron en manos de otros clérigos, en particular varios tomos de Études de la nature, Diálogo del A. B. C. y una comedia original de Judas Tadeo, calificada de mala, que llevaba por título La Mariana.

Cosas de los años o de la peculiar coyuntura política, tampoco esta vez salió tan mal librado nuestro jurista alavés. En los papeles del proceso se hace constar que, como abogado de los Reales Consejos, podía defenderse por sí, pero que ni por sí ni por otro alguno quiso ser defendido en reconocimiento pleno de sus desvaríos. Lo que, en definitiva, le valió un trato más benigno por parte del Tribunal. Y no sabemos más de la vida de este inquieto alavés que, sin duda, hubo de relacionarse con Félix María de Samaniego durante sus estancias en la villa riojana, aunque carezcamos de pruebas documentales al respecto. Estas noticias, y otras más, cabe hallarlas en el Archivo Histórico Nacional, de Madrid, fondo Inquisición, legajo 3.731, número 43. Cfr., asimismo, Gonzalo Manso de Zúñiga: Un proceso de la Inquisición, en "Boletín de la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País" 8 (1952), pp. 511 s.