Militarrak

Espoz Mina, Francisco (1781-1836)

Famoso guerrillero y militar navarro, más conocido con el nombre de Francisco Espoz y Mina. Nacido en Idocin, pequeña aldea del valle de Ibargoiti, a mitad de camino entre Pamplona y Sangüesa, el 17 de junio de 1781, siendo sus padres Juan-Esteban Espoz y Mina y María-Teresa Ilundáin Ardaiz. Fallecido el 24 de diciembre de 1836.

Al morir su padre, Francisco, que a la sazón contaba sólo catorce años, tuvo que hacerse cargo de la pequeña hacienda familiar y pechar con las duras faenas del campo, razón por la que en plena francesada los franceses lo llamarán "el layador de Idocin" y aludirán a sus abarcas y su montera de labrador aldeano. No tuvo ocasión de instruirse, según él mismo reconoció al proclamarse como un "agricultor iliterato" que desde el arado se trasladó a las filas ; de todas maneras, sus enemigos explotarán contra él la especie de su falta absoluta de letras, tachándolo de inculto y palurdo aldeano. El 9 de febrero de 1808 Francisco fue testigo de la entrada en Pamplona de las tropas expedicionarias del general imperial D'Armagnac, quien unos días después se apoderaba arteramente de la ciudadela.

En el clima de desconcierto que siguió a los sucesos del Dos de Mayo y cuando iban apareciendo las primeras partidas en Navarra, Espoz, indeciso todavía, sirvió durante cierto tiempo al general francés Rostolang, posiblemente en los meses de setiembre, octubre y noviembre de 1808. En febrero de 1809, cuando su sobrino en tercer grado Javier Mina Larrea el Mozo (v.) andaba por el Alto Aragón, a las órdenes del coronel D. Juan Carlos de Aréizaga, reclutando unidades guerreras para auxiliar a los zaragozanos en el segundo sitio de la capital, Francisco Espoz se alistó en Jaca en el batallón de Doyle. Presumiblemente fue en este batallón donde Espoz se inició en el manejo de las armas así como en los rudimientos del arte militar. Rendida Zaragoza el 20 de febrero de dicho año y decididos los franceses a aprovecharse de la ocasión para atajar la rebelión en el Alto Aragón, enviaron contra Jaca al comandante de Estado Mayor Fabre al frente de un regimiento. Justo antes de que tuviese lugar la rendición de la ciudad (21 de marzo) y aprovechando los trámites de la capitulación, tuvo Francisco Espoz la suerte de escaparse de la ciudad, descolgándose con otros navarros por la muralla de la ciudadela y huyendo a su tierra.

No parece sea verdad lo que Espoz afirme en sus Memorias, de que inmediatamente después de su huida de Jaca se incorporó a la partida de su sobrino Mina el Mozo; sino que esta incorporación debió tener lugar unos cuatro meses después, encontrándonoslo en la acción de Equisoain el 20 de julio de 1809. Lo que sea de esto, es muy poco lo que sabemos de esta primera etapa guerrillera de Espoz en el "Corso terrestre de Navarra", a las órdenes de su sobrino Javier Mina el Mozo. En sus Memorias, redactadas muchos años después de la Francesada, Espoz se embarulla al narrar las acciones en que participó durante esta su primera época de guerrillero, confundiendo fechas y mezclando acciones del año 1809 con otras ocurridas en el año siguiente. Sin embargo, por lo que cuenta en ellas y por lo que asimismo se recoge en su hoja de servicios, se concluye que Espoz no sólo tomó parte en todas las acciones guerreras de su sobrino, sino que durante la ausencia de éste figuró también en el ataque a la guarnición de Burguete (20 de febrero de 1810) y en el que se llevó a cabo contra la de Lumbier el 6 de marzo del mismo año, cuando cayó herido Gregorio Cruchaga, el segundo de el Mozo en el Corso Terrestre.

En las filas de su sobrino y en aquella frenética sucesión de idas y venidas, de sorpresas y fugas a través de Navarra, Guipúzcoa y Aragón, de Alava y Rioja, se curtió Espoz en las fatigas de la guerra de guerrillas y adquirió la experiencia que pronto haría de él uno de los más hábiles y eficaces guerrilleros españoles: por de pronto, recorrió y empezó a conocer palmo a palmo el terreno que sería escenario de sus futuras luchas; y peleando como simple soldado, aprendió a conocer la idiosincrasia del soldado raso, sus preocupaciones e inquietudes. Sobre esto, parece probado que el papel de Espoz en las filas del Corso Terrestre fue más airoso que el de asistente, palafrenero o mozo de mulas de su sobrino, tal cual lo han visto sus enemigos.

"Es muy posible -escribe a este respecto J. M. Iribarren- que Espoz, al ingresar en la guerrilla de su sobrino, fuese un soldado más y hasta un don nadie. Pero estoy cierto de que su arrojo -del que dio muchas muestras- y sus dotes de mando -simpatía, mano izquierda y carácter enérgico- fueron haciéndole ascender en el concepto de sus camaradas y en el de su sobrino, hasta lograr un mando subalterno en la caballería. Tenemos que pensar, por otra parte, que en el año 1810 no sería Espoz el caballerizo o el asistente de Mina el Mozo, cuando Cruchaga (que era el lugarteniente de Javier), y Górriz y Cholín, que tenían mandos en la guerrilla, aceptaron su jefatura".

Queda, luego, que cuando su sobrino, prisionero de los franceses en el Castillo Viejo de Bayona, se enteró de que su tío había tomado el mando de los restos de la guerrilla, aconsejó por medio de una carta a todos los del Corso Terrestre que se pusieran incondicionalmente a sus órdenes. El apresamiento de Mina el Mozo, al que se ha aludido, tuvo lugar en Labiano (Navarra) el 29 de marzo de 1810, disolviéndose a continuación el por él fundado Corso Terrestre de Navarra, con lo que muchos regresaron a sus casas y otros se dividieron en partidas, continuando las acciones por su cuenta, como en un principio. Nombrado para suceder a Mina el presbitero Glaría, falleció en una acción el mismo día que se recibió noticia oficial de su nombramiento. En abril de 1810 vemos ya entrar en acción a nuestro biografiado, sin que todavía se haya podido aclarar del todo cómo se produjo su escalada al poder. De creerle al mismo Espoz, según se expresa en sus Memorias, seis voluntarios del extinguido Corso Terrestre de Navarra, reunidos en un día de los primeros de abril en una pequeña aldea juntamente con él, habrían acordado nombrarlo sucesor de Javier, formando una partida titulada "de Mina".

Pero, aun siendo verdad esto y el que en dicha reunión fuese elegido espontáneamente por seis de sus amigos como sucesor de su sobrino, se hallaba de por medio que eran muchos los que, a la caída de Mina el Mozo y antes de la dispersión del Corso Terrestre, "trataron de hacerse cabeza" de las fuerzas de Mina, y muchos, asimismo, los que, al fracasar los intentos de una nueva avenencia, optaron por formar partida propia, siendo tres, sobre todo, los que por el número y calidad de sus efectivos, se imponían a la atención de toda Navarra. ¿Cómo es que logró imponerse Espoz sobre sus contrincantes y, en concreto, sobre Pascual Echeverría, el llamado también "carnicero de Corella", sobre Miguel Sádaba, de Mendavia, y sobre Juan Hernández, denominado asimismo el Peláu o el Tuerto ? Toda una serie de circunstancias parecieron conjugarse para que el nombramiento de Francisco Espoz por una irrelevante reunión de amigos fuese acogido favorablemente.

Estaba en primer lugar, que los candidatos más significados a la sucesión de Mina el Mozo, tales como el valiente Gregorio Cruchaga, el prior de Ujué o el cura Glaría, no podían por el momento competir, herido y retirado en su villa natal. El primero, huido de Navarra y sin paradero conocido el segundo y desaparecido trágicamente el tercero antes de conocer su designación, como comandante de todas las guerrillas del país, por la Junta de Lérida. Se hallaba, luego, que los pueblos de Navarra y los patriotas, asqueados de la vuelta al funesto sistema de bandas sueltas y partidas de malhechores, ansiaban que se formase un nuevo "corso" que juntase y disciplinase a todas las guerrillas del país bajo el poder de un jefe enérgico y honrado que careciese de vicios y no fuese considerado como ladrón. Se hallaba, en fin, de parte de Francisco Espoz, el hecho de su parentesco con el apresado Mina.

"En aquellos tiempos, y al menos en Navarra -se expresa el citado Iribarren-, ocurre un hecho extraño, difícil de entender para nosotros. Y es el hecho de que la sucesión de un héroe y la conservación de su prestigio sean confiadas al pariente más próximo del difunto o del desaparecido [...]. No nos extrañe, pues -concluye-, que los seis electores de Guetadar designasen por sucesor de Mina, que era soltero y no tenía hermanos en edad militar, al único pariente que podía sustituirle en el mando de las guerrillas: a su tío tercero D. Francisco Espoz e Illundáin".

A ésta y no a otra razón obedece el hecho de que a partir de entonces y de acuerdo con sus camaradas decidiese Espoz adoptar en primer lugar los dos apellidos de su padre y firmar de allí en adelante Francisco Espoz y Mina (en lugar de Francisco de Espoz e Ilundáin), para hacer incidir en su persona algo del prestigio o de la aureola que rodeaba a su sobrino Javier. De hecho, sus soldados, los franceses, los ingleses y muchos escritores españoles olvidarán su primer apellido para llamarlo Mina a secas, de forma que los historiadores se verán obligados a llamar "Mina el Mozo " al sobrino, para diferenciarlo de su tío. Una vez reconocido por sucesor de Mina y por jefe de sus compañeros, circuló algunos avisos a las otras partidas, haciéndose pasar astutamente como sucesor de Javier y comandante del Corso Terrestre de Navarra por directo nombramiento de la Junta de Guerra de Aragón y Castilla.

En una serie de gestos audaces consiguió imponer su autoridad a diversas partidas, entre las que se contaba la de Sábada, de ciento veinte hombres; logró asimismo atraerse a los hermanos Górriz, y, sobre todo, consiguió atraerse a Gregorio Cruchaga que, repuesto de su herida, se había lanzado a la pelea al frente de un centenar de roncaleses y salacencos. A estas alturas vio Espoz y Mina, al frente ya de una tropa de trescientos hombres, que era llegada la hora de obtener un mando o un reconocimiento oficial por parte de las autoridades constituidas, y a este objeto se dirigió a la Junta de Aragón y Castilla, solicitando su nombramiento como comandante del Corso Terrestre, y el de Gregorio Cruchaga como su segundo. No le llegaría el nombramiento hasta el 13 de mayo de 1810, dedicándose entre tanto a igar a los franceses en diversas acciones.

Para fines de dicho mes de mayo el nuevo Corso Terrestre de Espoz y Mina alcanzó el número de seiscientos soldados, habiéndosele juntado las partidas de Francisco de Zabaleta, alias el Beltza ; de Félix Sarasa, alias Cholín ; de Juan de Villanueva, alias Juanito el de la Rochapea ; de Andrés Ochotorena, el Buruchuri, y posiblemente la del párroco de Valcarlos. A todo esto, se sucedían las acciones contra los franceses, atacándolos en la zona oriental, en la montaña, en la ribera y en tierra de Estella, sobre todo en el bosque del Carrascal. El antiguo aldeano de Idocin, si anduvo mal de armas, de caballos y municiones en los primeros meses de su campaña, pudo valerse de una bien montada red de espionaje, que lo mantenía constantemente informado de las salidas de las columnas, convoyes y correos enemigos, proveyéndolo también en más de una ocasión de pólvora y armas.

El 13 de julio del mismo año hizo Espoz pasar por las armas en Irache a Pascual Echeverría ("el carnicero de Corella"), que pasaba por ser el jefe de la partida más numerosa de Navarra, y a toda su plana mayor, hasta cinco hombres, bajo el pretexto de que procedían vandálicamente en los pueblos y aldeas de Navarra (el taimado layador de Idocin lo había apresado en una celada cuidadosamente preparada, que es conocida como "la encerrona de Estella"). Con este golpe, Espoz, al incorporarse la numerosa partida de Echeverría, se convertía en el único jefe de todas las guerrillas de Navarra. Contaba con más de 1.500 hombres, a los que habría de agregar pronto otros 136 aragoneses. Al día siguiente de la "encerrona de Estella" formó con ellos dos batallones, el primero a sus órdenes y el segundo a las de Cruchaga, y con más ardor que nunca se puso a igar a los franceses, a los que causó serios contratiempos en las acciones de Beriáin (19 de julio), Tiebas (31 de julio) y del Carrascal (4 de agosto). A todo esto, molesto Napoleón y decidido a acabar con la guerrilla de Espoz, envió a Navarra con el título de gobernador a su edecán, el general de división conde de Reille, que llegó a Pamplona el 28 de julio, con un refuerzo de 8.000 hombres.

Espoz, mientras por una parte andaba preocupado por la reaparición en la escena de la guerrilla navarra del prior de Ujué, D. Casimiro-Javier de Miguel e Irujo, investido por la Regencia con el título de coronel y nombrado comandante en jefe e independiente de todas las guerrillas de Navarra, se vio por otra sometido a una feroz persecución de los franceses. Siete generales, con un ejército de 20.000 hombres, iniciaban en agosto una implacable operación contra los insurrectos, que había de durar mes y medio en Navarra y había de acabar obligando a las tropas de Espoz a atravesar el Ebro y meterse en tierras de Castilla. Las primeras escaramuzas con los franceses sirvieron a las mil maravillas para dejar en evidencia la falta absoluta de genio militar del prior de Ujué, a quien en un principio fingió obedecer el astuto labrador de Idocin, mientras por otra parte se dedicaba a desacreditarlo. Lo que sea de esto, en breve quedó nuevamente Espoz como comandante general de la División navarra, que si a comienzos de agosto de 1810 contaba con 3.000 combatientes, al cabo de mes y medio vio reducidos sus efectivos a menos de la mitad, víctima de una feroz y obstinada persecución.

Hacia mediados de setiembre de dicho año le fue finalmente concedido por la Regencia al iletrado aldeano de Idocin el tan añorado nombramiento de coronel graduado y comandante general de las guerrillas de Navarra, dedicándose éste los días siguientes, fugitivo de los franceses en la provincia de Guadalajara, a organizar la oficialidad de su División. Las siguientes semanas, acosada por todas partes por los soldados imperiales, sufrió la División serios reveses, sobre todo en Tarazona y más todavía en Belorado, cuando la comandaba Górriz. Ello no fue suficiente para amilanar a Espoz que poco después, vuelto a Navarra y rehecho de los desastres anteriores, volvió a hacerse notar como implacable martillo de los franceses. Exasperados éstos hasta el límite, organizaron una formidable campaña de represión.

Napoleón concedió un indulto, amenazando con la proscripción a los componentes de la División navarra y con el encarcelamiento y pérdida de bienes a los familiares de voluntarios, llenándose de hecho las cárceles de Pamplona de centenares de prisioneros civiles. Comenzaron asimismo las deportaciones masivas a Francia, y los fusilamientos de voluntarios y padres de los mismos se sucedieron en Pamplona, Olite, Tafalla, Aibar, Sangüesa, Estella y otras poblaciones. Tras la derrota sufrida por la División cerca de Lerín (2 de agosto de 1811), que costó unas 600 bajas, Reille hizo acuchillar en el mismo campo a algunos de los 200 prisioneros, cuyos cadáveres, junto con los de los caldos en la sarracina, estuvieron a la intemperie durante todo el verano para alimento de los buitres y escarmiento de la población. Sin embargo, la población de Navarra se creció con el castigo y continuó apoyando a Espoz, cuyos efectivos aumentaban cada día con la venida de nuevos voluntarios (unos 4.000 hacia el otoño de 1811).

Las victorias y los golpes de suerte de la División, auténtico ejército fantasma que tan pronto atacaba como desaparecía cuando los franceses trataban de acorralarla, se sucedieron en los meses siguientes, sobresaliendo la primera sorpresa de Arlabán (25 de mayo de 1811), con 400 bajas causadas al enemigo, casi mil prisioneros libertados y cuatro millones de botín; la batalla de Rocaforte (11 de enero de 1812); la derrota de la "columna infernal" del general Soulier (5 de febrero de 1812), con 600 bajas causadas a los franceses; la segunda sorpresa de Arlabán (9 de abril de 1812), con más de 600 bajas causadas al enemigo, más un copioso botín (la segunda sorpresa de Arlabán fue inmortalizada por el barón Lejeune en uno de sus célebres cuadros de batallas), y la batalla de Mañeru (15 de octubre de 1812), con más de un millar de bajas enemigas. A raíz de la primera sorpresa de Arlabán terminaba oficialmente la historia de guerrilla en Navarra, al integrar la regencia de Cádiz a la División y a sus jefes en el ejército regular (5 de junio de 1811).

Nombrado en esta ocasión comandante general de Infantería y Caballería de la División de Navarra, con retención del mando del primer batallón, Espoz sería, ascendido meses más tarde (18 de noviembre) al grado de brigadier de Infantería, y el 17 de abril del año siguiente, en atención a su victoria de Rocaforte, fue nombrado mariscal de campo por la regencia gaditana. A partir de 1813, debilitados los franceses por su derrota en Rusia, la situación de la guerrilla navarra cambió. En enero los británicos pudieron proporcionar a Espoz, según era su deseo, dos cañones de batir murallas, y en febrero sitió y tomó Tafalla, que venía siendo el almacén de granos de los franceses. El de Idocin multiplicó sus ataques a las guarniciones enemigas en Navarra y Aragón, lo que indujo a los franceses a llamar en su auxilio al ejército de Portugal del general Clausel, con el objeto de acabar con Espoz y sus brigantes.

Dispersando a sus tropas y a costa de terribles apuros, el mariscal navarro pudo burlar el acoso enemigo y entretener a Clausel, impidiéndoles acudir a la batalla de Vitoria, cuyo desenlace pudo haber sido distinto caso de que hubiese podido estar presente en ellas el general francés. En el verano de este mismo año estableció contacto con las fuerzas de Wellington, encomendándole éste picar la retirada a Clausel y sus tropas. En su seguimiento llegó a las puertas de Zaragoza, mantuvo dos encuentros con su guarnición y, cuando los franceses abandonaron la plaza (9 de julio), se negó a entrar en ella con sus soldados, por no querer compartir el triunfo con el mariscal navarro Durán y con las tropas de la División Soriana. Su enfrentamiento personal con Durán llegó a extremos de suma tirantez, pero al fin el triunfo de su rival (no con buenas artes), lo alejó de Aragón y, una vez dueño de sus mejores tropas, consiguió rendir al destacamento de franceses que habían quedado sitiados en el castillo de la Aljafería (2 de agosto).

La guerra terminaba para Espoz en plena gloria, pero no sin que antes sufriese algunas decepciones tanto por parte de la Regencia, que ponía límites a su poder y le exigía cuentas, como de parte de los militares de carrera, que despectivamente lo llamaban "guerrillero". Cuando en 1814 Fernando VII volvió a España, Espoz, desde Lacarra (Francia), le ofreció el apoyo de sus soldados, y en mayo del mismo año, alardeando de absolutista, ordenó fusilar la Constitución. Pero no tardarían en llegar los desengaños. El Gobierno de Fernando VII se hallaba dispuesto a disolver sus tropas (las que Espoz quería fuesen reconocidas como de línea), y a él, que soñaba con el virreinato de Navarra, se le ordenaba volver al retiro, con sueldo de general. Espoz viajó a Madrid por ver de enderezar las cosas; pero, al cabo de unas semanas de estéril peregrinar por los Ministerios, asqueado del ambiente de la Corte y herido en lo más vivo por el frío recibimiento que se le hizo, entró en contacto con elementos enemigos del régimen, negándose a entregar a Palafox el mando del Alto Aragón. Enterado el ministro Eguía de los tejemanejes del mariscal navarro en la Corte, aprovechó el primer pretexto para ordenarle la vuelta inmediata a Navarra (primeros días de agosto).

En setiembre el rey disolvía los Cuerpos Francos, separándole a él del mando y destinando a sus tropas al Ejército de Aragón. Espoz, acorralado, se rebeló y urdió un plan para apoderarse de Pamplona, escalando de noche los muros de la ciudadela. La intentona fracasó, al negarse oficiales y soldados a secundar los propósitos de su general, y a éste no le quedó otra alternativa que el buscar refugio en Francia, donde pasó algún tiempo -primero en París y luego en Bar-sur-Aubegracias a la pensión que le asignó Luis XVIII. A su regreso de la isla de Elba, Napoleón trató de ganárselo, pero Espoz y Mina prefirió huir a Suiza, y no regresó a Francia hasta después de la derrota definitiva del Corso . Instalado en París, la policía lo encarceló en 1816 por tomar parte en conspiraciones contra el rey de España. Fue en los largos años del destierro cuando el guerrillero Espoz y Mina se convirtió en un político liberal, metiéndose en el mundo aventurero y turbulento de la conspiración; fue también en estos años, en que hubo de entrar en contacto con hombres ilustres, cuando el aldeano de Idocin sintió la necesidad de instruirse, y se dedicó en cuerpo y alma a leer para "adquirir todos aquellos conocimientos con que algún día -escribe en sus Memorias - esperaba ser útil a su patria".

Añadiremos que fue también en esta su estancia parisina cuando ingresó en la masonería, debido a su amistad con Toreno y con otros insignes emigrados, que eran hermanos de la secta. Cuando en 1820 triunfó el alzamiento de Riego, Espoz pasó a Navarra (marzo de dicho año) para secundarlo, proclamando en Santesteban la Constitución y siendo nombrado capitán general de Navarra. Empero, sus alardes de liberal hubieron de chocar profundamente con el sentir de los navarros, enemigos de la Constitución. Al decaer su prestigio y siendo inminente ya el alzamiento realista, pidió ser destinado a la Comandancia General de Galicia, para no verse obligado a desenvainar su sable contra sus paisanos. En La Coruña, donde residió casi todo el año 1821, Espoz suscribió un manifiesto injurioso contra el Gobierno, que, en acto de venganza, dispuso su separación del mando (noviembre de 1821). El navarro resistió la orden de separación, apoyado en ello por los coruñeses, que lo pasearon en triunfo, después de amotinarse contra el Gobierno; pero al cabo, apremiado por el ministro, cedió a sus órdenes y se trasladó a León.

Su destierro aquí duró hasta julio de 1822, en que el monarca le encomendó el mando de las tropas que peleaban contra los realistas de Cataluña. Aquí llevó a cabo una campaña magistral que le permitió limpiar el país de partidas absolutistas, aunque empañó su mérito con la destrucción de Castellfullit. Al producirse la invasión de los Cien mil hijos de San Luis (abril de 1823), trató de realizar una campaña de igamiento y diversión, ya que no disponía de fuerzas bastantes para enfrentarse a los franceses en campo abierto. Revivió en los Pirineos sus hazañas de la francesada; pero al efectuar un intento de penetración en Francia, Espoz cayó del caballo en la retirada y se hirió gravemente. Llevado a Barcelona en parihuelas, organizó la resistencia de la ciudad a los sitiadores; pero, al cabo de cuatro meses de obstinada resistencia, cuando ya Barcelona quedaba como el único foco de la misma en toda España (Fernando VII había sido ya "liberado" y restablecido como soberano absoluto) y la continuación de la lucha no tenía sentido, Espoz, presionado por las autoridades barcelonesas, firmó a comienzos de noviembre una capitulación muy honrosa con el mariscal Moncay, y, acompañado por otros jefes, embarcó el 7 de noviembre en el bergantín Le Coursier con destino a Inglaterra, donde fue espléndidamente acogido como el héroe de la libertad española frente a las fuerzas de la Santa Alianza. Fue a partir de entonces cuando Espoz, no obstante a sus achaques, se convirtió en cabeza de los conspiradores, participando en todas las conjuras contra Fernando VII.

Abandonó Inglaterra en 1830, cuando la subida al trono francés de Luis Felipe de Orleans animó a los emigrados españoles a intentar una invasión de España a partir de Navarra, Aragón y Cataluña. Se trasladó primero a París y luego a Bayona, desde donde, presionado por unos y por otros, efectuó una desgraciada penetración en Navarra, siendo deshecha su partida en Vera y habiendo estado él mismo a punto de ser capturado. Tras una dramática odisea, consiguió repasar los Pirineos, residiendo en Cambó, Burdeos y París, lleno de achaques y severamente vigilado por las autoridades francesas. En junio de 1832 huyó a Inglaterra para embarcarse en una desgraciada expedición a Gibraltar. Casi un mes, mareado y enfermo, hubo de esperar en alta mar el aviso de un alzamiento que debía producirse en Cádiz, pero que de hecho no se produjo. Desengañado, desembarcó en Oporto, donde se mantuvo por algún tiempo escondido, y sólo a fines de noviembre y tras una accidentada travesía pudo reganar la capital británica, muy quebrantado de salud. Fue excluido de las sucesivas amnistías de liberales, concedidas por la reina Cristina, y aún después de la muerte de Fernando VII (29 de setiembre de 1833) siguió desterrado en Inglatera, hasta que en el otoño de 1834 le confirieron el mando de las tropas cristinas que luchaban en Navarra contra Zumalacárregui.

Aunque su vuelta fue saludada con júbilo por los liberales, quienes se prometían una rápida solución del conflicto por la sola presencia de Espoz, no compartía éste sus fáciles optimismos, hallándose como se hallaba ante un ejército insuficiente y desmoralizado. Había cambiado también radicalmente su situación frente a sus paisanos, habiendo de pelear ahora con tropas regulares contra los voluntarios de Zumalacárregui, que combatían al estilo de las guerrillas y con el apoyo incondicional de la población. En fin, la salud del viejo guerrillero dejaba mucho que desear, consumiéndolo un enconado cáncer de estómago. Sólo una vez se enfrentó con Zumalacárregui, concretamente en la acción del puerto de Larremiar, en que a punto estuvo de caer prisionero, hasta que, gracias a su valor y a una de sus marrullerías de aldeano cuco, logró salir del atolladero y obtener lo que se proponía: levantar el asedio de Elizondo. En esta expedición Espoz incendió Lecároz y fusiló a tres de sus vecinos, castigo éste que el mismo Espoz, partidario de la justicia seca y pronta, se encargó de abultar con un terrible bando expedido en Narbarte, que produjo oleadas de indignación, incluso en el Parlamento inglés. Fracasado y enfermo, Espoz, viendo que no podía dirigir en persona las operaciones contra el genial militar guipuzcoano, presentó la dimisión al gobierno, pasando a Francia para curarse.

Pero en breve fue nuevamente requerido por la regente Cristina para ponerse al frente de las tropas que combatían a los carlistas de Cataluña. Pese a hallarse enfermo y achacoso, Espoz aceptó y volvió a dar muestras de su genio militar, iniciando una victoriosa campaña contra los "facciosos", la que, empero, se vio afeada por un acto cruel, cual es el de haber autorizado el fusilamiento de la madre del caudillo carlista Ramón Cabrera (febrero de 1836). Obligado por las protestas que esta ejecución suscitó en España y fuera de ella, Espoz quiso renunciar nuevamente a su cargo, pero el Gobierno no admitió su renuncia, y el navarro hubo de continuar luchando contra sus enemigos y contra la muerte, la que en breve acabó de postrarlo, falleciendo la noche de Navidad de 1836.

Aparece personalizado en la película El abanderado, de Eusebio Fernández Ardavín (1943).