Lekaide eta lekaimeak

ECHAIDE, Pedro Malón de

Místico navarro, nació en Cascante (Navarra) hacia 1530 y murió en Barcelona en 1589. Algunos autores aragoneses, fundados más en una exagerada pasión localista que en razones de índole documental, han reivindicado para un Cascante, situado en tierras de Aragón, la gloria de haber sido la cuna del insigne escritor y místico; pero tal pretensión no parece pueda sostenerse tras la demostración que hizo de la naturaleza navarra de Echaide José Ramón Castro y tras de él J. M. San Juan Urmeneta. Por lo que hace a la grafía del apellido de Fray Pedro (¿Chaide o Echaide?), tampoco parece que pueda haber lugar a dudas tras las pruebas de índole documental gráfica que presentó el primero de los citados autores a favor de la forma Echaide. Lo que sea de esto, sabemos que el padre y el hermano del futuro escritor y místico fueron notarios en la referida localidad navarra. Habiendo marchado Malón a Salamanca con el objeto de estudiar letras, ingresó en el convento de agustinos de dicha ciudad y el 27 de octubre de 1557 profesó sus votos religiosos, contando por entonces unos veintisiete años. Entre los profesores de Echaide en Salamanca se contó fray Luis de León, a la sazón en la plenitud de su prestigio universitario, y el asimismo célebre P. Guevara. El avispado autor de Los nombres de Cristo, maduro ya tras su larga andadura por los caminos nuevos del humanismo erasmiano y acrisolado por la persecución, había de dejar honda huella en los gustos literarios de nuestro escritor, así como en su manera de enfocar determinados problemas. De 1569 a 1572 vemos a Malón ocupado en tareas docentes en el convento agustino de Burgos. En 1572, año de su paso a Aragón, fue testigo de un hecho, que había de dejar una huella imborrable en su espíritu. Habiendo sido designado, en efecto, para sostener unas tesis sobre la Encarnación de Cristo en el capitulo que la provincia agustina de Castilla iba a celebrar bajo la presidencia del P. Alonso Gudiel en Valladolid, sucedió que la Inquisición apresó a este último no bien puso los pies en la capital castellana, por creer los jueces inquisiores que dichas tesis habían sido compuestas por el infortunado catedrático de Osuna. No le valió a éste su declaración, en el sentido de que las tesis eran del P. Malón, quien sabría defenderlas, tocándole a él sólo presidir el acto, pues a los pocos meses murió en las mazmorras del Santo Oficio, víctima de la pasión y de la ignorancia. Algún biógrafo del místico navarro sospecha que esta circunstancia, más lo que contemporáneamente estaba sucediendo a su maestro fray Luis de León, hubieron de ver no poco en el hecho de las demoras que se impuso Malón antes de dar su obra a la imprenta. Lo que sea de esto, vemos que en 1572 Malón de Echaide abandonó por orden de sus superiores la provincia de Castilla y pasó a ser de la provincia de Aragón. No se especifican la razones que aconsejaron esta disposición; pero uno sospecha que acaso tuviera que ver con ellolo sucedido al P. Gudiel, siendo aconsejable el alejar al impetuoso y enérgico agustino navarro de la Castilla de las más altas temperaturas contrarreformísticas. En la provincia de Aragón ocupó de 1575 a 1577 el cargo de prior del convento de Zaragoza. Lo vemos luego en Huesca desde 1578 a 1582, siendo asimismo prior del convento y enseñando en la Universidad de la ciudad desde 1580 a 1582. Fue aquí donde se graduó de licenciado en Teología y se doctoró en 1581, obteniendo en 1582 el título de Maestro de la Orden. Fue también durante su estancia en Huesca, según parece, cuando Malón compuso una buena parte de su obra, cuya fecha de redacción se suele situar entre 1578 y 1583. El 23 de octubre de 1583, siendo definidor de la provincia, fue elegido catedrático de Estudio de la Universidad de Zaragoza, coincidiendo los años de su docencia en la capital de Aragón con el formidable trabajo realizado para la reorganización de la universidad por el prior de La Seo y futuro obispo de Tarazona, D. Pedro Cerbuna. Entre otros, fray Pedro tuvo como colega a Pedro Simón de Abril, uno de los grandes humanistas españoles del siglo XVI, que anteriormente había pasado como maestro por Tudela, imprimiendo en ella tres de sus obras, las primeras que se conocen impresas en la ciudad. El 18 de octubre de 1586 Malón de Echaide fue nombrado prior del convento de Barcelona, donde en 1588 dio a la luz la obra que ha cimentado su fama entre los escritores de lengua castellana: el Libro de la conversión de la Magdalena, en que se exponen los tres estados que tuvo: de pecadora, de penitente y de gracia... Malón debió de escribir otras obras, pues él mismo hace referencia a unos libros suyos, de cuyo paradero no se tiene, sin embargo, la menor noticia. Se trata, en primer lugar, de El Tratado de San Pedro y de San Juan, que Malón dice escrito cuando se hallaba componiendo el de la Conversión de la Magdalena. El P. Santiago Vela ha formulado al respecto la opinión de que esta obra de Malón no se perdió, sino que se imprimió pocos años después de su muerte a nombre del padre Jerónimo de Saona, en Barcelona, con la siguiente portada: Discursos predicables literales y morales de la Sagrada Scriptura y questiones positivas, y escolásticas sobre qual fue más amado del Señor, Sant Pedro o Sant Joan Evangelista. De todas formas, el estilo, la arquitectura de la obra, el plan y el método de desarrollar el tema hacen inevitable -según un moderno autor- la sospecha de que allí se esconden los trazos auténticos que caracterizan la obra del escritor navarro. Este habla, asimismo, de otra obra, El libro de todos los Santos, de la que no sabemos nada, por lo demás. En la Conversión de la Magdalena, Malón de Echaide quiere mostrar en una persona concreta la evolución espiritual del hombre, que desde la ofensa del pecado, pasando por la expiación y la penitencia, llega a la unión perfecta con Dios. AL hacerlo, se revela como un hombre que ha asimilado en lo sustancial los nuevos hallazgos del humanismo renacentista en la difícil búsqueda de un equilibrio entre el evangelio y la curada sabiduría de la antigüedad clásica. Hemos de destacar, en este orden de cosas, el biblicismo de que hace gala el agustino navarro, sensible a las lecciones que la Cristiandad debía al Humanismo desde los días de Lorenzo Valla, Lefèbvre d'Etaples y Erasmo. Resaltaremos, asimismo, el lugar que ocupa en su concepción de la vida la filosofía de Platón, que, si nunca estuvo ausente en la familia agustiniana (piénsese que ésta debe en lo fundamental su inspiración a las enseñanzas del platónico obispo de Hipona), es revivido ahora a través del apasionado redescubrimiento que de él hicieron los Marsilio Ficino, Gemisthos Plethon y Pico de la Mirándola, ¿no afirma el mismo Malón en la cuarta parte de La Conversión de la Magdalena haber bebido asimismo en Platón sus detalles del amor? En contrapartida Malón, no obstante sus años de Escolástica y su doctorado en Teología, muestra una hosca antipatía por Aristóteles, revelándose también a este respecto sensible a las corrientes espirituales del Humanismo renacentista. Otra de la principales fuentes de inspiración de Malón vendrá a ser la Patrística, mostrándose un buen conocedor no sólo de San Agustín (lo que era explicable, dada su pertenencia a la familia agustiniana) y de otros padres latinos, como Lactancio, Ambrosio, Jerónimo, Hilario de Poitiers y otros, sino también de los padres griegos, tales como Ignacio, Clemente de Alejandría, Cirilo de Alejandría, Eusebio de Cesárea, Juan Crisóstomo, Gregorio Nacianceno, etc. En contrapartida, para nada afluyen en su obra los nombres de Abelardo, San Bernardo, los Victorinos o Buenaventura, lo que en modo alguno cabe interpretar como ignorancia o lagunas en nuestro escritor, sino como índice o expresión de su fundamental entronque en las formas de sentir y pensar del humanismo renacentista y erasmiano, que, si preconizó una vuelta a la Biblia y a los Santos Padres como medio para una renovación de la teología y de la piedad cristianas, ignoró y minusvaloró las aportaciones de la ciencia medieval. Como hombre de su tiempo, Malón gusta de citar a los grandes nombres de la antigüedad: Virgilio, Ovidio, Lucrecio y Juvenal entre los latinos; los Himnos orficos, Homero, Hesiodo, Teócrito, Acusilas, Demóstenes, Aristófanes, Aristóteles, Plotino y, sobre todos, a Platón, entre los griegos. Conoce además a Galeno e Hipócrates, Zenón y Teofrasto, Filóny Plutarco, Plinio el Viejo y Séneca, y, por último, a algunos contemporáneos italianos. Además de hombre sensible a las corrientes espirituales de su siglo, Malón pasa por ser uno de los grandes prosistas de la lengua castellana. No es pequeño mérito el que, en un tiempo en que se hallaba poco menos que proscrita la literatura mística y ascética en lengua vulgar, se atreviese a escribir La Conversión de la Magdalena en castellano (en lo que se atendría a los votos formulados por Erasmo sobre repartir a los pequeñuelos el pan de la divina palabra, de manera accesible a ellos); sobre eso, hizo una brillante apología del idioma castellano, tratando de demostrar, a ejemplo de fray Luis de León, su riqueza expresiva y su aptitud para tratar cualquier materia.Y como si se tratase, a continuación, de dejar constancia de ello, hace alardes de un dominio perfecto del idioma de Castilla, desarrollando rigurosamente los diversos capítulos de la doctrina ascética en una prosa rebosante de vida, luz y color. Su libro es -según M. Menéndez y Pelayo- "el más brillante, compuesto y arrea do, el más alegre y pintoresco de nuestra literatura devota; libro que es todo colores vivos y pompas orientales, halago perdurable para los ojos" (Historia de las ideas estéticas en España, Santander 1947, t. II). A cambio de ciertas puerilidades y sutilezas metafísicas, de pequeñas digresiones y rasgos de mal gusto, de términos, expresiones, imágenes e hipérboles que hieren desagradablemente la sensibilidad, el tono general del libro vendría a ser, para un moderno biógrafo, "de un empaque y de una majestad auténticamente clásicas y del mejor metal literario", con la particularidad de que Malón sabe salpicar su relato de "frases nuevas, de términos y expresiones de honda raíz popular, de imágenes incontaminadas". Si consideramos la obra de Malón desde el punto de vista de la doctrina que desarrolla, hay que clasificarla no entre los tratados propiamente místicos, sino entre los que abordan los temas generales de la perfección y ascética cristianas, hallándose mucho más cerca de la Vita Christi, de Ludolf de Sajonia, o de los Moralia super Job, de San Gregorio Magno, que de los escritos de otros autores castellanos contemporáneos suyos, tales como San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Jesús. En definitiva, su obra, aparte sus logradas calidades literarias, no ofrece sino una pintura finamente matizada del camino de perfección cristiana, que se apoya directamente en las grandes autoridades teológicas, especialmente patrísticas, y también en la filosofía contemporánea o próximamente pasada; nada, por lo demás, de las geniales vivencias de los místicos carmelitanos ya mentados, ni siquiera ciertas puntas de originalidad al abordar el tema propiamente ascético.

Bibliografía.
  • J. R. Echaide: Fray Pedro Malón de Echaide, Tudela 1930
  • Id.: Dos escritores de la España Imperial. Simón de Abril y Malón de Echaide, en "P. de V." 3 (1942) 232-332
  • J. M. San Juan Urmeneta: Fray Pedro Malón de Echaide, Pamplona (1957)
  • J. M. Cía Alvarez: Las ideas estéticas en los clásicos navarros. Fray Malón de Echaide, en el "Boletín de la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de Navarra" (Pamplona) 15 (1924) 53-57
  • A. Lasso de la Vega: Fray Pedro Malón de Chaide. Su influencia en los adelantos del lenguaje castellano, en "Ciudad de Dios" 19 (1899) 381-386.
Ulteriores precisiones bibliográficas, en la Bibliografía de Jon Bilbao y en la referida biografía de J. M. San Juan Urmeneta. Una moderna edición de La Conversión de la Magdalena, acompañada de notas y comentarios, se la debemos al P. Félix García (tres volúmenes, 1930-1947).

Luis F. LARRAÑAGA