Udalak

BERANTEVILLA

Villa de origen medieval que se asienta en la cuenca del río Ayuda y que organiza su urbanismo adecuándose perfectamente a la vía de comunicaciones que se establecía entre la cuenca de Miranda de Ebro y Treviño, conectando de este a oeste esta zona y permitiendo el paso hasta las tierras de Bernedo y Campezo.

La villa creció a lo largo de los últimos siglos medievales y así en el siglo XVI cuenta con abundante población, una iglesia, la de Santa María, un convento, el de San Juan, varias ermitas y un hospital cercano a la ermita de la Magdalena (M. Portilla Vitoria, 1991: 305/308).

Arquitectura civil

Vestigios de su pasado medieval como hemos dicho, permanecen bien marcados en su trazado urbano. Restos de tipología doméstica gótica encontramos en la Casa de los Zamudio, sita en la calle Mayor nº 26, con la parte inferior de mampostería y vano de entrada lateral adintelado y moldurado, del que sólo se conserva la parte superior. El piso principal construido con ladrillo y entramado de madera, los materiales típicos de fines de la Edad Media, sale en voladizo sobre ménsulas de piedra y conserva en su parte central las armas de la familia antes mencionada labradas sobre cuatro piedras ligeramente separadas; sobre el escudo propiamente dicho, su coronamiento con yelmo y ave y encima los dos perros enfrentados.

Del esplendor de la villa en Época Moderna nos dan buena muestra las numerosas casas blasonadas que flanquean los lados de la calle Mayor, si bien los escudos más antiguos de este periodo se encuentran en la casa nº 5 de la calle Horno, uno de los cuales muestra elementos relativos al clero. Algunas de las casas más destacadas de la calle principal de la villa adornan su fachada de sillería con amplios vanos de acceso bajo arco de medio punto, también de piedra labrada y con poderosa cornisa pétrea y se completan con interesantes ventanas molduradas del siglo XVI, como en la número 4, 17 y 25, o más decoradas aún como la correspondiente a la nº 28, con elegante alfeizar moldurado y decorado con dos bandas de dentículos. De entre todas estas construcciones señalamos la casa número 4, la primera a la derecha según entramos en la villa por el lado este, que quizás se corresponda en origen con la torre que todavía se menciona a principios del siglo XIX, como cercana a la muralla (V. Palacios Mendoza, 1994: 99 y ss.). Del periodo Barroco, en concreto del siglo XVIII, destaca en esta misma calle la casa número 19, cuya ventana del piso principal se abre sobre una puerta adintelada, y está decorada con una placa recortada bajo el alfeizar moldurado. Igualmente destacada es la casa número 23, de amplia fachada de piedra de sillería organizada con perfecta simetría como corresponde a su cronología, de fines del XVIII o primeros años del XIX.

Arquitectura religiosa

Pero sin duda, es la iglesia de Ntra. Sra. de la Asunción el conjunto más sobresaliente de la villa, desde el punto de vista histórico-artístico. Destaca al acercarnos a la población su magnífica torre neoclásica dispuesta a los pies del templo y ya dentro del caserío vuelve a imponerse la altura del mismo, a escasos metros del resto de edificaciones. Se encuentra en el centro de la villa alineada con la carretera, vía central de la misma, en dirección este-oeste. Desde el exterior se aprecian las dimensiones de la nave, cubierta a dos alturas distintas, más alta en la zona de la cabecera del templo, donde podemos apreciar cuatro muros, dos a cada lado de la nave, interrumpidos en la línea de sillares y que corresponden a la ampliación barroca del ábside y capillas laterales. La nave, más estrecha y de menor altura se fusiona con esta zona y sirve de nexo entre aquella y la torre. El acceso a la iglesia, una vez cegado en los años sesenta del siglo XX el vano que al lado sur del templo se abría en la nave, y que tras la última restauración de los años noventa del siglo pasado ha sido recreado con cemento en su primitivo lugar, se hace por la parte baja de la torre, que conforma un pórtico, en la zona oeste del conjunto. Parece que anteriormente a estos ingresos existió otro en el lado norte, en lo que actualmente es la capilla bautismal. Así al verlo desde el interior de esta capilla, el muro de la nave tiene aquí un bonito arco carpanel con numerosas molduras, con decoraciones góticas en la parte inferior, que según comentó Micaela Portilla en algunas de sus visitas a nuestro pueblo, bien pudo pertenecer a la entrada principal del templo medieval, pese a la rareza de estar situado en el lado norte de la construcción, algo extremadamente infrecuente en nuestro territorio. Junto con éste ya mencionado, los otros restos medievales, hoy los más antiguos de esta iglesia, se encuentran en la nave de la iglesia. En ella podemos apreciar dos vanos de medio punto, moldurados y con decoraciones góticas a media altura, que corresponden a sendas capillas gemelas. La del lado sur, constituyó la portada de la iglesia durante un largo periodo de tiempo y hasta mediados del siglo pasado, como ya hemos dicho anteriormente. Otro resto medieval importante que sitúa en el siglo XV la construcción de esta parte de la iglesia, a saber, la nave, se encuentra en el coro y es el arco de ingreso desde la escalera de caracol que da acceso al mismo desde los pies de la iglesia. Se trata de un arco conopial, realizado en sillería y que junto a los arcos de las capillas antes mencionados y al arco de la capilla bautismal, son los elementos arquitectónicos más antiguos del conjunto. Toda la nave se cubre por dos bóvedas de terceletes con claves pétreas con rosetas incisas.

Al acercarnos a la cabecera, dos capillas laterales y la anchura mayor de la nave en este último tramo, también más alto, simulan un falso crucero. Se trata de una importante ampliación barroca, seguramente del siglo XVII avanzado y que se cubre con bóveda de lunetos y vino a sustituir a la cabecera primitiva, con sus capillas, construida por canteros cántabros y guipuzcoanos a lo largo de los años centrales del siglo XVI. Esta ampliación, como ya hemos indicado se interrumpió por motivos que aún hoy se desconocen, como así se aprecia desde el exterior, en los sillares interrumpidos de los muros de la nueva nave, sustancialmente más ancha que la primitiva.

El último elemento arquitectónico que configuró la iglesia como hoy la vemos, fue la torre campanario que se levantó siguiendo trazas de Justo Antonio de Olaguibel a partir de 1800, año en que se fecha el contrato, realizando las obras los maestro de cantería y albañilería Miguel de Marculeta y Baltasar de Ariznavarreta, naturales de Oñate y Orduña respectivamente (F. Martínez de Salinas Ocio, 1989: pp. 66/69). Esta esbelta construcción en piedra de sillería se levanta como consecuencia del deterioro sufrido por el muro oeste del edificio donde estaba instalada una antigua espadaña con arcos para las campanas. Sobre planta cuadrada con tres arcos de medio punto muy altos que rasgan la parte baja de la torre y conforman el pórtico, se alza el fuste, liso hasta la cornisa que lo separa del cuerpo de campanas, sin más interrupción que una ventana recercada en el lado sur y un reloj y otra ventana también enmarcada, en el lado occidental. El cuerpo de campanas se sitúa entre dos potentes cornisas de piedra. Se organiza con pilastras angulares y lienzos de muro resaltados, en los que destacan cuatro arcos de medio punto con su antepecho de óvalos también de piedra. El remate se asienta sobre tambor poligonal y sobre él la cúpula con gajos resaltados y linterna con otros cuatro arcos también de medio punto y finalmente coronado por bola de metal. La austeridad de líneas de esta torre solamente se encuentra interrumpida por los cuatro jarrones que decoran los ángulos superiores del cuerpo de campanas, elemento decorativo propiamente neoclásico, como lo es también esta magnífica construcción.

Arte mueble

Del ajuar que orna la iglesia en la actualidad, destaca el retablo mayor, de grandes dimensiones, para cubrir toda la altura de la cabecera. Responde a la tipología de retablo fachada y fue realizado a principios del siglo XVIII, constituyendo un buen ejemplo barroco en su fase churrigueresca (J. J. Vélez Chaurri, 1990: 391/397). Pese a que los preparativos para su construcción se habían iniciado con anterioridad por voluntad de los vecinos, es a raíz de la visita de 1714 cuando se precipita su ejecución. Así a fines de 1715 quedaba encargado al arquitecto cántabro Jerónimo de la Revilla. El sagrario estaba hecho para 1717 y asentado el retablo en su totalidad en 1718. Consta de banco y dos cuerpos de tres calles y ático en el remate. El primer cuerpo se organiza con columnas salomónicas, tan propias del arte deudor de los Churriguera. En el segundo los soportes son columnas corintias y en el ático se sustituyen éstas por pilastras. La singularidad principal es que estos soportes se hacen dobles entorno a la calle central.

El sagrario es un templete rematado con cúpula en el que también tienen gran protagonismo las columnas salomónicas. La decoración de esta fábrica barroca en madera de nogal se efectúa, como es habitual, con motivos vegetales de cierto volumen como son las ménsulas sobre las que asientan las columnas o los pinjantes con frutos del banco, las hojas de vid y racimos de uvas de las columnas del primer piso y las exuberantes cartelas que rematan las hornacinas de la calle central y las más discretas de las calles laterales, sin faltar las cabecitas de querubes o los angelitos. Buen ejemplo de esta decoración lo constituyen los aletones vegetales que rematan en el ático las calles laterales, con ángeles trompeteros en su extremo.

El mismo año en que se finaliza la construcción de la arquitectura del retablo se comienzan a pagar las tallas al escultor cántabro Francisco Palacio. La iconografía de este conjunto responde a la titularidad de la iglesia. En la hornacina principal se sitúa la bella imagen de la Asunción de Maria arropada por ángeles y a sus pies, querubes. A ambos lados de la titular se sitúan las tallas de santa Úrsula y Santa Catalina. En el segundo cuerpo, San José con el Niño ocupa la calle central, arropado en las laterales por san Juan Bautista y san Juan Evangelista, tallas de menor calidad que las primeras. Y todo el conjunto se remata con la imagen del Crucificado, obra renacentista de la primera mitad del siglo XVI.

La policromía del retablo se hace en función de la escultura en diferentes etapas. Primero se doró el sagrario en 1717, a comienzos de la década siguiente se policromaron algunas imágenes y será en los años cuarenta del mismo siglo cuando se dore el conjunto de la Asunción y algunos marcos por José Antonio Rizi Rey. El resto del retablo se policromaba con colores lisos en tonos verdes y claros imitando marmoleados y jaspeados, a fines del XVIII (J. J. Vélez Chaurri, 1990: 411/416).

Retablos laterales. Otros dos retablos también barrocos, pero de menores dimensiones adornan las capillas laterales de la Virgen de los Dolores y de la Virgen del Rosario, cercanas a la cabecera. En el lado de la epístola, en la capilla de la Dolorosa, donde en tiempos estaba colocado el cuadro de la Inmaculada de Alonso Cano donado a esta parroquia por Fray Pedro de Urbina y Montoya y que hoy se halla en depósito en el Museo Diocesano de Arte Sacro en Vitoria-Gasteiz, encontramos un retablo también barroco de planta ligeramente movida, consecuencia del adelantamiento de las columnas y demás soportes que lo organizan. Se trata de un conjunto que consta de banco, un solo cuerpo de tres calles entre columnas corintias y ático de una sola calle entre estípites y aletones, rematado a su vez con aletones vegetales en las calles laterales y con copete vegetal que enmarca una pequeña pintura de gran calidad sobre la principal. Llama la atención en este retablo, en cuanto a lo arquitectónico la ruptura de la cornisa, que se adelanta hacia nosotros en las zonas de los soportes y la abundante decoración vegetal muy minuciosa y de menor resalte que en el retablo mayor. Ayuda también a datar esta obra las decoraciones de placas recortadas que adornan el banco y como no, el curioso soporte del ático, los estípites, todo lo cual nos hace pensar en el segundo tercio del siglo XVIII como fecha posible de su ejecución. En el cuerpo del retablo y bajo hornacinas aveneradas y con soportes bulbosos sobre mensulas vegetales en las calles laterales y columnas de fuste liso en la central, nos encontramos la talla de San Roque, en la calle del evangelio, en su iconografía típica como peregrino, vestido con túnica, capa, esclavina y sombrero de ala ancha y portando morral y bastón y acompañado de su perro. Como santo patrón y protector de los enfermos de peste, a los que dedicó su vida, era frecuente en todas las iglesias la presencia de imágenes suyas a partir del siglo XIV, en las que aparece en actitud de recogerse la túnica y mostrar sus llagas (J. Hall, 1996: 324). En la calle de la epístola hay una bella imagen del Niño Jesús, que presenta al Niño desnudo, como era típico en las escuelas andaluzas barrocas y que nos remite al siglo XVII. Eran imágenes pensadas para ser vestidas y fueron muy habituales en conventos femeninos. En la calle principal encontramos la talla de la titular del retablo, la Dolorosa. Se trata de una imagen de candelero o de vestir, de la que solo están tallados el rostro y las manos, pero tratados con notoria expresividad tanto en la talla como en la policromía posterior, reflejando con nitidez el dramático acontecimiento que rememora. En el ático encontramos el lienzo barroco de un Santo Cristo de Burgos, peculiar iconografía que nos muestra al Crucificado vestido con faldillas, debido a lo cual se les denominan también "Cristo de las enagüillas", y teniendo a sus pies tres huevos. Esta iconografía, así como su denominación, proviene de la talla flamenca del siglo XIV que hoy se encuentra en la Catedral de Burgos, que representa a Cristo Crucificado, con faldilla y con cinco huevos de avestruz bajo los pies, que originariamente proviene del convento de San Agustín de la mencionada capital castellana.

Como remate del retablo, entre el follaje que hace de copete, encontramos un pequeño cuadro, casi tenebrista, que representa con gran calidad a la Virgen y al Niño en su regazo. Un aspecto curioso de este retablo son la cantidad de marcos rodeados de follaje vegetal que hoy se encuentran vacíos pero que en su origen pudieron contener cobres pintados con escenas o santos de devoción. Hasta nuestros días ha llegado una pequeña pintura sobre metal, que se encontraba en uno de estos espacios en el banco del retablo, y que representa a la Virgen del Carmen.

Pero sin duda, el elemento más importante de ajuar con que estuvo dotada esta capilla fue el lienzo de la Inmaculada Concepción ejecutado por Alonso Cano y donado a esta iglesia por Fray Pedro de Urbina y Montoya, franciscano nacido en la villa que nos ocupa y bautizado en esta iglesia, que llegó a ser Arzobispo, Virrey y Capitán General en Valencia y nombrado por Felipe IV embajador ante el Papa Alejandro VII en defensa del dogma de la Inmaculada Concepción. Este lienzo firmado por el pintor granadino hacia mediados del siglo XVII es una de las representaciones de más belleza que sobre este mismo tema realizó, y debido en gran medida a la sencillez compositiva y al clasicismo de la misma. Con silueta fusiforme la Virgen, joven, se convierte en el centro de la composición y el contraposto de su figura y el vuelo de sus ropas constituyen elementos indispensables de la misma, así como el color púrpura de la túnica y el azul del manto. Permanecen como únicos atributos la luna, a sus pies, los lirios y azucenas que sujetan los angelitos a ambos lados de la parte inferior y que aluden a su pureza y humildad y la corona de estrellas que rodea su cabeza (J. J. Vélez Chaurri, 1997: 414) (H. E. Wethey.: 1983).

En la capilla de la Virgen del Rosario, situada frente a ésta en el lado del Evangelio, tenemos otro interesante retablo barroco, de cronología similar al anterior, del segundo tercio del siglo XVIII. Destaca en él su dinámica planta, convexa, que afecta tanto al banco como a los dos cuerpos y remate, y su escalonamiento en altura. Como en el caso anterior el soporte que organiza la composición y estructura del conjunto son columnas de fuste estriado y capitel corintio dispuestas sobre ménsulas vegetales, en las que vemos como la policromía posterior, ya neoclásica recubrió los fustes de yeso para imitar en la fase del color materiales pétreos, como venía siendo norma desde la segunda mitad del siglo XVIII, que en este caso convive con cincelados rococós sobre el dorado, como podemos apreciar en el fondo de la hornacina de la Virgen o en la capa de san Joaquín. Vuelve a insistir como en el caso anterior en una decoración vegetal de finísima talla propia de los retablos barrocos de fase rococó que aún no optan por la rocalla como elemento decorativo principal (J. J. Vélez Chaurri, 1990: 459).

En el primer cuerpo nos encontramos con tres hornacinas aveneradas, de mayor tamaño la central, que albergan las tallas de la titular, una Virgen con el Niño Romanista, propia del Manierismo de fines del XVI, mostrando una fortaleza física sobresaliente, un curioso perfil heleno, así como un típica disposición del Niño y de los pesados pliegues del manto y túnica de la Virgen. Al lado de ésta se sitúa una pequeña talla barroca de san Isidro, patrón de las gentes del campo, vestido a la moda del XVIII, con traje corto, camisa abotonada y polainas, y portando en sus manos útiles del trabajo como la aguijada y la reja, acompañado además por los bueyes (L. Monreal y Tejada, 2000: 302). En el cuerpo superior encontramos tres pequeñas tallas barrocas que representan de izquierda a derecha a san Joaquín también a la moda del momento, con túnica y capa corta y tocado en la cabeza. San Antonio de Papua en la calle central, con el Niño entre sus manos, en composición muy movida, y por último la talla de San Antón o san Antonio Abad. Como eremita que fue, esta caracterizado con largas barbas, vestido con hábito oscuro y capa con capucha, portando el libro en su mano derecha y, como es habitual, acompañado del cerdo.

Otra talla de interés en esta iglesia parroquial es la Virgen del Rosario colocada sobre una gran peana dieciochesca decorada con veneras y fina talla vegetal, que lleva cartela con alabanza a la Virgen. Sobre el remate de esta peana, se sitúa otra menor de gallones dorados, propia del siglo XVII, y encima la bella talla de la Virgen sujetando al Niño en sus brazos, de esta misma cronología. Todavía su policromía, muy deteriorada nos muestra por una parte el gusto por los tonos lisos y por otra la pervivencia de cenefas doradas con decoración vegetal cincelada, propiamente rococó.

Es también destacable en esta iglesia el sepulcro, también barroco, de madera tallada y cristal sencillo que sirve para procesionar, el día de Viernes Santo, a la actual talla de Cristo Crucificado articulado, que sustituyó ya en el siglo pasado a otra más antigua, posiblemente barroca, pues permanece en la memoria de las gentes el hecho de tener "pelo natural" y ser muy "impresionante". Este elemento tiene forma piramidal y decoraciones de balaustres en la parte de la cama y formas geométricas en madera que perfilan ventanas de cristal.

El ajuar litúrgico de la iglesia, pese a que lo tuvo y fue importante en cuanto a orfebrería y ornamentos, hoy es escaso. Se conservan unas crismeras de plata de fines del siglo XVI o principios del siguiente, realizadas en talleres vitorianos según los cánones del periodo purista, sin ninguna decoración. Van dos unidas y otra independiente y llevan en su tapa a modo de cúpula, las iniciales que las identifican. Como único elemento de ornato lleva el recipiente de la unción, un escudo, el de los Zúñiga, seguramente los donantes de la pieza (R. Martín Vaquero, 1997: 563). Se conserva también en esta sacristía, aunque procedente de la iglesia de San Vicente de Escanzana, hoy barrio de Berantevilla, una pequeña cruz de cobre dorado con decoraciones de Cristales, datada en la segunda mitad del siglo XV (R. Martín Vaquero, 1997: 432/433). Tiene los brazos flordelisados y con decoración vegetal incisa. Pudiera ser que en los ensanchamientos del brazo vertical, con orificios, fueran colgadas también piedras semipreciosas o cristales. Lleva una imagen del Crucificado en plata que es posterior a la pieza original. En el reverso, en el cuadrón central lleva incisa la figura de Dios Padre bendiciendo.

También en depósito, pues pertenece a la ermita de Nuestra Señora de Lacorzanilla, se conserva en la sacristía un fragmento de alabastro de lo que en su día fue un estatua sedente, quizás una Virgen con el Niño. De buena factura en la calidad de los plegados y la insinuación de las formas anatómicas que se dibujan bajo ellas, como apreciamos en la pierna derecha de la imagen, podemos suponer que se trata de una pieza del segundo tercio del siglo XVI, equiparable a la magnífica Santa Coloma de Angostina, atribuida al extraordinario entallador flamenco Arnao de Bruselas (F. Tabar Anitua, 2001: 45/55).

El arte Neoclásico de esta iglesia no se agota con la torre campanario, con ser el elemento más destacado de este periodo. Así la pila bautismal actual, situada en la capilla del lado norte de la iglesia, cercana a la parte posterior de la misma, es un elemento indudable del siglo XIX elaborado en mármol negro con vetas blanquecinas, con gran pureza de líneas y sin ninguna decoración, salvo un recerco plano en la embocadura. Posiblemente y como ocurre con otros pueblos alaveses de la Llanada, la presencia del importante arquitecto Justo Antonio de Olaguibel para realizar obras de más envergadura, pudo llevar a los vecinos o a la propia parroquia a encargarle el diseño de la pila bautismal nueva.

Parte del ajuar de nuestras iglesias se podía calificar de efímero, puesto que se exhibía en las mismas en épocas muy concretas del año. Así sucede con los monumentos de Semana Santa. Nuestra iglesia conserva uno completo, pintado sobre lienzo en años próximos a 1800 y que actualmente está en proceso de restauración. Se compone de 8 lienzos se gran tamaño en los que se representan escenas de la Pasión de Cristo como la Ultima Cena, la Oración en el Huerto o el Prendimiento y Llanto sobre Cristo muerto, además de dos lienzos con soldados que custodian el conjunto, rematado todo ello por un Padre Eterno.

Los últimos enriquecimientos del ajuar mueble de la Iglesia aluden a la importante pintura de la Inmaculada de Alonso Cano, hoy en el Museo Diocesano de Arte Sacro de Vitoria-Gasteiz y a su mentor, fray Pedro de Urbina y Montoya. Así en los años 90 del siglo XX y por iniciativa popular se decidió dotar a la iglesia de una nueva pintura en la que estuvieran presentes el pueblo, la citada pintura y el hijo ilustre del pueblo que la dono en el siglo XVII. Es lo que recoge el lienzo dispuesto en la capilla lateral del lado de la epístola, obra de Carlos Marcote.

Como último enriquecimiento artístico en el pueblo de Berantevilla, debemos mencional la escultura de Elena Asins, ejecutada en 2003 y que lleva por título Albiko Trikuharri II, formada por ocho cubos de un metro cúbico con un corte en la parte superior de cada uno de ellos, que permite introducir la variante en la seriación. Es una obra alusiva al dolmen de Albi, situado entre Lekunberri y Aralar, próximo a la residencia de la artista (Obra Social Caja Vital Kutxa, 2004: 14/15).

Amaia GALLEGO SÁNCHEZ (2008)