Pintoreak

Iñurrieta de la Fuente, Santos

Pintor contemporáneo, nace en Vitoria el 8 de julio de 1950.

Desde su primera muestra individual en los Salones de Cultura de la Caja Municipal de Vitoria (calle Olaguíbel, 6), en abril de 1971, entronca directamente con los postulados de la joven vanguardia alavesa, y vasca. Frecuenta a principios de los setenta la sede de un ecléctico colectivo vitoriano llamado "Klin", cuyos miembros solían reunirse en un céntrico piso de la calle La Paz.

Desde 1971 hasta 1975 contabilizamos tres muestras particulares en Vitoria, todas en los Salones de Cultura de la Caja Municipal; dos en Bilbao, en la galería Mikeldi; otro par en las Salas Municipales de Cultura, de Durango, una en la sala de la calle García Castañón, de la Caja Municipal de Pamplona, y otra más en la Galería El Pez, de San Sebastián. Asimismo, participa en varias colectivas a lo largo y ancho de la geografía vasca. Obtiene en 1973 uno de los galardones del VI Gran Premio de Pintura Vasca, de San Sebastián.

Son años en los que la rutina y lo excesivamente reglado causan verdadero rechazo en la personalidad del pintor. Orienta sus experiencias artísticas hacia un sentimiento actual de la vida, comprometiéndose con el medio social que le rodea. De ahí que intente elaborar una especie de ilustración crítica, obviamente con medios estéticos, ahondando en una sincera reflexión acerca de la época que les ha tocado vivir a él y a sus contemporáneos.

Este compromiso social, incluso político, que le lleva a unir insondablemente arte y sociedad, a la par que arte y experiencia individual, cuenta con tímidos y esporádicos antecedentes en la pintura contemporánea alavesa: la militancia "pop" de Joaquín Fraile, Juan Mieg y Carmelo Ortiz de Elgea a mediados de los años sesenta.

A partir de una figuración de trazo firme -silueteado rotundo-, la temática de Iñurrieta tiene como eje central la forma humana. Recae el protagonismo de su pintura en el hombre y en las circunstancias ambientales que le son inherentes, casi siempre, para el pintor, de signo opresivo. Florencio Martínez, en su monografía de 1991, sugiere algunas de las características del pintor por aquellas fechas:

"[...]Recoge en primer plano y en su base una hilera de hombres fornidos, perfectamente dibujados con un trazo firmísimo, que no vacila una sola vez, y que en fila parecen dirigirse a un lugar al que les reclaman a toque de corneta o de sirena de fábrica, sus manos y su hercúlea complexión les delata como trabajadores manuales; sus rostros son anónimos: ni un rasgo insinúa siquiera su individualidad. Es la masa. Esa masa tan anónima como indispensable para revolucionar el régimen fascista y la vida entera. Esa masa está plagada contra unos bloques duros, compactos, plagados de aristas en los que vuelve a asomar la influencia de Oteiza y sus piedras negras".

Con el tiempo, la dimensión anónima de estas obras, pobladas por masas humanas, amontonadas, entrelazadas, y por figuras macizas, netamente individualizadas pero impersonales en sus rasgos fisonómicos, evolucionarán todavía más hacia una mayor indeterminación. Recurre ahora a un sufrimiento mucho más generalizado, más universal, que se simboliza plásticamente con el amontonamiento de masas, de acumulaciones casi informes.

Esta figuración, que evoluciona desde unas imágenes concretas hasta otras de mayor impronta simbólica, coincide paralelamente con un cambio cromático en su paleta. El color deviene en fundamental para comprender la obra de Iñurrieta. Desde siempre. Quizá influido por el entorno, por la práctica de una pintura social, por su comportamiento militante dentro de un realismo crítico, aplica en los primeros cuadros, preferentemente, colores y manchas oscuras. A medida que el propio pintor se distancia de ciertos pronunciamientos conceptuales asumidos en el pasado, estas tonalidades un tanto apagadas darán lugar a un estallido de alegres y luminosas cromías: amarillos cadmio, verdes esmeralda, naranjas, rosas, carmines...