Marinos

Ferrer y Cafranga, José Joaquín

Astrónomo y marino pasaitarra. Pasaia, 26 de octubre de 1763 - Bilbao, 18 de mayo de 1818.

A pesar de que el País Vasco ha visto partir un gran número de marinos y exploradores, pocos han dejado una huella tan indeleble como aquella que marcó la figura del pasaitarra José Joaquín Ferrer, y que realmente afecta a dos disciplinas diferentes aunque hermanas: la astronomía y la geografía física, estampada en países como EEUU, Francia o Inglaterra. No cabe duda de que Ferrer representa uno de los esfuerzos más notables y exitosos, aunque a decir verdad desconocidos, que se han producido en nuestro país por cultivar la ciencia en el extranjero.



Nacido en una casa del muelle de San Pedro, fue testigo, desde niño, del comercio colonial y tránsito marino que confluyeron en el puerto de Pasajes. Fue su padre, contador de la Real Armada, quien le instruyó en las matemáticas, la navegación y la cosmografía. Aunque atraído por la marina, siguió los consejos de su familia, y en 1780 puso rumbo a Venezuela, aceptando la oferta que le había ofrecido un pariente suyo, empleado en la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas. Tuvo, sin embargo, la desgracia de que el navío en que viajaba fue apresado por la Flota británica. De su estancia en la cárcel inglesa le quedaron recuerdos de malos tratos y una epidemia, que acabó con muchos de sus compañeros de infortunio.

Gracias a las gestiones de su padre y a la influencia de su familia, que regentaba un establecimiento en Londres, Ferrer fue ingresado en un colegio de Inglaterra. Allí estudió matemáticas y astronomía, pero también pudo apreciar el valor de los idiomas: aprendió perfectamente la lengua inglesa, un dominio que le permitiría más tarde publicar en EEUU e Inglaterra.

Una vez de regreso, en 1786, su padre le convenció para que se uniese a la expedición que iba a tener lugar con la fragata de la marina española, el "Pájaro", para realizar tareas geográficas en Perú. En enero de 1787, el joven Ferrer dejó Cádiz con rumbo a las Américas, iniciando el primero de los varios viajes que le proporcionarían fama y gloria científica. Regresó de Lima al poco tiempo, habiendo realizado mientras tanto mapas cartográficos y astronómicos, y en seguida decidió embarcarse de nuevo en otra expedición (ésta vez, a su mando, a Veracruz), que le permitía compaginar las misiones náuticas con las comerciales. En México se ocupó de la tarea básica de la determinación geográfica, la tarea que consiste en fijar la posición y altura de ciudades y montes mediante observaciones astronómicas; y por las cuales reconoció los picos de Orizaba, Jalapa y Perote, siendo sus resultados muy apreciados en Europa y América. De hecho, cuando regresó a Cádiz, Ferrer llegó con una cierta aureola; ello ayudó a que comenzase a colaborar con el Observatorio gaditano, a que entablase amistad con Cosme de Churruca (1761-1805) y otros marinos, y a que se ganase la confianza de José de Mazarredo (1745-1812) (quien, por cierto, le animó a que se incorporase a la Real Armada).

En cualquier caso, las mayores contribuciones científicas de Ferrer pertenecen a su etapa norteamericana; en particular, a su estancia en Nueva York, ciudad en la que residió una década y desde donde viajó con frecuencia a Cuba y a otras islas del Caribe, bien por motivos puramente científicos o por negocios mercantiles. Ferrer estableció, mediante observaciones astronómicas, la posición geográfica de numerosas ciudades norteamericanas, mostrando que muchas habían sido determinadas de manera errónea, en base a coordenadas inexactas. Desde este punto de vista, la geografía americana ganó mucho con sus observaciones. De hecho, la prestigiosa Sociedad Filosófica Americana -de la cual fue miembro- publicó en sus memorias algunos de estos trabajos. Astrónomos como Joseph Lalande (1732-1807), François Aragó (1786-1853) y Jean Baptiste Delambre (1749-1822) se interesaron por las determinaciones geográficas y reconocieron lo adecuado de las conclusiones que Ferrer había extraído de sus estudios en los EEUU y en las islas caribeñas. Su trabajo, Astronomical observations...for determining the geographical positions of various places in the United States (publicado en 1809), es considerado como un clásico en el establecimiento de las posiciones geográficas de la moderna Norteamérica, en la que se subraya el valor de las observaciones astronómicas, las matemáticas y la geodesia. Como también fueron célebres sus observaciones sobre Cuba, Sto. Domingo y Puerto Rico.

No regresó a Europa hasta el final de la guerra de la independencia española. Allí, el mundo académico comenzó a advertir la talla científica de aquel marino pasaitarra. En 1813, visitó Inglaterra (y en particular el Observatorio de Greenwich) donde contactó con astrónomos que le suministraron instrumentos de precisión. Luego sería recibido por ilustres astrónomos en París, a través de los cuales sería nombrado socio del Instituto Nacional de Francia [es sabido, por ejemplo, que el mismísimo Pierre-Simon Laplace (1749-1827) le llamaba el "sabio astrónomo español"]. Más tarde recalaría en Cádiz (1814), Madrid (1816) y Bilbao (1817). En la capital gaditana, precisamente, rechazó lo que hubiese sido su más importante cargo académico: la dirección del Observatorio de la Isla de León.

Aquellos que se acercaron a la iglesia parroquial de Pasajes, en 1834, pudieron leer en el frontispicio del monumento que se erigió en su honor, unas palabras que dejan entrever la enorme talla científica de uno de los últimos dignatarios de la Ilustración: "Aquí yace D. José Joaquín Ferrer, miembro de la Sociedad Filosófica de Filadelfia, socio correspondiente de la Real Academia de Historia, del Instituto Nacional de Francia y de otras sociedades científicas y literarias" [Alcalá, 1858: 27].