Los orígenes de la Asociación Éuskara hay que situarlos en ese periodo de crisis, de umbral de nuevo tiempo previo a la Revolución de 1868. Momento clave en el que se creyó inminente la lucha definitiva entre dos formas de comprender Navarra, y desde Navarra su relación con Vascongadas, España y el mundo, y que llevó a la Diputación navarra a buscar el acercamiento con Vascongadas promoviendo el Laurak-Bat, y a un grupo de amigos -Pablo Ilarregui, el Doctor Landa, el sacerdote Esteban Obanos e Iturralde, entre otros-, a proyectar la creación de una asociación conservadora del vascuence, la futura Asociación Éuskara de Navarra. Hasta hicieron un llamamiento a "sus hermanas" Álava, Gipuzkoa y Bizkaia, pero la Revolución de 1868, primero, y la Guerra Carlista, después, desbarataron sus propósitos (La Paz, 16-V-1877).
A pesar de todo, lo más granado de la intelectualidad vasco-navarra siguió dando pasos decisivos en sus deseos de unión. Así lo hizo, por ejemplo, agrupándose en torno a "El País Vasco-Navarro", semanario artístico-literario fundado en 1870 para propagar y defender el régimen foral. Llama la atención que Ilarregui, Landa e Iturralde, promotores de esa frustrada asociación, figuraran entre sus colaboradores. Los mismos hombres que, a excepción de Ilarregui, muerto en 1874, se embarcaron en el proyecto común de "La Paz" y retomaron desde sus páginas madrileñas la idea de la nonnata sociedad.
Las circunstancias, además, eran otras. La recién acabada guerra y el "golpe" que a su término recibieron los fueros despertaron en todos -reconocía el "Lau-Buru" del 14 de enero de 1882- los sentimientos de unión y concordia como único remedio para reconquistar el antiguo esplendor y poderío patrios.
Dos meses después (19 de marzo de 1882) el mismo periódico describió la situación del "país vasco-navarro". Se habían fundado sociedades patrióticas, creado periódicos y revistas, imprimido libros, organizado concursos y establecido juegos florales, de tal manera, que lo que nunca se había visto aquí, es decir, un movimiento científico y literario, se estaba viendo entonces.
Pero el movimiento de reivindicación de lo propio que vivía la tierra nativa era complejo y heterogéneo. El 7 de diciembre de 1883 "Lau-Buru" escribió en sus páginas que dicho fenómeno tenía varios aspectos y había entrado en circulación bajo diversas formas. Tenía el aspecto político, que el "Lau-Buru" representaba en compañía de "La Unión Vasco-Navarra" y aun de otros periódicos que, aunque fragmentariamente, defendían los mismos principios.
La parcela científica, histórica, literaria y artística la constituían -se detallaba- la Asociación Éuskara de Navarra y su órgano de expresión la "Revista Éuskara", la revista "Euskal-Erria" de San Sebastián, el Consistorio de Juegos Florales de la capital donostiarra, los certámenes literarios organizados por el Ayuntamiento de Pamplona, los concursos de poesía vascongada patrocinados por d'Abbadie, las publicaciones históricas, literarias y lingüísticas del país, y las composiciones musicales.
Por último, en la parcela social los redactores del "Lau-Buru" situaban a las sociedades "Euskalerria" de Bilbao y "Laurak-Bat" de Buenos Aires y Montevideo, así como a los círculos vasco-navarros de Madrid y Barcelona. A ellas podríamos añadir, por ejemplo, las agrupaciones que con el mismo nombre de "Euskalerria" se fundaron en Plencia, Lekeitio u Ondarroa, y las que con distintas denominaciones se establecieron en La Habana o Brasil.
Aminoremos, siquiera brevemente, la marcha. El 24 de abril de 1877 Campión había publicado en "La Paz" una serie de artículos que, bajo el título de "El Euskara" y reproducidos luego por "El Eco de Navarra", dedicaba a su amigo Iturralde con la pretensión de impulsar una sociedad defensora del vascuence.
Iturralde aceptó el reto y dio el respaldo decisivo al proyecto respondiendo con una carta abierta en "La Paz" (16 de mayo) sobre "La lengua vascongada", que publicó de nuevo "El Eco de Navarra". Ante la propuesta del amigo, Iturralde presentaba, al igual que el alavés Ortiz de Zárate lo había hecho antes de la Revolución de 1868, un detallado programa para la recuperación y fomento del vascuence.
Si Iturralde deseaba conservar el idioma vascongado, no quería verlo convertido en una "lengua hierática" que hiciera al país "refractario a todo progreso". El navarro no anhelaba un pueblo estacionario, sino el primero en la senda de la civilización. No se pretendía crear tampoco -quizá adelantándose a las críticas- una sociedad de agitadores. Únicamente deseaban hacer por su tierra lo que d'Abbadie, por ejemplo, hacía entre los "vascos franceses" o lo que España presenciaba en Cataluña y Galicia.