Pintoreak

Ipiña Azcunaga, Ignacio

Abogado, letrado del Banco de Bilbao, Diputado foral en las Juntas de Gernika, vice-consejero de obras públicas, de transportes y de urbanismo del Gobierno Vasco, escritor y, principalmente, pintor. Nacido en Bilbao en 1932, fallecido en 2010.

Nace en Bilbao, en la calle García Rivero. Pronto se traslada con su familia a la calle Pelota del Casco Viejo donde vivirá su infancia de guerra y postguerra, entre sus calles, junto a la Ría.

En 1946, a los catorce años, inicia sus primeros contactos con el óleo pintando paisajes en Orduña, donde veraneaba con la familia, sus padres y sus tres hermanos. Llama la atención del pintor Baysala, quien le permitirá acompañarle en sus salidas a pintar y de quien adquirirá bases y conocimientos en la utilización de las herramientas del pintor. Los primeros cuadros de cierto formato (70x50) los pinta a la edad de dieciséis años y ya denotan un conocimiento y una capacitación en la composición de los paisajes.

Durante sus estudios de Derecho comienza a pintar en las minas de San Luis, en Bilbao, y en los barrios mineros de sus alrededores. El impulso de su juventud y una incipiente pero firme conciencia social le llevan a abandonar la tranquilidad de los paisajes de Orduña y Délica y a optar por la fuerza en la expresión y en el color. Comienza su interpretación del paisaje por la vía del expresionismo.

Cerca del final de sus estudios de Derecho, a mediados de la década de los años 50, se embarca en una quijotesca aventura que hoy resulta increíble y que marcará su vida. Junto a cuatro compañeros mantienen oculto a un joven Carlos Hugo de Borbón durante ocho meses en la calle Iturribide de Bilbao, para que conozca las costumbres del pueblo y adapte su formación como alternativa democrática al franquismo, hasta organizar la presentación y huida de Montejurra. La aventura clandestina fracasa, al imponer el dictador su sucesión en Juan Carlos, actual rey. Aquella historia la dejó recogida en su libro Sol en las bardas. La forja oculta de Carlos Hugo. Durante estos años, en paralelo a las actividades clandestinas, contacta en Estella con el pintor Retana al que le unirá una duradera amistad y con quien compartirá muchas salidas a pintar por las merindades de Estella. Ya no dibuja, los volúmenes se construyen en base a manchas de colores potentes, los cuadros son rápidos y naturales con pinceladas gruesas, cargadas de pintura.



El once de febrero de 1964 contrae matrimonio con Blanca Sarasua, quien resultará ser una poeta reconocida y premiada, entre otros, ganadora en 2008 de la decimonovena edición del Premio Internacional de Poesía San Juan de la Cruz.

En los primeros años de la década de los 70 vuelve a centrar la atención en el Bilbao de los mineros, alternando el tema, como si de un descanso necesario se tratara, con los paisajes de Urdaibai, sus caseríos, sus antiguos astilleros, los restos de las ostreras, los playazos, paisajes ahora plácidos y somnolientos, y pronto sorprendidos por las más negras tormentas. En 1970 participa en una exposición colectiva en el Salón de las Naciones de París y a finales de la década en Perpignan y en Huesca, quedando perfilada su pintura.

Con el fin de la dictadura pasa a formar parte del PSE y desempeña funciones como diputado foral portavoz del grupo socialista en las Juntas Generales y posteriormente como viceconsejero del Gobierno Vasco. En las Juntas Generales participó en el intento de traer el Gernika a Euskadi, organizando un concurso internacional de arquitectos para crear el espacio adecuado. A principios de los años 80 participa en las ediciones de Arteder'81 y Arteder'83 y posteriormente decide interrumpir la actividad expositora, que no la pictórica, por considerarla incompatible con la política.

Unos pocos años atrás, en 1977, con la ayuda y complicidad de un amigo, consigue entrar, disfrazado de bombero, en Altos Hornos de Vizcaya y prepara, con las anotaciones que realiza y unas cuantas fotografías, una de las series pictóricas que más le darán a conocer. Pintará rincones a los que ningún pintor llegó, como el Silo de la Limonita, la reparadora de torpedos, los almacenes de mineral, el sintering, la decantadora... a los que añadirá paisajes industriales de exteriores y una serie concreta sobre las barriadas obreras generadas alrededor de la industria. Este trabajo se extenderá a lo largo de toda la década de los años 80 y los inicios de los 90.

A partir de 1998 vuelve a exponer su obra. Expone en Sestao, Madrid y en Bilbao, en la sala Caledonia. Al finalizar el siglo concluye su serie sobre los barrios altos y los rincones mineros de Bilbao y los expone en la Bilbaina como acto de esa Sociedad en conmemoración del 700 Aniversario de la fundación de la Villa.

En los inicios del nuevo siglo se sucederán las exposiciones sobre sus paisajes de Urdaibai con la serie "Voces sobre el agua" y sobre el valle de Oma, "Oma, silencio verde" en la Sala Caledonia de Bilbao. Posteriormente, inicia una nueva serie que planteaba recorrer las huellas de Unamuno, desde el Casco Viejo bilbaíno hasta Salamanca, las calles que recorrió y los paisajes que más le cautivaron. Durante los años dedicados al tema de Unamuno comienzan a aparecer los distintos problemas de salud, operaciones y postoperatorios, que hicieron del acto de pintar una auténtica prueba de resistencia física. La serie "Las huellas de Unamuno" la concluye en el año 2009. Terminado el trabajo, decide pintar unos cuadros sobre Orduña a partir de la visión de los primeros óleos y el recuerdo de aquellos paisajes donde inició su andadura artística, cerrando conscientemente un círculo. En enero de 2010 es ingresado, falleciendo cuatro meses después.

A finales del 2011 y durante la primavera del 2012, la familia de Ignacio Ipiña expone su última serie pictórica, "Las huellas de Unamuno", en Bilbao y en Salamanca.

Ignacio Ipiña pintó con fuerza y con sinceridad. Según decía: "Hay cuadros que urge pintarlos con los puños prietos y otros en cambio, dejando resbalar al Sol del poniente". Fue un hombre de su tiempo que buscó en el aire de sus paisajes las huellas que el hombre imprime. En muy pocas ocasiones aparecen en sus lienzos las figuras humanas y, sin embargo, algo indica que están ahí, en la atmósfera del cuadro, humanizando el paisaje. Es el rastro que quedó de la historia del hombre lo que persiguieron sus pinceles.

Ipiña definió su estilo de la siguiente manera:

"Mi estilo pictórico no es fácilmente cualificable. La razón se encuentra en que no he tenido otro maestro que la naturaleza buscando estar en comunión con ella. En todo caso, resulta evidente que soy paisajista figurativo con tendencia al muralismo y a la visión de amplio angular.

Sin embargo, no pinto ni describo la naturaleza, el paisaje tal como los ojos lo ven, ni mucho menos con enfoque fotográfico, sino que la reelaboro, la recreo, a partir de ella misma. Entonces nace mi paisaje.

No estoy dentro de ninguna escuela ni soy segador de ningún ismo. Mi aspiración es ser yo mismo por más que me saquen parentelas. Desde un ángulo constructivo mi racionalidad me lleva a admirar los esquemas cubistas que manejo sobre todo en la composición. De igual manera, siento como propio el expresionismo capaz de comunicar ampliamente las emociones. También me atraen algunos resultados del arte metafísico que presenta mundos en una bella soledad emparentada con visiones románticas.

Todo ello hace que mi figuración resulte sincrética, al estar presentes elementos dispares pero que siempre son tratados bajo las premisas de la fuerza y la potencia."

Ignacio Ipiña