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PIRINEOS (HISTORIA)

El Pirineo, morada de los vascos. Como escribió Violant y Simorra (1949) en su memorable libro «La arqueología, la antropología y la toponimia demuestran un cierto parentesco, desde los tiempos más remotos, entre todos los pueblos pirenaicos, en general, y los vascos actuales, hoy arrinconados en una parte del Pirineo occidental». «Antropológicamente -añade- aún hoy se comprueba la influencia vasca en todo el Pirineo (hasta el valle de Arán), puesto que a simple vista se reconoce en la población del Alto Aragón y de las comarcas pirenaicas de Cataluña la abundancia de tipos semejantes a los vascos».

La historia, el folklore, así como la lingüística (Corominas, 1966; R. Abadal, 1955) confirman este parentesco del Alto Aragón, Alta Cataluña y los espacios norpirenaicos (Bearn, Bigorra) con el actual núcleo «residual» vasco.

Los primeros contactos de Roma con la gran cordillera pirenaica progresaron de Oriente a Occidente. Ver ROMANIZACION. El mundo occidental era para los romanos un mundo desconocido, que iban descubriendo a medida que avanzaban en sus conquistas, bien por la vertiente sur o la norte de la cadena. A su paso habían conocido también las estribaciones montañosas que desde los Pirineos suben, Galia arriba, hasta unirse al Macizo Central: los Cevennes. Las primeras descripciones y alusiones al Pirineo ofrecen un gran confusionismo. La cordillera que actualmente se llama Montes Cantábricos, no era para los romanos sino una continuación del Pirineo. Honorio nos dice, Hiberus nascitur sub Asturibus in Pyrenais (G. L. M.). En la antigüedad hubo una ciudad Pyrene que se suele situar en el Mediterráneo, quizá, en Rosas. La citan el Periplo de Avieno y Herodoto. Pyrineos sería, pues, algo así como «Montañas de la ciudad de Pyrene». Este nombre, desde luego, no parece del país, sino oriental o griego. La etimología que hace derivar ese nombre de «fuego», en griego, tal como lo hace Posidonio, parece fantástica. Silio, en cambio, levanta una leyenda poética, ya que Pyrene sería una princesa, hija del rey de los Bébrices, abandonada por Hércules. Habiendo huido al desierto, habría sido devorada por las bestias salvajes. Hércules, al encontrar el cadáver, habría gritado, llamando a Pyrene, hasta tal punto que la posteridad llamó con ese nombre a las montañas en recuerdo de la tragedia. Los puertos o pasos del Pirineo no han recibido nombres peculiares entre los romanos, sino otros más vagos como Summo Pyrenaeo. Las formas más antiguas para la cordillera son Pyrenae prominens, Pyrenae verrices, Pyerenae iugum, o Pyrenaeum iugum, todos en Avieno.

Las diversas tribus vascas que poblaban el Pirineo empezaban ya muy cerca del Mediterráneo y terminaban confinando con los cántabros, ocupando una buena parte de los Pirineos marítimos. Por eso Plinio (4,110) nombra el iuga Vasconum, con toda propiedad, aunque se refiere solamente a la tribu vascona, una de las tribus euskaldunas: ...radici Pyrenaei Ausetani, Fitani, Lecetani, perque Pyrenaeum Cerretani, dein Vascones. Ya entre los ríos Cinca y Gállego cita Ptolomeo (2,6,20) el monte Edulius, cuyo nombre recuerda el de la nieve en euskara, elur, edur.

La medida del Pirineo por los geógrafos de la antigüedad depende de qué concepto tengan de la cordillera, si desde la costa mediterránea hasta el vértice del golfo de Vizcaya o bien hasta Galicia. En el primer caso se le señala 2.200 estadios (435 Km.). Estrabón les da menos de 3.000, pero más de 2.200, pero no, p. ej., Trogo Pompeyo y Posidonio, que le adjudican 4.800. Influyó para cortar el Pirineo en la desembocadura del Bidasoa el uso y popularidad de la vía Tarraco-Oiarso, de unas 300 millas (Schulten: Geografía y Etnografía antiguas de la Península Ibérica, Madrid, 1959).

A sus picachos se les asignaba una altura superior a la real. La apariencia a veces, suele ser de enorme altitud por el violento descenso en muchos lugares, sobre todo, por la vertiente norte. Las nieves pirenaicas son celebradas por los poetas Lucano, Ausonio, Prudencio, Silio, Avieno y Fortunato. Al monte Jaizkibel, en la costa de Fuenterrabía, se le conoce con el nombre «Pyrenaei promunturium» (Plinio, 37, 37). Estrabón se dio cuenta de la caída violenta de los montes por el norte galo y la prolongación montañosa y boscosa por el meridional. Se citan ya los abetos, bojes, encinas y pinos. La cordillera pirenaica estaba habitada por tribus de estirpe vasca y de habla vasca a partir ya por lo menos de los ilergetanos (Lérida), ocupando los tramos que hoy conocemos como pirenaicos y cantábricos hasta Santoña. Es indudable que las guerras cantábricas contribuyeron a un mejor conocimiento de los Pirineos. Floto, Orosio y Dion Cassio hacen de los astures y cántabros habitantes del Pirineo.