Géologues

Munibe y Areizaga, Ramón María de

Químico y minerólogo guipuzcoano. Azkoitia, 24-01-1751 - Markina, 20-06-1774.

Ramón María de Munibe fue un científico precoz, una de las más prometedoras mentes del pasado en Euskal Herria. Llegó, en efecto, a reunir experiencias y formación formidables, que se abortaron trágicamente con su muerte. De Ramón escribió el historiador Leandro Silván, que 'adquirió una vasta cultura científica que hubiera hecho de él un químico notable' (Gárate, 1969: 43).

Hijo de Xavier María Munibe, Conde de Peñaflorida (fundador, recordemos, de la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País), Ramón parecía destinado a seguir los pasos de su padre, quien le proporcionó una selecta instrucción, inculcándole los modales nobles, e incitándole al cultivo de las ciencias y las bellas artes.

Tuvo, entre sus primeros maestros, a dos jesuitas franceses, Louis Dussieux y el Padre Luis Belot, antes de que ingresase en el, recién creado, Seminario de Bergara. De su educación quedaron trazas de cultura francesa e ilustrada.

La siguiente opción que le sugirió su padre fue visitar los países más adelantados de Europa. Habría de asistir a cursos técnicos, examinar fábricas y relacionarse con sabios, todo ésto acompañado de un preceptor (el abate Cluvier). En 1769, el Conde escribía: 'Lo primero que deseo es el que se críe un buen cristiano.... Después de esto conviene que se acostumbre al trato de las gentes. [Debe estudiar] la naturaleza; y con particularidades aquellos puntos de Física, Historia Natural y Matemáticas que sean más acomodados para producir utilidad a nuestro país' (Lobo, 1985: 499).

En julio de 1770 llegó a su primer destino, Toulouse. Luego vendrían, en tres apretados años, el Condado de Foix, Burdeos, París, Lieja, Ámsterdam (donde visitó minas de hierro y carbón), Leyden, Copenhague, Philistad (donde siguió un curso de mineralogía), Estocolmo (de cuya Real Academia de Ciencias fue miembro), y Freiberg, el templo académico de la minería mundial. Más tarde, en 1773, Munibe se interesaba por las máquinas empleadas en las minas, trasladando su centro de atención de la Sajonia académica a la Viena ilustrada, por ser los establecimientos mineros y fundiciones del imperio austriaco -según él- superiores a los de los germánicos.

El que Peñaflorida organizase este viaje tiene que ver con varios hechos: por un lado, la idea que compartían los socios de la Bascongada, de que era necesario -y urgente- servirse de los medios técnicos más avanzados para salvar a la industria ferrona y minera vascas de la decadencia, y que para eso era preciso obtener, de los principales centros mineros europeos, información sobre las prácticas tecnológicas, dibujando planos, haciendo modelos de las máquinas de extracción minera, extrayendo datos sobre operaciones y modos de producción, etc. Esta preocupación llevó a los Amigos del País a confiar a Ramón una misión casi oficial, al estilo de las de los pensionados por el Rey Fernando VI, en viajes de espionaje industrial.

Que esto fue así puede concluirse de lo siguiente: cuando, en el verano de 1772, Ramón ingresó en la Escuela de Minas de Freiberg (por cierto, fue el primero en hacerlo en el Estado), su plan consistía en aprender Geometría subterránea y el uso de mapas en las minas, realizar un curso sobre la teoría de filones, instruirse en la tecnología y mecánica mineras, y asimilar la teoría y práctica de la fundición. Acompañado de profesores, maestros, oficiales y el director de fundición, pudo tomar buena nota de todo lo que quiso, a excepción, lógicamente, de las prácticas consideradas secretas. La manifestación más palpable de su actuación es el trabajo que publicó en 1873, en los Extractos de la Bascongada, en el que incluía una minuciosa descripción de las minas de Freiberg (amén de otros informes, dibujos y objetos industriales que envió a Bergara).

Seducido a raíz de sus valiosas experiencias -como alumno de Gustaf von Engeström (1738-1813) en Upsala o de los profesores de química: Nikolaus Josef Jacquin (1727-1817) en Viena, e Hilaire Rouelle (1718-1799) en París- por las técnicas y la elevada productividad de las ferrerías y minerías europeas, Ramón pretendió -especialmente con su Ensayo de Mineralogía, traducida del original de Axel F. Cronstedt (1758)- mostrar cuál es la base sobre la que debe descansar la reforma del país (base que él situó en la instrucción efectiva y moderna), para encontrar así una vía que permitiese mejorar el sistema de producción siderúrgico-minero (en el sentido más amplio de este -por otro lado, fundamental si estudiamos la historia del País Vasco- sector).

Hoy sabemos que sus envíos -entre ellos, el "Laboratorio Portátil" con una Descripción e Instrucciones traducidas de su inventor, el profesor Engeström (de quien aprendió el método docimástico), y que contiene el soplete (instrumento, por entonces, desconocido en España)- fueron muy valorados en Bergara; que, en definitiva, como afirma Juan Fages [en su discurso Los químicos de Vergara y sus obras (1960), 38], Munibe fue quien introdujo el método analítico en la química en el Estado. Y algunos de los contemporáneos de Ramón menospreciaron -¡que gran paradoja!- aspectos de su trabajo; en particular su predilección por las traducciones y no por las obras originales. Su propio padre, en efecto, minusvaloraba la labor e importancia del traductor; sin embargo, no parece que cayese en la cuenta de que, en cierto sentido, las traducciones representan un camino esencial para, primero, conocer las últimas experiencias publicadas en el extranjero, segundo, poder más tarde escribir obras propias, y tercero, reparar en cuestiones de interés que a su vez incitan a realizar lecturas y anotar observaciones.

Los esfuerzos de Ramón, publicados bien a través de sus traducciones (algunas inéditas) o en los Extractos de 1771-73 o en su nutrida correspondencia, sin duda que pueden calificarse de excepcionales, puesto que introdujo los métodos modernos de la mineralogía, pero procedían de lo que podríamos denominar una misión de formación y espionaje que servía de preparación para las nuevas investigaciones que vendrían posteriormente; se trataba de importar sistemas que ya se aplicaban fuera para luego aplicarlos -y tal vez mejorarlos-- en casa.

Años más tarde, con el descubrimiento del wolframio por los hermanos Elhuyar a partir del método analítico químico, esta utilidad, en absoluto desdeñable, de tales esfuerzos de traducción y espionaje se mostró, a todas luces, indiscutible. De manera que no parece que sea una exageración decir que -como afirma Rydén, 1956: 376- Ramón hubiese podido ser un científico notable y un reformador de la minería. Y decimos hubiese, pues falleció, en extrañas circunstancias (¿suicidio?, ¿agresión?), a la edad de... ¡23 años!