Peintres

Apellániz López, Jesús

La fidelidad que mantuvo Jesús Apellániz a lo largo de su carrera con el género del paisaje ha permitido que se le califique, ante todo, como pintor paisajista. Esta especialización, además de identificarle y de encumbrarlo, como era de prever, con el tiempo, ha servido también para anular o, en su defecto, para relegar a un segundo plano otros géneros. Por ejemplo, la composición de figura y el retrato, a los que se dedicó en sus años mozos, y el bodegón o naturaleza muerta, con el que logró soberbias calidades matéricas. Los temas florales fueron igualmente de su agrado.

Los años de formación juvenil en Madrid dejaron el acostumbrado poso histórico en el artista vitoriano; de hecho, en sus primeros tiempos se desenvolvió con unas cromías bastante mortecinas, de ocres, sienas y tierras, y con una factura de pincelada bastante amplia, nerviosa y gestual que remitía más a los modelos clásicos españoles que a la pintura impresionista francesa.

La militancia de Jesús Apellániz en las huestes del impresionismo, según por lo que entendemos como impresionismo vasco o español, es sensiblemente posterior. No en vano, los críticos que han abordado su obra, así como el propio interesado, reconocen que la verdadera fuente de estímulo ha sido, como no podía ser menos, la observación directa de la naturaleza. Derivando de esta apreciación el posterior interés por el movimiento impresionista y todo lo que ello conlleva implícito.

Como quiera que es la naturaleza la que propone no sólo el tema a tratar, sino todas las posibles interpretaciones y variaciones, con un infinito repertorio de sugerencias cromáticas, Apellániz encuentra en el paisaje, en la realidad exterior, su motivo predilecto, del que no tiene necesidad de salirse. Lo único que hará con los años, a medida que perfecciona su oficio, será depurar el lenguaje.

Tenderá progresivamente a eliminar y sintetizar lo más anecdótico para profundizar por medio de un lenguaje expresivo económico en lo más sustancial. Se aviene de modo juicioso a analizar un esquema, apoyándose en unos módulos de actuación previos, con lo que es fiel a su particular ideario artístico. Esta circunstancia de tener una concepción propia del arte le conduce evidentemente a la conformación de un estilo, el cuál define su trayectoria. Además, esta reiteración constante en el mismo género, lejos de hastiarle o de agotar sus recursos técnicos, le permitirá progresar en la interpretación de la naturaleza, revisando, ampliando o delimitando sus propios presupuestos estéticos.

Esta constancia temática y estilística, mantenida con los años, explica que opere al margen de las modas y de las tendencias artísticas más modernas, centrándose exclusivamente en redefinir su pintura cuadro tras cuadro. Con unas concepciones plásticas y estéticas muy determinadas, ya en los cánones impresionistas, se empeña en perfeccionar su propio lenguaje, su particular visión de la realidad, entendiendo que la percepción que se tiene de esa realidad cambia rápidamente; que la imagen que se quiere plasmar en el lienzo es un ente vivo y que genera en su presunta transcripción descriptiva toda una serie de relaciones dinámicas nunca iguales.

De ahí que los cuadros de este pintor sean descripciones de unos instantes, de unas sensaciones fugaces, temporales, propensas a la captación de una "impresión". Así, sus paisajes, sean alaveses, guipuzcoanos, vizcaínos o de otras latitudes, se caracterizan, aparte de por representar una geografía concreta, fácilmente identificable para el espectador, por buscar un territorio plástico traducible según variantes de luz y color.