Monarkia eta noblezia

Jaime I El Conquistador

Integraban el Consejo ambos reyes, cinco magnates de cada reino y los representantes de las villas. Después de los juramentos rituales y el de guardar riguroso secreto de lo tratado, don Sancho y los magnates navarros y aragoneses hablaron exponiendo sus puntos de vista. Sancho el Fuerte inició los discursos diciendo:

"Rey, alguna experiencia tengo de los negocios de España, pues por mi edad avanzada puedo dar razón de muchas cosas que han acontecido y en las que tomé parte en mis días. En la guerra que hubo entre el rey de Castilla y mi padre, siempre que nuestros hombres se encontraron con los de ellos, por la gracia de Dios, se portaron con valor los navarros; pero las dificultades fueron grandes, porque ellos eran muchos y nosotros pocos; esto nos causó daño, pero si por gracia de Dios contamos con vuestra ayuda, yo seré igual a ellos. Hagámoslo pues así; yo os apoyaré con todas mis fuerzas, haced vos otro tanto como buen hijo; si así lo hacemos con la ayuda de Dios les venceremos, porque nos asiste el derecho y ellos no tienen razón".

En las restantes intervenciones de los magnates quedó claro que el enemigo más peligroso para el proyecto de recuperar el occidente del Reino era el Señor de Vizcaya Lope Díaz de Haro, unido íntimamente a Castilla, donde tenía importantes posesiones. Se opinaba que, vencido él, Castilla quedaría en dificilísima situación de resistir a Navarra y Aragón coaligados. Los reyes escuchaban a sus magnates, entre ellos a don García de Almoravid, hasta que el rey don Sancho intervino y dijo: "Hablad vos, rey de Aragón", y Jaime I se expresó así:

"Rey, conocéis bien que cuando llega la hora de la muerte, nosotros los reyes no llevamos de este mundo más que la mortaja, que es quizá de mejor calidad que la de los demás; es lo único que nos queda del poder que tuvimos, para que sirvamos con él a Dios y dejemos un buen nombre por las buenas acciones realizadas. Si no lo hacemos en este mundo, no tendremos ocasión de hacerlo más tarde. Si me permite, yo os mostraré cuál es la forma de ganar esta guerra: Es verdad que yo tengo tres o cuatro veces más pueblo que vos, pero vos tenéis más dinero que yo, y más pan y otras cosas buenas para la guerra. Os sugiero que yo prepare dos mil caballeros y vos mil. En vuestra tierra podéis levantarlos entre los caballeros y hombres de linaje que conocen bien cómo se maneja el caballo y la armadura. Vos debéis además llamar a vuestro pariente el Conde de Champaña y pedirle que os ayude con otro millar de caballeros, que él puede reunirlos sin dificultad. Y si por ventura el Conde de Champaña, una vez que conozca el tratado que hemos hecho, no quiere ayudaros, entonces vos levantaréis los dos mil caballeros, pues a Dios gracias tenéis medios para pagarlos; el dinero no es bueno para nadie si no se usa, ¿y en qué podéis emplearlo mejor si no es vengando las afrentas que el rey de Castilla hizo a vuestro padre y a vos mismo? Haciéndolo así, tendréis honor y moriréis con honor, aun cuando vos y yo muramos. Os diré además, cómo proceder. Si nosotros tenemos cuatro mil caballeros de linaje y entramos en Castilla, los castellanos, que son un pueblo altivo y presuntuoso, nos combatirán, pues nadie podrá evitar la campaña. Pero con la ayuda del Dios Todopoderoso los venceremos, porque tenemos razón y ellos no; y cuando hayamos vencido en el campo de batalla, como las villas de Castilla están sin fosos y muros, podremos avanzar como en plaza abierta; las saquearemos y nuestros hombres ganarán mucho y aquellos mismos que ahora no están con nosotros, ante las ganancias que obtendremos, vendrán a nuestro campo".

Ambos monarcas veían las cosas desde distinta óptica, y en razón a su edad. Don Jaime, joven y ambicioso; don Sancho, viejo y enfermo, en vísperas de su muerte que presentía. El discurso del rey de Aragón le cayó mal. A él solamente le interesaba la recuperación de las provincias navarras Rioja, Bureba, Alava, Guipúzcoa y Vizcaya, el Reino de sus mayores. Don Jaime, en cambio, ansiaba una guerra ventajosa con abundantes ganancias. Y no sólo eso; se atrevió a pedir al Rey de Navarra un préstamo de cien mil sueldos. Se comprometía a la preparación de mil caballeros que traería por Pascuas y otros mil que traería por San Miguel. Entregó como garantía los castillos de Ferrera, Ferrellón, Zalatamor, Ademuz y Castielfabib, y en donación la Peña Faxina, junto al Moncayo, y la Redonda, para fortificarlas. El rey de Aragón gastó el préstamo en la conquista de Mallorca. No cumplió sus compromisos y sin embargo se atrevió a presentarse en Tudela con sesenta caballeros. La entrevista fue de desconfianza. De nada valieron las razones de Jaime para convencer al viejo monarca. Quería convencerle que con dos mil caballeros que preparara y enviara a la frontera podían vencer a Lope Díaz de Haro y que, vencido éste, la guerra quedaría concluida. Oído todo esto don Sancho atajó cortante:

"-Dejadme hablaras. ¿No conocéis de qué se trata? Todos los nobles se comportan falsamente conmigo y desean solamente obtener de mí todo el dinero posible".

Con un "ya lo pensaré", seco y malhumorado, terminó el diálogo. Don Jaime de Aragón pensaba en su hijo como sucesor dejando a un lado en cierto modo su compromiso de ahijamiento con don Sancho. Según Lacarra, "no procedía de buena fe. Podía, pues, pujar sus ofertas". Y es que el rey se resentía de salud por momentos. Ansiaba, pues, sacar el mayor partido posible entretanto afianzaba los derechos de su hijo por testamento recién expedido. No es pues de extrañar que, no pudiendo devolver el importe de los préstamos, hiciese al rey donación de los castillos de Ferrellón, Ferrera y Zalatamor y de las peñas de Faxina y Redonda, reconociendo que el castillo de Castelviello era de don Sancho. Además, y puesto a prometer en momento tan oportuno, también promete no hacer ningún género de reclamo por los castillos de Esco, Petilla, Peña, Trasmoz y Gallur, dados a Sancho el Fuerte en prenda. Otro detalle que también resalta Lacarra es que en este escrito se reafirma en el tratado de prohijamiento del año anterior. Según eso, todas las tierras, villas y castillos conquistados a los moros serían de don Sancho si sobrevivía a don Jaime, incluyendo nada menos que el reino de Mallorca recién conquistado. (Lacarra, J. M.ª: Historia del Reino de Navarra, III, p. 125.) El viernes 7 de abril de 1234 murió Sancho el Fuerte en su castillo de Tudela, triste y abatido, pero habiendo probado de por vida su lealtad a toda prueba y su amor al Reino, cuya restauración se había constituido en razón de su vida. Suyas son estas palabras, según la Crónica de Jaime I:

"porque nos asiste el derecho y ellos no tienen razón...", "...todo eso lo hago por la salvación de mi pueblo...".

Reunidas las Cortes en Pamplona proclamaron como rey a Teobaldo, Tibalt de Champaña, invitándole a ocupar el trono. La Iglesia colegial de Tudela y el monasterio de Santa María de la Oliva deseaban y pretendían sus recintos sagrados para sepulcro de don Sancho. Los de Tudela recurrieron a Roma, según se deduce de una bula de Gregorio IX sobre el asunto, pero al cabo de dos años acabó recibiendo honrosa sepultura en Roncesvalles como insigne bienhechor que fue de su hospital, al que había dotado de doce camas en la enfermería antigua y de diez mil raciones para distribuir cada año a los pobres. No se sabía apenas nada de la actitud del rey de Aragón ante la muerte de Sancho el Fuerte. Se creía con derecho al trono a pesar de lo sucedido en la última reunión de ambos monarcas, pero una Bula encontrada en los archivos del Vaticano por Goñi Gaztambide, nos da a conocer que don Jaime reclamó ante el Papa sus derechos al trono navarro. Todo el prohijamiento quedó en nada y sin más consecuencias.