Kontzeptua

Evreux dinastia (1981ko bertsioa)

Política de esta dinastía. Debajo del imperio de las dinastías anteriores pudo haber y hubo en Navarra una política nacional. Ahora se ensancha en ella un elemento internacional que la saca de su antiguo quicio. Los reyes poseían señoríos fuera del reino; esa causa ocasional de la transformación indicada, los azares de la sucesión al extinguirse la estirpe pirenaica, la metieron en nuestras cosas, pero después fue causa final buscada adrede. El reino, demasiado pequeño, no podía ya ensanchar sus fronteras. Le rodeaban reinos poderosos; uno de éstos, el de Castilla, tenía fácil camino a los parajes ásperos donde habría sido hacedero resistir victoriosamente, a la gran fortaleza montañosa que detuvo a los godos, a los francos y a los árabes: Alava, y singularmente Guipúzcoa, representando el papel del mal hermano,desde su lamentable separación clavaban el puñal por la espalda. Los navarros, por aminorar la debilidad de su patria y conservarle la independencia, cuidaron mucho de casar a sus reinas con príncipes poderosos: elección difícil, que a las veces producía disensiones. La dificultad del negocio solio estribar, casi siempre, sobre la contenciosa conveniencia de un matrimonio francés o castellano. A don Carlos el Noble le plantearon el problema los dos opulentos pretendientes de su hija Blanca: don Juan, hijo del rey Fernando de Aragón, pero de sangre castellana, duque de Peñafiel, de Montblanch y de Gandia, conde de Mayorga y del Infantazgo, señor de Lara, de Haro, de Balaguer, de Cuéllar, etc., y Juan de Grailly, conde de Foix, señor soberano del Bearn, capital del Buch, vizconde de Castelbón, señor de Marsan, de Mauvezin, etc., viudo de otra infanta navarra, D.ª Juana. El rey prefirió al infante, y no acertó; los grandes y los prelados, al bearnés. Ora estuviesen los reyes consortes heredados en Castilla, ora en Aragón, ora en Francia, al efecto era igual; no podían desentenderse de los asuntos de esos países, y Navarra se veía envuelta en guerras forasteras. La compensación a la debilidad propia comprábala con la moneda de un peligro nuevo. Cabía, si va a decir verdad, la política de "no intervención", el "pacifismo" de Carlos el Noble, la neutralidad absoluta. Mas, el vivir en paz con otros, también de los otros pende, y la voluntad experimenta grandes mudanzas durante los largos años de la historia. A pesar del apodo de "Malo" que, según cuentan, le pusieron sus súbditos por los suplicios de Miluze, don Carlos era querido en su reino. Ganábase la voluntad con la llaneza de sus modales y la elocuencia de su palabra; sabía reparar la: injusticias por él cometidas y confesar su yerro: ["como Pascoal Motza.. aya seido benido en grant pobreza et mengua... por algunos agrevios et males que eill ha pasado de Nos por induction de algunas gentes que lo querian mal... queriendoli remunerar et facerli restitucion de los dichos agrevios que de Nos ha recebido, etc."], mandó que le pagasen un florín más sobre el valor de cada marco de plata que llevasen al cuño de la Casa de la Moneda; los variados episodios de su vida novelesca y dramática embelesaban a la imaginación del pueblo, teniéndola siempre fija en los hechos de un hombre famoso. Mientras el rey guerreaba lejos, el infante don Luis gobernaba pacíficamente el reino. Francia era el teatro abierto a todos los aventureros de Navarra y bien sabe Dios que no era corto entonces el número de éstos. Los estragos de la guerra dentro del país mismo los padecieron tarde los súbditos de don Carlos, en cuyos días fue repoblado Huarte-Arakil [ 1359], obtuvo Corella el fuero de malhechores de Cáseda (1364), quedaron libres de pechas los habitantes de Cintruénigo (1369), alcanzaron los privilegios de la hidalguía los moradores de San Vicente de la Sonsierra (1377), y Pamplona y Estella ganaron la franquicia de no pagar lezda, peajes, pontajes, barrajes y barcajes. La política ínternacional de don Carlos costaba mucho; en Francia gastó enormes sumas. Consagraba toda su atención a los asuntos de hacienda. Instituyó el Tribunal de la Cámara de Comptos, y aunque tomó dinero a préstamo y redimió por dinero a los pueblos de sus pechas, siempre tuvo el erario exhausto. Los sentimientos de lealtad y fidelidad se habían amortiguado mucho en el prosaico y materialista siglo XIV. El heroísmo se compraba y vendía con buenas monedas de oro y plata. El ejercicio de las armas era una industria lucrativa, más aficionada a coger prisioneros que pagasen "rescate", que no a matar combatientes. Así como en nuestros días los ricos forman sociedades por acciones, y existe una banca internacional judeo-cristiana que busca ganancia en toda la tierra, de igual modo los valientes de aquella época formaban "compañías militares" cuya índole cosmopolita ha puesto de bulto Simeón Luce. Esa industria tenia sus "paros", por las treguas y paces de quienes la utilizaban; al país, inerme y pacífico, le tocaba pagar los jornales. La pobreza de don Carlos causó un gran bien, inesperado; el voto del impuesto por las Cortes, a las que el rey acudía solicitando ayudas graciosas. Catorce veces, por lo menos, se reunieron con ese fin. El amigo del preboste Marcel, o por interés político, o por afición natural, comunicábase gustosamente con la gente plebeya: a su mesa se sentaron tenderos, taberneros, labradores y aun mendigos. Trató con dureza a los nobles de linaje. Don Carlos el Noble concedió la hidalguía a los labradores y ruanos de Lumbier (1396), ennobleció a los francos de Aibar y Larráun (1397), amplió los privilegios de las villas de Lezaka y Berra (1402) (hoy Vera), apaciguó los bandos de Estella (1405), confirmó los antiquísimos fueros del valle de Erronkari (Roncal, 1412), declaró quilos de toda servidumbre real a los de Villafranca (1416), condecoró con asiento en Cortes a Tafalla, unió a los barrios de Pamplona con su ciudad (1423), ordenó un Amejoramiento de los Fueros, suprimiendo la pecha de los homicidios casuales (1418), y mandó tachar de los libros de Comptos la voz de "pecha", sustituyéndola por la de "censo perpetuo". Estableció la orden de la "Bonnefoy" para honrar con ella a los buenos servidores. Don Carlos III, al revés de su padre, quiso encumbrar a la clase nobiliaria para que diese lustre a su corte, y la favoreció cuanto pudo. Complacíase armando caballeros en las suntuosas cámaras de Olite. Donó villas y lugares; otorgó exención de tributos a su hijo bastardo Godofre, a Diego López de Stuñiga, a mosén Pierres de Peralta, a Ferrán Pérez de Ayala, a Martín de Aibar y a otros muchos. El año de 1423, "como el linaje humano sea inclinado y apetezca que los hombres deban desear pensar en el ensalzamiento del estado y honor de los hijos y descendientes de ellos", erigió el Principado de Viana, para su nieto don Carlos, formado de esa villa y otras con sus aldeas, y le donó las villas de Cintruénigo, Cadreita, Corella y Peralta, proveyendo que se intitulase señor de estas dos últimas. En 1425 erigió el condado de Lerín en favor de su hija bastarda doña Juana, cuando casó con don Luis de Beaumont, hijo de Carlos, bastardo del infante don Luis, duque de Durazzo. A ese Carlos le había ya nombrado alférez del Reino su tío Carlos II (1379); rico hombre (1391) y condestable, don Carlos III (1425); hay historiadores que retrasan este nombramiento hasta el año 1430. Dicho monarca nombró vizconde de Muruzábal a mosén Leonel de Navarra, bastardo de Carlos II, y le donó las rentas, tributos y pechas de Valde-Ilzarbe y Oteiza, y confirió el título y oficio de marichal o mariscal a don Godofre, conde de Cortes (1407), título que también llevaron años después mosén Bertrán Henrríquez de Lakarra y don Felipe de Navarra, bastardo de don Leonel. Inexcusable locura cometió don Carlos el Noble cuando engrandeció a los bastardos, y a los bastardos de bastardos por cuyas venas corría sangre real. Pensó desatinadamente que esas casas, linderos del trono, serían a modo de nuevos florones añadidos a la corona, esplendor y fuerza de ella. No previó las envidias y las ambiciones que habían de incitarlas a destrozarse mutuamente. Don Juan II, con menos desinteresados propósitos, prosiguió la misma política y derramó sin medida favores sobre sus partidarios, singularmente sobre la Casa de Peralta, sospechosa también de bastardismo regio. Con semejante imprevisión, aquel bonísimo monarca dejó hacinada la leña cuyas llamas habían de hacer pavesas al reino.-A. Campión.