Lexikoa

CORONACIÓN

A la de D. Felipe III y D.ª Juana II, verificadas en Pamplona el 5 de marzo de 1329, asistieron el obispo de Pamplona y los doce ricos hombres. El rey señaló el día; precedido el juramento de los reyes, los ricos hombres juraron también de guardar los cuerpos de dichos señores reyes, é la tierra é al pueblo é de ayudar á mantener fielmente los fueros, é besáronles las manos. Y subidos los reyes sobre el escudo, sostenido por los ricos hombres en alto, clamaron todos Real, Real, Real; y los reyes espendieron entonces su moneda sobre las gentes. Parece que en este caso se celebraron dos actos, uno el del juramento y otro el de la proclamación, hecha por los ricos hombres según el fuero. La coronación de D. Carlos III, hecha el 13 de febrero de 1389 (1390), se hizo reunidas las Cortes en Pamplona. Antes debía preceder la vela que dice el fuero. De esto dan noticia los Anales de Navarra con relación a un documento del archivo de Estella; dice que la tarde del sábado, víspera de la coronación, salió el rey de su palacio a caballo, con muchas antorchas; que los procuradores de Pamplona, Estella, Tudela y Olíte, en nombre de todas las buenas villas, tomaron con sus manos la estribera derecha del caballo del rey y le acompañaron yendo a su lado los otros procuradores a la iglesia de Santa María, para hacer la vela. Asistieron por el brazo eclesiástico, D. Pedro de Luna, cardenal de Aragón, legado a latere del papa Clemente VII en España; D. Martín Zalba, obispo de Pamplona, que después fue cardenal de Navarra; D. Juan, obispo de Calahorra; D. Pedro, obispo de Tarazona; D. Fernando, obispo de Viq de Osona; D. Pedro, obispo de Ampurias; D. Juan, obispo de Dax; D. Fr. García de Eugui, obispo de Bayona, confesor del rey; el abad de Irache, el deán de Tudela, los abades de Leyre, la Oliva, Iranzu, Fitero y Urdax, el prior de la Orden de San Juan de Jerusalén, y las dignidades y canónigos de la iglesia de Pamplona. Seguíase a este brazo, o estamento, el de los barones y caballeros del reino; y finalmente los procuradores de los pueblos de Pamplona, dividida en tres barrios: del Burgo, la Población y la Navarrería; Estella, Tudela, Sangüesa, Olite, Puente la Reina, Viana, Laguardia, San Vicente, San Juan de Pie del Puerto, Monreal, Roncesvalles, Lumbier, Villafranca, Aguilar, Bernedo y Lanz. Asistieron también los embajadores de Castilla, Aragón, Francia e Inglaterra. El acto se celebró en la capilla mayor de la catedral de Pamplona, donde los obispos estaban vestidos de pontifical. El de Pamplona, puesto en pie, dirigió al rey estas palabras: «Rey nuestro natural seiñor; conviene, antes que llegueis al sacramento de la sacra uncion, facer juramento á vuestro pueblo, como lo ficieron vuestros predecesores los reyes de Navarra; é ansimismo el dicto pueblo jurará á vos lo que á los dictos vuestros predecesores juró. A lo cual el rey contestó que estaba pronto; y poniendo sus manos sobre la cruz y santos evangelios juró en el modo y forma contenido en una cédula escrita en idioma de Navarra, que leyó en alta voz Juan Ceylludo, notario, en la forma que sigue. - = «Nos Cárlos, por la gracia de Dios, rey de Navarra, conte de Evreux, juramos á nuestro pueblo de Navarra, sobre esta cruz et estos santos evangelios por Nos manualmente tocados, es á saber prelados, ricoshombres, cabailleros, hombres de buenas villas, é á todo el pueblo de Navarra, todos lures fueros, usos, costumbres, franquezas, libertades et privilegios a cada uno deillos, ansi como los han et yacen, que ansi los manterremos, et guardaremos et faremos mantener é guardar, á eillos é á lures sucesores, en todo el tiempo de nuestra vida sen corrompimiento nenguno, meillorando et non empeorando, en todo ni en partida, et que todas las fuerzas que á vuestros antecesores et á vos por nuestros antecesores (á qui Dios perdone) qui fueron en lures tiempos, et por los oficiales que fueron por tiempo en el regno de Navarra, et asi bien por Nos et nuestros oficiales, habrán seido fechas ó adelant se ficieren, desfaremos, é faremos desfacer, é emendarlas bien et cumplidament ad aqueillos á qui fechas han seido, sen escusa ninguna, las que por buen dreito et por buena verdat podrán ser failladas por hombres buenos é cuerdos». [En el juramento de los reyes don Juan y D.ª Blanca, año 1.429, les decía el obispo de Pamplona: «Seniores ante que mas abant sea procedido al sacramento de la santa unción, y bienaventurado coronamiento vuestro, es necesario que vosotros fagades á vuestro pueblo la jura que vuestros antecesores reyes de Navarra ficieron en su tiempo; et asi bien el dicho pueblo fará su jura acostumbrada a vosotros»: caj. 104, n.° 23. En la coronación de los reyes D. Juan de Labrit y D.ª Catalina precedió, a la referida arenga del obispo, la pregunta siguiente por tres veces: ¿vosotros queréis ser nuestros reyes y señores? y ellos respondieron: nos place. Novísima Recop., tomo 1.ª, ley 1.ª]. Hecho esto los ricoshombres y caballeros prestaron su juramento al rey en la forma que sigué: Nos los barones de Navarra sobredichos, en vez et en nombre nuestro et de todos los cabailleros, et otros nobles et infanzones del dicto regno, juramos á vos nuestro seinor el rey, sobre esta cruz et estos santos evangelios por Nos tocados manualmente, de guardar et defender, bien et fielment, vuestra persona et vuestra tierra é de vos ayudar á guardar, defender é mantener los fueros de Navarra á todo nuestro poder. El estado eclesiástico no juraba. A continuación juraron los procuradores de los pueblos así: Nos los procuradores de las buenas villas sobredichas, en vez et en nombre nuestro, et de los vecinos habitantes et moradores en aqueillas, juramos sobre esta cruz et santos evangelios, por Nos tocados manualment, de guardar bien et fielment la persona de nuestro seinor el rey el de ayudar á guardar et defender el regno á nuestro poder segunt nuestros fueros, usos, costumbres, privilegios, franquezas é libertades que cada uno de Nos habemos. Concluido esto se retiró el rey a la capilla de San Esteban y, desnudándose de las vestiduras reales, se puso una ropa de seda blanca, acostumbrada para recibir la santa unción, y fue conducido por los obispos de Tarazona y Dax ante el altar mayor donde estaba sentado el obispo de Pamplona revestido de las insignias pontificales; seguían al rey los barones, caballeros y otros nobles; y dicho obispo de Pamplona le ungió del óleo santo con las oraciones y ceremonias acostumbradas. Acabada la unción se quitó el rey las vestiduras blancas y se adornó de las reales y, llegádose al altar mayor sobre el cual estaban la espada, la corona de oro, adornada de piedras preciosas, y el cetro real de oro, precedidas las oraciones acostumbradas que dijo el obispo de Pamplona, el rey tomó con sus propias manos la espada y se la ciñó y luego la desenvainó y levantó en alto en señal de justicia y la volvió a envainar. Después de esto, dichas otras oraciones, tomó la corona y se la puso él mismo en la cabeza. Finalmente, continuando las oraciones, tomó el cetro en la mano y se puso sobre el escudo real en que estaban pintadas las armas del reino. Sosteníanle los barones y los procuradores del Burgo, Población y Navarrería de Pamplona; en cuyo acto protestaron los demás procuradores de los pueblos que ellos debían trabar también del escudo y que no les perjudicase para en adelante. Elevado el rey en alto, clamaron todos por tres veces: Real, Real, Real, y entonces el rey derramó su moneda. Al tiempo de bajar del escudo se acercaron el cardenal legado y los obispos de Pamplona y Tarazona, el primero como regente y el segundo como más antiguo, y le guiaron al trono, que estaba colocado en lugar eminente y le entronizaron, diciendo el obispo de Pamplona las oraciones acostumbradas, y acabadas entonó el Te Deum laudamus, a que siguieron las aclamaciones de los concurrentes. Finalmente el obispo de Pamplona celebró una misa cantada, y al ofertorio ofreció el rey telas de púrpura y oro y sus monedas, según fuero, y comulgó de mano del obispo. Cuando los infantes a quienes las Cortes juraban por sucesores del trono eran de menor edad, los reyes sus padres daban poder, como tutores, a varios caballeros de las mismas Cortes para que hiciesen el juramento a nombre de dichos infantes y recibiesen el del reino. Además de los juramentos que hacían los reyes en sus coronaciones solían jurar particularmente los privilegios de los pueblos que eran de alguna consideración siempre que arribaban a ellos. En Tudela se les exigía este juramento fuera de la ciudad, y después de entrar lo repetían en la iglesia. Ref. José Yanguas y Miranda