Léxico

VERDUGO

Dificultades para la provisión de la plaza de verdugo. En Navarra no parece que el oficio de verdugo fuera institucionalizado con anterioridad a 1388, cuando Carlos III indicó que "para facer las justicias daqueillos que merezcan ser justiciados sea necesario un borrel en nuestro Regno, que següezca la nuestra Cort et vaya a las villas et logares do tales justicias se abrán de facer, oído el testimonio de Juan de Estella, eill ser idóneo et suficient para esto, lestablimos por borrel de nuestro Regno". Según Yanguas y Miranda este oficio "se estableció en Navarra a imitación de Francia, como se colige de su nombre borrel". Ahora bien, contrariamente a lo que a priori pudiera presuponerse y a pesar de estar institucionalizado el oficio, la historia de la provisión de la plaza de verdugo se encuentra jalonada de enormes dificultades. No se encontraban fácilmente personas dispuestas a ejercer de ejecutores de la justicia, según se concebía este oficio desde la perspectiva de las autoridades, o de "carnicero de hombres", recordando las palabras aducidas sobre el particular por Castillo de Bobadilla, desde la perspectiva de la sociedad. Además, no todas las localidades, fundamentalmente las pequeñas, contaban con un verdugo; por ello cuando en ellas había que ajusticiar a algún reo se encontraban ante la disyuntiva de buscar alguna persona que aplicara la sentencia. Tarea sumamente ardua como se constata, por ejemplo, en las cuentas del castellano de San Juan y tierra de Ultrapuertos del año 1339: para la ejecución del señor de Beguinos "non podían fallar en toda la tierra qui lo quisies afogar"; y Lope de Ochagavia y Yenego de Alzu debieron permanecer en la cárcel seis y tres meses respectivamente en espera de ser ejecutados porque "non pudo aver qui los enforcasse". En 1370 el preboste de la Navarrería para encontrar a una persona dispuesta a ahorcar a Johan de Villanova recurrió a doblar el salario que percibía un verdugo por estos menesteres hasta la cantidad de diez sueldos. En ocasiones se echaba mano de gentes vagabundas, rufianes o ribaldos, jugadores profesionales, como en 1290, cuando un "thafur" ahorcó en Artajona a Pero Garceiz de Iriberri por haber ahogado a su hija; incluso a romeros que pasaban por la localidad, como en Huarte Araquil a mediados s. XVI para exponer a la vergüenza a un reo de Arruazu. Estos verdugos accidentales no se sentían muy a gusto con ese cometido, como se desprende del testimonio del ahorcamiento de Oyllaburu en Los Arcos en 1306, indicándose que quien lo llevó a cabo lo hizo de mala gana. De 1419 data, según Fray Diego de Ayala en sus Anales breves de Vizcaya compuestos hacia 1490, aunque otros autores como T. Guiard sitúan la fecha en 1435, un curioso suceso acaecido en Bilbao que demuestra hasta qué punto las autoridades judiciales dependían de la presencia de un verdugo para llevar a cabo las condenas por ellos pronunciadas y nos muestra los expedientes a los que podían llegar a recurrir para sortear su falta: "En este año se fija el nombramiento de Alcalde por el rey en Alfonso Fernández de León; éste, en información de desórdenes, halló por principados culpados a Sancho López de Marquina y Ochoa de Landaburu y los condenó a muerte. La familia de Leguizamon, del cual acostamiento eran los condenados, secuestró al verdugo para evitar la ejecución, por lo que el Alcalde ejecutó con sus propias manos a los dos culpables". También se recurría a verdugos profesionales que ejercían en otras localidades, o dicho de otro modo, aquellos lugares que tenían cubierta la plaza de verdugo, prestaban a este oficial a los que carecían de él. En el padrón de gastos realizado por la villa de Lekeitio en 1516 se constata cómo el 22 de julio "se truxo de Marquina el berdugo a açotar la moça ladrona por mandamiento de los del regimiento", por lo que percibió la cantidad de 818 mrs.; y en 1559 se pagaron a Manuel de Anzuela, "verdugo que trujeron por mandado de los señores del regimiento para ejecutar a dos mujeres que estaban presas por hurto que hicieron al capitán Arteita e estaban condenadas en azotes, e una en cortar las orejas", 45 reales y 26 mrs. Bayona prestaba a menudo su verdugo a localidades como Pau, Tartas, Sainte-Marie-de-Gosse, Cambo, Louhossoa o Peyrehorade. Cuando partía a realizar algún ajusticiamiento a otra localidad era acompañado por dos jinetes de la mariscalía que previamente se comprometían a traerlo de vuelta una vez cumplida la misión. Esta costumbre es indicativa de lo precavidas que eran las autoridades de Bayona ante la posibilidad de perder a su verdugo, bien porque encontrara otro destino mejor donde ejercer su oficio o bien para evitar conflictos como el encontronazo que tuvo con el verdugo de Dax del que resultó muerto. En el Guipuzcoano intruido de Egaña se registran numerosas peticiones de un "oficial ejecutor de justicia" por parte de Guipúzcoa a Pamplona y Vitoria entre los ss. XVII y XVIII. Otro de los expedientes a los que se recurría para proveer la plaza de verdugo era el de compartirlo y pagar su salario de forma equitativa, como lo demuestran los casos de la justicia extraordinaria de la Hermandad de Alava y la ordinaria de la ciudad de Vitoria, y la extraordinaria de la Hermandad de villas de Vizcaya y la ordinaria de la villa de Bilbao. Más imaginativa fue la solución adoptada por la Hermandad de Guipúzcoa, al recurrir sus Juntas Generales a la compra de esclavos negros para que desempeñaran el oficio de verdugo, evitando de este modo depender de la existencia o no de personas dispuestas para ello: "Este día platicando como en esta provincia había falta de berdugo, asentaron e mandaron que de los próximos dineros que vendrían de la corte de los que estaban en poder de Miguel Saiz de Araiz se sacase e diputase diez mil maravedís para comprar un negro para el dicho oficio". Al igual que esta decisión tomada por las Juntas Generales de Guipúzcoa en 1524, con anterioridad se había hecho lo propio en las de 1518 y con posterioridad en las de 1536. Los nombres de verdugos como Martín de las Indias, Juan de Génova o Vicente de París denotan una procedencia ajena al solar vasco de algunos ejecutores de la justicia. Una solución más, encaminada a contar con un verdugo, era la de que el oficio pasara de padres a hijos. La familia Acoda ejerció en Marquina durante varias generaciones, "Pedro de Acoda e su hijo, que en gloria sean, e otros que avían seído, e que agora seruían Juan de Acoda", hasta que este último fue sustituido en 1512 por Juan de Amoroto por encontrarse incapacitado al estar ciego. En Bayona descubrimos otra saga de verdugos, constituida por los descendientes de Bernard de Laquérin, que se remonta a 1581. En tiempos de la Revolución Francesa, en 1789, ejercía el oficio el último de los descendientes, Jean-Pierre, cuya residencia estaba fijada, según refiere Balasque, en una antigua torre de la calle Tour-de-Sault o más bien Pusterle. Este verdugo de complexión pequeña y muy piadoso, que oía misa antes de cualquier ejecución, con el establecimiento de la guillotina en Bayona presentó su dimisión. Fue sustituido durante la Revolución por un sargento de cazadores de montaña llamado Gelpy, muy distinguido por su valentía en el ejército de los Pirineos Occidentales. En esta época el nombre de verdugo fue reemplazado por el de "vengador"; y durante un tiempo fue llamado también "censor" del club de los Sans Culottes. Tras la etapa del Terror abandonó Bayona. Ya ha sido apuntada la costumbre de reunir en una misma persona el oficio de pregonero y de verdugo; en consecuencia, cuando se daba la circunstancia de tener que ajusticiar a algún reo, las autoridades exigían a los pregoneros que cumplieran con su cometido. Desde finales del s. XV se observan movimientos por parte de los pregoneros para zafarse de su condición de verdugos. Así, cuando alguna persona era propuesta para ocupar el puesto de pregonero, aceptaba con la condición de no ejercer como verdugo. El ya mencionado caso de Martín de Azpeitia en San Sebastián es uno de los primeros en los que se busca la separación de empleos en dos personas distintas y se consigue. Los Reyes Católicos dispusieron en 1491 que "no use del dicho oficio de verdugo, ni a ello pueda ni deba ser apremiado por ningunos jueces". Ahora bien, esta decisión real no se generalizó al resto de villas, y cada una tuvo que buscar su propia salida al problema. En Lekeitio, entre abril y julio de 1528, el Concejo se concertó con dos personas, Juan de Mendaro y García de Posadillo, para ejercer de pregoneros y verdugos, síntoma claro de la resistencia de las personas a actuar en otra cosa que no fuera la de pregoneros públicos. La solución establecida en Lekeitio para sortear el problema de quedarse sin pregonero, y también sin verdugo, fue ensayada en el contrato realizado con García de Posadillo. Esta radicaba en que Posadillo únicamente actuaría como pregonero, pero cuando se requiriera un verdugo para los ajusticiamientos, él debía buscarlo y traerlo a la villa en el plazo de tres días, y si no lo conseguía actuaría como verdugo: "Lo primero que el dicho García sea pregonero público en la dicha villa [...]. Yten en los tienpos que ouiere de hazer e executar en la dicha villa en los que se condenare a pena corporal por sus magestades o por otro juez e justicias que tenga cargo el dicho García de (traer) al berdugo e ynstrumento para ello, e por ello lleve el dicho García e le pague el concejo de cada año que sea necesidad o no, e aya de hordinario dos ducados pagados por tercios, e quando se oviere de traer al dicho berdugo que le pague el concejo al tal berdugo [...]. E sy por caso de ventura no traxiere dentro destos tres días al dicho berdugo el dicho García, que el mismo García luego en la misma ora syn otra escusa ni dilación alguna cunpla e haga todo el oficio que el berdugo avía de hazer, e la justicia se execute en la tal persona conplidamente so pena de sy no lo quisiere hazer el mismo García padesca la misma pena que el condenado avía de padecer [...], e con esta condición de traer el dicho berdugo o de lo conplir él mismo le davan los dichos cargos e oficios susodichos, e non de otra manera". Un mes más tarde no le quedó más remedio a García de Posadillo que cumplir como verdugo y azotar a Sancha Longa. En Bilbao, en 1696, el "pregonero público y ejecutador de la Real Justicia" Joseph Rodríguez solicitó que en adelante únicamente actuara como pregonero y no como verdugo. Su sucesor en 1707, Antonio de Zernadas, siguió siendo solamente pregonero, al igual que en 1760 Antonio Pérez. La falta crónica de verdugos y la dificultad de su provisión en las principales localidades de vasconia se manifiesta también en el s. XIX. El 11 de mayo de 1881 fue agarrotado en Vitoria un personaje que durante una década había aterrorizado a toda la comarca, llegando a convertirse en leyenda, cuyo eco ha llegado hasta nuestros días, y popularmente conocido con el sobrenombre de El Sacamantecas: Juan Díaz de Garayo, alias el Zurrumbón. Para la ejecución pública de El Sacamantecas en el Polvorín vino el verdugo de la Audiencia de Burgos y cobró 115 pesetas y 90 céntimos.