Arquitectura

Torre de Munárriz

Munárriz

En la zona alta de Munárriz vemos el edificio civil más importante y caracterizado del lugar. Se trata de una torre de planta rectangular alargada, con tres alturas que alcanzan unos 14 metros de alto, y que sigue las características formales de un modelo muy bien representado en la Navarra media occidental. Entre las torres de este tipo podemos citar las de Etxauri, Elío, Otazu, Arteta, Ibero, Artázcoz, Izu o Aizpún. Su estado de conservación es bueno, merced a la restauración que llevaron a cabo entre 1990 y 1995 sus tres dueños de entonces, Joaquín Otazu, Javier Lecumberri y José Antonio Ilarregui.

La torre se levantaba en el interior de un muro de recinto de cierta altura, hoy parcialmente conservado, que muestra clarísimas trazas de haber servido de apoyo a construcciones interiores, que colmatarían parcialmente el patio, y que pudieron ser igualmente de piedra, o bien de paramentos más ligeros, como entramado o madera. La característica más destacada de este tipo de torre es la planta alargada, que favorece la distribución interior y la habitabilidad, para una misma superficie en planta. En el caso de Munárriz las dimensiones son de 11'30 x 6'08 m., que descontado el ancho mural (70 cm.) arroja unas dimensiones internas de 9'85 x 4'48, de lo que resulta una superficie interior aprovechable de unos 44 metros cuadrados, ciertamente apreciable. Esta superficie se mantiene en los dos pisos superiores, puesto que la anchura mural es constante, y la viguería no apoya en retallos o estrechamientos del muro sino en mechinales que apean los empujes directamente en los muros de carga. La estructura de madera es la original, con vigas y tablas de roble, y no quedan restos de tabicación interna que, caso de existir, habría sido muy somera y ligera. Una escalera de madera, procedente de la restauración, se aloja en el extremo norte de cada uno de los pisos.

Los muros se construyeron con una mampostería cortada en lajas planas y alargadas, aprovechando muy bien la fractura natural de la piedra del entorno más inmediato, que aflora en numerosos puntos y sobre el que la torre se apoya directamente. Tan sólo los sillares esquineros llevan una labra bien escuadrada y un tamaño apreciable, para compensar la endeblez de la mampostería de los paños.

La planta baja carecía de saeteras y ventanas, y habría sido totalmente ciega a no ser por la puerta, que se abre de forma centrada en el muro oriental. El hueco era original, aunque sólo se conservaban las piedras labradas de las jambas. Faltaban las dovelas, aunque en la reconstrucción se tuvieron en cuenta las trazas dejadas en el muro por las piezas que faltaban. Las fotografías antiguas dejan ver en esta planta un portón moderno abierto en el lado meridional, acceso que ha sido sustituido en la última restauración por una saetera, que imita fielmente la tipología de las aspilleras originales. Conforme a este carácter ciego y macizo, esta planta estaría dedicada al almacenaje de aperos, función habitual en este tipo de construcciones, aunque creemos que otras estancias como caballerizas y cuadras radicarían probablemente fuera de la torre, en los edificios secundarios que ocuparían el patio.

La primera planta del edificio constituiría la zona residencial por excelencia. En el lado meridional se abre una puerta alta original. Las fotografías de Julio Caro Baroja muestran que en el siglo XX este hueco había sido cegado, dejando tan sólo una pequeña ventana rectangular. Las piedras de enmarque de este vano habían sido reutilizadas para el portón moderno que se había abierto justamente debajo, y aunque faltaban las dovelas, en las propias fotografías puede verse claramente el trazado del primitivo arco. No hemos encontrado, sin embargo, restos de los apoyos para el patín exterior de madera que, sin duda alguna, tuvo que tener esta puerta alta.

El lado oriental esta abierto por una elegantísima ventana gótica, que hacia el interior va flanqueada por dos poyos o cortejadoras, instaladas en el ancho mural. La ventana es geminada, con dos arcos apuntados que enmarcan sendas tracerías trilobuladas. La rosca está ricamente labrada, y las enjutas muestran molduras triangulares superficialmente cinceladas. Aunque el cabezal que hoy se admira procede de la última restauración, en el interior de la torre se encuentra, muy roto y desgastado, el dintel original al cual fielmente se siguió. Si la finura de la labra nos anuncia la presencia de un taller hábil, que trabajó en toda la zona, el canon apuntado de los arquillos nos hace pensar en una fecha dentro del siglo XV, probablemente en su primera mitad. En el extremo noreste de este mismo muro se abre un ventanuco, situado a cierta altura, que parece haber sido abierto o agrandado en época tardía. Hay así mismo dos pequeños huecos cuadrados, que hasta la restauración fueron cuatro, y que pudieron ser en origen simples tragaluces, o bien tener alguna otra función más concreta. No en vano, debemos recordar que no hemos encontrado trazas de chimenea ni de salida de humos, por lo que pudieron constituir algún rudimentario sistema para evacuar el humo, puesto que nos encontramos en la sala residencial, que lógicamente habría que caldear. En el transcurso de la restauración se vio que las vigas tenían en esta zona una acumulación muy grande de hollín, aunque no mostraban restos de haberse calcinado por incendio de la estructura, lo cual podría confirmar esta teoría.

La segunda planta, tercera y última altura de la torre, va perforada en su muro meridional por una saetera, más otras tres que se abren en el muro oriental a intervalos regulares. Debemos decir, a propósito de las aspilleras, que mantienen un modelo coherente en todas las plantas. La abertura de disparo es corta y relativamente ancha, y el derrame interior relativamente constreñido, pudiendo decir que serían muy poco operativas desde el punto de vista poliorcético. El perímetro mural de esta planta se abre además por buen número de orificios cuadrados, destinados al desempeño de la función de esta última planta como palomar. Aunque su disposición general es un tanto caótica, sí que podemos ver algunos alineamientos bastante coherentes, que se corresponden con la existencia de cornisas de piedra al exterior, que obedecen igualmente a las necesidades de la cría de palomas. Desconocemos si en la Edad Media parte de estas cornisas exteriores y los orificios que las acompañan podían tener además la función de sustentar un cadalso defensivo, fijo o eventual, aunque lo que sí nos consta era que la cría de palomas, fuente fundamental de proteínas para los palacianos, era compatible con la funcionalidad defensiva de las torres.

Sobre la segunda planta se alza el tejado, que va sustentado por una serie de seis caballetes. Los pares marcan un ángulo bastante cerrado, poco más que ángulos rectos, con lo que la inclinación de la cubierta resulta muy acusada, tal vez de en torno a los 100º. Las cargas apean directamente en los muros perimetrales, siendo las ménsulas de piedra que hoy se observan procedentes de la restauración. La rigidez de la estructura, que deriva directamente de los modelos vitruvianos romanos, va asegurada por el tirante inferior, así como un pendolón vertical, en el que apoyan cuatro jabalcones, uno por lado. Se trata de una estructura atractiva y elegante, que da a la estancia prestancia y vistosidad. El cierre exterior de esta cubierta va conformado por lajas de piedra, sistema tradicional muy bien documentado en la comarca, y que en Navarra se remonta al menos hasta la alta Edad Media. Se trata de un material abundante en la zona, de fácil obtención, con gran durabilidad e impermeabilidad segura, siendo su único defecto el peso derivado del empleo de la piedra, que obliga a disponer estructuras muy resistentes. La cumbrera de este tejado se soluciona superponiendo una vertiente sobre la otra, quedando encima el paño que encara los vientos dominantes.