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SAN MILLÁN DE LA COGOLLA

Monasterio mozárabe adosado a la roca, del s. X, dos naves separadas por arquería de herradura y sepulcro del titular del s. XII. En el valle se alza el conjunto de construcciones de Yuso, del s. XVI. Retablo y Cristo del primer período gótico. Pinturas de Rizzi. Cámara abacial aislada. San Millán fue un importante centro de eborería cuyo producto conocido fundamental es el relicario que se decía contener restos del fundador y que en gran parte aún puede admirarse in situ. Fue elaborado por el maestro Engelram con ayuda de su hijo Rodolfo y de un discípulo llamado Simeón entre 1053 y 1068, recubierto de joyería, y desmembrado en el saqueo perpetrado por las tropas de la Francesada. Otras piezas se hallan en Bargello de Florencia, Museos de Berlín y Leningrado, Fundación Dumbarton Oaks de Washington, etc. Contienen una iconografía depurada, sumamente original, sin paralelo en el arte contemporáneo de Europa. Son de sumo interés las precisiones que dan J. E. Uranga y F. Iñiguez Almech en la obra Arte medieval navarro: «Tenemos que saltar a los marfiles del arca de San Millán de la Cogolla, encargada por García el de Nájera, en 1053. Los reyes retratados en ella son su hijo Sancho el de Peñalén y su esposa Placencia («divae memoriae Placentiae regina», se lee sobre su retrato), terminada para el estreno de la nueva iglesia de Yuso (desaparecida) coetánea de Nájera, y que van acompañando a las figuras de cuantos intervinieron en los marfiles; los maestros, Engelran y su hijo Rodolfo («Engelram magistro et Redolfo filio»), germanos o renanos a buen seguro; «Apparitio scolastico»; «Ramimirus rex» que debe ser el hermano de Sancho, señor de Calahorra (1062); «Munio procer»; «Gomesanus prepositus»; «Petrus abba»; «Munius ads (sic) ecclesia»; «Blasius abba huius operis effector»; «Munio scriba politor suplex»; otra con colmillos de marfil llevados a hombros (sin el letrero, «Garsias... Vigilanus negotiator, Petrus col. college omnes»), repartidos entre los museos de Leningrado, Berlín, Nueva York, Florencia y la Cogolla, empotrados los últimos en una moderna gran arqueta de plata que pretendió sustituir con bastante feo gusto a la enchapada de oro, con figuras repujadas, nielados y cabujones, descrita con tal minuciosidad en las «Fundaciones», de Sandoval, que permitió la reconstitución esquemática. Se trata de placas grandes de marfil, relatando paso a paso la vida de San Millán escrita por San Braulio. Su origen renano hace las tallas semejantes al arca de San Juan y San Pelayo, en San Isidoro, también sin las chapas de oro y donada por Fernando I y Sancha en 1059. Exagera el fino rayado acentuando pliegues, que ha de pasar a la escultura, y su realismo está lejano del bizantinismo triunfante por las figuras semiabstractas de León. Lo asombroso en los marfiles de San Millán consiste no tanto en su novedad como en la total adaptación al ambiente, por tal manera que si desconociéramos sus nombres, tan expresivos, preservados por auténtico azar, sería difícil o imposible haberlos deducido. Estas asimilaciones del exterior al interior y de lo propio a lo extraño, sí que son dignas de cuenta en el primer gran estilo internacional cristiano de la Europa occidental. Debieron tallar las escenas sobre modelos dibujados o miniados; así pueden razonarse ciertos forzamientos y aún anomalías en posturas de pies y piernas, que no pisan y se retuercen; los pliegues de paños, geometrizados hasta las espirales en algún caso; los plumeados, usados de modo constante para destacar los pliegues, cuando les interesa; los encuadramientos de las escenas, unas veces decorativos y arquitectónicos, otras como verdaderas decoraciones teatrales, construidas con madera o cartón recortados, de las cuales cuelgan trapos o valen de soporte, o de aislamiento, para que sea más vivo lo narrado. Parecen importadas las fantásticas arquitecturas de fondo, sobre los arcos, repletas de galerías, cubiertas pendientes y cúpulas, todo recubierto de losas como escamas, y en esto afines a la «Caja de las Bienaventuranzas, de León» (Museo Arqueológico Nacional), confirmando la idea de aportación forastera; pero son hispanas el resto de las arquitecturas: arcos trilobulados, capiteles de hojas califales, alfices o recuadros en los arcos rellenando de hojillas los espacios libres, puertas y ventanas en herradura, monstruos abundantes enroscados como serpientes y diablos alados y cornudos horrendos, heredados de la fantasía islámica y de los «Beatos» mozárabes, porque antes no los hay (E. Mále): todo, importado y autóctono, destacado en fecha tan temprana (1053) como comienzo, es profuso después en el románico; lo que también acaece con el tipo narrativo, de calidades todo lo expresivas y gráficas posibles de alcanzar, aunque sea con desprecio de la proporción y de las leyes más elementales de composición y representación. Valgan como ejemplos: el demonio riéndose de San Millán, por tener mujeres consigo, sobre todo la figura del Santo, sentado, y la mujer detrás, que apenas alcanzaría su cintura cuando se levantase; las enormes manos, representación de Dios; las mesas de frente, como volcadas; el enorme báculo, el cáliz, todavía mayor; los caballicos, que parecen de juguete, y contrastan con el colmillo de marfil, digno de un monstruo antediluviano. Por lo demás importa mucho la serie de trajes, tanto masculinos como femeninos y eclesiásticos, cascos, rodelas, celadas, lorigas de malla, espadas, hojas de puerta y ventana, camas, candeleros, cruces, ... Por cierto que, para una sirvió de modelo la mozárabe del monasterio. Como representaciones importantes hallamos el Cristo Majestad dentro del nimbo almendrado, con libro y bendiciendo, sentado en su trono; forma completamente creada, repetida en un portapaz leonés. Desapareció el «Tetramorfos», representación clásica y simbólica de los Evangelistas; también tallado en el arca de San Juan y San Pelayo». Citemos también el importante scriptorium de San Millán donde se produjo una simbiosis de lo carolingio, lo peninsular y elementos nórdicos o centroeuropeos. En él se produjo el «Códice emilianense» (994), obra de Belasco, que imita las miniaturas de Vigila, artista de Albelda. No se llega a la genialidad de Vigila pero se ahonda en características de gran originalidad como en la copia del «Códice Albeldense» del 944 o en el posterior «Liber Comitis» de 1073.-A. A. A.