Concepto

Religión

Etimológicamente, la palabra "protestante", que fue utilizada por primera vez en 1529, durante la Dieta de Spira, tiene su origen en la "protestatio" (del latín pro testare: testimoniar a favor) que en el vocabulario jurídico del siglo XVI significaba realizar una declaración pública e imperativa por la que, invocando un derecho anterior, el querellante se alzaba contra la nueva legislación. Este fue el sentido que se dio a la actitud de los primeros protestantes que, rechazando la relajación de costumbres, la podredumbre jerárquica y las tradiciones tergiversadas de la Iglesia de Roma, hacían valer el derecho de los fieles a retomar a una religión más interiorizada e individual. A partir de 1600 y hasta nuestros días, la palabra protestante ha tenido un significado algo diferente y se ha utilizado para designar una actitud de protesta, más o menos beligerante, contra el catolicismo romano.

Se ha vertido mucha tinta tratando de explicar cuáles habrían sido las posibles causas que, en el siglo XVI, provocaron la ruptura entre una parte de la cristiandad y el Papado.

Durante varios siglos se mantuvo la tesis que culpaba del cisma a los abusos y corrupción de la Iglesia. Más tarde prevaleció la teoría marxista que descubría motivaciones económicas entre las principales causas de la Reforma. Hoy vemos que todo era mucho más complejo, y que la fractura de la cristiandad venía gestándose desde mucho tiempo atrás.

Fue la respuesta de una sociedad más urbanizada y más laica que emergía de una era de adversidades, cuando pareció que el mundo se iba a acabar. A partir del traslado del papado a Avignon, en 1309, los tiempos del Apocalipsis se apoderaron de la cristiandad. La Guerra de los Cien Años, en siniestra combinación con la Peste Negra, habían aniquilado a dos terceras partes de la población europea, mientras tanto el peligro turco se hacía cada vez más amenazador por el Mediterráneo y los infieles atacaban la frontera oriental del Sacro Romano Germánico Imperio.

En esta atmósfera de pánico, el hombre se sintió abrumado por el peso de sus pecados. Tanta calamidad tenía que proceder de un castigo divino. Para conseguir la misericordia de Dios y alcanzar la salvación eterna el hombre tenía dos opciones. Adquirir méritos con su actos: plegarias, buenas obras e indulgencias. O recurrir a la doctrina de la justificación por la fe: a pesar del pecado original, Dios es Padre antes que Juez, y por el sacrificio de su hijo, prometió salvar a la humanidad.

Para las masas cristianas, aterrorizadas ante la idea de que su propia perversidad podía arrojarlas al fuego eterno, la tesis teológica de la justificación por la fe, y no por las obras, resultaba más tranquilizante. Los nuevos fieles de las postrimerías del siglo XV, gracias al descenso del analfabetismo y al descubrimiento de la imprenta, podían leer los Evangelios. Esto les liberaba del sometimiento mediador de los clérigos y les permitía vivir menos aferrados a la práctica de los sacramentos, ya que la Palabra de Dios se manifestaba en ellos de forma individual, mediante la interpretación personal de las Escrituras. Y esto inquietaba profundamente a la Iglesia de Roma que veía peligrar su monopolio.

El detonante de la ruptura se produjo en Alemania, que, según opiniones autorizadas, era en aquel momento el país más cristiano de Occidente. Todos los años el Papa enviaba equipos de predicadores a recorrer Europa para vender a los fieles las bulas de las indulgencias. A cambio de dinero, el Sumo Pontífice entregaba porciones de los méritos atesorados por Jesucristo, la Virgen y los santos para que los cristianos pudieran beneficiarse de ellos en su laborioso proceso de salvación.

El tema de las indulgencias se había convertido en un negocio de proporciones gigantescas. Roma necesitaba cada vez más dinero. Su avidez no conocía límites, sobre todo desde que los Papas habían iniciado la construcción de la majestuosa (y carísima) Basílica de San Pedro. Muchos cristianos se encontraban escandalizados.

El 31 de octubre de 1517, Martín Lutero, monje agustino de 32 años, que desde joven sentía una extraña fascinación por la Biblia, envió al arzobispo de Maguncia, máxima autoridad religiosa de Alemania, 95 tesis contra las indulgencias. La imprenta difundió el texto por toda Alemania. El éxito de su contenido fue total. Lutero fue llamado a Roma por el Papa, pero no acudió. Nuevos textos, que ya en sí mismos constituían un proyecto de Reforma, salieron de la inagotable pluma de Lutero.

Asustado ante el inesperado desarrollo de los acontecimientos, el emperador Carlos V ordenó quemar las obras de Lutero, pero éste, poco después reunió las cartas del Papa y los libros de teología en una pira y los convirtió en cenizas. Con este acto, empezó a tomar cuerpo la ruptura de la cristiandad. Carlos V convocó la Dieta Imperial en Worms durante el invierno de 1520, en un desesperado intento por frenar la escalada reformista, pero ya era tarde, y con inusitada rapidez, el movimiento protestante se extendió por Europa.

Alemania, excepto las regiones del Sur, Suiza, Hungría, los Países Bajos, Escandinavia, Inglaterra y Escocia y el Sudoeste y centro de Francia fueron las regiones donde triunfó la Reforma. La Europa del Sur (Portugal, España e Italia), el norte de Francia, Bélgica, Austria, Checoslovaquia, Polonia, permanecieron fieles al Papa.

Líderes reformadores surgieron por doquier, la mayoría estaban de acuerdo en lo esencial: la Iglesia necesitaba un cambio en profundidad, aunque no coincidían en la manera de abordarlo. Pero hubo también un protestantismo radical que no se contentaba con reformar la Iglesia, sino que predicaba su destrucción, para volver a reconstruirla desde los cimientos. Estas sectas, de carácter milenarista y comunitario, chocaban entre ellas y con las demás confesiones. Las guerras de religión, con su inevitable cortejo de muerte y destrucción, agitaron Europa e hicieron evidente el fracaso de la Reforma Unitaria de la cristiandad.

Durante un primer período, la Reforma se fue articulando en Francia alrededor de dos ejes, el evangelismo del grupo de Meaux y el luteranismo. Más tarde surgió el calvinismo que, absorbiendo las otras corrientes, se extendió por todo el reino.

A los protestantes franceses se les llamó hugonotes, palabra que, según unos autores tiene su origen en el término alemán "Eidgenossen", que significa confederados, y según otros deriva del apelativo "Hugo" porque los primeros reformados de París se reunían cerca de la estatua de Hugo Capeto.

Cuando comenzaron a llegar a Francia las ideas de Lutero, ya se había formado el círculo de Meaux, así llamado porque tenía su sede en esta ciudad, próxima a París. Este movimiento perseguía también la reforma de la Iglesia y giraba en torno a dos interesados personajes, el obispo de Lovede, Guillaumme Briqonnet, que también era abad de Saint Germain des Prés, y su Vicario General, Jacques Lefèvre d'Etaples, filólogo sobresaliente y experto en lenguas muertas. Con su labor, el grupo de Meaux pretendía dar a conocer las Sagradas Escrituras a clérigos y laicos, para que mejoraran sus conocimientos sobre las verdades de la fe. Para ello habían iniciado la traducción del Antiguo Testamento al francés.

En 1521, una mujer extraordinaria, Margarita de Angulema, hermana de Francisco I rey de Francia, fue a Meaux para estar más cerca de su marido, el duque de Alençon que combatía contra los imperiales en Mezieres, y entró en contacto con el obispo Briçonnet y su grupo. Allí se inició en el estudio del simbolismo neoplatónico sobre la base de la reinterpretación de las Sagradas Escrituras. Entre el obispo Brigonnet y Margarita surgió una amistad que se prolongaría durante toda su vida.

El duque de Alençon murió en abril de 1515, como consecuencia de las heridas recibidas en la batalla de Pavia, y dos años después Margarita se volvió a casar con Enrique II de Albret, conde de Béarn y rey legítimo de Navarra, llamado el "Sangüesino". Por su matrimonio con la hermana del rey de Francia, Enrique II confiaba en recuperar su reino.

La marcha de Margarita a Nerac, sede de la corte de sus nuevos estados, tuvo consecuencias desastrosas no sólo para el círculo de Meaux, sino para todas las corrientes reformistas. Alejado de la benéfica influencia de su hermana, Francisco I fue abandonando su política de tolerancia. Una serie de medidas reales facultaron a los parlamentos regionales para reprimir el delito de herejía. En 1525, el parlamento de Burdeos, basándose en un informe de la todopoderosa Sorbona, abrió un proceso a Briçonnet; al año siguiente fueron prohibidas todas las traducciones de la Biblia al francés. El fanatismo antirreformista se intensificó.

La violencia desatada en Alemania a causa de las llamadas "Guerras de los campesinos" que fueron de una crueldad inusitada, convencieron a Francisco I de que había que tener mano dura con los hugonotes, y un poco por doquier, empezaron a arder las hogueras en Francia. Los estados de Margarita se convirtieron en el refugio de todos los "malpensantes de la fe". Briçonnet, Lefèvre d'Etaples, Arande Marot y otros reformadores se instalaron en Nerac.

En 1530 la Sorbona quiso condenar como luterana el Espejo del alma pecadora, obra literaria de Margarita; Francisco I intervino y el proceso no se llevó a cabo, pero la pequeña corte de Navarra empezó a ser considerada como el núcleo más meridional de la Reforma. En 1534 Calvino, que desde antes mantenía contacto epistolar con Margarita, se trasladó a Nerac para entrevistarse con ella. Sostenían dos posturas diferentes frente al problema de la Reforma; la reina era partidaria de conciliar las corrientes reformistas con el catolicismo romano. Calvino apostaba por la ruptura, y al volver de Nerac, renunció a sus beneficios eclesiásticos y se separó de Roma.

En aquel momento, el futuro gran reformador estaba organizando comunidades evangélicas por toda Francia y los estados de Navarra eran el trampolín ideal para iniciar la ideologización a la causa protestante de la católica España. Calvino deseaba continuar la relación con Margarita a quien su hermano, cada vez más radicalizado en contra de los hugonotes, soportaba en sus veleidades pro-reformistas. Pero con el tiempo las relaciones entre la reina navarra y el reformador se enfriaron, posiblemente, como opina el autor Jon Oria, a causa de la protección que Margarita brindó en Nerac a los dirigentes de una secta mística, los "libertinos espirituales", que por sus desórdenes sexuales habían sido expulsados de Ginebra por Calvino.

La tolerancia de Margarita le impedía hacer distinciones y todos los proscritos por motivos de fe eran acogidos en su pequeño reino. Si su obra Espejo del Alma Pecadora, extraordinariamente difícil de interpretar, fue considerada herética por la Sorbona, la creación literaria de Margarita más conocida, El Heptamerón, simboliza mejor su actitud frente a la existencia; unas lluvias torrenciales aislan a un grupo de viajeros que volvían de unas termas del Pirineo, y en su refugio, cuentan entretenidas historias para hacer más amena su incomunicación. Del mismo modo, en medio de una Europa ensangrentada por las guerras de religión, los estados pirenaicos de Margarita podían equipararse a un pequeño oasis, hasta hacer exclamar a alguno de los proscritos allí refugiados: "Este exilio es más dulce que la miel".

A pesar de que el confesor de la reina navarra, Gerard Roussel, obispo de Oloron, ha sido considerado como uno de los primeros apóstoles de la fe reformada en Iparralde, Margarita no llegó nunca a romper oficialmente con el catolicismo. Su postura frente a la Reforma es equiparable a la de Erasmo de Rotterdam, con el que mantuvo correspondencia. Aunque es indudable que, durante su reinado, los grupos evangélicos refugiados en Nerac ejercieron un activo proselitismo por los territorios de Iparralde, especialmente en Lapurdi, desbordando en algunos casos los límites de la frontera con la monarquía española.

Esta fue una de las razones que adujeron para separar los arciprestazgos guipuzcoanos (entre ellos el de Fuenterrabía) que todavía pertenecían a Bayona, y que pasaron definitivamente a la diócesis de Pamplona en 1566. Las noticias no son muy abundantes, pero sabemos que ya en el primer tercio del s. XVI, los protestantes se reunían en Bayona cerca de la catedral, en la rue Poissonerie, en una bodega de la casa D'Hiriarte, bajo la dirección espiritual del pastor Salon. Había otra floreciente congregación reformada en Hastingues, administrada por el propio Salon, y otro pastor, Lafitte. También en Soule existían pequeñas comunidades protestantes, aunque a veces eran objeto de la violencia de sus enemigos, más intransigentes que en Lapurdi.

En 1550, Gerard Roussel el obispo de Oloron había enviado a su vicario general Aymerici a Mauleon indulgencias, y un jauntxo local, Pierres de Maytie, le atacó a golpes de hacha. Aymerici consiguió escapar ileso. Pero cuando, poco tiempo después, el propio Roussel fue a Mauleon y dio un sermón contrario a la invocación a los santos, Pierres de Mayte, esgrimiendo nuevamente su hacha le hirió en la cabeza.

En 1547, Margarita de Navarra, abandonada por su marido que, a su vez, se sentía traicionado por Francisco I, que no había hecho nada para ayudarle a recuperar sus territorios peninsulares, se retiró al castillo de Odos, en Bigorre. Con el tiempo su obra se había ido tiñendo de una suave melancolía, y alejando de las polémicas que crispaban a su tiempo. Ese mismo año, en el castillo de Rambouillet fallecía su hermano, Francisco I, y heredaba el trono el hijo de éste, Enrique II, que poco tiempo después instauraría la llamada "Cámara Ardiente", tribunal especial, que usando métodos inquisitoriales, fue utilizado contra los hugonotes y otros grupos disidentes, políticos o religiosos considerados peligrosos para el Estado.

Una segunda fase, en la política de represión religiosa se había iniciado en Francia. Margarita de Navarra, preocupada y desalentada, ya no podía ejercer ninguna clase de influencia sobre el nuevo rey francés, su sobrino. Dos años después, el 21 de diciembre de 1549, murió en Odos de Bigorre. En 1549, el mismo año de la muerte de Margarita de Navarra, comenzaron las persecuciones de hugonotes en Lapurdi y Soule. Se incoaron muchos procesos, y por los nombres de los encausados podemos ver que la fe reformada había prendido en el estamento superior de estas comarcas. Clérigos como Arnaud de Belzunce, nobles como Joan de Orguirreberri, intelectuales como Arnaud Diriart o Enecot d'Esponda, figuran entre los procesados de esta etapa. Algunos fueron condenados a pagar fuertes multas, otros a penas de azotes o incluso a galeras, y aunque ninguno pereció en el brasero, todos fueron obligados a adjurar de la fe reformada. Pese a ello, hay constancia documental de la existencia de una iglesia protestante en Bayona, en 1565, al frente de la cual se encontraba el pastor Martín, cuando las guerras de religión ya arreciaban en Francia.

A los seis años de la muerte de Margarita, en 1555, falleció su marido, Enrique II el "Sangüesino". La heredera de sus estados era Juana, la hija única de la pareja, nacida en 1529.

Por imposición de su tío, Francisco I, Juana se había casado con el duque de Cleves en 1540. Con sólo 12 años y enfrentándose a todos pidió, y consiguió,la anulación papal de una boda forzada y volvió a casarse, esta vez con Antonio de Borbón, duque de Vendôme. A pesar de que se le han atribuido simpatías reformistas tempranas, a causa de su educación por preceptores inclinados a la fe protestante, lo cierto es que solamente cuatro días después de su coronación en 1555, Juana de Albret, a solicitud de sus estados, dictó una serie de normas tendentes a "extirpar y echar de sus Países, Tierras y Señoríos, toda secta herética para la conservación de la fe católica".

Pero poco tiempo después Juana se iría dejando ganar por la fe reformada. Entre 1555 y 1557, clérigos de tendencia claramente protestante predican con toda libertad en las iglesias de sus estados. Pedro David, en Agen, difunde desde el púlpito el Evangelio, pero el obispo de Burdeos lo excomulga. Al dejar la diócesis, se refugia en Béarn y Antonio de Borbón le protege y le nombra predicador oficial de la casa de Navarra. Este es el primer acto "oficial" de adhesión a la Reforma de los soberanos navarros, que durante varios años mantendrán una posición ambigua oscilando entre las medidas represivas contra los hugonotes y los actos simbólicos de tolerancia hacia la fe reformada. A esto hay que añadir que, para el año 1558, todas las diócesis de sus estados están ocupadas por prelados inclinados a la condescendencia, o incluso, que mantienen actitudes favorables hacia los protestantes.

En enero de 1558, cuando se encontraban en La Rochelle de paso hacia París para asistir a la boda del Delfín con María Estuardo, los reyes navarros estuvieron presentes en un acto evangélico dirigido por su predicador, Pedro David. Esto escandalizó al soberano francés, Enrique II, el cual les amenazó con enviar un ejército al mando del duque de Guisa y pasar a sangre y fuego sus estados por causa de herejía. Juana de Albret, temerosa de una reacción por parte de Francia, vuelve a tomar medidas contra los protestantes, pero Antonio de Borbón cada vez se acerca más a los reformados; aconsejado por el pastor Simón Brossier y respaldado por el propio Calvino, el 23 de marzo de 1559, día de Pascua, toma parte en un acto evangélico confirmando así su adhesión a la Reforma.

Dos años después, por consejo de su canciller, Amaury Bouchard y del príncipe de Condé, que se encuentra en Nerac, hace venir de Ginebra al teólogo hugonote Teodoro de Beza. La reina se dejó influir por Beza, y sus resistencias espirituales a abandonar el catolicismo van cediendo. Finalmente, en la noche de Navidad de 1560, en un acto evangélico celebrado en Pau, Juana de Albret abjuró de la religión católica y se adhirió a la Reforma. Antonio de Borbón, instigado por su propia ambición, inició entonces unos sucios manejos para, apoyado por Felipe II, despojar a su esposa del reino por causa de herejía, y pasar de rey consorte a rey legítimo de Navarra. Claro que antes tenía que volver al seno de la Iglesia Católica, lo cual no parecía un grave obstáculo, pues en ello estaba cuando le llegó la muerte, en 1562 durante el sitio de Rouen.

Mientras tanto, la fe reformada se extendía por las tierras del Béarn y la Baja Navarra y en enero de 1563, la reina Juana escribió al Consistorio de Ginebra pidiendo "excelentes personas que, con integridad de religión, piedad y buenas costumbres, sean también dotadas en saber, experiencia y dirección para el Consejo, la administración de justicia y la policía de las iglesias". La carta fue entregada personalmente a Calvino por Enecot d'Esponda, secretario de Juana III. Un grupo de navarros y bearneses qua ya se encontraban estudiando en Ginebra, Carriere, Clavel, Gaillard, Martel y Rostolon fueron los primeros pastores enviados por Calvino para satisfacer la petición de la reina. Sobre esta base, el 14 de marzo de 1563 fue convocado el Primer Sínodo de Pau, que puede considerarse como el origen de la reorganización eclesiástica protestante en los estados de Juana de Albret.

Consciente de la importancia de las Sagradas escrituras, pues en ellas estaba, para los ideólogos de la Reforma, la "Verdad Revelada", Juana de Albret percibió la necesidad de traducirlas al euskera, lengua hablada por gran parte de sus súbditos, para que éstos pudieran tener acceso a la "Palabra de Dios". En el segundo sínodo de Pau, en septiembre de 1563 se encargó a Joannes de Leizarraga o Liçarrague trasladar a la lengua vasca el Nuevo Testamento.

Leizarraga había nacido hacia el año 1506 en el pequeño pueblo de Briscous (Berascoitze) en Lapurdi. Se sabe muy poco de su vida. Era ya sacerdote, aunque no es conocido el lugar donde se ordenó, cuando a causa de sus ideas favorables a la Reforma, tuvo que huir de Lapurdi y refugiarse en los estados de Juana de Albret. Notable filólogo, Leizarraga además del euskera, conocía el francés, el castellano, el latín y el griego. En 1567 le fue encomendada la iglesia de Labastida y allí ejerció de pastor hasta su muerte, acaecida posiblemente en 1601.

Leizarraga fue capaz de sortear los innumerables obstáculos que planteaba la lengua vasca, con sus infinitas variantes dialectales, y fijarla, lo mismo que hizo Lutero con el alemán, que adolecía del mismo problema. El dialecto labortano es el sustrato lingüístico utilizado, pero también incluye formas idiomáticas de otras regiones, y préstamos latinos y griegos inevitables, según el criterio de la época, en cualquier obra culta. Para realizar su tarea, Leizarraga no estuvo solo; contó con un equipo de cuatro colaboradores, versados en diferentes dialectos del euskera. Conocemos sus nombres: Sanz de Tartas, Joan de Etcheverry, Pierres de Landetcheverry y Tardets.

El Nuevo Testamento en lengua vasca de Leizarraga fue publicado en 1571, en la imprenta de Pierre Hutin, de La Rochelle. En esta misma imprenta fueron editados otros importantes libros reformados, muchos de los cuales desaparecieron durante las guerras de religión. Leizarraga dedicó su obra a Juana de Albret, y esto ha movido a algunos autores a afirmar que la reina pagó este trabajo con su pecunio particular. Sin embargo, por las actas del sínodo de Pau de 1567, se puede comprobar que fue subvencionado por el Consejo Eclesiástico que administraba sus estados, aunque es indudable el interés demostrado por Juana de Albret para hacer llegar las escrituras a todos sus súbditos. También por su mediación, Arnaud de la Salette fue encargado de traducir los Salmos, y el catecismo de Calvino al bearnés.

Calvino, a instancias de Juana de Albret, envió a Pau a uno de sus más fieles colaboradores, Jean Raymond Marlin. A él le encomendó la reina la tarea de reorganizar la iglesia de sus estados para proceder a la introducción del culto reformado.

Marlin, profesor de hebreo, tenía una personalidad violenta e intempestiva. Le animaba un profundo celo religioso, teñido de fanatismo. Quería resultados rápidos e implicó a Juana de Albret en su dinámica furiosa. En junio de 1563, por imposición de Marlin, la reina tomó una serie de disposiciones francamente impopulares entre ellas suprimir las procesiones del Corpus Christi. Un mes después, siguiendo los cánones de la liturgia protestante, ordenó retirar todas las estatuas e imágenes de santos de la catedral de Lascar. En septiembre se convocó un nuevo sínodo en Pau, presidido por Marlin. En él, además de tratarse distintos aspectos de la disciplina eclesiástica, volvía a insistirse en "que toda idolatría fuese abolida en el país".

Ante la indignada población, continuó el proceso de iconoclastia. Ese mismo mes, llegó un breve del papa Pío IV por el que se concedían a la reina seis meses para personarse en Roma ante el Santo Oficio, pues, en caso contrario "Nos la declaramos inhábil para conservar el reino de Navarra y el principado de cualquier Estado, de cualquier dominio, el que sea". Esto podía dar pie a otro príncipe católico (y Felipe II rondaba por el contorno) para apoderarse de los estados de Juana de Albret, amparándose en la herejía de su titular. La reina no hizo caso de esta amenaza.

En 1565 empezó a funcionar un Consejo Eclesiástico, formado por doce miembros que se reunían periódicamente, bajo la presidencia de la reina o de su delegado en el castillo de Pau, y cuya misión consistía en administrar los bienes de la Iglesia y atender las cuestiones materiales de las congregaciones. Con el tiempo, se convirtió en órgano todopoderoso del clero reformado.

Juana de Albret pasó una larga temporada en la corte de Francia, preparando los matrimonios de sus hijos y atendiendo otros aspectos de política familiar. Al volver, su celo por la Reforma se había redoblado y dictó una nueva serie de ordenanzas contundentes que limitaban de forma dramática la libertad religiosa de los católicos romanos y tampoco satisfacían a la mayor parte de los protestantes. Por orden de la reina: se prohibía la venta de juegos de cartas y dados, los bailes públicos quedaban reglamentados y las "mujeres públicas" eran expulsadas del país, así como los pobres mendicantes. Esto en el ámbito social. En el terreno de lo religioso: se prohibían las procesiones públicas, llevar en público cruces, estandartes y hábitos, que quedaban relegados a los conventos. Las imágenes y otros "signos de idolatría" que todavía se conservaban, debían ser retiradas inmediatamente de las iglesias. Pero la medida que más indignó a sus súbditos fue la relacionada con los sueldos de los ministros (que recibirían 300 dineros o liberak si estaban casados y 200 si eran solteros) y el alojamiento de éstos en viviendas gratuitas.

El primer levantamiento popular se produjo en febrero de 1567 en Nerac; el pueblo intentó impedir la destrucción de las imágenes. Los sublevados procuraron recabar la ayuda de Francia y urdieron un complot para derrocar a la reina, pero una denuncia hizo fracasar su proyecto. En 1568, la aplicación de las Ordenanzas Eclesiásticas en Baja Navarra y Soule provocó un nuevo levantamiento. El duque de Luxe, gobernador de Mauleon, se puso al frente de la sublevación, a la que se unieron algunos nobles, como los señores de Domezain, Etchauz y Armendariz. En ese momento arreciaba la segunda de las ocho terribles guerras de religión que asolaron Francia entre 1559 y 1598, y los rebeldes pidieron ayuda al rey francés, Carlos IX, enemigo de los hugonotes, que acababa de firmar el Edicto de Saint Maur (26.9.1568) por el que no reconocía en su reino más que la religión católica romana. Pero el rey de Francia, inmerso en una nueva contienda, no podía embarcarse en aventuras de ese calibre fuera de sus estados.

Imprudentemente, Juana de Albret marchó a La Rochelle acompañada por su hijo y heredero, Enrique, para asistir a un multitudinario acto protestante. Este hecho sirvió de excusa a Carlos IX para decretar el embargo de los bienes de la reina en Francia. Apoyándose en la contumaz herejía de Juana, el 15 de octubre, el parlamento de Toulouse expidió una orden por la que el rey francés tomaba "bajo su protección" los estados de Bigorre, Béarn y Baja Navarra.

En enero de 1569, en el condado de Foix estalló otro levantamiento antiprotestante. La situación se agravó con el asesinato, en marzo, del príncipe de Condé, jefe del partido hugonote francés, y hermano del difunto Antonio de Borbón, que fuera marido de Juana de Albret. Con el consentimiento del rey de Francia, un ejército al mando del duque de Luxe, ocupó Béarn y Baja Navarra.

La guerra se extendió por todos los estados de la reina. El pueblo exacerbado por la dureza de las medidas aplicadas por Juana para implantar la Reforma se federó con la nobleza insurrecta. En todas las posesiones de la reina entre la población aparentemente cristianizada pervivían importantes vestigios de una mentalidad animista que había adoptado a los santos, como divinidades menores, dentro de su particular código de creencias. El empeño de Juana de Albret, instigada por sus asesores calvinistas, en retirar las imágenes de los santos de todos los centros de culto fue muy mal tolerado. La violencia con que estas medidas fueron aplicadas desencadenó la revuelta. Se cometieron excesos por ambos bandos.

Ante la gravedad de la situación la reina pidió ayuda a Gabriel de Lorges, conde de Montgómery, mercenario de la guardia escocesa del recién fallecido Enrique II de Francia. El 10 de julio de 1569 firmó en La Rochelle su nombramiento de comandante en jefe. Juana de Albret vendió sus joyas para obtener fondos con los que pemechar al ejército de socorro. La expedición de Montgómery actuó con una ferocidad inusitada. Quince días le bastaron para que la reina recuperara la soberanía de sus estados. Atravesando Lauragais y Comminges llegó a Béarn destruyendo y sometiendo a pillaje todo lo que encontraba a su paso. A una reacción de los efectivos católicos que arrasaron Sauveterre-de-Béarn, Montgómery contestó invadiendo Orthez y asaltando la catedral de Lescar, donde las tumbas de los reyes de Navarra fueron abiertas y arrojadas al fuego las reliquias de los santos. La abadía benedictina de Lucq-de-Béarn fue destruida y las masacres de católicos se multiplicaron.

Para dar refrendo legal a esta situación, el 28 de enero de 1570 se publicó una real orden de 19 artículos por la que se prohibía el culto católico romano. Muchos sacerdotes de las diócesis fronterizas, en algunos casos seguidos por parte de su feligresía, se refugiaron en Aragón y en la Alta Navarra. Otros muchos fueron obligados a apostatar. En abril de 1571 Juana de Albret marchó de nuevo a Rochelle, que continuaba siendo el principal foco protestante de Francia. Le acompañaba su hijo Enrique y juntos asistieron al Sínodo General de las Iglesias Reformadas de Francia, presidido por Teodoro de Beza. Al volver a sus estados, la reina convocó un nuevo Sínodo en Pau, en octubre de 1571. Mientras las peticiones de la población católica eran desoídas, Juana de Albret empleaba toda su energía en mejorar el funcionamiento de la Iglesia reformada, supervisando personalmente las conclusiones sinodales.

La eterna regente de Francia, Catalina de Médicis, en un intento de anular parte del poder protestante, proyectó, de acuerdo con su hijo Carlos IX, y con los todopoderosos Guisa, jefes del partido católico, casar a Margarita, su penúltima hija, con el príncipe Enrique, futuro rey de Navarra. A Juana de Albret no pareció repugnarle la idea ya que, dada la desgraciada constitución física de los hijos varones de Catalina, había muchas posibilidades de que murieran sin descendencia y entonces a su hijo Enrique, como sobrino nieto de Francisco I, le correspondía heredar el trono de Francia. Juana, Enrique y un nutrido grupo de cortesanos se pusieron en camino hacia París. El 11 de abril de 1572 se firmó en Blois el contrato de matrimonio.

A los pocos días de haberse instalado en la corte de Francia, Juana se sintió indispuesta y murió rápidamente. Se ha acusado a Catalina de Médicis de ser la instigadora de esta muerte. No hay nada probado, aunque la reina navarra se puso mal al poco de entrevistarse con Renato, el perfumista italiano de Catalina, y por los síntomas descritos muy bien podría tratarse de un envenenamiento a la "manera florentina". A pesar del fallecimiento de Juana de Albret, el enlace entre su hijo Enrique III de Navarra y Margarita de Valois se celebró el 18 de agosto en la catedral de Nôtre Dame. El novio, por su calidad de hugonote, no entró en el templo y la pareja recibió la bendición nupcial sobre un estrado colocado frente al pórtico. El pueblo de Paris admitió mal esta boda y los predicadores atizaron su furia con encendidos sermones en contra de la "plaga herética".

Cuatro días después, el almirante Coligny, miembro del Consejo del rey, moderadamente partidario de los protestantes, fue asesinado. Detrás del crimen estaba el clan de los Guisa, jefes de la Liga Católica. Los hugonotes se indignaron. Carlos IX intentó calmar los ánimos. Catalina, aconsejada por su camarilla de italianos, los Guisa y su hijo menor, decidió armar a la guardia burguesa y eliminar el peligro de la insurrección hugonote masacrando a esta incómoda minoría. En la tarde del 23 de agosto, día de San Bartolomé, se cierran las puertas de París y al anochecer comienza la matanza. El pueblo se suma a la guardia burguesa en su macabra tarea. Sólo los príncipes de sangre quedan excluidos, los Navarra (Enrique III) y los Condé, porque Catalina pide que se respeten sus vidas. Tres días dura la carnicería que, en París, se salda con un balance de casi 3.000 hugonotes asesinados.

Luego la matanza se extiende a otras regiones de Francia. En octubre se producen motines contra los hugonotes en el Midi, pero en Iparralde no hay constancia de tumultos. El gobernador de Bayona, Adrian de Aspremont, cuando recibe la orden regia de proceder al exterminio de los reformados, dice no poder cumplirla porque "en esta buena ciudad de Bayona no he encontrado ni un solo verdugo entre mis ciudadanos".

Enrique III de Navarra, desde su matrimonio con Margarita de Valois, vivía en calidad de semi-rehén en la Corte de Francia. Atemorizado por los sucesos de la "Noche de San Bartolomé", no tardó mucho en abjurar de su fe y promulgar un Edicto restableciendo la religión católica romana en sus estados.

Ante esta situación, el Consejo del Reino de Navarra asumió el poder, oponiéndose a las órdenes que llegaban de París. El rey convocó los Estados Generales de Navarra y Béarn el 21 de diciembre de 1572, y encargó al señor de Bidache, conde de Gramont, que se cumpliera la orden, sancionada por el Edicto de restablecimiento del culto y devolución de los bienes al clero católico. El Consejo del Reino se negó a publicar la real ordenanza. El señor de Bidache organizó varias compañías, al mando de nobles católicos que, con el pretexto de reimplantar la misa y otras celebraciones del credo romano se dedicaron al pillaje de villas y aldeas. Frente a ellos se situó el capitán Santiago de Arros con doscientos caballeros hugonotes. De nuevo se desató la violencia religiosa.

El 22 de noviembre de 1573, otro Edicto de Enrique III, desde París, ordenaba nuevamente el restablecimiento del culto católico. En esta situación de inestabilidad se celebró un nuevo Sínodo en Pau, que contó con la asistencia de 81 pastores, vascos y bearneses, lo que indica que la Reforma seguía teniendo numerosos adeptos en estos territorios. Pero la persecución contra los hugonotes navarros, teledirigida desde París por su soberano continuó, a pesar de las protestas enviadas a Enrique III por el Consejo del Reino de Navarra.

El 4 de noviembre de 1577, volvió Enrique III a sus estados acompañado por su hermana Catalina de Borbón, que también, por presiones de la familia real francesa, había abjurado del protestantismo. Tres días después, en un acto solemne, los dos hermanos se reafirmaron en la fe hugonote y Enrique III, sabiendo que pronto volvería a París, nombró regente de sus estados a Catalina.

La violencia se había adueñado de las tierras de Béarn y la Baja Navarra y a pesar del prudente Gobierno de Catalina la paz cada vez parecía más lejana. El 10 de junio de 1584, al morir Francisco de Alençon, duque de Anjou, heredero del trono de Francia, Enrique III de Navarra, se convirtió en el nuevo Delfín. Un año después accedió al pontificado Sixto V, que fulminó con una bula de excomunión al futuro soberano francés y su hermana Catalina, a los que, por causa de herejía, privaba de los derechos sobre sus posesiones.

La bula papal reavivó la violencia religiosa en el Béarn y la Baja Navarra. La Regente Catalina seguía fiel a la iglesia reformada, pero tenía que hacer frente a los levantiscos bandos católicos que se enseñoreaban de parte del territorio, llevando a cabo incursiones contra la población protestante. El 2 de agosto de 1589, Enrique III, rey de Francia, fue asesinado y Enrique III de Navarra se convirtió en Enrique IV de Francia. Es sobradamente conocida la frase que se le atribuye "París bien vale una misa"; lo cierto es que, para afianzarse en el trono francés, Enrique IV de Francia y III de Navarra abjuró por segunda vez del protestantismo el 25 de julio de 1593, en un acto solemne que tuvo lugar en la iglesia de San Dionisio de París. El papa Clemente VIII le ofreció la absolución, a condición de abolir los edictos de tolerancia y perseguir a los hugonotes. Finalmente, el rey y el papa llegaron a un acuerdo y la excomunión contra Enrique IV fue levantada. La primera medida tomada por el rey una vez liberado del interdicto papal consistió en hacer salir por la fuerza a la Regenta Catalina de sus estados y trasladarla a París. Una vez más, el catolicismo romano volvió a restablecerse por la fuerza, y de nuevo se recrudeció la violencia entre los clanes rivales.

El cansancio generado por las interminables guerras de religión promueve, entre una élite responsable, compuesta por católicos y protestantes, la necesidad de buscar soluciones para acabar con la violencia.

Basándose en la teoría expuesta por Bodino en la "República", estiman que el rey debe estar por encima de las convicciones religiosas y tolerar su diversidad. Enrique IV tiene la misma opinión. Además, el problema de las creencias puede provocar un desmembramiento del reino, pues los hugonotes amenazan con abandonar la fidelidad a su soberano y buscarse un nuevo príncipe en la persona de Guillermo de Orange, Stathouder de las Provincias Unidas.

La minoría hugonote era lo suficientemente importante como para ser tenida en cuenta y un acto legislativo que emanara del rey debía sancionar el estatuto jurídico y los derechos de los protestantes en Francia. En este caldo de cultivo se redactó el Edicto de Nantes, que fue publicado en cuatro entregas a lo largo de 20 días, adquiriendo fuerza de ley el 2 de mayo de 1598.

Constaba de una proclamación solemne, un anexo de 56 artículos secretos sobre los aspectos del culto (los más restrictivos) un título relativo a los ministros reformados y un segundo grupo de artículos secretos sobre las plazas de refugio para los protestantes. Por el Edicto de Nantes, Francia se convertía en un reino de confesionalidad dualista, católico y protestante a un tiempo, aunque los reformados quedaban en situación desfavorable a causa de su inferioridad numérica. Durante unos años un clima de relativa paz se adueñó de Francia y las comunidades hugonotes conocieron una etapa de bienestar y desarrollo. Fruto de este ambiente propicio fue el establecimiento de un nuevo centro de culto en San Andrés, a dos leguas de Baiona, en 1599.

La realización cultural más importante de los soberanos hugonotes navarros fue la universidad protestante de Orthez.

El embrión de esta institución fue el colegio de Lescar, reorganizado más que fundado por Enrique II y Margarita de Navarra. Durante el siguiente reinado, Juana III encargó al pastor Marlin transformar el colegio inspirándose en el que había creado unos años antes Calvino en Ginebra. De este modo, el antiguo colegio de Lescar se convirtió en una Academia, donde catedráticos y profesores pertenecían al credo reformado.

En 1564, por cuestiones de espacio la Academia de Lescar se trasladó al antiguo convento de los hermanos predicadores de Orthez. Los frailes fueron desalojados sin demasiados miramientos de un edificio que pertenecía a su orden desde hacía trescientos años y a lo largo de dos años se acondicionó el espacio hasta convertirlo en un importante centro docente.

En 1568 Juana III promulgó una real Orden por la que se creaban cátedras de medicina, derecho y teología. Alumnos y profesores debían adaptarse a un severísimo reglamento y a los alumnos de "teología para ministros" se les exigía un juramento de adhesión a la Confesión de Fe de la Iglesia Reformada.

Las guerras religiosas y la peste hicieron volver a la academia de nuevo a Lescar en 1570, pero en 1579 se instaló otra vez en Orthez y el primero de septiembre de 1581 un edicto de Enrique III de Navarra y IV de Francia le concedió rango de Universidad.

Diez años después, por disposición de la regente Catalina volvió a Lescar. Estos vaivenes sin aparente sentido son un reflejo de inestabilidad de aquellos años. No obstante, la Universidad tuvo un importante influjo sobre la sociedad y de sus aulas salieron médicos y juristas de reconocido prestigio, además de numerosas promociones de sacerdotes reformados. En 1617 perdió su categoría de Universidad y como Academia funcionó durante dos años más hasta que finalmente, en 1620, las presiones del clero católico, en especial, de los jesuitas, obligaron a cerrarla definitivamente.

En la Península Ibérica, el estrépito de las guerras que desangraban a la cristiandad, llegaba en sordina porque los reyes de España y Portugal inauguraban una política que haría numerosos adeptos entre sus sucesores durante los cuatrocientos años siguientes: con ayuda de la Inquisición, había aislado del resto de Europa a sus súbditos para evitarles el peligro de la herejía.

El fracaso de la dieta de Worms, que no consiguió neutralizar a Lutero, y la rápida difusión del protestantismo, convencieron al emperador Carlos V de la necesidad de preservar a España de una infección que hacía peligrar al resto de sus dominios europeos.

Se encontraba todavía en Worms cuando, en abril de 1521, el Inquisidor General Adriano de Utrecht, que dos años después sería elegido Papa, le envió una carta firmada por él y por otros miembros de la nobleza entre ellos el todopoderoso almirante de Castilla, Diego Enríquez, instándole a utilizar todos los medios posibles, diplomáticos o militares, para evitar que los libros luteranos llegaran a España. Así se iniciaba una política de alejamiento de Europa que tendría gravísimas repercusiones para la sociedad española, que cada vez se fue tornando más intolerante y xenófoba.

De todos los territorios metropolitanos de la Corona Española, Hegoalde era el que más dificultades presentaba a la hora de intentar aislarlo del peligro luterano. Tenía dos fronteras abiertas a la herejía. Hacia el oeste el mar, medio de comunicación por excelencia; desde los puertos del Cantábrico se mantenían relaciones comerciales milenarias con los países que ahora formaban parte de la órbita protestante. Por el extremo oriental, el macizo pirenaico tampoco podía considerarse un parapeto infranqueable. Multitud de valles y cañadas transversales habían puesto en contacto a las poblaciones que vivían en ambas vertientes, proporcionándoles unas características étnicas y culturales afines, mantenidas tercamente por encima de las fronteras políticas que fragmentaban el espacio geográfico.

A mediados del siglo XVI, la herejía se había aposentado en las tierras de la Baja Navarra. La monarquía española poseía un instrumento eficaz para luchar contra los desviacionismos políticos y religiosos, el Santo Oficio de la Inquisición, fundado en 1478 por los Reyes Católicos. En 1523, el tribunal inquisitorial de Calahorra, que es el que tenía entonces jurisdicción sobre el País Vasco (en 1570 trasladó su sede a Logroño), recibe un aviso del comisario del Santo Oficio en Pasajes notificándole que habían encontrado en una nave francesa un arca llena de libros luteranos. Este apresamiento preocupa gravemente al Consejo de la Inquisición que interviene acerca del emperador Carlos V para instarle a que envíe una Real Cédula al Corregidor de Gipuzkoa pidiéndole que ayude a la Inquisición.

Después de unos años de silencio, en 1539 el "peligro luterano" se hace de nuevo patente en el Tribunal de Calahorra. Varios ingleses luteranos son prendidos en San Sebastián, Rentería y Bilbao. La postura del Santo Oficio se ha radicalizado a causa de pequeños brotes de protestantismo autóctonos y uno de los ingleses, el joven de 25 años Juan Tac, acusado de contumacia en la herejía, muere quemado el 20 de mayo en Bilbao.

A partir de 1546 la inquietud antiluterana crece, y con ella crecen las medidas de represión. El inquisidor Valdeolivas efectúa una gira por la costa cantábrica para conocer "in situ" el estado espiritual de los puertos abiertos a la herejía. Pero ante la subida al trono de Felipe II y la aparición de importantes focos heréticos en Valladolid y Sevilla, el peligro luterano se hace todavía más patente y, en opinión del autor Iñaki Reguera, el tribunal de Calahorra, por su situación geográfica, se convierte en el más activo contra el protestantismo de toda España, y si gran parte de los acusados durante estos años serán extranjeros, también aparecen bastantes españoles, sobre todo clérigos.

En 1563 fue detenido en Logroño por las autoridades del Santo Oficio un clérigo francés, Juan de Rojas. A través de su interrogatorio pudo saberse que había sido enviado por el obispo de Lescar, Luis de Albret y el maestro Enrico, reconocidos hugonotes, para predicar la herejía en España. Después de dos años de proselitismo cayó en manos de la Inquisición, y por sus declaraciones fueron descubiertos en el distrito de Calahorra pequeños focos de luteranismo incipiente.

A los inquisidores les interesará especialmente conocer datos acerca de las comunidades luteranas o hugonotes situadas en comarcas cercanas a la frontera o en puertos que tienen relación comercial con las villas del Cantábrico. Las embarcaciones procedentes de La Rochelle, importantísimo enclave protestante, sufrían registros particularmente exhaustivos, y las tripulaciones de estas naves eran interrogadas, con especial insistencia sobre los españoles que allí vivían y su posible adhesión al luteranismo.

Ocurrirá lo mismo con los barcos originarios de Inglaterra, Holanda y otros países declaradamente protestantes. Esta actividad inquisitorial entorpecía notablemente los intercambios comerciales, por ello eran frecuentes las quejas contra el Santo Oficio que las cofradías y consulados elevaban ante los corregidores y las autoridades centrales.

Durante el último tercio del siglo XVI, la actividad antiluterana del Tribunal de Calahorra-Logroño desciende notablemente. Iñaki Reguera sitúa el período de mayor dinamismo entre 1540-1565. En esos 25 años condenó por "luteranismo y proposiciones heréticas" a 946 personas, pero sólo pueden ser consideradas realmente luteranas 62, la mayor parte extranjeras, y únicamente 3 sufrieron la pena de la hoguera. A partir de 1575 se puede decir que la Inquisición había conseguido su objetivo y el protestantismo era prácticamente inexistente en la metrópoli española y sus territorios de ultramar. La dureza de la represión contra los focos luteranos más notables, Valladolid y Sevilla, asestó el golpe de gracia al reformismo español y hasta los últimos años del siglo XVIII solamente de forma esporádica, el Santo Oficio procesará a algún protestante, casi siempre extranjero.

La pacificación provocada por el Edicto de Nantes fue efímera; la violencia religiosa se reanudó en 1610 a partir del asesinato de Enrique IV de Francia y III de Navarra, a manos de un católico fanático y la llegada al trono de su hijo Luis XIII de Francia y II de Navarra.

Como el joven rey sólo contaba 9 años, la regencia fue confiada a su madre, María de Médicis, mujer obstinada y poco inteligente que vivía rodeada de consejeros italianos, entre ellos su hermana de leche, la inquietante Eleanora Galigai, adicta a la magia negra y la brujería.

El 31 de diciembre de 1617 el Consejo del Reino decretó en París la unión de Navarra y Béarn a Francia. En febrero de 1618, estos estados hasta entonces soberanos a pesar de compartir su monarca con Francia, decidieron oponerse a la anexión. El rey se presentó con un ejército y consumando la incorporación de Béarn y Navarra a Francia, restableció el catolicismo por la fuerza y ordenó la restitución de todos los bienes confiscados a los católicos desde 1569.

En 1620 se creó un Parlamento, con sede en Pau, que sancionó definitivamente la integración de los antiguos estados de los reyes de Navarra en la organización política de la monarquía francesa. El Parlamento se convirtió rápidamente en un eficaz instrumento de la represión antiprotestante.

Ante esta situación, y para unificar fuerzas, el 10 de octubre de 1637, con ocasión de un Sínodo que se celebraba en Alençon, las Iglesias Reformadas de Navarra y el Béarn vieron admitida su petición de incorporarse a la Iglesia Reformada de Francia. Desde la caída, en 1628, del formidable enclave protestante de La Rochelle, la situación de los reformados empeoró de manera notable. Teóricamente, el Edicto de gracia de Alés permitía que los protestantes conservaran las libertades religiosas concedidas por el Edicto de Nantes, pero por otra parte, ordenaba que fueran destruidas todas las fortalezas hugonotes y prohibía las asambleas políticas de los protestantes.

En toda Francia, el credo reformado se encontraba en regresión, sólo se mantenía activo en el Languedoc, el Poitou, el País Vasco y el Béarn. Según el autor Juan María Olaizola, en 1665 todavía quedaban en Iparralde un total de 6.414 familias protestantes (que contabilizarían unos 35.000 miembros) con 39 pastores, 46 iglesias reconocidas, y 86 templos eventuales.

Desde 1654 un nuevo rey se sentaba en el trono de Francia, Luis XIV, y a pesar de que los protestantes franceses habían permanecido sumisos a la Corona, incluso durante la Guerra de la Fronda (1649), el futuro "Rey Sol" deseaba acabar con la dualidad religiosa. Hay quien culpa de este hecho a su favorita y después esposa, Madame de Maintenon, hija de hugonotes adjurados, otros cargan la responsabilidad al confesor jesuita del rey, padre La Chaize. De cualquier forma, a partir de 1665 las medidas contra los protestantes se endurecieron cada vez más.

Un Edicto Real, "perpetuo e irrevocable" de abril de 1668 reducía a 20 los 86 templos reformados de Navarra y el Béarn. En 1670 el Consejo de Navarra limitó a dos el número de pastores autorizados y les privó de su estipendio oficial. A partir de entonces tendrían que ser mantenidos por su feligresía.

La paz de Nimega (1678) agravó todavía más la política antiprotestante. Los hugonotes fueron excluidos de todos los oficios reales y de todos los cargos en las casas del rey, de la reina y de los príncipes de sangre. Tampoco podían ocupar puestos en la administración del Estado, ni ejercer las profesiones de abogado, médico, comadrona, boticario, tendero, impresor y librero. Las escuelas reformadas fueron obligadas a trasladarse a los suburbios. Los niños, a partir de los siete años, fueron juzgados "capaces de razón y elección" en materia religiosa, pudiendo abjurar contra la voluntad de sus padres. Estas medidas, y otras muchas más en la misma línea, se cebaron sobre los protestantes, que las sufrieron con admirable docilidad; "es paciente como un hugonote" se decía en lenguaje popular.

Pero a partir de 1680 se pusieron en práctica las "dragonades" como medio más eficaz para erradicar el protestantismo. Consistían en obligar a los reformados a alojar en sus casas a las compañías de dragones, que eran entonces los soldados más indisciplinados del ejército del rey, con la obligación de mantenerlos. Esta soldadesca compuesta por la chusma social, cometía los mayores excesos en los hogares de los desdichados hugonotes. Con la excusa de realizar operaciones militares contra España, diez mil dragones, al mando del intendente Foucault, fueron enviados a La Baja Navarra y el Béarn, donde, además de cometer todo tipo de atrocidades, por orden del propio Foucault, destruyeron todos los templos protestantes que todavía quedaban anteriores a 1598.

Consecuencia lógica de este estado de cosas fue la revocación del Edicto de Nantes. El 15 de octubre de 1685, Luis XIV firmó el Edicto de Fontainebleau, por el que se derogaban los decretos aprobados en Nantes en 1598, al haber "abrazado el catolicismo la mayor y mejor parte de nuestros súbditos".

El acta de revocación contemplaba la destrucción de todos los templos protestantes excepto en Alsacia, la prohibición del culto reformado dondequiera que fuese y la celebración de cualquier tipo de asamblea protestante. Los pastores no convertidos al catolicismo romano tenían un plazo de quince días para abandonar el reino, mientras que los reformados laicos debían permanecer en él, y a los que se encontraban fuera se les concedían cuatro meses de prórroga para regresar a Francia, pues en caso contrario se les incautaban bienes y haciendas y perdían todos sus derechos como súbditos. Las escuelas reformadas fueron suprimidas, y los niños protestantes bautizados de nuevo según el ritual romano y educados en la religión católica. En las regiones que todavía no se habían convertido, se incrementaron las dragonadas, y se enviaron 400 misioneros para ejercer un coercitivo apostolado entre sus habitantes.

Como era de prever, estas contundentes medidas dispararon la emigración. Con el apoyo de las embajadas y legaciones de los países protestantes, se crearon cadenas de solidaridad que ayudaban a los reformados a abandonar Francia. Se calcula que salieron más de 200.000, a pesar de las graves penas que recaían sobre los que eran sorprendidos en la fuga: galeras o cárcel perpetua para los hombres y reclusión en conventos para las mujeres.

La aplicación el Edicto de Fontainebleau en las comarcas de Iparralde, especialmente en la Baja Navarra, que ostentaba el mayor porcentaje de protestantes entre su población, se llevó a cabo con particular rigor.

En poco tiempo desaparecieron todos los lugares de culto reformado. La demolición de los templos, iniciada como ya hemos visto antes de la firma del Edicto, culminó en 1688, aunque en muchos casos los fieles reformados siguieron practicando su fe en la clandestinidad. También se prohibió el ejercicio de su profesión a los abogados con títulos de la Universidad Protestante de Orthez. De los 200 abogados que había en ese momento en el conjunto de Iparralde, 150 se habían recibido en Orthez. La presión sobre los reformados se hizo insostenible y finalmente tuvieron que optar entre la abjuración, real o fingida, y el exilio.

Las dragonadas, cada vez más frecuentes y numerosas, aterrorizaban a la población, que en ocasiones renunciaba de su fe en masa, ante el anuncio de la llegada de las tropas. Por el artículo 4.° del Edicto de Fontainebleau que obligaba a los pastores a abandonar el reino de Francia, muchos ministros vascos tuvieron que trasladarse a los países protestantes dispuestos a acogerlos, y, siguiendo a sus pastores, numerosos fieles optaron por el exilio. Inglaterra, Suiza, Holanda, Dinamarca y las colonias protestantes del continente americano fueron los principales focos de atracción de los reformados vascos.

El virrey de Navarra concedió algunos salvoconductos a familias protestantes de Zuberoa y Baja Navarra, para que pudieran marchar al exilio a través de los puertos de Pasajes y San Sebastián. Pero en ocasiones el salvoconducto del Virrey no fue respetado por las autoridades locales guipuzcoanas y los reformados acabaron despojados de todos sus bienes o en las zarpas de la Inquisición.

Como ocurre siempre en estos casos, el Edicto de Fontainebleau sirvió para saldar enemistades personales y rencillas locales. La arbitrariedad de su aplicación arruinó familias y comunidades enteras y contribuyó a diezmar la población, especialmente en la Baja Navarra, pero también en los territorios de Zuberoa y Lapurdi.

La práctica de la fe reformada se refugió en los bosques o lugares inaccesibles, afrontando siempre el peligro de una posible delación. Sólo en Baja Navarra, en los primeros años de aplicación del edicto de revocación, fueron ejecutados más de veinte pastores por ejercer el culto en la clandestinidad. Esta situación se prolongó hasta 1715, cuando al morir Luis XIV, le sucedió en el trono su nieto de sólo cinco años, Luis XV, bajo la regencia de Felipe de Orleans. Durante su gobierno, que se extendió hasta 1723, el Regente, absolutamente desprovisto de fanatismo religioso y fustigado por la jerarquía católica a causa de su "inclinación a los placeres" contribuyó a que se dictaran medidas de carácter local que tendían a suavizar la situación de los protestantes que, en un ambiente de permisividad creciente poco a poco fueron saliendo de la clandestinidad. Además, en la sociedad occidental un trascendente cambio se estaba gestando.

Para el filósofo alemán Emmanuel Kant (1724-1804) la palabra Ilustración, que dio su nombre a toda una época, significaba "el resurgir del hombre de su minoría de edad" y podía sintetizarse en dos palabras: Sapere aude! "¡atrévete a saber!" En esta frase se resumían las convicciones intelectuales de los filósofos y científicos del siglo XVIII. Por primera vez, dejando de lado la vieja herencia del pensamiento medieval y cristiano, el hombre era capaz de sacudirse el yugo de la autoridad política y religiosa y se atrevía a especular por sí mismo. Uno de los vehículos que más eficazmente contribuyó a divulgar las ideas de la Ilustración fue la Enciclopedia, cuyo primer tomo se publicó en París en 1751. Esta magna obra de la cultura universal, que a lo largo de sus miles de artículos anteponía la razón como única guía de los actos del hombre, fue casi inmediatamente prohibida por la Inquisición española. Un edicto de marzo de 1759 vedaba su lectura, excepto en algunos casos considerados de interés para la sociedad, a todos los súbditos de la monarquía española, incluidos los de su todavía vastísimo imperio ultramarino.

A pesar de la sustitución dinástica que a principios del siglo XVIII, permitió a los Borbones acceder al trono de España, la vieja alianza entre la Inquisición y la Corona inaugurada durante el gobierno de los Reyes Católicos, siguió todavía vigente y se prolongó hasta las primeras décadas del siglo XIX.

Ciertamente, algunos cambios ideológicos habían ido modificando las actitudes de la minoría ilustrada española frente a la disidencia religiosa, pero carecían de fuerza para provocar el cambio institucional indispensable para lograr la libertad de conciencia: la abolición del Santo Oficio. Y fue precisamente en los territorios vascos bajo la administración política de la Corona Española, donde con mayor entusiasmo fueron acogidas las ideas de la Ilustración. Guipúzcoa ostentó el mayor número de suscriptores a la Enciclopedia de toda la monarquía hispana y ese fervor por "las Luces" cristalizó en instituciones como el "Real Seminario Patriótico de Nobles de Vergara" o la "Real Sociedad Bascongada de Amigos del País".

Sin embargo, en los numerosos memoriales presentados al Rey por esta élite ilustrada, preocupada por el progreso de la humanidad, no aparece alusión alguna a la necesidad de una mayor tolerancia en materia religiosa. El "Plan de una sociedad económica o académica de agricultura, ciencias y artes útiles, y comercio, adaptado a las circunstancias y economía particular de la Muy Noble y Muy Leal Provincia de Guipúzcoa", presentado a las Juntas Generales de Gipuzkoa en 1763, y base de la futura "Real Sociedad Bascongada de Amigos del País", en su título II, bajo el epígrafe "medios para fomentar y adelantar la Agricultura, la Economía Rústica, las Ciencias y Artes útiles, y el Comercio" alude constantemente a la necesidad de traer maestros de países extranjeros para que enseñen a los naturales diferentes artes y oficios, pero sin tener en cuenta las trabas que la Inquisición imponía a todos los foráneos, especialmente si procedían de países protestantes, cuando pretendían instalarse en territorio español.

En los archivos inquisitoriales aparecen, a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, numerosos procesos incoados a súbditos ingleses, holandeses, alemanes y de otras naciones, afincados en San Sebastián o Bilbao. Por lo que se deduce de las sumarias todos ellos se habían trasladado a estas ciudades para dedicarse a actividades mercantiles o industriales: "crear una compañía consignataria", "montar una fábrica de medias", "organizar una industria de fabricación de telares al modo inglés" son las justificaciones a su presencia en tierra vasca que rezan en los encabezamientos de sus procesos. La delación de vecinos o criados, que les acusan de seguir perteneciendo a "la secta de los protestantes" y, en ocasiones, de ejercer un cierto proselitismo entre parientes o amigos, les lleva a caer en manos del Santo Oficio, y esto supone, en el mejor de los casos abandonar el país, y con ello su empresa, y en el peor, pasar a engrosar la nómina de desdichados presos en las cárceles inquisitoriales de Logroño.

Estos procesos, que son los únicos datos que poseemos de una ínfima implantación protestante en el País Vasco Peninsular en las últimas décadas del XVIII, nos permiten vislumbrar el enorme daño que la intolerancia religiosa causó a la incipiente Revolución Industrial, y la indiferencia demostrada por instituciones como la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País ante este gravísimo escollo que entorpecía todo proceso modernizador realmente eficaz, da fe de la ausencia de una conciencia realmente progresista en el seno de la oligarquía ilustrada de Hegoalde.

A pesar de que el espíritu de "las Luces" iba penetrando en la clase gobernante, en el siglo XVIII se dieron todavía algunos brotes de violencia contra los protestantes.

En 1745 el Parlamento del Delfinado envió a galeras a 21 protestantes, y al año siguiente se produjeron dragonadas en Guyena y Ariège. En Béarn y Languedoc los reformados se rebelaron para impedir la aplicación de leyes discriminatorias. Todavía, el año 1761 fue ejecutado el último hugonote, Juan Calas, comerciante de Toulouse, falsamente acusado de asesinar a su hijo para evitar que éste se hiciera católico romano. Murió en la rueda y fue rehabilitado tres años después. Voltaire se ocupó de fustigar a los culpables de tan odioso crimen.

A partir de 1770, un poco por doquier, comenzaron a edificarse nuevos templos hugonotes en Francia y desde esa fecha, ya nadie fue condenado a galeras por causa de su fe protestante. El 2 de mayo de 1787, en los prolegómenos de la Revolución Francesa, el jefe de fila de la nobleza liberal, Lafayette, desde su escaño en la Asamblea de Notables, pidió a Luis XVI que fueran convocados los Estados Generales para modificar el código penal de 1670. El rey, aconsejado por la facción conservadora, disolvió la Asamblea el 25 de mayo, pero Lafayette consiguió hacer llegar hasta el Bureau de Monsieur, especie de comisión permanente, la petición de dos reformas: la devolución de los derechos civiles a los protestantes y la citada revisión del código penal. Todos los intelectuales de talla, entre los que destacaba por su brío el gran Condorcet, defensor de todos los marginados, apoyaron sin reservas la petición de Lafayette.

En agosto de ese año, el nuevo ministro de Estado, el progresista Lommenie de Brienne encargó a una comisión legislativa, presidida por el gran jurista Farget, la revisión de las Leyes civiles y criminales. Una de las primeras decisiones de la comisión fue la restauración del Edicto de Nantes. Pero habría que esperar todavía dos años para que el 24 de septiembre de 1789 la Asamblea Constituyente reconociera plenamente la calidad de ciudadanos con todos sus derechos a los protestantes. No corrieron la misma suerte los judíos, cuya igualdad ante la ley fue rechazada por cinco votos.

Reavivamiento protestante del siglo XIX. Dentro de las iglesias nacidas de la Reforma se han dado periódicamente unas evoluciones o "reavivamientos" cuya finalidad no es otra que conseguir o recuperar un cristianismo más puro y más acorde con el mensaje evangélico. El catolicismo romano también ha conocido estas corrientes espirituales que buscaban una fe más sincera y más conforme con la primitiva doctrina, pero los reavivamientos católicos casi nunca han producido escisiones del tronco de la Iglesia madre, mientras que esta clase de movimientos, en el seno del Protestantismo, por su propia dinámica, suelen generar sectas separadas del cuerpo confesional. A finales del siglo XVIII se inició un proceso general de "reavivamiento" dentro de las iglesias protestantes. El principal motor de este movimiento expansivo fueron las "Sociedades Bíblicas", que impulsadas por un extraordinario celo misional enviaron a sus miembros a difundir los evangelios hasta los más inverosímiles parajes.

Antecedentes del reavivamiento español. Estos colportores o misioneros comenzaron a aparecer en la Península de manera regular hacia 1820, posiblemente aprovechando un período bonancible dentro del desastroso reinado de Fernando VII, el Trienio Liberal. El más famoso de todos ellos fue Jorge Borrow, popularmente conocido como "Don Jorgito el inglés". Sus andanzas como vendedor de biblias por la geografía peninsular las recogió en un libro famoso "La Biblia en España", del que se han hecho múltiples ediciones y que constituye un extraordinario documento sobre la sociedad española de aquel tiempo. En "La Biblia en España", Borrow menciona la existencia de una traducción del Evangelio de San Lucas al euskera. Este trabajo fue realizado por un médico guipuzcoano, de apellido Oteiza, en 1836, y se imprimió en Madrid en 1838. Borrow lo describe así. "Comenzaba el año 1838 cuando envié a la imprenta dos obras que habían estado cierto tiempo en curso de preparación. Eran el Evangelio de San Lucas, en lenguaje gitano español y en la lengua euscara". Estas obras fueron incautadas por la policía y trasladadas a un depósito de la comisaría de Madrid. Hacía cinco años que había dejado de existir el Santo Oficio, pero la tolerancia religiosa en el Estado español era todavía una pura entelequia. Unicamente dos ejemplares de cada obra se salvaron de la destrucción y "por su méritos como trabajos filológicos" según reza la Real Orden de prohibición del 21 de julio de 1839, pasaron a engrosar "en parte reservada" los fondos de la Biblioteca Nacional.

Madrileño de ascendencia navarra, Luis Usoz del Río, interesante personaje, nació en la Corte en 1805, aunque algunos autores lo consideran natural de Charcas (Potosí). Estudió Humanidades y Derecho, y aprendió el hebreo con Orchell en los Estudios Reales de San Isidro, pasando muy joven todavía, a regentar la cátedra de este idioma en la universidad de Valladolid. Marchó luego a Bolonia, donde permaneció cinco años en el Colegio Español de San Clemente, allí se doctoró. De regreso a España, contrajo matrimonio con una rica heredera y se dedicó al estudio comparado de las religiones. Un libro adquirido a un chamarilero, que resultó ser la "Apología de la Verdadera Theología cristiana", de Robert Barclay, despertó su interés por la "Sociedad de los Amigos" (quáqueros) cuyas doctrinas se exponían en la obra. Viajó a Londres y acompañado de Jorge Borrow visitó la "Sociedad Bíblica" y asistió al mitin anual de la "Sociedad de Amigos". A partir de ese momento Usoz se convirtió en un incondicional defensor de la fe reformada. Con apoyo de la Spanish Evangelization Society, en 1855 formó un comité para fomentar la lectura de la Biblia en España. Pero el trabajo que le ha hecho acreedor a un puesto de honor entre los protestantes fue la formación de la biblioteca de los "Reformistas Antiguos Españoles", que contiene obras de incalculable valor, como los escritos de los hermanos Valdés o la "Historia Anónima" de Juan Díaz, por citar sólo a unos pocos.

La restauración del Edicto de Nantes (1787) y la concesión de la plenitud de derechos civiles a los protestantes supuso un respiro para las comunidades reformadas de Iparralde, aunque en ocasiones las autoridades continuaron poniendo trabas administrativas a la profesión de la fe protestante.

En 1818 el Comité de Ancianos de Osés y Baiona pidió permiso para crear dos nuevos templos, pero no obtuvo permiso del Ministro de Cultos hasta 1820. Ese mismo año el pastor suizo Enrique Pyt se hizo cargo de la iglesia de Baiona. En poco tiempo el proselitismo del Pastor Pyt y su familia se hizo sentir y el año 1822 diez jóvenes fueron recibidos como miembros de la iglesia reformada de Baiona.

A partir de 1823 el ayuntamiento de Baiona concedió a los protestantes una subvención de 600 francos para las atenciones del culto. Con ayuda de Gaidor tradujo el Nuevo Testamento al euskera, introduciendo muchos ejemplares en Hegoalde, principalmente en Gipuzkoa y Alta Navarra. Se puede decir que fue el primer misionero que reemprendió la tarea evangelizadora en estas comarcas desde el siglo XVI.

Entre los sucesores de Pyt destaca el pastor Nogaret cuya incansable labor se extendió también a las pequeñas colonias protestantes de Gipuzkoa. Nogaret, que ejercía también su ministerio en la comarca de Biarritz, consiguió, durante breve tiempo, llegar a un acuerdo con la iglesia anglicana (económicamente muy bien dotada a causa de la numerosa colonia inglesa de Biarritz) para celebrar el culto evangélico en el templo de su propiedad. Pero problemas de carácter administrativo acabaron pronto con esta colaboración.

El año 1882, la condesa de Nadaillac, cedió un terreno para edificar una iglesia reformada, que se inauguró en 1884. Las primeras ordenaciones pastorales en Baiona se celebraron el 20 de mayo de 1890. Fueron investidos dos pastores, Enrique Guex y Jorge Boissonas. Enrique Guex fue nombrado pastor de Baiona.

Con motivo de la Ley de separación entre la Iglesia y el Estado de 1905 se formó una Asociación de Iglesias Reformadas que tuvo su primera asamblea general en Baiona, en 1906.

Durante la primera década del siglo XX, el pastor Louis Bertrand ejerció una importante tarea evangelizadora por todo Lapurdi, especialmente entre los obreros de las industrias siderúrgicas del Boucau. Pero en 1914, con motivo de la Guerra Europea fue movilizado.

Sus sucesivos reemplazantes duraron poco por causas relacionadas con el conflicto bélico. En 1919 el pastor Bertrand volvió a hacerse cargo de su feligresía, para dejarlo dos años después. El año 1923 se instaló en San Juan de Luz, de forma provisional, un nuevo centro de culto reformado que tuvo diez años de existencia y finalmente fue clausurado. En los años que precedieron a la Segunda Guerra Mundial el protestantismo volvió a manifestar síntomas de estancamiento y el número de adeptos, sin descender alarmantemente, sufrió un ligero retroceso.

Se ha llamado "Segunda Reforma Protestante" al período en que, debido a la tolerancia religiosa derivada de la Revolución de 1868, "La Gloriosa", los protestantes gozaron, por fin, de libertad plena para practicar su credo y difundirlo por España. Es conocida la frase dirigida por el general Prim a un grupo de pastores protestantes en Algeciras. "Ya podéis recorrer España con la Biblia bajo el brazo". Pero introducir el espíritu del protestantismo en un país cerrado e inmovilista no era tarea fácil, y si la Primera Reforma fue yugulada de raíz, con la colaboración del Santo Oficio, la Segunda Reforma encontró un parapeto ideológico casi infranqueable que limitaba su expansión. Además, por la espada del General Pavía, muy pronto llegó la Restauración Monárquica en la persona de Alfonso XII (1874) y la situación volvió a empeorar, suprimiéndose la Ley de Libertad de Cultos, contemplada por la Constitución de 1869.

Por su localización fronteriza y por ser asentamiento tradicional de extranjeros dedicados a actividades industriales o mercantiles en Gipuzkoa, y especialmente en la comarca de San Sebastián, siempre existieron pequeños núcleos de protestantes, aún en las épocas de mayor intolerancia religiosa que, en muchos casos, acudían a los templos de Baiona o Biarritz para poder realizar sus cultos.

El Pastor Pyt entre los años 1828 y 1830 ejerció una labor evangelizadora por las comarcas fronterizas, especialmente en Fuenterrabía, donde introdujo ejemplares del Nuevo Testamento traducido al euskera por Gaidor.

La Segunda Reforma comenzó en Gipuzkoa en 1853, antes que en el resto del Estado, cuando el infatigable pastor Nogaret inició su actividad pastoral. Consciente de las dificultades de los reformados vascos, Nogaret, que visitaba regularmente a las pequeñas colonias protestantes de Gipuzkoa, abrió el año 1864 en Baiona un pensionado protestante destinado a recibir a jóvenes del otro lado de la frontera.

Pero la realización evangélica más interesante, fue el Instituto Internacional de Señoritas fundado en San Sebastián por el matrimonio norteamericano Alicia y William Gulik en 1881. La mayor parte de las estudiantes que acudieron a este centro eran becarias, sostenidas por el Woman's Board of Missions.

En 1887 se instaló una guardería infantil pública y gratuita. El Instituto Internacional, conocido popularmente como Colegio Norteamericano, llevó a cabo una intensa actividad y consiguió adquirir gran prestigio. Entre sus mayores logros figura el haber podido preparar a algunas de las primeras mujeres universitarias del Estado español, las licenciadas en Filosofía y Letras, Esther Alonso y Juliana Campo, el año 1897. La declaración de guerra entre España y los Estados Unidos, en 1898, obligó a cerrar el Instituto Internacional y trasladarlo a Biarritz. No obstante, la Sociedad Bíblica continuó su labor a pesar de las trabas administrativas y el fanatismo religioso circundante.

En 1925 se instaló una pequeña capilla reformada en la plaza del Centenario de San Sebastián, pero tres años más tarde, el propietario les obligó a desalojar el local, trasladándose a una villa frente a la bahía. Allí, a cargo del pastor Elías Marqués, continuó la obra evangélica hasta 1936. La Guerra Civil, y la toma de San Sebastián por los tercios requetés obligaron al pastor Marqués a huir con su familia. Al terminar la guerra el comité norteamericano vendió el edificio de la obra Evangélica.

En Bizkaia, lo mismo que en Gipuzkoa, hubo siempre pequeños núcleos de protestantes, generalmente extranjeros, que practicaban su credo de forma privada y semiclandestina.

En 1876, el pastor José Marqués consiguió instalar una capilla protestante en un antiguo frontón de pelota, pero la intolerancia católica le obligó a desalojar. Durante 15 años fue expulsado consecutivamente de más de 10 lugares, hasta que finalmente, en 1890, con la ayuda económica del pastor Gulick, de San Sebastián, adquirió un terreno en la calle San Francisco y construyó un edificio de 5 pisos que sirvió de templo, escuelas y viviendas para las familias del pastor y los profesores. El pastor Marqués extendió su labor evangelizadora por la cuenca minera de Somorrostro y el Valle de Mena. Sin embargo, a los católicos intransigentes les parecía intolerable la presencia de "herejes" en suelo vizcaíno y en 1915 un grupo de jóvenes procedentes de una agrupación parroquial arrojó ácido sulfúrico contra una caseta de biblias instalada en el Campo de Volantín, provocando graves quemaduras al colpontor de las Sociedades Bíblicas Manuel Arbiza.

Años más tarde, en 1926 cuando el ex-capuchino, y luego pastor evangélico José María Gorria llegó a Bilbao para predicar, bandas de jóvenes encuadrados en las Congregaciones marianas de los Luises Obreros y las organizaciones de Terciarios Franciscanos, trataron de impedírselo por la fuerza. Hubo enfrentamientos con grupos liberales y socialistas y el pastor pudo finalmente predicar, pero al salir de Bilbao su vagón fue apedreado. Por falta de medios, la misión norteamericana tuvo que vender el edificio de la calle San Francisco y el templo protestante se trasladó a la calle Particular de Alzola. La guerra del 36 y la ocupación de Bilbao provocaron la huida de los pastores y de muchas de las familias protestantes.

El emplazamiento geográfico de Álava, sin ninguna frontera con el exterior y alejada de la costa, dificultó muchísimo la tarea de los evangelizadores reformados. Además, producto lógico de esta situación, la sociedad alavesa siempre fue particularmente tradicionalista e intransigente en materia de religión. En 1910 un colpontor de biblias que puso un pequeño puesto de venta de Sagradas Escrituras y libros protestantes, fue apaleado, robado y destruido todo su material. Otro hecho, de barbarie similar, ocurrió en 1915. El fanatismo impidió durante décadas cualquier proselitismo protestante y apenas hubo presencia reformada en Alava hasta la década de los sesenta.

La frenética actividad inquisitorial, unida a causas sociológicas y políticas complejas, hicieron bascular el antiguo reino hacia posiciones de total intransigencia en materia religiosa. Pequeñas comunidades de protestantes, en este caso de raíz hugonote, pudieron subsistir en la clandestinidad y llegar hasta el siglo XIX fundamentalmente en la comarca de la Ribera y en Pamplona. El pastor Pyt, en 1828 inició una labor evangelizadora por el valle de Baztán, pero con escasos resultados. Lo mismo que en Álava, el protestantismo en Navarra se enfrentó al baluarte de un catolicismo radical y apenas pudo desarrollarse hasta la segunda mitad del siglo XX.

  • En Hegoalde

Después de dos décadas de intolerancia religiosa, la dictadura franquista se vio obligada a abrirse al exterior. Esta circunstancia y el hecho de encontrarse totalmente uncido al carro de un imperio, los Estados Unidos, liderado por una clase política de mayoría protestante, forzó al gobierno español a abrir la mano e iniciar una estrategia de respeto hacia las minorías religiosas. El 10 de enero de 1967, tras muchas discusiones, con el veto de una parte de la jerarquía católica y la oposición de los sectores más conservadores de la sociedad, el general Franco modificó cautelosamente preceptos fundamentales del Régimen, promulgando una tímida Ley de Libertad Religiosa. Las comunidades reformadas a partir de entonces pudieron realizar sus actividades con una mayor tranquilidad. En Gipuzkoa, el templo evangélico, desde 1946, fecha en la que, después del trauma bélico, volvió a celebrarse el culto, ha pasado por varios locales para, finalmente en 1968, afincarse en la calle Secundino Esnaola de San Sebastián, en un inmueble en el que existe además una escuela dominical, un salón de actos y la vivienda del pastor. La presencia protestante ha ido desarrollándose en Gipuzkoa y en la década de los ochenta existían lugares de culto en San Sebastián, Irún, Rentería, Hernani, Ordizia y Eibar. En Bizkaia, desde los años sesenta el credo reformado consiguió un notable incremento, especialmente en la margen izquierda y en general en toda la comarca del Gran Bilbao. En 1980 existían 16 lugares de culto protestante en Bizkaia, 10 en Bilbao, 2 en Baracaldo, 1 en Algorta, 1 en Basauri, 1 en Portugalete y 1 en Santurce.

En Álava, territorio tradicionalmente anclado en el catolicismo integrista, la Iglesia reformada ha encontrado siempre numerosas dificultades para desenvolverse, a pesar de la Ley de Libertad Religiosa de 1967. En 1980 existían cinco lugares de culto, todos ellos en Vitoria. Parecida ha sido la evolución del protestantismo en Navarra, donde ha tenido que salvar los mismos problemas derivados de la intransigencia de una parte de la sociedad. En 1980, oficialmente, se contabilizaban tres lugares de culto en Pamplona, aunque había constancia de pequeños núcleos de reformados en Tudela y Tafalla. Estos datos proceden del trabajo de investigación de Juan María Olaizola. El 22 de febrero de 1990, el donostiarra Luis María Zavala, Subdirector General de Relaciones Religiosas del Ministerio de Justicia Español, firmó una Ley Orgánica de Libertad Religiosa que sancionaba el artículo 14 de la Constitución por el que todos los españoles son iguales ante la Ley. Así acababan (al menos jurídicamente) 500 años de intolerancia y se reanudaban oficialmente las relaciones con musulmanes, judíos y protestantes. En esa fecha, la Iglesia Reformada contaba con unos 300.000 miembros en el conjunto del Estado español.

  • En Iparralde

En Lapurdi existen templos de la Iglesia Reformada de Francia en Baiona, Biarritz y San Juan de Luz, en Baja Navarra en San Palais y Donibane Garatzi, en Zuberoa hay un centro de culto en Mauleon. La Iglesia Anglicana también tiene presencia en Lapurdi con un templo en Biarritz y otro que se habilita en San Juan de Luz durante los meses de verano. Las relaciones entre la Iglesia Protestante y el Estado francés, que ha mantenido su laicismo desde 1905, son correctas. Al contrario de lo que ocurre en el Estado español, desde la Revolución Francesa ha habido una presencia, minoritaria pero efectiva, de protestantes en el gobierno y en altos cargos de la administración. En la actualidad esa tónica se mantiene.

PML