Concepto

Los toros en las fiestas (versión de 1998)

La corrida española I. Tiene, en opinión de su principal tratadista (Cossío, 1943), su origen en la coincidencia, a lo largo del s. XVIII, de dos modos de tratar a la res en el espectáculo: el modo norteño -justas de habilidad y fuerza- y el modo andaluz, a caballo y mucho más cruento.

Supuesto origen vasco del toreo a pie. Cossío, que, además de historiar la fiesta dedica su obra a dos toreros (Gallito y Belmonte), atribuye la familiaridad del vaquero pirenaico con su ganado a las dificultades del terreno montañoso y a la subsecuente ausencia de caballos. Es así como, según él, el toreo a pie bien pudo surgir en Navarra (Cossío, 1943, t. IV: 854) y extenderse hacia el S. hasta llegar a Andalucía. "Podemos afirmar que la cuna del toreo de a pie fue Navarra, el Pirineo, el N., pero su transformación en arte se debe a Andalucía. Lo esencial de burlar al toro era el ideal único de los diestros que invadieran toda la Península en los principios del siglo XVII, pero el añadido de arte que justifica la persistencia de la fiesta andaluza, la unión de la agilidad norteña con el arte andaluz y la superposición, o fusión, del toreo a caballo sobre el toreo a pie han de dar lugar al arte del toreo, tal como hoy lo conocemos y gozamos. El carácter andaluz pone el sello de su estilo, pero no a su invención. La intervención ordenada de diestros jinetes y peones, cada uno con su misión, forman la estructura de la lidia en aquellos días, sin que hasta los nuestros haya sido modificada en lo esencial". Basándose en este párrafo de Cossío y, la mayor parte de las veces sin ni siquiera citarlo, escritores, aficionados y críticos taurinos afirman de forma concluyente pero gratuita que el toreo a pie nació en Navarra. "Siendo el toreo navarro el más antiguo -afirma sin apoyar el aserto Aguirre Franco (1971: 471)- no es de sorprender que para la burla de las reses se sirva de recursos elementales, en los que más valen la fuerza y la agilidad que un arte y un estilo depurados". Se refiere al regate, tan frecuente en las capeas de la Ribera de Navarra y al quiebro (lance denominado "navarra"). Luis del Campo, que niega (1975a) la calidad de pastores a los corredores de toros del s. XVII, ofrece elocuentes testimonios de la existencia de una modalidad acrobática en ellos. Pero, el hecho es que, tenga o no su origen en la intersección de dos destrezas, la del vaquero norteño y la del jinete andaluz: a) No existen pruebas que puedan demostrar tal hipótesis. b) La corrida española, tal como fragua a finales del s. XVIII, es algo diametralmente diferente a las tradicionales desafíos de agilidad y fuerza documentados a lo largo y ancho de Vasconia antes y después de su nacimiento.

La corrida a muerte: primeras noticias. "No sé cuándo se ha pegado a los guipuzcoanos esta manía y bárbaro gusto de toros y moros, común a los demás españoles" reflexiona perplejo a mediados del s. XVIII el P. Larramendi (1969: 231-232). "Y es tal y tan grande la afición -prosigue-, que, como se dijo por chiste de los de Salamanca, si en el cielo se corrieran toros, los guipuzcoanos todos fueran santos por irlos a ver en el cielo". Larramendi nos proporciona, además, detalles claves sobre el festejo: "En ocasiones especiales se traen toros de Castilla y de Navarra, fieros y que con su catadura sola espantan; pero en las fiestas ordinarias y anuales se corren toros del país. Los de Castilla y Navarra siempre son toros de muerte; no así los del país (se refiere a las Provincias Vascongadas), que, acabada la corrida, los llevan al monte y a sus caseríos. Para los toros de Navarra y Castilla se traen asalariados toreadores de allí mismo ... ". Por esas fechas la corrida española hace seria competencia a los menos cruentos juegos de destreza y habilidad arriba mencionados. Larramendi lo percibe y se lamenta de ello: "Es de ver capear a un fiero toro y la destreza con que evitan sus acometidas sacando la capa, ya de un lado, ya del otro, ya por arriba, ya por abajo, repitiendo las suertes hasta dejar rendido al toro. Esto, que es digno de verse en un diestro toreador, no se permite en Guipúzcoa, como que es cosa fácil y que sólo sirve para marear al bruto. Empiezan a gritar: fuera capa, fuera capa, y precisan a los desdichados a torear a cuerpo descubierto con dos banderillas en las manos, y a matar al toro sin más defensa que su estoque. A esto llaman destreza, y debieran llamar barbarie, y muy condenable, así en los guapos que la practican como en las gallinas que le miran de talanquera". En efecto, coincidiendo con Larramendi, los archivos vascos son parcos en noticias sobre corridas a muerte, hasta el s. XVI. Los festejos taurinos parecen haber sido meros encierros (a los que se llama "correr toros") y luchas de recortadores con capa u otros instrumentos no punzantes. A partir del s. XVI, la enorme movilización de hombres y de recursos dinerarios acaecida como consecuencia de los descubrimientos ultramarinos supone un enriquecimiento material del país, en especial de las provincias vasco-cantábricas y la multiplicación consiguiente de festejos en los que se utilizan bovinos. Cualquier incidencia -fiestas fijas o móviles, carnavales, matrimonios, partos o cumpleaños reales, colocación de retablos, etc.- se celebra con ganado vacuno aunque la corrida con toros a muerte sigue siendo un espectáculo circunscrito sólo a determinadas fechas y lugares. La bula de Pío V (1567) no obsta para que se corran toros en Bilbao en 1577 (Labayru, 1.900: 438) y 1592, aunque no se trata de corridas "a la española" sino novilladas en que había alguna res de muerte de forma excepcional. Algo semejante ocurre con las corridas de Pamplona en las que las reses se "corren" pero no se matan hasta avanzado el s. XVII (Campo, 1982: 512). Según Antonio de Trueba (Corella, 1976: 457) "el principio regular de las corridas de toros en Bilbao no se remonta más que al primer tercio del siglo XVIII en que empezó la señora villa, como entonces se decía, a festejar el octavario del Corpus con esta diversión". Las faenas tienen lugar en Bilbao en el espacio ocupado modernamente por el Mercado de la Ribera, entre el Ayuntamiento, la iglesia de San Antón y las casas que miraban a la ría, cerrándose el cuadrilátero con vallas y rejas (Diéguez Berben, A., 1973: 43). En Estella la primera noticia de festejos taurinos es de 1590 pero sólo consta que se trata de toros a muerte en dos casos, de 1751; las corridas se efectuaban en la Plaza del Mercado Nuevo o de San Juan (Fueros) bajo responsabilidad de la parroquia y permiso del ayuntamiento (Lacarra, J. M.ª, 1942: 316). En Sangüesa es la plaza de la Galería la que se utiliza desde el s. XVI aunque parece haber indicios de que anteriormente hubiera espectáculos bovinos en la del castillo-palacio del Príncipe de Viana (Labeaga, 1989). En Vitoria las primeras se celebraron en la actual plaza de España, en la de la Virgen Blanca o en la hoy desaparecida de la Casa de Correos, en el patio de Santa Clara o en la plazuela de Arrieta. Con corridas celebró Azpeitia la canonización de San Ignacio en 1622. Durante el s. XVII se introdujo en Navarra la suerte de picar, procedente del campo charro, ya que hasta entonces, cuando se toreaba a caballo se utilizaban rejones o lanzas (Aguirre Franco, 1971: 467). También es por estas fechas cuando aparecen lidiadores navarros (Antonio Bautista, Domingo Barrera, Juan de Burdeos, Juan Díez lñíguez de Valdosera "Candil", Julio García, Juan Labayen, Francisco Milagro, Antonio Quintana, José Urrea, Miguel Sánchez) ejerciendo toda clase de suertes y habilidades con los toros por tierras de Castilla por lo que habría que conceptuarlos más como antecedentes del toreo gascón (landés) que del denominado, por contraposición, español (andaluz).

La corrida española: introducción y auge. El s. siguiente serán más (Ibidem: 467) aún los que exhiban este fenómeno específico llamado "toreo navarro": Agustín Yanguas de Tudela, Miguel Sagardoy de Valtierra, Antonio Bermejo "Zurdo" de Alfaro, Pedro Villaba de Tudela, Francisco Baigorri, José Leguregui, el maestro de Barcaiztegui y Martín Serrano, último artífice del toreo "a la navarra". Alguno que otro apellido vasco en Buenos Aires o Lima atestigua la existencia de diestros en América (Aguirre Franco, 1971: 469). Una corrida en el Bilbao de 1768 testimonia la utilización de reses de Salamanca, de Navarra y locales, así como "diestros toreros de a caballo y a pie" (Labayru. 1903: 398). Los toros "de muerte", a la española, van siendo cada vez más solicitados; en las fiestas de Bilbao del 18 al 21 de agosto de 1773 se mataron 24 toros y 11 caballos (Labayru, 1903: 417-420). Los toros fueron acosados no sólo por picadores, banderilleros y toreros, sino también por jaurías de perros hasta entrado el s. XIX en que fueron sustuidos por banderillas de fuego. Para reducir aún más cómodamente al animal se ideó la temible media luna con la cual se le cortan los jarretes, con sección de tendones y ligamentos de las patas posteriores, para que caiga y pueda ser apuntillado (Campo, 1982: 532). Pero las prohibiciones vigentes limitan durante el Antiguo Régimen la modalidad española, como puede verificarse por la relación de los festejos celebrados en Tolosa desde 1700 a 1866 recopilada concienzudamente por Aguirre Sorondo (1984).

Restricciones presupuestarias y limitación de las corridas. Esta misma relación refleja claramente la vuelta a los festejos sangrientos que trajo consigo el restablecimiento de Fernando VII y el levantamiento de las prohibiciones, aunque justo es consignar que fue José 1 quien derogó la pragmática de 1805 con la intención de ganarse la benevolencia de los españoles (Campo, 1982: 620-621). Los toros de muerte fueron reimplantados (Cortes de Navarra de 1817-1818, ley 16; disposiciones forales), junto con la Inquisición, el monopolio de la prensa y la carencia de libertades públicas. Lo cuenta con amargura Godoy en sus "Memorias", en el párrafo que más arriba hemos reproducido, aunque no dice que, además, Fernando VII cerró las universidades y creó en 1830 la Escuela de Tauromaquia de Sevilla (Campo, 1982: 693). En la modalidad "de muerte" la lista de figuras del toreo procedente de tierras vascas es exigua si la comparamos con las de Andalucía o Castilla. Entre los ss. XVIII y XIX destacó Luis Mazantini, de Elgoibar, y, ya en el nuevo siglo, Diego Mazquiarán "Fortuna", de Sestao. La pérdida de los dominios de Ultramar, las devastaciones de la francesada, el cólera, las guerras civiles y el consiguiente empobrecimiento supusieron una limitación de festejos a muerte que, aun así, acrecentaron considerablemente a lo largo del s. XIX el déficit de los municipios y localidades. A modo de ejemplo, citemos las corridas de los Sanfermines de 1826 cuyo saldo fue: Gastos 35.645 reales y 31 maravedís Ingresos 33.691 reales y 25 maravedís Déficit 1.954 reales y 8 maravedís Los apuros financieros de las arcas municipales llegaron hasta el extremo de provocar la suspensión de estas tradicionales corridas durante varios años (Campos, 1982: passim) o a su sustitución por novilladas en las que los banderillazos eran curados después de la corrida a fin de que la res no pereciera (Labeaga, 1989: 538) ocasionando el consiguiente gasto (recuérdese que la conservación de los alimentos era entonces muy elemental).

Primeras plazas de toros. Bayona 1852: Bilbao 1849; Eibar 1902; Estella 1845: Hondarribia 1892; Pamplona 1844: San Sebastián 1886?; Vitoria 1851.