Engineers

Vicuña y Lazcano, Gumersindo

Ingeniero y físico-matemático portugalujo. La Habana, 13-01-1840 - Portugalete, 10-09-1890.

De padres de Eskoriaza y Portugalete, nació el 13 de enero de 1840 en La Habana, a donde había emigrado su familia, aunque pronto regresó a la villa portugaluja. Estudió el bachillerato en el Colegio General de Bizkaia, centro adscrito al Instituto Vizcaíno de Bilbao, en el que destacó por su brillantez e inquietud.

Luego cursó en Madrid su carrera de ingeniería industrial, la más modesta de entre la -socialmente distinguida- clase ingenieril, y cuyos estudios complementó con el título de Doctor en Ciencias, en la Universidad Central.

Avalado por sus brillantes notas, obtuvo en 1863 una pensión del Gobierno, para visitar diversos centros científicos y técnicos, en Francia, Inglaterra y Bélgica. A su regreso, escribió, en los Anales de Física y Química Pura y Aplicada -la primera revista española del ramo- elogiosos comentarios sobre los laboratorios visitados (en particular, los de París), un género de comentarios que repetiría en muchos discursos a lo largo de su vida.

Una vez graduado, en 1865, Vicuña optó por la docencia en lugar de la ingeniería, como profesor supernumerario en la Facultad de Ciencias de Madrid, y, en 1869, se interesó por la cátedra de física matemática. Ésta era una asignatura de doctorado que sólo podía impartirse en la Universidad Central; Vicuña obtuvo la plaza.

A pesar del atraso que entonces padecían la física y la matemática en España, existen personajes -por norma, ingenieros- que cultivaron, de una u otra manera, esas ciencias. Ahora bien, si hubiera que caracterizar de algún modo la actividad académica de tales individuos, incluido Vicuña, el calificativo más pertinente sería el de carente de originalidad. La tarea que se les encomendaba, y a la que destinaban sus escasos recursos, era, sobre todo, la de enseñar, una enseñanza en general de carácter poco avanzado, que condicionaba el tipo y nivel de publicaciones, toda vez que éstas se limitaban a libros de texto, compuestos por materiales tomados de fuentes extranjeras. Además de enseñar, la otra tarea, ésta optativa, era la de informar, acerca de avances realizados en otros países; fue en este ámbito, en la difusión de teorías científicas, en el que Vicuña más destacó. Dos obras sobresalen en este sentido. En 1872, pronunció un discurso sobre termodinámica, que exponía la teoría de los gases de Clausius -tema, entonces, de actualidad en física molecular-, y que contribuyó a familiarizar a ingenieros con la teoría y praxis de las máquinas de vapor. En 1883, publicó su Introducción a la teoría matemática de la electricidad, que es considerada como la primera en introducir en España el electromagnetismo de Maxwell. A decir verdad, la importancia de estas obras no radica tanto en su relativa modernidad (modernas -aunque no demasiado--, si se las compara con los libros de texto de la época), como en su contribución a que se dejase de explicar la teoría de los fluidos imponderables y se sustituyese por modernas teorías unitarias, además de su énfasis en las aplicaciones técnicas de la física, que marcarían el desarrollo industrial en los próximos años.

No es posible apreciar la talla de la personalidad de Vicuña sin tomar también en consideración su discurso inaugural titulado Cultivo actual de las ciencias físico-matemáticas en España, que es admitido como la más precisa formulación de las necesidades de investigación de la época. Cuando Vicuña inauguró el curso 1875-76 de la Universidad Central, el ministro de Fomento, el conservador Manuel de Orovio, acababa de suprimir el llamado Plan Chao de 1873, que pretendía modernizar las Facultades de Ciencias durante la I ª República. Este plan abogaba por crear tres tipos de Facultades (Matemáticas, Física y Química, e Historia Natural), orientadas hacia la investigación, respondiendo a la matematización que venía experimentando la física europea desde mediados del siglo XVIII. Sólo mucho después, en pleno siglo XX, se entendió la investigación como una práctica que las universidades españolas debían fomentar en todos sus ámbitos. Importante por su sentido de denuncia fue el discurso de Vicuña, que al fin y al cabo venía a reivindicar la europeización a través de la práctica científica. Esa europeización implicaba también la regeneración de la enseñanza secundaria, dominada aún por la doctrina escolástica; se hacía así urgente una transformación al estilo germano, "en cuyos gimnasios se profesan ciencias que aquí se reservan para las Universidades", así como la creación de "Escuelas Profesionales" técnicas, como las que había en Francia y Alemania.

En el campo de historia de la física, Vicuña es recordado sobre todo por su equilibrado discurso crítico acerca del atraso científico-técnico español y las medidas para combatirlo. En sus cincuenta años de vida, sin embargo, publicó una decena de libros y más de 70 artículos, que versaron sobre temas de la más diversa índole, desde trabajos puramente matemáticos a escritos de contenido socio-económico y tecnológico (incluyendo, curiosamente, una novela, La carcoma, en la que describía las pugnas y luchas tras la guerra carlista en Bilbao). En 1882, por cierto, fundó la revista La Semana Industrial, dedicada a las ciencias, artes, agricultura, hacienda y comercio.

Es curioso que su nombre se haya convertido en relativamente familiar en los tratados de historia política, como consecuencia de los catorce años en los que fue diputado por Balmaseda, de 1876 a 1890, como político del partido conservador, en un periodo en el que, a pesar de su oposición -y la de muchos otros-, se derogaron los tradicionales fueros del País Vasco (el percance le llevó incluso a enfrentarse con el presidente de su propio partido). Por su defensa de la foralidad en Madrid, el Señorío de Bizkaia le nombró padre de la provincia.