La venta de los bienes comunales de la villa de Artajona (Navarra) durante el siglo XIX adoptó una forma singular, de gran trascendencia para el porvenir de este municipio y sus vecinos. Frente al esquema desamortizador general en el que prevaleció el triunfo de la propiedad privada individual, el ayuntamiento artajonés optó a finales de la centuria por la compra colectiva de sus corralizas, formando lo que acabó denominándose, en 1913, Sociedad de Corraliza y Electra, y que ha pervivido hasta la actualidad. La gestión de la sociedad permitió abastecer al vecindario de servicios básicos, entre otros el suministro de agua y electricidad. Por lo tanto, es de sumo interés explicar un caso en el que la acción colectiva se reforzó en un contexto social y económico plenamente capitalista.