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OFRENDA

"Opari". Las limosnas que los fieles entregan en las iglesias hoy son consideradas como una contribución al sostenimiento del culto y de sus ministros. No tienen forzosamente una relación directa con el ideal cristiano del hombre y de los comportamientos humanos, aunque de hecho vengan inspiradas por él. A su lado existen ofrendas que, si hoy para muchos -no todos- tienen sentido cristiano, parecen haber respondido en su origen a otra concepción o concepciones del hombre. Así son algunas veces las depositadas en las sepulturas, en el altar, en las bandejas de las iglesias, en el hogar, en las ventanas, en las orillas de las heredades, etc., para lograr buena suerte en nuestros quehaceres, en nuestra salud, en la de nuestros deudos y de nuestro ganado, para aplacar a las almas de los difuntos, para propiciar a Dios, a los santos, a nuestros amigos, a la comunidad, al grupo, al partido o a un simple "estereotipo" que ha hecho fortuna en la tertulia que uno frecuenta, etc. Tienen sentido en un mundo en el que sobre el orden natural existe otro que, al parecer, trasciende a aquél. La ofrenda es a veces un animal que se sacrifica. Tal es el caso del gato que entierran vivo en algunos sitios para lograr la desaparición de una epidemia que está causando la muerte a muchos gatos. Lo mismo practican con un chito, cuando una enfermedad peligrosa se propaga en las polladas. Para lograr la curación de una persona enferma recurrían a veces en Liginaga al sacrificio de un animal: despellejar, por ejemplo, una oveja. Hay veces en que la ofrenda toma una apariencia de libación, como es el caso de los labradores suletinos que, al retirarse de la heredad donde han trabajado, derraman en la tierra el agua sobrante de la jarra de que se han servido durante el día, mientras rezan un Pater en sufragio de las almas de sus difuntos. También derraman fuera de la puerta de la casa un poco del agua que traen de la fuente para consumirla en casa. En la fuente de Cihigue, a donde acuden muchos enfermos a lavarse, dejan parte de su ropa, rosarios u otros objetos, como ofrendas o exvotos. Es práctica que se observa en muchas fuentes y ermitas del país. Echan pan bendito en el río, cuando sus aguas amenazan inundar los campos (Liginaga). En otros sitios, en Bizkaia sobre todo, echan el pan de Nochebuena en el río que sale de su madre y en el mar embravecido. El conjurador lanza a veces un objeto (zapato, cuchillo, etc.,) hacia la nube tempestuosa para aplacar al genio de la tormenta Aidegaxto, objeto, que desaparece misteriosamente (Ataun, Sara, Alzay). En algunos sitios es costumbre colocar una moneda en el nido que está empollando una gallina a fin de evitar que las tormentas perjudiquen a los polluelos. Es ofrenda que se hace a almas de antepasados. En Amezketa y en la sierra de Aralar existen dos peñascos -Igoin y Amabirjiña-arri-, en los que hay unos huecos que muchos dicen ser huellas del pie de la Virgen. Hay quienes, deseando hallar algún ganado desaparecido, depositan allí algunas monedas que ofrecen a almas de antepasados y que los peregrinos o romeros que pasan al lado deben llevar al santuario a donde se dirigen. Cuentan que en el s. XIV los señores de Bizkaia depositaban entrañas de vaca sobre una peña de Busturia como ofrenda que hacían a su supuesta ascendiente Mari. Así lo asegura en su Livro dos Linhagens el conde D. Pedro Barcellos con estas palabras: "En Vizcaya dijeron y dicen hoy en día que esta su madre de Iñigo Guerra es el hechidero o encantador de Vizcaya. Y como en signo de ofrenda a él, siempre que el señor de Vizcaya está en una aldea, que llaman Vusturio, todas las entrañas de las vacas que mata en su casa, las manda poner fuera de la aldea sobre una peña, y por la mañana no encuentran nada, y dicen que si no lo hiciese así algún daño recibiría ese día y en esa noche en algún escudero de su casa o en alguna cosa que mucho le doliese. Y esto siempre lo hicieron los señores de Vizcaya, hasta la muerte de D. Juan el Tuerto, y algunos quisieron probar a no hacerlo así y se encontraron mal". En casos de desaparición de algún ganado u otra cosa, en Ataun ofrecen a las almas de antepasados una cantidad en metálico y la colocan en una ventana de la casa por el lado exterior. Allí la tienen durante una noche. Después la llevan a una iglesia o ermita. En Leiza, en caso parecido, colocan de noche una o varias mazorcas de maíz en una ventana de la casa, también por el lado exterior. Después las entregan como limosna al primer mendigo que llega a su puerta. En muchos pueblos se recuerda todavía la creencia de que a la noche, cuando la familia se retira a dormir, los difuntos de la casa -según otros, los ángeles- vienen a la cocina y que allí aprovechan o consumen las ofrendas que los vivos les dejan (comestibles y lumbre del hogar). Según creencia de Larrabezúa, los difuntos vuelven a sus casas en Nochebuena y dejan huellas de sus pies en la ceniza del hogar. En otros pueblos dicen que los difuntos suelen aparecer a primeras horas de la noche hasta las doce; después el canto del gallo los obliga a retirarse. Más extendida está la creencia de que las almas de los muertos andan en el mundo desde el mediodía de Todos los Santos hasta el de Difuntos. En otras versiones de los dichos precedentes los difuntos son sustituidos por lamias. Así, según Barbier ( Légendes du Pays Basque), los habitantes del caserío Bazterretxea, antes de retirarse de noche a sus dormitorios, dejaban junto al hogar pan de maíz, trozos de jamón y taza de leche, que luego las lamias consumían. También en San Martín de Arberua dejaban pan de maíz para las lamias y éstas venían luego, consumían la ofrenda y, en recompensa, trabajaban en las tierras de sus fieles oferentes. Los labradores de Uhart-Mixe dejaban algún comestible en la orilla de la heredad en que habían trabajado. Aquella noche venían las lamias y consumían la ofrenda y luego terminaban el trabajo que sus donantes dejaban in completo. El pastor de la casa Sunbillenea, de Arraiz, obsequiaba diariamente con un cuenco de leche -según otros, con una cuajada- a las lamias de la cueva de Abauntz. En Orozko dejaban una jarra de sidra para las lamias; éstas venían de noche y la bebían. Según creencias de Mendive, los genios que de noche entran en el hogar, después que los habitantes se retiran a dormir, se llaman saindi-maindi. En la región de Saint-Palais los tales se llaman etxejaunak "señores de la casa". Son considerados como genios benignos. Es, sobre todo, al ocurrir alguna defunción, cuando las ofrendas aparecen en sus más variadas formas: luces, panes, huevos, carne, animales, fuegos, etc. Contribuyen a esto, con su colaboración, las abejas y otros animales. Por eso hay que contar con éstos. Cuando uno muere, hay que avisar este hecho a las abejas pertenecientes a la casa del difunto. Así éstas fabrican más cera que arderá durante el año en la sepultura del muerto. De no pasarles el aviso, las abejas mueren. Si, al conducir el cadáver a la iglesia y al cementerio, pasa el cortejo fúnebre junto al colmenar, un vecino levanta las tapas de las colmenas, para que las abejas aumenten su producción. Luego las cubren en algunos sitios con paño negro, en señal de duelo. También comunican la noticia de la defunción a los ganados del establo, obligándolos a levantarse, si estaban echados. Durante el oficio fúnebre, arden en la sepultura o yarleku perteneciente a la casa mortuoria muchas cerillas que para esto llevan los parientes y vecinos, y en el centro de este grupo de luces se halla la argizaiola o tablilla antropomorfa en la que va arrollada una larga velilla de cera. Se lleva también otra ofrenda consistente en comestible. Una joven, vecina del difunto, va en el cortejo fúnebre con un cesto lleno de panes sobre su cabeza. Son panecillos de tres o cuatro picos curvos (¿svástica?) llamados olatak, que, al llegar a la iglesia, son colocados en la sepultura, junto a las luces, y allí permanecen durante las exequias. En Orozko existía la costumbre de colocar unas monedas sobre el ataúd o sobre el túmulo durante la función de honras y de aniversario. En algunos sitios llevan a la sepultura, como ofrenda, un carnero; en otros, carne y aves. Según Larramendi (Corografía, p. 194. Barcelona, 1882), era general la costumbre de llevar en los grandes funerales a la puerta de la iglesia un buey vivo o un carnero. Según Gorosábel, la casa mortuoria presentaba un par de bueyes en la puerta de la iglesia, aun cuando después los redimían mediante dinero. El mismo dice que en 1796 los curas de Berastegi pedían que los herederos de propietario ofrendasen carnero y los de inquilino gallinas ( Cosas memorables de Guipúzcoa, tomo II, lib. VII, cap. IV, sec. IV, p. 501, Bilbao, 1967). D. Julio de Urquijo, en un documento del s. XVIII, halló la noticia de que en Azkoitia llevaban un buey delante de la iglesia y allí lo tenían durante las exequias y después lo rescataban mediante el pago de ocho ducados ( Cosas de antaño en RIEV, tomo XIV, p. 351, abril junio 1923). En el mismo lugar incluye una noticia facilitada por D. Domingo de Aguirre, quien dice haber visto delante de la iglesia de Oiquina el año 1898, durante un entierro, un buey vestido de "casulla", puntillas al cuello y un pan en cada cuerno. Añade el Sr. Urquijo que en las sinodales de Calahorra (a cuyo obispado pertenecían Álava, Bizkaia y parte de Gipuzkoa) de los años 1602 y 1700 no se habla de ofrendas de animales; pero permiten que se lleve a los funerales el caballo del difunto. Hasta nosotros ha llegado la creencia de que las luces, los panes, la carne, los huevos, etc., sirven para alumbrar y nutrir a los muertos en el otro mundo. A este propósito me refirieron en Kortezubi que en las minas de Somorrostro se desplomó el techo de una galería, dejando sepultados a muchos mineros. Años después fue desescombrado aquel sitio y en un hueco fue hallado vivo un minero. Este era de Ajangiz, aldea de la región de Gernika. Interrogado acerca de su situación y de cómo había pasado tanto tiempo en aquel hueco, declaró que, durante su obligada reclusión, sólo un día había estado privado de luz. Era el día en que su madre, impedida por una tormenta, no pudo ir a la iglesia a encender la velilla en la sepultura de su casa. Lo mismo cuentan en Berastegi para dar a entender que es necesario ofrendar en la sepultura luces y comestibles. También dicen en Atáun que es preciso alumbrar a los muertos aunque sea con una paja. En Liginaga llevaban antes al entierro unos panes que colocaban sobre la sepultura perteneciente a la casa del difunto. Decíase que durante el oficio fúnebre las almas de los muertos consumían el alimento de tales panes y que las luces encendidas en tal ocasión alrededor del féretro y en la sepultura, alumbraban al difunto en su morada extramundana. La misma creencia sabemos de Oiartzun, de Andoain, de Axpe y de Aretxabaleta. Otro tipo de ofrenda o rito fúnebre es la combustión de objetos. Aún en los primeros lustros de este siglo estaba muy extendida la costumbre de quemar el jergón de la cama donde hubiese muerto una persona. La operación se hacía en una encrucijada (Ilbide) de la casa mortuoria mientras se celebraba en la iglesia el oficio fúnebre, o en la noche inmediata, según costumbre de cada localidad. Quienes quemaban el jergón rezaban al mismo tiempo un Pater y, en algunos sitios, asperjaban la hoguera con agua bendita. Los residuos de la combustión recordaban al viandante que pasara por el lugar, la defunción ocurrida en la casa próxima y le invitaban a que rezase una plegaria por el muerto. En algunos pueblos queman un manojo de paja en lugar del jergón. Después de la exequias un sector de la comitiva fúnebre (parientes y vecinos) vuelve a la casa mortuoria. Al llegar delante del portal, un vecino deposita en la tierra un lasto-azau "manojo de paja" y le prende fuego. Todos los presentes rodean la fogata y rezan un Pater, Ave y Requiem. Seguidamente se introducen en la casa donde tiene lugar el ágape o comida de entierro (Uhart-Mixe y otros pueblos de Navarra y Zuberoa). Puede decirse que, en gran parte de los pueblos de Vasconia, existe la costumbre de obsequiar a algunos o a todos cuantos forman parte en el entierro, con una comida o con una sencilla refacción, suerte de banquete fúnebre que hoy no tiene desde luego el contenido místico de antaño. Los comensales forman dos grupos en algunos pueblos (Salcedo, Otazu e Ithorrotz): el de honra y el de caridad, que comen en salas o sitios diferentes; el primero comprende a los parientes del difunto, el segundo a los vecinos y forasteros. A este propósito cuenta Pierre Lafitte lo que él mismo presenció en Ithorrotz: los asistentes a un entierro fueron invitados al banquete; los familiares del muerto comieron en una sala de la casa mortuoria, los demás en un departamento llamado borda; después de comer, unos y otros se reunieron en este lugar, cada uno provisto de un vaso que contenía un dedal de vino; se pusieron tiesos alrededor de la mesa; el chantre se descubrió y todos vaciaron los vasos derramando el vino sobre la mesa; cada uno mojó en ese vino las puntas de sus dedos de la mano derecha como si lo hicieran con agua bendita, y se santiguaron todos. Lafitte dice que, a su juicio, aquello era un eco de la "libatio" de los latinos paganos, si bien algo cristianizada mediante la señal de la cruz. La distinción de dos grupos en la comitiva fúnebre -el de aquellos que van por obligación y el de los que van por caridad- parece haber sido general en el país. Los primeros son de casa o tienen lazos especiales que los unen con ella. Los del segundo grupo no pertenecen a la casa; pero están unidos con sus moradores en otro nivel social, donde el aglutinante es la caridad cristiana basada en una misma fe y en una misma esperanza. Cuanto llevamos señalado acerca de la ofrenda es una síntesis en la que hay elementos de viejas estructuras sociales con entramado de signo cristiano, combinadas a veces con diversos mitos y creencias de probable origen pagano. En el fondo aparece una concepción de la vida y un plan y ordenamiento social en el que la casa es considerada como el centro de una entidad o grupo doméstico y como núcleo y base inviolable e indivisible de la familia al que da firmeza y consistencia su vinculación con los muertos.

José Miguel de BARANDIARAN.