Entrepreneurs

Urgoiti y Achúcarro, Nicolás Maria

Empresario e ingeniero. Madrid, 17-10-1869 - Madrid, 08-10-1951.

Sus biógrafos coinciden en señalar que Nicolás Urgoiti fue el primer, y último, empresario que fue capaz de tener una visión global de todo el sector de la industria papelera. En realidad, ésa no fue su única virtud, ya que Urgoiti fue mucho más que un hombre de negocios; en efecto, terminó siendo eso, pero había comenzado como ingeniero, destacando en primer lugar en la fabricación papelera y luego como editor y promotor de la cultura.

Los inicios del primogénito de los Urgoiti fueron turbulentos: procedente de una familia de convicciones carlistas (por parte paterna) y liberales (por parte materna), nació en Madrid, a donde habían emigrado sus padres como consecuencia de las guerras carlistas. Luego, emigraron, no con poco sufrimiento, a París y San Sebastián. Cuando siendo aún un niño de apenas ocho años falleció su madre, Nicolás fue internado en los Escolapios de Tolosa. Lo encontró, tal vez por todo lo sufrido, apacible y ameno, aunque no por mucho tiempo, pues luego volvió a Madrid a estudiar la carrera de ingeniero de caminos. De su estancia en Madrid le quedaron el ambiente polvoriento y el desbarajuste estudiantil, además del título de ingeniero (1892) y su brillante currículum.

La primera oferta profesional seria que se le presentó fue trabajar de ingeniero en la fábrica de papel del Cadagua, en las Encartaciones. Aunque no tenía experiencia, le agradó la propuesta, que incluía un buen sueldo, una hermosa casa con luz eléctrica y agua corriente -¡poco común en el País Vasco de 1894!-, carbón gratis y huerta; más tarde escribió su nieta: "en la fábrica vio Urgoiti el elemento tangible con que amarrar a la realidad su proyecto, en cierto modo utópico, de englobar en una vasta y flexible organización las industrias del papel, desde el cultivo del árbol que da su materia prima, hasta el libro y el periódico en que se hace vehículo del pensamiento". En seguida, sin embargo, se percató de los problemas del sector. A finales del siglo XIX Gipuzkoa, en especial la comarca de Tolosa, concentraba la mayoría de máquinas de papel continuo (a la cabeza estatal -con 13 de un total de 48-, seguida de Cataluña y Valencia) mientras Bizkaia se iba abriendo paso. Al introducirse la pasta de madera, ambas se beneficiaron de ciertas ventajas, como la facilidad para importar pasta escandinava y carbón británico y el caudal de sus ríos, imprescindibles para producir papel en cantidades industriales. El consumo, sin embargo, no creció tanto como lo esperado y el mercado no tardó en comenzar a saturarse.

En 1899 y de nuevo en 1900, el joven Urgoiti recorrió Alemania y otros países del norte, conociendo in situ la situación de otras empresas papeleras. A su regreso, se percató en seguida de que las papeleras más perjudicadas eran las vizcaínas, que estaban sumidas en una anarquía de precios, con precios incluso por debajo del coste. En 1901 se le encargó estudiar la posibilidad de la fusión, o descubrir si era conveniente una unión empresarial que facilitase el control del mercado, de la situación anárquica. Consecuentemente, se le ocurrió la idea básica del trust, la idea de que había que lograr una integración horizontal mediante la fusión de distintas fábricas, al mismo tiempo que una integración vertical que abarcase todo el proceso, desde la producción de materias primas hasta la creación de almacenes y la participación en periódicos (El Sol, La Voz) y editoriales (Calpe). Se buscaba, principalmente, abaratar los precios de venta e incentivar el consumo, pero se trataba de un concepto novedoso en España, con un enorme riesgo. Las once compañías que conformaron La Papelera Española, el gran trust creado el 25 de diciembre de 1901 con Urgoiti como director general, se ajustaban perfectamente a este concepto.

Durante las dos décadas siguientes a la aplicación, pionera en el Estado, del concepto de trust, Urgoiti se enfrentó a la reestructuración productiva, pero también a los que terminarían siendo sus mayores enemigos: los periódicos. En 1912, dio un paso de gigante en tal reestructuración, al inaugurar la fábrica modelo de Rentería, que era capaz de producir pasta y papel y que contaba con los medios técnicos más avanzados. Da idea del avance que supuso la fábrica el que durante el primer año produjo de 25 a 30 Tms. de papel diarias; en 1901 la más productora en el Estado no superaba las 10 Tms. El efecto fue que La Papelera aumentó considerablemente su producción, bajando el papel de periódico de precio; sin embargo, perdió cuota de mercado, como resultado del boom de nuevas fábricas. Urgoiti impulsó una cartelización del sector, que se materializó en enero de 1914 con el nombre de Central Papelera, uno de los objetivos que persiguió con mayor ahínco. Se trataba, en suma, de una central de ventas que unía el mercado de papeles corrientes, asignando cupos de venta en función de lo que producía cada fábrica.

La amplitud y diversidad de su visión empresarial permitieron a Urgoiti promover iniciativas pioneras en Madrid. Mantuvo sus responsabilidades en la industria papelera (fundando, por ejemplo, la Sociedad de Fabricantes del Papel en 1919), desembarcando, asimismo, en el mundo de la prensa y la cultura, áreas en las que brilló con luz propia durante las siguientes dos décadas. En colaboración con el pensador José Ortega y Gasset, fundó el periódico El Sol (no sin recibir, por cierto, las más agrias críticas, que le acusaban de portavoz del sector papelero), a lo que sumó la presidencia de Prensa Gráfica Española. Pocas veces antes un hombre de negocios, se adentró en círculos intelectuales y políticos, en actividades culturales y en polémicas, como lo hizo él.

Progresivamente fue perdiendo protagonismo en la fabricación papelera, adentrándose en los campos de la cultura y la editorial, áreas en las que también impulsó realizaciones notables, como la fundación de Calpe (asociada, más tarde -en 1923- con Espasa, que emplearía el papel fabricado por su trust empresarial), la inauguración de La Casa del Libro (referencia cultural y mercantil en Madrid), o la publicación del vespertino La Voz.

A partir de 1932, su figura prácticamente desaparece. La razón, el deterioro de su salud mental, que llevó a sus hijos a ingresarle en un sanatorio suizo. Allí pasó los años de la Guerra Civil. Regresó en 1939 y comenzó a escribir una autobiografía que nunca terminó. Murió en Madrid en 1951.