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CAJA DE AHORROS MUNICIPAL DE VITORIA (1895-1990)

El Monte de Piedad.

Como antecedente del Monte de Piedad alavés hay que citar las antiguas Cajas de Misericordia que existieron en algunos pueblos de la provincia. Estas Cajas tuvieron un fin similar al que más tarde tendrían los Montes de Piedad: evitar que los más necesitados cayeran en manos de los usureros, aunque sus destinatarios fuesen distintos. Las Cajas de Misericordia estaban pensadas para la población rural, a la que concedían préstamos en especie. Mientras que los Montes se ocupaban de la urbana, quien tendría durante el siglo XIX y gran parte del XX, unas necesidades monetarias específicas que trataban de solventar. También acudieron a ellos en ocasiones los campesinos vitorianos, al necesitar préstamos en dinero en épocas de penuria.

Desde la creación de la Caja estuvo presente la posibilidad de implantar un Monte de Piedad anexo, pero su puesta en práctica no llegó hasta el 14 de septiembre de 1856, cuando ya contaba con suficientes fondos con los que prestar el dinero necesario al Monte, y cuando las dificultades por las que atravesaba la población vitoriana así lo requerían. En este caso, hay que indicar la importancia que tuvo la voluntad del entonces alcalde Francisco Juan de Ayala.

Este tipo de instituciones, nacidas a mediados del siglo XV, e impulsadas por la Iglesia para combatir la usura, tuvieron que optar por introducir los préstamos prendarios y cobrar un interés, aunque fuera mínimo, que garantizasen su futuro. Es decir, tenían que utilizar los mismos planteamientos que los prestamistas profesionales pero sin esquilmar y llevar a la ruina total a sus potenciales clientes. El buen funcionamiento de un Monte de Piedad requería conjugar armoniosamente la .piedad. con la rentabilidad, o al menos con la menor pérdida posible, porque nunca representaron un negocio para las Cajas que los tenían asociados, sino que en sus primeros momentos fueron su principal obra social.

El Monte de Piedad de Vitoria no tuvo el éxito que pensaban las autoridades en sus inicios, en parte debido a la falta de instalaciones adecuadas para su propio fin. En 1867 se reformó su Reglamento, se abrió un local independiente de la Caja, se estableció un nuevo horario y se le dotó de un perito tasador. Desde entonces aumentaron las operaciones, asentándose como institución necesaria, e incluso imprescindible en momentos de crisis económica y social. No obstante, pasó por algunas vicisitudes al sufrir una escasez de operaciones, pero eso no fue malo del todo, pues hay que pensar que si el Monte no hacía negocio es porque las personas no tenían necesidad de acudir a él. A lo largo de su historia fue aumentando el número de sucursales. En 1925, cuando se cumplía el setenta y cinco aniversario de la Caja, la cifra total de desempeños y ventas fue de 8.096, por un importe de 140.133 pesetas, lo que suponía una media de 17,30 pesetas por operación.

El funcionamiento fue el habitual en este tipo de entidades. Al presentar la prenda o objeto a empeñar se tasaba y se concedía esa cantidad como crédito pagadero al plazo establecido y con el interés estipulado al efecto. Para poder recuperarla se debía pagar la cantidad prestada y el interés. En el caso de superar el plazo acordado sin retirar lo empeñado, se procedía a venderlo en las subastas anuales que se realizaban, guardándose el dinero obtenido durante un tiempo y, si no se acudía en la fecha señalada, pasaba a los fondos del Monte de Piedad.

El transcurso del tiempo, la mejora del nivel de vida de los ciudadanos, la paulatina introducción de los seguros sociales y del llamado Estado del Bienestar fueron convirtiendo esta institución en un testimonio de otra época ya pasada y de un vivir más dificultoso. Aunque siguió teniendo movimiento durante años haciendo préstamos sobre alhajas o joyas de especial valor.