Ingeniero aeronáutico, inventor y aviador alavés. Vitoria, 20 de septiembre de 1893 - Vitoria, 10 de agosto de 1962.
Heraclio Alfaro fue un gran inventor aeronáutico, uno de los dos -el otro es Juan de la Cierva- más grandes de todo el Estado español. Llegó, además, a gozar de una gran admiración social -pese a que residió gran parte de su vida en los Estados Unidos-, tanto aquí como sobre todo en su tierra natal. Detrás de esto se encuentra, sin duda, una capacidad inventiva y creativa que fue tan formidable -21 patentes en EEUU, 6 en Canadá- como desconocida.
Nacido en el seno de una familia de gran distinción intelectual y creativa (su abuelo fue el artífice de los naipes "Heraclio Fournier"), el comienzo de su formación fue extraordinariamente cuidado. Estudió, primero, en el Colegio de los Marianistas de Vitoria, en donde tuvo entre sus profesores a Luis Heintz, gran aficionado a la arqueología y a la aviación; y más tarde en Francia y en Lieja (Bélgica), donde aprendió francés y, con ello, la posibilidad de conocer el auge de la aviación gala.
Desde joven destacó por su talento y pericia; al mismo tiempo que ingeniaba artefactos voladores -como el planeador ACA, en 1910-, aprendió a volar y se hizo piloto. Esto ocurrió en la escuela de aviación de Mourmelon le Grand, cerca de Reims, cuando contaba con sólo 17 años, lo cual le convertía en el piloto más joven de Europa y, quizá, del mundo (la Federación Aeronáutica Internacional, por cierto, no le concedió el título hasta que cumplió los 18 años, en 1911).
De regreso a Álava, en 1913 ejerció de profesor ayudante en la recién inaugurada Escuela de Aviación de Vitoria, la primera de carácter civil en el Estado. Allí, en las campas de Lakua, trabajó para su fundador, el piloto francés Leonce Garnier, con quien se relacionó de modo especial, acompañándole en vuelos e, incluso, haciéndose cargo de la Escuela, durante sus ausencias. Allí, también, en junio de 1914, construyó un aparato que terminaría siendo un hito en la historia de la aviación: el Alfaro I, primer aeroplano fabricado y pilotado por el propio inventor en el Estado (se trataba de un monoplano tipo torpedo, con un motor de 7 cilindros y velocidad de más de 100 Km/h).
A pesar de reconocer las ventajas ofrecidas por el aeródromo de Lakua (posibilidad de vuelos, contactos con pilotos), el joven Alfaro consideró la experiencia vitoriana desde una actitud de superación y aprendizaje. El amplio eco de las proezas aéreas que ya realizaba en Madrid y Salamanca le sirvió de contraste para juzgar más objetivamente las limitaciones técnicas del aeródromo de Lakua. No es sorprendente, por tanto, que, en 1915, tras varias exhibiciones en el aeródromo de Cuatro Vientos, se trasladase a la Escuela de Vuelo de Getafe, donde trabajó durante tres años como Jefe Técnico, bajo las órdenes del capitán y acreditado piloto Alfredo Kindelán. Allí, además de efectuar vuelos, realizó el servicio militar, lo que le permitió familiarizarse con la aeronáutica militar. A través de Kindelán y de varios ingenieros militares -con quienes pilotó en Cuatro Vientos- entró Alfaro en relación con los Talleres Hereter de Barcelona, lugar en el comenzó a desarrollar su participación en la aeronáutica militar. Durante los próximos tres años (1917-1920), construyó cuatro aeroplanos para las fuerzas aéreas, al mismo tiempo que proyectaba el primer helicóptero Pescara y un avión de caza (en concurso organizado por el Ministerio de Guerra).
Se trataba de un campo especialmente idóneo para inventar y aprender de otras ciencias, de la ingeniería aeronáutica en especial. Esto es lo que hizo Alfaro, que cultivó la aeronáutica militar, en la meca de esta rama: los Estados Unidos.
En octubre de 1920, marchó a Ohio; estudió métodos de producción en Cincinnati y, más tarde, proyectó un avión de combate para la Dayton Wright Co. (por el que obtuvo un premio de 3.000 dólares). Tras una estancia de apenas dos años, regresó a España, si bien como representante de varias compañías aeronáuticas americanas. Se instaló en Madrid y siguió construyendo aeroplanos, como el Alfaro 11, un biplano monoplaza. En 1924, no obstante, sin duda movido por los contrastes vividos en ambos países, regresó a los Estados Unidos, país donde residiría hasta 1945.
Su primer cargo fue el de ingeniero proyectista en la Glenn L. Martin Co. de Cleverland. Como sus obligaciones laborales no eran excesivas pudo simultanearlas con el estudio. En 1926 se graduó en ingeniería aeronáutica en el entonces ya prestigioso Massachussets Institute of Technology. Durante aquellos años trasladó el centro de sus actividades del diseño a problemas específicos ingenieriles (por ejemplo, los alerones Flap; un modelo suyo aún se emplearía medio siglo después). Este cambio se pone de manifiesto en la proyección de cuatro aviones; uno de ellos (un biplano con motor Warner Scrab, diseñado para un concurso de seguridad) contaba con avanzadas prestaciones. Curtido en la proyección de aeroplanos, fue capaz de proyectar y construir un avión (el City of Peoria, dotado de un motor Wright; encargo del National Airways, en 1927) en el tiempo récord de 23 días, un trabajo que le llevó a figurar en las portadas de la prensa local y a alcanzar -en el ámbito de la opinión pública- la cima de su etapa norteamericana.
La originalidad y fama de sus modelos permitieron a Alfaro ocupar la cátedra de aeronáutica en dos prestigiosas universidades: la Western Reserve University, en 1929, y el Massachussets Institute of Technology, en 1932. Continuó sus proyectos de aeroplanos (presentándose, por ejemplo, al concurso Guggenheim con una dotación de 100.000 $), fundando, asimismo, la empresa Aircraft Developments Inc., firma que llegó a construir hasta doce tipos de motores diferentes. Tratando de reducir el peso de los motores, se dio cuenta de que los novísimos materiales en aviación le permitían construir un motor de gran significación para la aeronáutica norteamericana: el baby motor. Nadie antes que Alfaro, construyó un motor diminuto y potente, de 23 Kg. y 24 caballos de vapor, como lo fabricó él.
Acaso menos impactante, pero en modo alguno menos importante, se encuentra el espectacular progreso que experimentó el embrión del actual helicóptero: el autogiro. A lo largo del primer cuarto del siglo XX, tuvo lugar una extraordinaria invención que protagonizaría un ingeniero murciano de su misma edad, la patente de autogiro de Juan de la Cierva. Un ingenio que, por entonces, se encontraba en un estado de ingeniería poco desarrollado, además de ser casi un desconocido en numerosos países, entre ellos los Estados Unidos. En 1928, llegando a un acuerdo con Harold Pitcairn (director de la Pitcairn Aircraft Co.) y con el propio La Cierva, Alfaro introdujo el autogiro en el país americano. Durante varios años desplazó el objeto de sus investigaciones del aeroplano al autogiro. Se dio cuenta de que la técnica de la transmisión del starter mecánico se encontraba prácticamente en fase embrionaria y consiguió diseñar -y mejorar- el arranque mecánico para el rotor, logrando el despegue de un salto. De estos logros surgió, en 1930, su asociación con la Autogyro Co. of America, con el que proyectó un nuevo modelo que perfeccionaba notablemente el prototipo de La Cierva en todas sus partes (fuselaje, rotor, hélices más delgadas, alas fijas, etc.). Posteriormente vendrían nuevos modelos y más mejoras técnicas, en aspectos específicos como el descenso vertical, resistencia del aire y arranque del rotor.
No obstante, cuando estaban en la cumbre tanto su labor investigadora como sus actividades inventivas, regresó a su tierra natal, enfermo de Parkinson. Los diecisiete años escasos que le restaban de vida los pasó en Madrid, San Sebastián y Vitoria, manteniendo abundante correspondencia y colaborando con compañías norteamericanas y españolas. El Aero Club de Vitoria, que se fundó en 1953, lleva su nombre.