Peintres

Iturrino González, Francisco

Pintor. Santander, 9 de septiembre de 1864; Cagnes-sur-Mer (Francia), 20 de junio de 1924.

En 1872 su familia, de origen vizcaíno, se trasladó definitivamente a Bilbao. Estudia dibujo con su tío Elviro González. Inicia los estudios de ingeniería en Bélgica, pero abandona la carrera para dedicarse a su carrera artística.

En 1890 se dirige a Bruselas donde estudia pintura con Lorrand. En 1895 se instala en París para continuar allí sus estudios de pintura, sobresaliendo pronto por su arte y fuerte temperamento. Se convierte en uno de los pintores de vanguardia más cotizados de la época.

En 1901 celebró una exposición en la Galería Vollard, de la capital francesa, en unión de Pablo Ruiz Picasso. Sus cuadros despertaron gran curiosidad y su fauvismo un sinfín de comentarios por parte de la crítica y del público de la época. En esta exposición el artista presentó cerca de cuarenta obras, en las que mostraba su indiscutible personalidad y talento. Después concurrió a otras exposiciones, destacando principalmente en la celebrada en el Salón de los Independientes. En París conoce también a Henri Matisse, quien influyó notablemente en su obra.

Regresó a su tierra (1901) y viajó por toda la Península, captando paisajes y tipos con sus pinceles. Dió a conocer algunas de sus obras en Madrid, Barcelona y Bilbao y obtuvo el mismo éxito que había alcanzado ya en el extranjero. Abrió un taller en Sevilla estableciendo así un eje París-Andalucía-Bilbao y trasladándose con frecuencia hasta la guerra del 14.

En 1917, en la Exposición de Artistas Vascos, tuvieron los lienzos de Francisco Iturrino una sala especial, y en ella pudieron ser contemplados sus excelentes cuadros con asuntos andaluces, salmantinos y marroquíes. En esta época, Iturrino había cambiado ya su arte negro y huraño de las primeras obras por otro más claro y amable, de técnica personalísima y de valiente colorido. Es justo hacer constar que no siempre fueron bien comprendidas sus obras, y después de la exposición que se celebró en el Círculo de Bellas Artes de Madrid en 1919, se originó una verdadera polémica.

En 1922 sufrió varias intervenciones quirúrgicas, siendo necesaria la amputación de una pierna gangrenada. Debido a su situación económica, sus amigos -Picasso, Matisse, Bonard, etc., realizaron una suscripción, la cual le permitió adquirir una casita en Cagnes sur Mer. Pinta y, sobre todo, graba al aguafuerte.

Muchas de sus obras se encuentran muy repartidas en museos nacionales y extranjeros y en colecciones particulares. Vollard adquirió gran parte de las creaciones. El coleccionista argentino don Andrés Garmendia posee varios cuadros, y en la colección Elejabeitia de Bilbao, se halla la obra titulada Las cuatro. Los museos de Bellas Artes de Santander y Bilbao y el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid tienen obras de Iturrino en sus fondos.

Entre sus obras más admiradas se encuentran: Cerrado de toros, Feria de Salamanca, Las sevillanas, Retrato, Femmes à cheval, Escenas andaluzas, Salamanquinos, Romería andaluza, Las charras, Fiesta flamenca, En la feria, Juerga en el cortijo, Feria, Mujeres a caballo, La torada, Carbón (dibujo), Mujeres, Caballos, Retrato de Manuel Losada y los aguafuertes en negro y en colores Tentadero y La merienda.

Un total de sus 52 planchas de grabado originales fueron enviadas en 1981 a Bilbao desde Hendaia, donde se encontraban retenidas. Las planchas habían sido donadas por los herederos del pintor al Gobierno Vasco, para su exhibición en el Museo de Bilbao cuando el ayuntamiento de la ciudad fuese totalmente democrático. Se encontraban, desde hacía más de año y medio, depositadas en la agencia de aduanas de Hendaia, a la espera de que se ultimaran todos los detalles entre los Ministerios de Cultura francés y español para su definitivo traslado a Bilbao. Están en perfecto estado para la reproducción de grabados y su temática general es la mujer.



José Camón Aznar comenta sobre la obra de Iturrino en la revista Goya de Madrid (nov.-dic. de 1964):

"La pasión en este gran pintor modelaba su vida. Sus reacciones eran primitivas y caudalosas. Estudia en Bélgica y fue en Málaga donde se embriagó de esa luz y de esas gitanerías que llenan sus cuadros. Sus ojos repetían espectáculos suculentos, y el mismo apetito con que se plantaba frente a la vida descomponía después la visión del mundo en manchas fuertes, cada una con un sol dentro. Todo en sus cuadros fulgura y se despega de límites y dibujos estrictos, pero todo también palpita en móviles incandescentes. Francisco Iturrino ha penetrado en ese campo de ruinas que empezaba a ser la pintura clásica y ha reclamado su parte de león. Sin freno para su gula de vasco, no entibiada, sino dirigida por ambientes mallarmeanos, Iturrino ha desvelado de toda prevención realista las luces, las mujeres y los jardines, y los ha expuesto con toda la brutal desnudez que su sensibilidad apetecía. Podemos señalar en él, a lo menos, dos etapas. Y no sabemos hacia cuál van nuestras preferencias. Una primera -y de ella hay magníficos ejemplos en la exposición del Instituto de Cultura Hispánica- con colores más graves, oscuros y gruesos que en el resto de su producción. Es una delicia contemplar estos cuadros de muy finas matizaciones, de una entonación más opaca y fundida. Estos lienzos forman unos conjuntos en los cuales el tema no es lo más importante. Trate flores o figuras humanas, lo que nos impresiona es la aterciopelada armonía de unos colores que por sí mismos constituyen la base temática del lienzo. Hay algunos de tan tímido toque y tan decayentes en la pura efusión cromática que hasta han suprimido los perfiles y quedan las tintas flotando en sus simples efectos ópticos. Tal ocurre, por ejemplo, con un admirable cuadro de flores. Después su estética cambia fundamentalmente y su arte se explaya en un haz brillante con tersura y claridad de agua. Lo que le interesa es el golpe total de una luz despejada, de abierta blancura, en la cual se sumerjan y purifiquen gloriosamente todos los seres. Y ahora esta luz es la que modela a las formas sin importarle al pintor gran cosa la verosimilitud de sus imitaciones. Estilísticamente, Francisco Iturrino se halla en esos límites inciertos entre el posimpresionismo, donde cada maestro tiene que elaborarse esforzadamente su interpretación del mundo y del arte, y la disolución del fauvismo, donde la Naturaleza se disocia en unos elementos expresivos como un haz desatado. Todo su concepto estético está vivo y aún sin superar. Las manchas más audaces de los contemporáneos pueden enfrentarse con este resol que deslumbra sus desnudos y los faralaes de sus gitanas. Arte el suyo de tanta agresividad cromática que, para soportar estas luces, las formas tienen que descomponerse en grumos vivos, en volúmenes facetados por los reflejos."