Tras la muerte de los Reyes de Navarra, los derechos dinásticos recayeron en su primogénito, el príncipe Enrique II. El 13 de agosto de 1516, el tratado franco-español de Noyón abrió nuevamente la vía diplomática al comprometerse Carlos I a restituir el reino una vez asentada su autoridad en España. Paralelamente, en Navarra el despótico gobierno del virrey indignó a los agramonteses y soliviantó a la mayoría de los beamonteses, muchos de los cuales se alinearon con el legitimismo.
A partir de 1518, el incumplimiento por Carlos I de sus compromisos diplomáticos, la lucha franco-española por la dignidad imperial y la rebelión comunera pusieron el conflicto nuevamente en la vía militar. La guerra civil castellana obligó a sacar de Navarra a la mayoría del ejército de ocupación.