Ekonomilariak

Foronda, Valentin (1751-1821)

Biografía, II. Arrancando del sensismo de los Locke, Condillac, etc., Foronda intentará más tarde demostrar, en otra de sus obras, "que todos los entendimientos son iguales", haciendo responsable de las desigualdades intelectuales, no a la naturaleza o a las causas físicas, sino a las causas morales que regulaban el hecho de la educación, única razón suficiente que lo explicaba todo. Esta conclusión -tan lisonjera para un ilustrado que trataba de controlar racionalmente las fuerzas generadoras de la historia humana- abría insospechados campos a la capacidad ensoñadora que había en el alavés. Ello quería decir, ante todo, que el hombre tenía definitivamente expedito el camino para el reino de la felicidad, al demostrarse racionalmente controlable el principio creador de la misma, que era la educación; ello quería decir, en segundo lugar, que no eran injustificados los alborozos a los que candorosamente se entregaba nuestro Foronda, al barruntar ya, como en visión profética, hecha cumplida realidad en la triste España, por obra de la educación, la bienandanza "que nos pintan los poetas en el siglo de oro" (Miscelánea, 5 discurso, p. 19). Tales ideas y, en general, la concepción fundamentalmente materializante del hombre y de la ética, que había sin duda asimilado nuestro economista en su manejo de ciertos autores franceses, cobraban pleno desarrollo en sus Cartas sobre la policía (una primera serie, en Madrid; 1801; 2.ª edic., ampliada, en Pamplona 1820). En ellas consideraba al hombre como "el producto de su educación" (p. 144 de la 2.ª edic.). "El corazón, el entendimiento del hombre -escribía- son un terreno igualmente propio para producir espinas, o buenos granos"...; todo el secreto de la educación estribaba en saber desplegar convenientemente el engaño ante ese bruto noble que era el animal racional; ahora bien, el engaño que ponía en conmoción la masa de energías ciegas, que era el hombre, venía a ser el interés. "Para que el hombre sea virtuoso -escribía- es preciso que tenga interés en ello". Hablar de otra forma y pretender que haya héroes, hombres que "sacrifican sus placeres, sus costumbres y sus pasiones más vivas al interés público" o que "hacen las cosas por otro, es uno de los mayores delirios que pueden caber en una cabeza" (Cartas sobre la policía, Apéndice, pp. 5s). Según todo ello y sobre el supuesto (que enuncia en otro contexto el alavés, pero que parece asimismo válido aquí) de que, hablando de tejas abajo (sic), no hay "absolutamente ninguna cosa buena ni mala, pues todo es relativo" (Ibid. p. 165s), la educación vendría a consistir para Foronda en "el arte de hacer contraer a los hombres desde su niñez aquellos hábitos y opiniones que son favorables a la sociedad en que viven [y en] el arte de reglar las pasiones de los hombres, y de dirigirlas hacia el bien de la sociedad [y en] el arte de llenar su entendimiento de verdades útiles" (Ibid., Apénd. 2). Atrevidas singladuras éstas, que nos avisan hasta qué punto habían hecho mella en nuestro autor algunas de las expresiones más radicales del librepensamiento francés y europeo de la hora. De todas formas, esta visión materializante -y, en el fondo, enormemente pesimista del hombre y de la ética no impedirán a Foronda presentar un ambicioso programa de regeneración social a los gobernantes españoles. Las primeras Cartas sobre la policía traducen admirablemente ese trabajoso pero eficaz esfuerzo de la razón ilustrada para labrar la modesta dicha de los mortales: todo, hasta lo más trivial y humilde, es en ellas pasado en revista y ponderado con una seriedad enorme e impresionante, y a todo se intenta dar una respuesta, la que aporta el buen sentido enseñado por las luces. Pero, sobre toda otra, Foronda encarecerá a su "príncipe imaginario" la tarea de educar a su pueblo, para lo que deberá favorecer por todos los medios el curso libre de las ideas (Ibid., I57159; Apénd. 12s). Aparte diversas otras cartas y folletos que dio a la prensa en 1801, registramos dos años antes una fracasada gestión del alavés ante su paisano Mariano Luis de Urquijo, buscando apoyo moral y material para un nuevo diario que pensaba lanzar bajo el título de Humanidad. Ahora bien, si el proyecto de diario hubo de ser archivado, Foronda debió sin duda a Urquijo, a la sazón primer secretario de Estado interino, su nombramiento como cónsul general de los Estados Unidos. Durante toda la etapa de su servicio, primero como cónsul general (1802-1807) y luego como encargado de legación (1807-1809), las relaciones entre España y los Estados Unidos fueron tensas; y Foronda, que acertó a ser probo y eficiente en su gestión como representante del gobierno español, no por eso dejó de mantener las mejores relaciones con los medios intelectuales de la joven nación americana, que lo admitieron como miembro de la American Philosophical Society de Philadelphia poco después de que ocupara su cargo de cónsul general en esta ciudad (diciembre de 1802). Aún le llegaría tiempo para redactar varios folletos y cartas, los más de los cuales fueron publicados como cartas presentadas a la Sociedad Filosófica de Philadelphia (Philadelphia 1807). Publicó también en 1807, bajo seudónimo, el opúsculo Observaciones sobre algunos puntos de la obra de "Don Quixote", que le valdría el calificativo de "cervantófobo" por parte de un erudito español. Entretanto, habiéndose producido en la península los decisivos acontecimientos de la primavera de 1808, Foronda tomó partido por Fernando VII, dando a la publicidad Cartas para los amigos y enemigos de D. Valentín de Foronda (Philadelphia 1809). Cuando Bonaparte ocupó el palacio, Foronda se reafirmó en su propósito de no servir al rey intruso "hasta que la mayor parte de la nación le haya reconocido por su rey". En ese mismo escrito, junto a rotundas aseveraciones en el sentido de considerar al pueblo como al "verdadero soberano", se mezclaban otras, de evidentes medias tintas, que decían pertenecer a la Casa de Borbón la Corona de España, por más que "la nación jamás le concedió la libertad de transmitirla a otra familia". En estas expresiones habrían de encontrar más tarde los enemigos de Foronda argumentos para poner en tela de juicio su lealtad a las Juntas formadas en España para liberar al país de la dominación francesa. Relevado de su puesto en 1809 y vuelto a la península, pidió Foronda a la Junta Suprema se abriese un tribunal que ventilase su caso. No lo creyó necesario la Junta, que, "en atención a sus distinguidos servicios y acreditado patriotismo", lo nombró intendente de ejército, honorario. Tenemos, empero, el testimonio de Horace Piney, conocedor personal de Foronda, quien pensaba que el alavés "no era hostil a la influencia francesa en España como un medio para un gobierno constitucional en España, pero sin ir más allá". Lo que sea de esto, tras la promulgación de la ley de libertad de prensa en las Cortes de Cádiz, Foronda pasó a ser miembro de la Junta de Censura y Protectora de la Libertad de Imprenta en Galicia. La vuelta de Fernando VII al poder abrió una etapa de penalidades en la vida de Foronda. De notar que en 1810 el alavés había enviado a un amigo de Cádiz unas Cartas sobre varias materias políticas (Santiago 1811), en las que llamaba al pueblo "el verdadero soberano" y expresaba su esperanza de que las Cortes servirían "para extirpar las ideas góticas que aún existen en nuestras cabezas"; en 1814, poco antes de producirse la formidable reacción anticonstitucional de Fernando VII, aparecían en La Coruña una serie de Cartas sobre la obra de Rousseau titulada "Contrato Social". Por todo ello inculpado de haber defendido el gobierno constitucional, fue encarcelado en Madrid a principios de 1815 y trasladado bajo escolta militar a La Coruña, donde yacería en prisión durante cerca de un año. Procesado en marzo de 1815, una comisión especial de justicia lo sentenció el 22 de junio a destierro en Pamplona por espacio de diez años. La sentencia incluía un apercibimiento sobre "que, si abusando de sus talentos e instrucción, diere el menor motivo para procedimiento igual al presente, será castigado con el rigor que ahora mitigan la justa consideración de sus recomendables servicios, la dilatada y penosa prisión que ha padecido en medio de su avanzada edad y achaques, y la esperanza de que reconocido de los errores en que él mismo confiesa haber incurrido se esforzará para borrar la mala nota que con ellos ha causado a su buen nombre y anteriores útiles tareas". Lo cierto es que durante su destierro en Pamplona Foronda se dedicó a preparar para la publicación su Defensa de los diez y seis cargos hechos por el Sr. D. Josef de Valdenebro, Corregidor de la Coruña, y Consejero de Castilla actualmente, sobre la causa que se formó para ultrajar, para denigrar, para acriminar bajo el asustador título de crimen de Estado, a D. Valentín de Foronda, Cónsul general, y Encargado de Negocios, que fue cerca de los Estados Unidos de la América Septentrional, etc., opúsculo que vio la luz pública en Pamplona en 1820. Foronda sería reivindicado por las Cortes de 1821, que ensalzaron "las luces y talentos de este ciudadano benemérito, sus grandes trabajos en obsequio de la literatura y honor de la nación, su infatigable celo por ilustrarla, los riesgos que en todo tiempo ha incurrido por esta causa"; en gracia a todo ello fue nombrado ministro del Tribunal Especial de Guerra y Marina. Murió en Pamplona el 23 de diciembre de 1821, empleándose hasta los últimos días en la preparación de nuevas ediciones de sus principales obras.