Militarrak

Ezpeleta Galdeano, José de

Militar, de origen navarro. Nacido en Cádiz en 1739 y fallecido en Pamplona en 1823.

Era el segundo hijo de Joaquín de Ezpeleta y Dicastillo, capitán del regimiento de infantería de Castilla, natural de Pamplona, y de doña María Ignacia Galdeano y Prado, natural de Olite. Por ambas líneas pertenecía a la más antigua nobleza navarra. Como su padre y la mayoría de sus antepasados, José siguió la carrera de las armas.

Intervino en la guerra con Portugal (1762-63) y fue luego enviado a Cuba junto con su regimiento de Navarra, en la expedición del conde de Ricla y el mariscal O'Reilly que debían recibir la plaza de los ingleses, que la habían conquistado en el curso de la guerra de los Siete Años. Allí y en Puerto Rico participó activamente en la implantación de los nuevos cuerpos de las milicias disciplinadas, lo que le proporcionó un conocimiento cercano de la realidad de las Antillas. En 1771, ascendido ya a sargento mayor, pasó un año de guarnición en Orán. En 1774 permaneció, junto con el regimiento de Navarra, en la academia militar de Ávila, fundada por O'Reilly, donde coincidió con un grupo de jóvenes oficiales que serán luego protagonistas principales en la guerra contra Inglaterra de 1779-1783. Bernardo de Gálvez, Esteban Miró, Francisco de Saavedra, Pedro de Mendinueta, el cubano Gonzalo O'Farrill y otros.

En julio de 1775 Ezpeleta tuvo una destacada participación en el desastroso desembarco en Argel, que le costó el puesto a O'Reilly, pero que a él le valió el ascenso a coronel, cuando sólo contaba 34 años. En febrero de 1779 desembarcaba por segunda vez en La Habana (Cuba) formando parte del ejército que, comandado por Bernardo de Gálvez, iba a recuperar la Florida de los ingleses, en el curso de la participación de España en la guerra de independencia de las Trece Colonias contra Inglaterra. Su brillante intervención en este conflicto le valió primero la confianza del general triunfador (Gálvez), que le dejó al frente de la gobernación de Mobila y Panzacola, en la Luisiana, cargo que ocupa entre enero de 1780 y febrero de 1781. Ascendido a brigadier, permaneció en el Guarico francés entre febrero de 1781 y finales de abril de 1783, donde se preparaba la expedición francoespañola contra Jamaica, que resultó frustrada.

En ese intervalo contrajo matrimonio en La Habana con María de la Paz Enrile y Alcedo, relación que le vincula con la elite habanera de hacendados y comerciantes, pues su suegro (el genovés Jerónimo Enrile) había hecho su fortuna en el comercio con Cuba. El matrimonio tuvo diez hijos, cuatro varones y seis mujeres; los primeros siguieron la carrera militar y alcanzaron el grado de teniente general; uno de ellos, Joaquín, fue también capitán general de Cuba en 1838-41 y luego ministro de Guerra. La hija mayor, María de la Concepción, casó con Jerónimo Girón y Las Casas, primogénito de Jerónimo Girón y Moctezuma y de Isabel de Las Casas y Aragorri, hermana del que fue sucesor de Ezpeleta en la Capitanía General de Cuba y luego Secretario de Guerra con Carlos IV, Luis de Las Casas y Aragorri; Ezpeleta y Las Casas eran, por tanto, parientes políticos. Jerónimo Girón, marqués de las Amarillas, y María de Ezpeleta serán los padres del duque de Ahumada, fundador de la Guardia Civil española.

Cuando Bernardo de Gálvez regresa temporalmente a la península al finalizar la guerra, en junio de 1783, dejó a Ezpeleta como su sustituto en el gobierno y capitanía general de la Luisiana y Florida durante su ausencia, anteponiéndole a otros jefes más antiguos que él, lo que era una prueba clara de la confianza que le merecía y un reconocimiento a sus cualidades para el gobierno. En septiembre de ese mismo año fue nombrado inspector general de las tropas de Nueva España, aunque permaneció en La Habana en su calidad de capitán general sustituto de Luisiana y Florida, y su actividad principal consistió en la repatriación de las tropas del Ejército de Operación a España o su envío a otros destinos de América. Ezpeleta reside por tanto en La Habana desde 1783, al menos. Allí coincidió de nuevo con Bernardo de Gálvez, en febrero de 1785, cuando éste llegó a tomar posesión de la capitanía general de Cuba. Al ser ascendido Gálvez al virreinato de Nueva España, en mayo de ese mismo año, marchó con él a Veracruz, cumpliendo con su misión de inspector de las tropas desde junio a diciembre de ese año.

A finales de 1785 Ezpeleta regresó a La Habana ya como gobernador y capitán general de Cuba, gobierno que ejerció hasta finales de abril de 1789, junto con la capitanía general de Luisiana y Florida. Su principal preocupación fue mantener la guarnición militar de la isla y de la Luisiana en buen estado. Pero en Cuba se preocupó también de mejorar el gobierno interior, fomentó las obras públicas y la cultura, destacando como el típico gobernante ilustrado. Dictó una Instrucción General para Capitanes y Tenientes de Partido que se convirtió en la única ordenanza de gobierno local de la isla hasta 1842. Publicó un gran número de bandos de buen gobierno y policía para mejorar la situación urbanística y el orden público en la capital. Levantó el Palacio de Gobierno, el más importante edificio civil de toda la época colonial, que empezó a disfrutar su sucesor y pariente Luis de Las Casas. Unos meses antes de salir de La Habana fue ascendido a mariscal de campo y nombrado virrey de Nueva Granada.

En este nuevo y último destino en América confirmó con creces sus cualidades como un gobernante típico del despotismo ilustrado. Fomento de la economía interior y las obras públicas, de la cultura (protegió el equipo de la Expedición Botánica de J. Celestino Mutis; se comenzó a publicar el primer periódico local, etc.) y se ocupó, como en Cuba, del gobierno interior del virreinato. Fue el primer mandatario de Nueva Granada que puso orden en las cuentas y consiguió enviar remesas líquidas a la península. Tuvo que hacer frente a la primera conspiración de signo insurgente, la publicación en Bogotá de la Declaración de los Derechos del Hombre por Antonio Nariño, futuro prócer de la independencia de Colombia.

En diciembre de 1796 cesó en el virreinato, embarcándose de regreso para la península; tenía entonces 54 años. Recibió entonces el título de conde de Ezpeleta de Beire, y el prestigio alcanzado en su larga trayectoria como militar y gobernante le valió el ascenso a teniente general. Formó parte de la célebre Junta de Constitución, formada por el ministro Azanza para la reorganización del ejército, junto con el brigadier habanero Gonzalo O'Farrill y Luis de Las Casas, su pariente político y sucesor en el gobierno de La Habana. Poco después fue nombrado Presidente del Consejo de Castilla y capitán general de Castilla la Nueva. Pero, al parecer, un malentendido con la reina María Luisa le costó el cargo -aunque recibió el nombramiento como consejero de Estado- y fue enviado de cuartel a Pamplona en 1798, lo que le sirvió para poner orden en sus intereses patrimoniales.

A finales de 1807 fue nombrado capitán general de Cataluña. Cuando llega a su nuevo destino están ya a las puertas de la ciudad las tropas francesas de Duhesme. Se le nombró Presidente de una Junta Suplente de Regencia que no llegó a reunirse. Su negativa a jurar a José I Bonaparte le costó el arresto y el exilio a Francia, permaneciendo en Montpellier de abril de 1809 hasta abril de 1814; el propio Wellington, al parecer, intercedió en su liberación. A finales de mayo de 1814, cuando contaba 73 años, estaba de nuevo en Pamplona y poco después viajó a Madrid donde recibió el nombramiento de virrey de Navarra. Llegó a Pamplona el primero de septiembre de 1814. En octubre de ese mismo año recibía el nombramiento de capitán general del ejército, la más alta graduación militar posible. Como virrey de Navarra le correspondió restaurar el funcionamiento de las instituciones del Reino, que se habían visto seriamente alteradas por la ocupación francesa. Hubo de hacer frente a la sublevación de Espoz y Mina y a las repercusiones locales de otras conspiraciones de la época, como la del Triángulo. En 1820, la revolución liberal también triunfó en la ciudad de Pamplona y Ezpeleta fue sustituido por Espoz y Mina. En 1822 se le exigió trasladarse a Sevilla pero por lo avanzado de su edad y su mala salud fue finalmente destinado a Valladolid. La restauración absolutista le sorprendió en la casa de su hija en Santo Domingo de la Calzada, de camino hacia la capital castellana.

En julio de 1823 fue repuesto en el virreinato de Navarra y en noviembre de ese mismo año fallecía en Pamplona, a los 82 años de edad.