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SANTA ANA DE BOLUETA

Santa Ana de Bolueta es una de las empresas más emblemáticas del inicio de la industrialización vizcaína. Su fundación en 1841, el año del traslado de las aduanas a la costa (fecha también significativa en el proceso de transformación y abolición de la foralidad tradicional), supuso el paso de la ferrería a la siderurgia moderna. Y su larga pervivencia hasta la actualidad (2007), manteniendo además unos mismos rasgos, una cultura empresarial específica, hace de ella igualmente un caso singular.

Los orígenes y primeros años de la fábrica

El origen de la empresa, cuando alboreaba una nueva época con la emergencia y el ascenso de nuevas realidades político-sociales y de nuevos valores vinculados al liberalismo y al romanticismo, estuvo en el proyecto de una decena de significados hombres de negocios de Bilbao para montar una fábrica para "tirar hierros". Con ese objeto, compraron los terrenos de un mayorazgo fundado en 1479, por Isabel la Católica; cuya titularidad había recaído, en 1825, en el Conde de Santa Coloma (Juan Bautista de Queralt y Silva, aristócrata sevillano, nacido en 1814, que residía en Madrid, carlista); y que sería desvinculado definitivamente en 1836. Estaban bien situados respecto a las vías de comunicación (el Camino Real, hacia Pancorbo, y el Camino de Durango), en el barrio de Bolueta, del municipio de Begoña (1.800 habitantes), ubicado a poco menos de kilómetro y medio de Bilbao (unos 15.000 habitantes, en 1840) y que sería incorporado a la capital vizcaína en 1924. Durante la primera guerra carlista, las instalaciones del mayorazgo (entre otras: ermita, ferrería, presa, molinos y, sobre todo, la casa-palacio), fueron utilizadas por Zumalacárregui en los días en los que fue herido de muerte, en el sitio de Bilbao, y fueron arrasadas por los liberales tras su levantamiento.

Los promotores de Bolueta (Joaquín de Mazas y Romualdo de Arellano, que compraron el terreno; Pascual de Olábarri, Joaquín Marco, Manuel Saint Supery, Juan Bautista de Maguregui, José Salvador de Lequerica, Tomás José de Epalza, Pablo de Epalza y su razón mercantil y Antonio de Ogara), a los que se unió Ángel Martínez (el administrador del Conde de Santa Coloma que intervino en la compra-venta aludida), eran todos comerciantes y, algunos de ellos, banqueros y grandes propietarios de fincas; algunos de ellos también, estaban entre los principales potentados de la Villa y habían desempeñado cargos en sus instituciones de gobierno; estaban relacionados entre sí por vínculos de negocio y, en varios casos, de parentesco; se manifestarían proclives, desde otro punto de vista, al moderantismo fuerista (aunque no faltaron los próximos al progresismo, como Lequerica); y, en los decenios siguientes, participarían varios de ellos en algunas de las principales iniciativas económicas emprendidas en Bizkaia e mediados del siglo XIX (Banco de Bilbao, Ferrocarril Tudela-Bilbao, Compañía General Bilbaína de Crédito…).

Entre mayo y junio de 1841 -antes por tanto del traslado de las aduanas a la costa, en octubre del mismo año- pusieron en marcha la Sociedad Anónima Santa Ana de Bolueta (prevista para nueve años), con la idea no tanto de reconstruir la vieja ferrería como con la de levantar una fábrica destinada a la producción de ferretería ("hierro en cuadrados, redondos, llantas, flejes, chapas u otras formas", como se anunciaba a principios de 1844) en una instalación fabril, ambiciosa para la época, que -en la línea de la moderna siderurgia floreciente entonces en Málaga y Sevilla y siguiendo el modelo de la primera revolución industrial en la Europa continental- trabajase, en segunda fusión, adquiriendo lingote de hierro del mercado británico. El traslado de las aduanas y la aplicación de nuevo arancel de 1841 (consideradas, a veces, inadecuadamente, origen de la empresa) vendrían a dar, sin embargo, un nuevo marco y un nuevo acicate a un proyecto empresarial que había nacido antes dicha medida.

Bajo la gestión, principalmente, de Joaquín Mazas, alma mater de Santa Ana en su primera época, y la Dirección Industrial de Saint Supery, se levantó la instalación fabril, con maquinaria inglesa, belga y francesa, y con la fuerza motriz hidráulica producida por la presa próxima que, mediante un sistema de canales, era conducida al interior de la fábrica, hasta el martinete y los trenes de laminación. A finales de 1843, empezó a producir hierros elaborados, en segunda fusión, adquiriendo lingote de hierro colado, británico o, sobre todo, local, que se recalentaba en hornos de reverbero (la fábrica fue dotada de cuatro hornos pudler, aumentados pronto en otros cuatro), con carbón vegetal asturiano, y se trabajaba con martillo pilón y trenes de laminación (grande y pequeño) que, junto a otra maquinaria, eran movidas por tres ruedas hidráulicas. En 1844, tenía unos 60 obreros y fabricaba una media de 200 quintales diarios de hierro, en distintas formas (entre ellas, por ejemplo, los elementos metálicos del Puente del Arenal, construido a mediados de los años 1840, y más tarde conocido como el puente de Isabel II).

En 1846, ante la merma de hierro en los productos acabados y el encarecimiento del lingote inglés, entre otros factores, se decidió la construcción de un alto horno que trabajara en primera fusión. El horno (uno de los más modernos en el ámbito español y emblemático en la historia industrial de Bizkaia, al ser el primero de este territorio en funcionar a pleno rendimiento, aunque ya se habían puesto en marcha otras instalaciones en este tipo en Álava y Navarra), de carbón vegetal, de 10 metros de alto y un diámetro de dos metros y medio en su vientre, comenzó a funcionar en 1848. Su puesta en marcha fue acompañada de la compra de terrenos en el monte Ollargan, en que se acotaron media docena de minas de hierro (hematíes roja particularmente indicada para su fusión con carbón vegetal), a 500 metros de la fábrica, que serían explotadas hasta 1971. Con ello Santa Ana abandonó la segunda fusión de lingote y se centró en la producción de hierro del país. En los años siguientes, en la década de 1850, Santa Ana construiría dos nuevos altos hornos. En torno a 1860, tenía casi 200 trabajadores y se construyó una primera casa para los obreros.

La reorganización de la empresa a mediados del siglo XIX

Entre finales de los años 1840 y los primeros 1850, diversos factores, como las desavenencias entre los socios por el elevado coste de las inversiones (los 800.000 reales previstos inicialmente se habían convertido en 2 millones, a finales de 1843; y después vendrían las innovaciones señaladas) o por el papel del Director Industrial (que fue sustituido por Eduardo Heckman) y las nuevas disposiciones legales sobre las sociedades anónimas, provocaron una reorganización de la empresa.

Reorganización accionarial, ante todo: tras abandonar la misma de Marco, Maguregui, Lequerica y la viuda de Ángel Martínez, que vendieron sus acciones, un nuevo reparto accionarial dejó la empresa, a partir de 1851, en manos de siete familias propietarias (con el 15% cada una, salvo una de ellas): Joaquín de Mazas, Romualdo de Arellano, Pascual de Olábarri, Tomás José de Epalza, Pablo de Epalza, los Uribarren (José Javier y Fabián, que habían entrado, en 1844, en representación de la Casa Aguirrebengoa y Uribarren, francesa, que adquirió la participación de Joaquín Marco) y Antonio de Ogara (con el 10%). Reorganización también jurídica: declarada en liquidación, en 1848, por exigencias legales (en una fase próspera desde el punto de vista de su actividad productiva), la empresa fue refundada, en 1861, como sociedad comanditaria Socios de Bolueta. Más tarde, sería reconstituida, en 1880, bajo la razón social Mazas y Compañía, Socios de Bolueta; y definitivamente reorganizada, en 1886, tras la entrada en vigor del nuevo Código de Comercio del año anterior, como sociedad anónima, que recuperó este originario carácter así como su primera denominación de Santa Ana de Bolueta.

Esas siete familias propietarias a partir de 1851 son las que se han perpetuado como tales durante más de 150 años, con los lógicos cambios generacionales (un primer reemplazo generacional se produjo entre los años 1860 y 1870, y dejó a Romualdo de Arellano y Pascual de Olábarri como hombres fuertes de la empresa; una nueva renovación generacional se llevó a cabo entre la Gran Guerra y los primeros años del decenio de 1930, mantuvo a esos apellidos como los mayores accionistas y dio la presidencia a Luis Mª Olábarri; y una nueva renovación generacional se inició en los años 1960) y con alguna incorporación en los años 1920 (Luis Beraza, gerente desde 1924, se hizo pronto con un paquete de acciones). La continuidad en la propiedad de la empresa de las mencionadas familias reafirmó un sentido patrimonial de la misma, que es uno de los rasgos de su cultura empresarial propia. Este carácter de empresa de familias (mejor que empresa familiar) la ha mantenido, por otra parte, como una empresa de mediano tamaño, que no ha necesitado de una gran financiación externa, que hubiese obligado a buscar socios ajenos a las familias fundadoras; y que, cuando se han presentado problemas financieros, ha podido afrontarlos con los créditos concedidos por algunos propietarios o por las entidades financieras, particularmente el Banco de Bilbao, cuyos consejeros eran también accionistas de Santa Ana o tenían, en buena medida, relaciones de parentesco y amistad con aquellos. Por todo ello, ese carácter patrimonial vinculado a unas pocas familias (que explica, también, la ausencia de conflictos explícitos entre sus socios) y su participación en otras empresas de su entorno o la red de relaciones de parentesco y amistad que se establecieron entre sus accionistas parece ser uno de los factores que explican la longevidad de la empresa.

Junto a esa continuidad patrimonial, está la continuidad de un modelo en que coincidían propiedad y gestión. Aunque ésta estuviera profesionalizada (a través de cargos como el de Director Industrial, Ingeniero Director, Director Gerente, Gerente…, que han desempeñado, además de los dos ya citados, Justino Delpon, Torcuato Barandica, Manuel Beltrán de Heredia, Pedro de Avendaño, Silvestre Echevarria o el mencionado Luis Beraza, entre los más significativos), las amplias funciones del presidente (similares a las de un moderno gerente), la condición de accionista del primer Director Industrial o, en el siglo XX, del gerente, Beraza, también alma mater de la empresa hasta su fallecimiento en 1952), la integración y el papel del responsable de la gestión, junto a los socios capitalistas, en una Junta Administrativa, Junta General, Junta Directiva o Consejo de Administración (según las épocas) y el hecho de que siempre se hayan encontrado en las familias propietarias personas apropiadas y capaces de llevar la gestión de la empresa, apuntan hacia ese modelo de gestión, que es otro de los rasgos de la identidad de Santa Ana.

La empresa en el marco de la industrialización de Bizkaia: estrategias industriales

A lo largo de su historia, Santa Ana de Bolueta ha debido de hacer frente a las circunstancias y dificultades que cada época le ha planteado y, entre ellas, desde luego, a las nuevas condiciones productivas y de competencia que se le han presentado, desde mediados del siglo XIX, primero, con la constitución de la fábrica del Carmen y otros establecimientos fabriles; después, con la industrialización de Bizkaia del último cuarto del XIX; y, más tarde, con el desarrollo de los años posteriores a la Gran Guerra o el característico de los años 1960. Para ello, ha adoptado diversas estrategias.

Desde luego, entre ellas, la modernización tecnológica, que, por citar solamente algunos hitos, le llevó, entre los 1870 y los 1890, a apagar los dos primeros altos hornos de la fábrica y a renovar el tercero y construir un cuarto, que funcionarían hasta los 1920; a construir, en torno al cambio de siglo, un alto horno Martin-Siemens y, en torno a 1910, un nuevo horno pudler; e electrificar la maquinaria de la empresa, en la coyuntura de beneficios, pero también de dificultades para la adquisición de mineral de hierro y de escasez de carbón vegetal, vinculada a la I Guerra Mundial; y a modernizar la maquinaria y las instalaciones durante el siglo XX de forma constante y paralela al progreso tecnológico de este siglo.

La ampliación de los terrenos y adecuación de las instalaciones: Santa Ana llegó a ocupar, a mediados de los 1880, una extensión próxima a los 20.000 metros cuadrados, de los que más de 9.000 correspondían a edificios (Altos Hornos de Bilbao llegaba en ese momento a los 14.500 metros cuadrados construidos); y sus instalaciones, en torno a 1900, incluían talleres de laminación, altos hornos, hornos de pudelaje, horno de acero, talleres de fundición; Electra; carboneras; almacén; casas como la del Río, la de los Zabálburu, la de las Parras; ermita; Cooperativa…, entre otras. Sus viviendas destinadas a residencia de obreros alojaban, a finales del siglo XIX, a 60 inquilinos, lo que hacía de Santa Ana la primera propietaria urbana de Begoña; en 1912, disponía de tres casas para trabajadores, con 44 habitaciones; y tras la guerra civil, acometió la construcción de nuevas viviendas sociales, en colaboración con Fundición Bolueta.

Otras estrategias han sido la participación en las iniciativas asociativas del empresariado vizcaíno y en los acuerdos cartelísticos que trataban de repartir el mercado siderometalúrgico; y los contratos de aprovisionamiento y suministro, o de arrendamiento de sus recursos materiales (minas de Ollargan, horno Martin-Siemens…), con las grandes siderúrgicas de su entorno, facilitados a veces por los lazos de parentesco y amistad existentes también entre sus propietarios y los socios de Santa Ana, en una red que, además de facilitar las relaciones mercantiles entre ellas, ha permitido a los gestores de Santa Ana disponer de información de gran valor en orden a decidir la estrategia de mercado más apropiada en cada momento.

Pero, sobre todo, adoptó las estrategias de diversificar las actividades rentables, por un lado, y, por otro, amoldarse a la demanda, buscando nichos de mercado que garantizasen la supervivencia de la empresa. Dos estrategias que han sido facilitadas por la flexibilidad que ha caracterizado a la empresa por su tamaño mediano de la empresa y por su vinculación familiar y las relaciones con el mundo empresarial de su entorno que de ella se han derivado.

La diversificación de actividades

La diversificación actividades rentables llevó a Santa Ana, en los últimos años del siglo XIX, en el marco de la proliferación de iniciativas destinadas a la producción de electricidad para el alumbrado público, a instalar una planta de producción de fluido eléctrico para el consuno de la fábrica (modernizando el sistema de alumbrado a gas de la misma), pero también para el consumo privado de los vecinos de Begoña y de Bilbao. Los buenos resultados de la instalación, puesta en marcha en 1896, y el aumento de la demanda animaron nuevas inversiones para incrementar la capacidad de producción de la Electra de Bolueta, que afirmó progresivamente su autonomía respecto a la fábrica, y se convirtió en una de las actividades más rentables y lucrativas de la empresa. El proceso de monopolización que experimentó el sector eléctrico explica que la Electra fuera traspasada, en 1908, a Unión Eléctrica Vizcaína, que a su vez se integraría en Hidroeléctrica Ibérica, en 1933, sociedades en las que a Santa Ana de Bolueta correspondieron acciones que le permitieron participar indirectamente en el negocio eléctrico. La Electra continuó funcionando hasta mediados de los años 1960, contribuyendo a satisfacer las necesidades de energía de Santa Ana y de Fundición Bolueta; y fue recuperada, en un marco económico, legal y tecnológico completamente distintos, en el 2000.

La política de diversificación de actividades se puso de manifiesto también, tras la guerra civil, con la constitución de una Granja agropecuaria, para paliar las dificultades de aprovisionamiento de alimentos en los años de la posguerra (sus enormes cerdos arrasarían en el mercado navideño de Santo Tomás), poniendo en explotación algunos terrenos de la sociedad, y que se mantuvo hasta los años 1960. Así mismo, en aquellos años, Santa Ana creó, en 1941, una sociedad de asistencia médico-farmacéutica y un economato; y, en 1943, una guardería infantil para los hijos de obreros y empleados.

La búsqueda de nuevos mercados

La búsqueda de nichos de mercado orientó a Santa Ana a especializarse en un tipo de herraje y clavo, elaborado en un taller de forja, al carbón vegetal, que presentó en Exposiciones como la de Bayona 1864 o París 1878, en las que obtuvo sendas medallas de bronce. En los últimos decenios del siglo XIX, la empresa (cuya composición accionarial y carácter patrimonial no le permitía las cuantiosas inversiones de las nuevas grandes siderúrgicas; cuyos sistemas de producción, altos hornos al vegetal y pudler, resultaron insuficientes o anticuados; y que no podía competir más que en calidad o en producciones que no fueran rentables a las nuevas siderurgias) sustituyó paulatinamente la fabricación de herraje y clavazón por la de lingote al carbón vegetal y trabajos de fundición (columnas, balaustres, ruedas, figuras, rejas, señales, farolas, bancos, tuberías…), productos por los que recibiría la Medalla de Oro en la Exposición Universal de Barcelona de 1888, y que, frente a los hierros al cok o a los aceros especiales, conservaron su clientela, en las construcciones militares, la máquina herramienta catalana o el sector armero (cuya crisis en Gipuzkoa tras la Gran Guerra afectaría a Santa Ana) o la máquina herramienta catalana. A esa estrategia empresarial obedecen también, en los años 1920, dos iniciativas: la fabricación de bolas de acero forjadas para molinos de cemento, que Santa Ana empezó a producir en 1927, una iniciativa, en principio marginal para la empresa, pero que se afirmaría progresivamente hasta ser la producción que, consolidada tras guerra civil, se ha mantenido y ha prosperado hasta contribuir a garantizar la supervivencia de Santa Ana. Y la con constitución de Fundición Bolueta, en 1928, como filial de Santa Ana, para fabricar y explotar bienes de equipo para la siderometalurgia (cilindros de laminación de gran tamaño, yunques, turbinas, émbolos…) mediante procedimientos y en colaboración con las empresas belgas Griffin y Safak que los tenían patentados. La creciente autonomía de Fundición Bolueta respecto a la empresa matriz culminaría a comienzos de los años 1970.

De la guerra civil a comienzos del siglo XXI

Tras la guerra civil, que afectó a la empresa no sólo en el ámbito económico (entre otras repercusiones, el propio presidente de la empresa, Luis Mª Olábarri, reconocido monárquico, no pudo evitar el exilio temporal de su esposa, hija del significado nacionalista vasco Ramón de la Sota Llano, con sus hijos pequeños), además de mantener los rasgos de su trayectoria histórica, Santa Ana acentuó su proyección más allá del País Vasco con la participación, entre otras iniciativas, en la empresa catalana Construcciones Desmontables (dedicada a la construcción y arriendo de los andamios de mecanotubo), que abandonaría en los años 1960, y en la homónima Santa Ana de Cuenca.

En marco de las nuevas condiciones y realidades históricas que emergen desde los años 1960 (desde punto de vista laboral, económico, financiero, urbanístico, etc., incluso, para Santa Ana, desde un punto de vista simbólico: en 1964 se suspendió la celebración de la fiesta patronal de la empresa, rompiendo una tradición más que centenaria), Santa Ana de Bolueta entró, con una nueva renovación generacional, en una nueva fase, que ha continuado, sin embargo, su larga trayectoria histórica. Sustentada principalmente en la fabricación de bolas (en sus plantas de Bilbao, de Sevilla y de Santiago de Chile) para un sector cementero, en general, en auge, que ha hecho posible su proyección internacional desde los últimos decenios del siglo XX (además de fabricar materiales destinados, por ejemplo, a la estación del AVE de Atocha o a las prolongaciones del Metro, en Madrid, o al tranvía moderno de Valencia), y en su cartera de valores (por sus acciones en el sector eléctrico y en Fundición Bolueta), ha mantenido los rasgos de su larga biografía y de su cultura empresarial: su carácter patrimonial vinculado a unas pocas familias; la estrecha vinculación entre propiedad y gestión; la integración de los empleados y trabajadores en la "idea" empresarial de Santa Ana, al menos hasta los últimos decenios del siglo XX; la búsqueda de nuevos nichos de mercado (particularmente en el mercado internacional), así como de nuevas producciones (para las que se han constituido nuevas filiales como la Sociedad Anónima de Imanes Industriales, Forjas del Guadalquivir, en Sevilla, Aceros Santa Ana de Bolueta Chile, Santa Ana de Bolueta Abrasión, Vías Elásticas, que conforman en los primeros años del siglo XXI el grupo empresarial que ha llegado a ser Santa Ana de Bolueta) y nuevas actividades (en 2000, se inauguró una renovada instalación para la producción nuevamente de electricidad). Todo ello le ha permitido seguir resurgiendo de momentos de dificultades, como las generadas por las inundaciones de 1983, que obligaron prácticamente a reconstruir el recinto fabril.

Ignacio ARANA PÉREZ (2008)