Ingenieros

Delclaux Arostegui, Isidoro

Ingeniero y empresario bilbaíno. Bilbao, 19-06-1894 - Las Arenas, 30-03-1984.

La historia del País Vasco no es parca en ejemplos de empresarios que fueron activos, emprendedores y ambiciosos, pero son pocos -minoritarios pero cualitativamente importantes- los que se distinguieron por lo que destacó Isidoro Delclaux: que promovió una serie de innovaciones que dinamizaron nuevos sectores distintos a los de, por norma, la siderurgia y minería vascas, provocando la reconversión de las industrias más tradicionales de su época.

No en vano fue Víctor Chávarri, un personaje extraordinariamente activo (fundó Altos Hornos de Vizcaya y otras empresas, estableciendo las bases del desarrollo económico vizcaíno; falleció a la edad de 45 años, inmerso en un sinfín de iniciativas empresariales y políticas), quien Delclaux tomó como modelo de hombre innovador de -lo que él llamaría- los "capitanes de la industria vizcaína" (sin duda, de los más innovadores, junto con Ramón de la Sota, Pablo Alzola o Federico de Echevarría Rotaeche).

Da idea de la cultura innovadora que caracterizó la vida empresarial de Delclaux el que heredase el acervo industrial y el carácter creador de su familia (al menos, por parte paterna). Era, en efecto, nieto de Luis Delclaux Maque (originario de Aubin, Francia), el técnico que en 1841 instaló, junto con otro ingeniero francés, el primer horno alto de carbón vegetal, para la producción de hierro metálico, en la fábrica de Santa Ana de Bolueta. De Luis descendió una dinastía de ingenieros y empresarios, que llegaría a cubrir casi todos los campos de la industria. Su padre Isidoro, por ejemplo, también técnico en Bolueta, había dejado el sector de la siderurgia para impulsar proyectos particulares, fundando, entre otras, la sociedad Delclaux y Cía. (1893), dedicada a la compraventa de vidrios y metales. De este legado fabril e innovador se beneficiaría nuestro protagonista.

Finalizado su bachillerato en el Real Seminario de Bergara, Delclaux pasó a la Universidad de Deusto, donde comenzó los estudios de ingeniería de caminos. Allí permaneció hasta julio de 1914, momento en que se trasladó a Londres, a estudiar economía en la prestigiosa Pittman School. Como la Guerra Mundial interrumpió las actividades académicas se vio obligado a volver a Bilbao. Aquí estudió comercio de forma autodidacta.

La primera opción que le sugirió su padre fue entrar como socio gestor en Delclaux y Cía en 1920. Además de la citada compraventa, esta empresa actuaba como agente de aduanas; preguntado por su aceptación, más tarde afirmó: "por vocación y por seguir una determinada línea familiar". Allí se dedicó al almacenaje y la compraventa, tanto de vidrios como de metales, pero también pudo profundizar en el mundo de los negocios: convirtió la sociedad en compañía mercantil limitada (en 1931 pasaría a ser sociedad anónima), acompañando a su padre y a su hermano Alberto como gestores.

Una vez en marcha, en 1932, los Delclaux decidieron extender la fabricación a todo tipo de vidrios (espejos, lunas) y metales (marcos, hierros, etc.). Para crecer en el sector, tenían que arriesgar por alguna de las tecnologías dominantes; eligieron una patente belga (de fabricación de tubos en frío y soldadura mecánica) y abrieron la fábrica de Vidrieras de Llodio (más tarde, Villosa).

El universo de los negocios y proyectos empresariales en el que vivió Delclaux -y otros grandes industriales como Víctor Chávarri, Ramón de la Sota y Emilio Ybarra- era enormemente complejo; concurrían en él todo tipo de cargos comerciales y políticos. Cargos como el de consejero de -la lista de empresas es larga- Vidrieras de Llodio, Argón, Vidrieras de Álava, Valca, Arenas de Arija, Potensa, Tubos Reunidos, Petronor, Vidrieras de Arte, Elorriaga Eléctrica, Delta Eléctrica, Financiera Española, CAMPSA, Altos Hornos de Vizcaya, etc. Nombramientos de viso político como el de vicepresidente de la Junta de Obras del Puerto de Bilbao (de 1937 a 1968) y el de vocal y presidente (1964-68) de la Cámara de Comercio, Industria y Navegación de Bilbao, desde los que a menudo defendió los intereses y necesidades de la industria vasca. Por último, no es posible olvidar su participación como consejero del Banco de Vizcaya (1956-1981), que respondía a la necesidad de asegurar las operaciones financieras de sus empresas como las de las personas de su entorno.

Se trataba de un mundo particularmente propicio para influir y verse influido por otros dominios, en y por la industria y la política en particular. Eso es lo que hizo Delclaux, que alternó la empresa con la administración pública, aunque -como le gustaba decir- actuando siempre como un hombre de empresa.

En junio de 1937, tras la caída de Bilbao, Delclaux entró a formar parte de la Diputación Provincial de Bizkaia, vínculo que mantuvo hasta 1947. Durante la guerra civil había combatido con las tropas franquistas como capitán de los requetés, en tareas de reconstrucción de obras civiles. El nuevo destino era la recompensa a tales servicios. En este nuevo contexto se enmarca su aportación al puerto de Bilbao, que consistió en el proyecto del puerto exterior (el superpuerto, impulsado junto con Manuel de Sendagorta); su campaña -desde la Cámara de Comercio- a favor de la autopista Bilbao-Behobia; su participación en la ampliación de la Feria de Muestras de Bilbao; o el decisivo papel que jugó para que se instalase la refinería de Petronor. (Da idea del dinamismo que caracterizó a Delclaux el que, cuando unos promotores le hablaron de la posibilidad de impulsar tal proyecto, se prestase para llevarlos en su coche a donde hoy se encuentra la empresa, en Muskiz, proponiendo además el modo de transportar el crudo).

La agudeza de su clarividencia e intuición permitió a Delclaux acometer simultáneamente proyectos en varios frentes. Impulsó la reconversión en el sector de la forja (introduciendo, por ejemplo, nueva tecnología), convirtiendo, por ejemplo, la vieja empresa Tubos Forjados en la nueva Tubos del Nervión, en base a su intuición de que aquélla no sería capaz de afrontar los retos que se avecinaban. Como consejero de Tubos Forjados (entre 1951 y 1969), percibió la única salida que le permitía anticiparse a la tendencia del mercado: la fusión de Tubos Reunidos-Babcock Wilcox, en 1968. Pocos por aquel entonces, vieron la reconversión industrial, la solución para la supervivencia del sector, como la previó Delclaux.

Progresivamente fue reivindicando medidas de liberalización económica, incrementando sus críticas hacia el sistema autárquico franquista (sistema que había generado, según Delclaux, un "paraíso de logreros y especuladores") y su confianza en el Plan de Estabilización de 1959, plan en el que por cierto también observó aspectos oscuros para la economía vizcaína, como la falta de protección gubernamental para las industrias naval y minera de hierro -por entonces, en franco retroceso-, la falta de una refinería de petróleo, o la conveniencia del aprovechamiento de la tradición fabril de las comarcas (y no la imposición estatal).

En una época compleja, a caballo entre la expansión de las industrias siderúrgica y minera y los planes de reconversión industrial, en que muchos se resistieron a cambiar, el recuerdo de las incontables iniciativas impulsadas por Delclaux nos muestra la fecundidad de lo innovador. Es evidente que la industria de ayer labró -en buena medida- el camino a la industria de hoy, que, por ejemplo, la industria vidriera emergió del capital procedente de la riqueza de hierro, pero tendemos a olvidar el camino de la que surgió y a descuidar que si los precursores no se reconocen en su justa medida caen en el olvido, y no podemos extraer lecciones de sus aciertos y errores.