Concepto

Baserriak. Arkitektura (versión de 1977)

La especificidad del caserío. Con el término castellano caserío (en lengua vasca, baserria) se designa a la vivienda rural diseminada y, a la vez, a la explotación agraria característica de la mayor parte de la vertiente atlántica de Vasconia. En este ámbito se incluyen las provincias de Bizkaia (a excepción de la comarca más occidental de las Encartaciones), Gipuzkoa y los valles atlánticos de Álava en la Comunidad Autónoma del País Vasco; la porción noroeste de la Comunidad Foral de Navarra y los tres territorios del País Vasco francés.

Los caracteres tradicionales propios de esta explotación se resumen en la presencia de una casa bloque, que cumple las funciones de vivienda y de servicio a la explotación agraria por medio de la cuadra y los almacenes de heno, frutos, etc., rodeada de los terrenos de distinta utilización que constituyen el territorio productivo. Dentro de ellos la parte más importante y también la más cercana a la vivienda es la heredad o zona cultivada. En la orla externa se asentaban los prados y, en su caso, los manzanales, dando paso al monte del que se extraía leña, madera y sobre todo, desde que se impone con la industrialización el caserío de vocación ganadera, los helechos que forman la cama del ganado y que una vez mezclados con las deyecciones de los animales proporcionarán el necesario fertilizante, imprescindible en estas tierras de suelos pobres y muy lixiviados.

Este modelo de explotación, que precisaría numerosas matizaciones en el análisis de casos concretos, se corresponde con el caserío que surge con la industrialización, a partir del último tercio del siglo XIX (Léfèbvre, 1933) y se mantiene con diferentes variantes, como la muy importante incorporación del trabajo a tiempo parcial, hasta los años 60 o 70 del siglo XX (Ainz, 1999).

Siguiendo a Caro Baroja, este tipo de explotación, muy generalizado, difiere considerablemente no sólo de los de otras partes de España y el occidente, sino también de los que en el mismo país se hallarían al finalizar el medioevo y comenzar la Edad Moderna. Muchos cereales entonces muy sembrados son muy poco conocidos ahora. Hoy los manzanales y la sidra han caído casi totalmente. Los rebaños de ovejas son pequeños y sujetos al sistema de pequeña trashumancia. El pino ha surgido en muchos de los campos y laderas de montañas propiedad de los dueños de caseríos con riqueza forestal nueva.

La liberalización de los mercados y la competitividad consiguiente han obligado a explotaciones más o menos tradicionales a adoptar la lógica económica del sistema dominante. Esto es, han debido embarcarse en la vía de la especialización y de la rentabilidad comparativa. En el caserío vasco esto supuso una apuesta por la ganadería de leche y por la intensificación de la producción, acompañada de un crecimiento espectacular de las inversiones de capital y tecnología. En las primeras fases de esta adaptación, años 60 y 70 del siglo XX, son numerosos los caseríos que abandonan su explotación e incluso la propia residencia pasando a formar parte del éxodo rural que fomenta la segunda industrialización. Otros caseríos deciden incorporarse a las nuevas exigencias del mercado. Este reto, sin embargo, se enfrentaba a carencias estructurales propias del caserío. El aumento deseado de la producción se veía frenado por la reducida base territorial de la explotación. Por lo tanto la productividad había que conseguirla a través de las inversiones en capital y tecnología y por medio de la acumulación de trabajo. Pero esta demanda llega en un momento en que existen otras inversiones de carácter urbano que generan intereses más elevados y cuando los puestos de trabajo en otros sectores, también relacionados con la vida urbana, ofrecen mayores ingresos o, por lo menos, menor esfuerzo y dedicación.

Otra de las adaptaciones fue la de acogerse a la agricultura a tiempo parcial como forma de diversificar las rentas y aumentar los ingresos. Tampoco la pluriactividad representaba ninguna novedad en el caserío, más bien suponía la continuidad de una larga tradición. Durante el Antiguo Régimen la compatibilidad del trabajo agrícola con la corta y transporte de madera para los astilleros, el carboneo o la arriería ligada al transporte de vena y carbón a las numerosas ferrerías era frecuente. Pero en las décadas más recientes la agricultura a tiempo parcial no ha logrado conseguir la estabilidad del caserío, aunque ha sido capaz de evitar un proceso de desaparición más vertiginoso. Las investigaciones recientes insisten en la irreversibilidad del proceso: la agricultura a tiempo parcial supone la antesala del abandono.

Las claves de la última fase de adaptación aparecen ligadas, como en todas las áreas rurales europeas, a los mercados urbanos, las políticas agrarias y a la industria y comercialización de los productos agroalimentarios. Esto se ha traducido en el caserío en un refuerzo de su carácter ganadero con una dedicación láctea todavía prioritaria, pero con una clara y creciente desviación hacia la producción cárnica. La lectura sobre el territorio de esta función ganadera se corresponde con la invasión del praderío en los antiguos espacios de la heredad. De esta manera y de forma simplificada el paisaje del territorio agrario actual del caserío se caracteriza por una estructura en mosaico en la que alternan los verdes vivos de los prados con las tonalidades oscuras de los pinares. La modernización también ha afectado a la casa que en muchas ocasiones ha perdido su carácter mixto residencial-productivo a favor de una separación física entre la función de vivienda que se mantiene en la antigua edificación, las más de las veces profundamente renovada, y la productiva que se ha desplazado a otras construcciones anejas de carácter funcional.

Pero el caserío no se define por ser una unidad de producción agraria. Es, ha sido, bastante más que eso. Constituye una unidad o célula familiar y social: era y sigue siendo frecuente que a los familiares que viven en un caserío se les conozca por el nombre de éste más que por su propio apellido. De este doble carácter de unidad básica productiva y social deriva otro de sus rasgos definitorios cual es su indivisibilidad. Han existido normativas e instituciones que han velado por el mantenimiento, dentro de lo posible, de su unidad física y familiar a través de la libertad de transmisión testamentaria. Además de todo ello el caserío contiene una serie de valores simbólicos de gran trascendencia dentro de la cultura e incluso de la ideología de una parte al menos de la sociedad vasca.

Los procesos de cambio que ha sufrido este tipo de explotación agraria y la situación incierta que en la actualidad amenaza con el cierre de muchas de ellas no difiere gran cosa de la evolución general de las explotaciones que han experimentado el proceso de modernización, como es el caso de las áreas rurales europeas.

Cuando nos referimos al fin del caserío no se quiere afirmar que las explotaciones agrarias de esta zona vayan a desaparecer. Más bien la idea que subyace y que se quiere enfatizar es la del final de un tipo de explotación que ha subsistido, con cambios trascendentales, como ya se ha indicado, pero manteniendo unos rasgos propios, a lo largo de varios siglos. Del caserío entendido en su sentido pleno derivarán fundamentalmente dos nuevas opciones que ya se encuentran en fase de manifiesta expansión: por una parte un escaso número de empresas agrarias modernizadas, de modesta base territorial pero muy intensivas, semejantes a otras explotaciones que apuestan por subsistir en otras regiones europeas, y por otra una cantidad creciente de caseríos-vivienda sin actividad agraria o reducida ésta a una agricultura de ocio o poco más.

Otra de las hipótesis comprobadas sostiene que no estamos ante una de las crisis cíclicas que han sacudido al caserío y lo forzaron a unas adaptaciones drásticas que permitiesen su pervivencia. El cambio actual supone más bien la desaparición del caserío a favor de esas dos opciones señaladas: el caserío-vivienda o la granja agro-ganadera gestionada bajo criterios capitalistas de mercado. Esta última versión es la que podría tener una semejanza mayor con lo que se ha venido entendiendo por caserío, pero le faltan una serie de caracteres básicos sociales, culturales y territoriales que componían el concepto de caserío.

El interés del tema se refleja en el hecho de que en los últimos años se han presentado cuatro tesis doctorales que desde diferentes enfoques se enfrentaban a la crisis del caserío y a su situación actual. En 1998 H. P. Van der Broek publicó su tesis, presentada en la Universidad de Wageningen, titulada Labour, networks and lifestyles. Survival and succession strategies of farm households in the Basque Country. El mismo año aparece la de J. R. Mauleón, Estrategias familiares y cambios productivos del caserío vasco, realizada en la Universidad del País Vasco. Ambas pertenecen al campo de la sociología. Al año siguiente M. J. Ainz defiende en la misma universidad del País Vasco su trabajo sobre El caserío vasco: territorio para un país neoindustrial. Dos años más tarde, en 2001, esta misma Universidad ve aparecer la tesis de J. C. Alberdi, De caserío agrícola a vivienda rural: proceso de abandono de la función agraria en el periurbano de San Sebastián. Estas dos tesis presentan un enfoque y una metodología geográficos. Se ha querido mencionar sus títulos porque resultan muy expresivos de la auténtica situación del caserío en estos años de cambio de siglo. Se habla en ellos de estrategias, cambios, supervivencia, sucesión, abandono, territorio para otras funciones, etc. Todas ellas son palabras clave para entender el proceso actual de estas explotaciones.

Como ya se ha señalado y es de sobra conocido, la evolución de los sistemas agrarios, como todo sistema social, está sujeta a una serie compleja de factores que actúan de manera conjunta y se interfieren entre sí. Por ese motivo se insistía en la necesidad del análisis global que permita aprehender dicha complejidad. Desarrollamos a continuación como se está materializando el abandono de la actividad agraria.

Juan Cruz ALBERDI COLLANTES