Concepto

Baserriak. Arkitektura (versión de 1977)

Proceso de abandono. La ciudad acentúa la intensidad del proceso de abandono. En muchos de los valles atlánticos, especialmente de la Comunidad Autónoma Vasca, pero también del norte de Navarra y de Lapurdi, la actividad agrícola del caserío convive en proximidad con las funciones y usos urbanos. Si la ciudad no siempre influye negativamente sobre el desarrollo de las funciones agrarias, en el caso vasco está progresivamente la función agrícola en sus proximidades.

Una de las causas principales que provoca esta situación tiene su origen en el precio del suelo rural, cuyo valor deja de estar fijado por su capacidad agrícola para pasar a ser regulado por sus posibilidades urbanísticas. Las expropiaciones se suceden y, relacionado con ellas, documentos de planificación que, a pesar de que a menudo no se concretan en una ocupación física del espacio, afectan de manera decisiva a aquellas explotaciones instaladas en esa área, provocando desánimo, inestabilidad, falta de renovación de las instalaciones productivas y marginalización de la actividad, que se abandona finalmente con el cambio generacional.

El alto precio del suelo, asimismo, imposibilita poner en marcha políticas de desarrollo y de mejora en el sector que permitan retirar suelo del mercado especulativo. Como consecuencia, en la medida en que se obstaculiza el acceso a la tierra se dificulta incorporar población activa. Asimismo, genera una pérdida progresiva de empleo resultado de la reducción continua del espacio agrícola. En general, se produce una restricción de las posibilidades de desarrollo de la explotación al limitarle la base territorial.

Tampoco las modalidades de arrendamiento agrario mayoritarias no benefician al ganadero. Ni se venden ni se arriendan terrenos a precios agrícolas y son los acuerdos orales, sin ninguna garantía jurídica ni temporal, los que predominan. Tales contratos consisten en la cesión de la utilización de la hierba de los prados, la mayor parte de las veces de manera gratuita, con la finalidad de mantenerlos limpios. Estas modalidades contractuales ni se registran, ni suponen una solución a la escasez de tierras dada su precariedad. El ganadero que pasa a ocuparse de los prados del vecino no tiene ninguna seguridad de que el próximo año podrá seguir contando con ellos. Ese estado de inseguridad le impide emprender nuevas inversiones o aumentar su cabaña pues sabe que la base territorial que un momento determinado gestiona puede ser efímera y sin otra posibilidad de reemplazo. Por su parte el propietario quiere mantener sus tierras lo más exentas posible de cualquier servidumbre, ya que prefiere tener las manos libres para poder optar a su venta en un momento propicio o para trasmitirla a sus hijos si así lo considera.

El cese de la actividad agraria impulsada por la evolución económica provocó y sigue provocando el abandono de explotaciones o de parte de ellas. Lo que un modelo simplista nos dice sobre la posibilidad de ampliar la base territorial de las explotaciones que subsisten a costa del terreno de las que han sido abandonadas y convertirse así en más productivas y competitivas no es aplicable en Vasconia atlántica. La razón estriba en que casi toda la tierra se encuentra amortizada, retenida, aunque no se utilice directamente. Y la causa de esta situación de inmovilidad del mercado de tierras se debe a la ilusión, unas veces realizada y otras no, de especular con ellas.

Si la incidencia de la ciudad sobre el precio del suelo agrícola es un elemento destacado, su oferta laboral es otro de los razonamientos principales que explican el abandono de la actividad agroganadera de estas zonas. El trabajo agrícola difícilmente puede compararse con otro que aporta tiempo libre, que no requiere tanto esfuerzo físico y que no supone inversión económica previa. El modelo productivo impulsado en el caserío vasco, además, no aporta unos beneficios propios de una actividad empresarial que asume riesgos, sino más bien un sueldo que asegura la supervivencia de la familia pero todavía alejado de aquellos réditos que habitualmente se consideran como dignos.

La ciudad es una fuente laboral y el habitante del medio rural próximo accede a ella con facilidad. Las opciones que tiene son más variadas que las de aquel que habita en áreas más alejadas y ante éstas opta por las que mayores ventajas le aporta. Observamos cómo en general no hay un abandono del caserío sino la pérdida de una de sus funciones, la agroganadera.

Llegamos a la conclusión de que si el modelo de desarrollo económico imperante limita las posibilidades de continuidad a un pequeño grupo de explotaciones, reducción mayor aún en zonas que cuentan con dificultades físicas o territoriales, la proximidad a la ciudad también impulsa el proceso de abandono, llegando a liquidar la agricultura desarrollada en estos espacios.

Juan Cruz ALBERDI COLLANTES