Concepto

Arqueología

Con cierto retraso con respecto a lo indicado en el primer apartado de esta entrada, los territorios vascos se incorporan a la investigación arqueológica durante las primeras décadas del siglo XX. Ello no obsta para que con anterioridad existan otras actividades sobre yacimientos paleontológicos o arqueológicos, aún en un contexto no sistemático o científico. Las primeras actuaciones en grandes y conocidas cuevas, como Balzola en Bizkaia, Aitzbitarte IV en Gipuzkoa o Isturitz en Baja Navarra, en depósitos paleontológicos como Aizkirri (Gipuzkoa), en dólmenes de grandes dimensiones como Sorginetxe o Aizkomendi (Álava), poblados protohistóricos como Ilunzar, en Bizkaia y en recintos de época clásica, como el oppidum de Iruña, en Álava, se suceden a lo largo del siglo XIX. Estas intervenciones se registran bajo el mismo interés que alienta otras excavaciones por toda Europa: la documentación de una Humanidad antediluviana en el caso de las cuevas prehistóricas, de representantes de fauna extinta (para los yacimientos paleontológicos), de testimonios de la antigüedad "céltica", para los megalitos o de las pruebas irrefutables de la presencia de Roma.

Con algunas notables excepciones en el ámbito del megalitismo o de la arqueología de época clásica, los primeros trabajos sistemáticos de carácter científico en nuestra región van firmados, desde 1917, por el trío de investigadores integrado por Telesforo de Aranzadi, José Miguel de Barandiarán y Enrique de Eguren. En el curso de sus investigaciones en diversas estaciones dolménicas y múltiples cuevas (comenzando por Santimamiñe y terminando, ya iniciada la Guerra Civil, con Urtiaga), aplican por vez primera una metodología homologable a la empleada por sus homólogos europeos, redactando incluso algunas síntesis iniciales de la Prehistoria vasca, además de las memorias de intervenciones tan pioneras como las excavaciones en Santimamiñe o las estaciones dolménicas de Aralar y Aizkorri. Por el contrario, las investigaciones sobre el mundo romano, la Protohistoria o la Arqueología medieval se sitúan todavía en un estado inicial durante este periodo, en el ámbito del hallazgo aislado o la primera identificación de depósitos de interés. El periodo que media hasta la Guerra Civil española muestra un dinamismo envidiable, con la excavación de múltiples cavidades y monumentos megalíticos, de modo que el Paleolítico superior, o el Calcolítico y la edad del Bronce regionales, quedan aproximadamente estructurados para el inicio de la contienda.

La Guerra Civil Española (1936-1939) y la IIª Guerra Mundial en el País Vasco continental, representan periodos de gravísima parálisis, seguidos de una larga noche de la investigación. Guerras y postguerras implican la desaparición física de múltiples investigadores, la disgregación de equipos de trabajo, el deterioro de registro arqueológico y depósitos y una falta de recursos de todo tipo que quebranta por décadas la anterior dinámica sinérgica. En ausencia (mejor dicho, ante la escasez) de la iniciativa de investigadores singulares, se trata de un periodo de institucionalización, en el que se van a articular los mecanismos que conducirán la investigación durante las siguientes décadas, con la formación, por ejemplo, de la Institución Principe de Viana en Navarra, de la Sociedad de Ciencias Aranzadi en Gipuzkoa y, algo más tarde, el Instituto Alavés de Arqueología o el Seminario de Arqueología de la Universidad de Deusto en Bizkaia. De modo paralelo, se iniciará la creación de revistas especializadas en temáticas arqueológicas, entre las que contamos con algunas supervivientes aún, como la revista Principe de Viana o Munibe, de la Sociedad de Ciencias Aranzadi. Además, se detecta un interés por parte de las nuevas instituciones por ampliar el conocimiento de aquellos periodos (protohistórico y romano, en particular) que no habían suscitado tanta atención durante fases anteriores de la investigación. Fruto de ello son, entre otras, las excavaciones en la villa romana de Liédena o las campañas de Gratiniano Nieto en Iruña-Veleia.

A partir de 1953 en el País Vasco peninsular (y una fecha de más difícil adscripción en el País Vasco Continental), con la vuelta del exilio de José Miguel de Barandiarán, da inicio un nuevo ciclo historiográfico. De modo paralelo a la reactivación de las líneas de investigación anteriores a la guerra (excavaciones de cuevas paleolíticas y de conjuntos megalíticos), se da continuidad a las nuevas (poblados de la Edad del Bronce o Hierro, depósitos de época romana) y aún se abrirán líneas novedosas, como la de las cuevas sepulcrales o las ocupaciones mesolíticas y neolíticas bajo cueva o abrigo. Discípulos formado con José Miguel de Barandiarán, como Ignacio Barandiarán, Armando Llanos, Juan María Apellániz o Jesús Altuna, irán ganando protagonismo, generando a su alrededor nuevos equipos de trabajo (cada vez más interdisciplinares), especializándose en cronologías y problemáticas específicas y también, "regionalizando" la actividad arqueológica al sur de los Pirineos a cada uno de los territorios que lo integran. En Gipuzkoa, José Miguel de Barandiarán continuará su actividad hasta su retiro durante la excavación de Ekain, codirigida y posteriormente tutelada en exclusiva por Jesús Altuna, en cuyo entorno vemos desarrollarse un grupo amplio de investigadores de la Sociedad Aranzadi. En Bizkaia, alrededor de la figura de Juan María Apellániz y del Seminario de Arqueología de la Universidad de Deusto se despierta un interés particular por las culturas prehistóricas (no sólo) con cerámica: sus lugares de enterramiento, de hábitat y su desarrollo cultural. La línea predominante en Álava guarda relación con la localización y excavación de poblados protohistóricos, aunque el Instituto Alavés de Arqueología dirigido durante largos periodos por Armando Llanos también desarrollan actividades en otros formatos de depósito y periodos arqueológicos. También en Navarra se acrecientan las actuaciones sobre los yacimientos de la Prehistoria reciente (cuevas sepulcrales, poblados fortificados), aunque destaca la actividad de investigación sobre depósitos de época romana, todo ello promovido desde las aulas de las Universidades de Navarra, Salamanca y Zaragoza y el Museo de Navarra. En el País Vasco continental, tras la partida de Sara de Barandiarán en 1953, la actividad arqueológica de campo se resiente, aunque son bastantes los yacimientos de diversa cronología descubiertos (en algún caso, excavados) por investigadores de la Universidad de Burdeos (Thibault, Chauchat) o Pau, además de por particulares.

El retiro definitivo de José Miguel de Barandiarán de las actividades de campo en todos los territorios (hacia 1973) viene a coincidir con importantes cambios del contexto de la investigación arqueológica. El relevo generacional, la profusión de nuevas universidades (y universitarios), el rápido proceso de descentralización de las competencias de Cultura al sur de los Pirineos y la multiplicación de medios materiales y nuevos laboratorios van a dar lugar, sobre todo a partir de 1980, a un importante cambio de ciclo. A costa de la definitiva desvertebración de la comunidad científica, cada territorio vasco va a establecer sus propios programas de investigación y prioridades para la dotación de infraestructuras y recursos de todo tipo. Esta dinámica va a derivar en dos décadas de actividad febril, en la que se van a rellenar numerosos hiatos en el conocimiento, de modo que vertientes antes poco practicadas (como la Arqueología Medieval, y no digamos ya la Postmedieval) van a conocer un rápido desarrollo. La actividad arqueológica registra una fuerte interdisciplinarización de la investigación de campo y laboratorio. La recién instituida Universidad del País Vasco, a través de su Departamento de Prehistoria y Arqueología primero y luego, Geografía, Prehistoria y Arqueología, va a ir ganando masa crítica (doctores, doctorandos, actuaciones de campo, publicaciones, presentaciones nacionales e internacionales de resultados, etc.). Los Museos competentes en Bilbao, Vitoria y Pamplona se remozan completamente, para terminar incluso desplazándose físicamente los dos primeros, al tiempo que su personalidad jurídica. La renacida Sociedad de Estudios Vascos/ Eusko Ikaskuntza, plantea un hilo de conexión entre los investigadores de diversos territorios.

Las publicaciones periódicas menudean: la revista Munibe de la Sociedad Aranzadi, los Estudios de Arqueología Alavesa del Instituto Alavés de Arqueología, la serie de Paleoantropología de la revista Kobie (de la Diputación Foral de Bizkaia), la de Trabajos de Arqueología de Navarra (Gobierno de Navarra), los Cuadernos de Arqueología de la Universidad de Navarra, los Cuadernos de Prehistoria y Arqueología de Eusko Ikaskuntza (desde 1995, Isturitz) y diversas monografías seriadas bajo la edición de la Universidad de Deusto, la Diputación de Gipuzkoa, la de Alava, etc., proporcionan plataformas de todo tipo y formato para la edición de textos arqueológicos. A la luz de las nuevas normativas sobre el Patrimonio Arqueológico, se observa un fenómeno novedoso de privatización de la actividad arqueológica: en la última década del siglo XX y la primera del siglo XXI, son numerosísimas las intervenciones arqueológicas protagonizadas por arqueólogos contratados por empresas privadas de gestión de recursos culturales, la mayor parte de ellas, referidas a los periodos medieval y postmedieval al referirse a actuaciones de protección o salvamento en el interior de la trama urbana. Ningún cambio, como este último, ha contribuido tanto a el cambio de los modos de actuación y la metodología de trabajo en la Arqueología vasca. Al igual que en otras regiones de Europa que conocen un proceso similar, el método de excavación y registro arqueológico en estas actuaciones se adapta a la casuística que atiende. De este modo, a mediados de la primera década del siglo XXI se puede constatar una cierta dicotomía en la actividad arqueológica vasca: entre Arqueología programada y Arqueología de urgencia, entre Arqueología prehistórica e histórica, entre Arqueología urbana y de medio subgeológico, entre registro por niveles estratigráficos/ excavación por el método de coordenadas cartesianas y registro de unidades estratigráficas/ excavación por el método Harris. Estas eran las condiciones vigentes cuando, a finales de la primera década del siglo XXI, las circunstancias económicas bascularon bruscamente y la comunidad investigadora aguardaba un nuevo cambio de ciclo.