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Parece generalmente admitido el hecho de que en Vasconia la mujer desempeña un relevante papel social, quizá más destacado que el de sus hermanas de otras áreas. Sin embargo, y ciñéndonos al período cronológico generalmente denominado Edad Media, lo primero que llama la atención es la escasez de estudios históricos que permitan asentar aquella aseveración. El estudio de la mujer como objeto de la ciencia de la Historia no está sino empezando. Por esta razón su presentación a lo largo del período medieval exige un serio esfuerzo investigador y metodológico, cuyo primer resultado nos va permitir establecer las bases de definición y comprensión de lo que la mujer vasca debió ser en el marco social en que se desarrolló su actividad.
El destacado lugar que parece ocupar la mujer en la Vasconia medieval ha sido explicado, en parte, apelando a una profunda raíz matrilineal, cuyos ecos se dejarían sentir durante un período de tiempo más prolongado que en otras zonas. Aquí habría perdurado más que en éstas la sociedad matrilineal, cuyo ocaso, producido como consecuencia de la imparable ascensión del poder patriarcal, importado de otras culturas, se habría producido tardíamente y no habría logrado acallar la resonancia del matriarcalismo (Ortiz Osés, 1980).
Si rastreamos las fuentes medievales formulando preguntas referentes a cuál fue y cómo fue el pasado de la mujer vasca, encontramos respuestas que apuntan a una relativa autonomía, en especial cuando se trata de asuntos relacionados con la propiedad. Vemos también cómo en un tema tan delicado y de tanta trascendencia familiar como el de la herencia, la mujer es tratada, en algunas ocasiones, en igualdad con el hombre. Y se constata así mismo cómo la ley, con cierta frecuencia, equipara hombre-mujer, en lo que respecta a algunos asuntos relacionados con la responsabilidad social, entre los que pueden mencionarse la protección de la propiedad privada de cualquier persona y la preservación de esos bienes frente a las agresiones que contra ellos pudieran cometer hombres o mujeres.
Pero de esa encuesta a las fuentes obtenemos también respuestas que nos ponen sobre la pista de una mujer sometida a la autoridad del padre o del marido; apartada, al menos aparentemente, de ciertas actividades laborales, como la pesquera y la ferrona, y considerada como «amenaza» de la pacífica convivencia vecinal a causa de su mucho hablar y mucho presumir, lo que explica, entre otras cosas, algunas ordenanzas como esa de Villarreal de Urretxu que prohíbe a las mujeres ir a visitar, con regalos, a las parturientas y recién casadas «porque son causa de más enojo y cargo semejantes cosas, e sin provecho...». En definitiva, como suele suceder en este tipo de investigaciones, las respuestas son heterogéneas y en parte contradictorias, debido, sin duda, a la complejidad de la realidad de lo que debió ser la mujer vasca en la Edad Media. Vamos a intentar aproximarnos a esa realidad a través de los indicios que al respecto encontramos en los documentos y en los ordenamientos legales vascos bajomedievales.
¡Broten dulces loores al compás de la flauta! Alabemos alborozados a la gran Leodegundia, hija de Ordoño y batamos palmas. De linaje preclaro, de prosapia regia, tal debe ser nacida por cierto la eximia prole que da realce al linaje paterno y enaltece el materno. Adornada de buenas costumbres, preclara en palabras, versada en letras y en sacros misterios, sea celebrada con voces himnales de suave canto. Mientras su rostro brilla radiante de hermosura, manda a la servidumbre con órdenes moderadas, adereza su casa y la dispone con admirable orden. Alborócese la persona a la que la casta Leodegundia está entrégada con vínculo conyugal, agradando a Dios y a sus amigos sin mancha alguna. Gozaos, gozaos, sus siervos, y al mismo tiempo cantad todos juntos, ensalzad con dulce voz el patrimonio de vuestra matrona, entonándole un cántico. Rogad a Dios que viva felizmente luengos años, que vea incólumes a los hijos de sus hijos, y que se recree con sus amigos. Suene el tañido de la cítara tetracorde de cuerda pulsada por mano de citaristas, suscite una armonía para que resuenen dulces alabanzas en loor de la señora Leodegundia. Mientras resuena la lira y la flauta acompasa a los ciudadanos de Pamplona, alaben a Leodegundia entonando suavemente una melodía y recitándola a coro. Renuévese siempre la memoria de aquélla que ama a sus prójimos deseando con fiel voluntad que amen por igual a propios y extraños. Escuchen sus parientes, sus seres queridos y amigos prorrumpan en júbilo con dignos parabienes. La hija elegida guarda el decoro y la doctrina de su padre. ¡Hermosa sobremanera! Escucha la melodía de la flauta con selecto... Suplicantes suplicamos que escuches a tus siervos. Que vivas feliz, que sirvas a Dios, que gobiernes a los pobres y protejas a los huérfanos; que los mundos también te feliciten teniéndote por su señora. Que la luz verdadera de Dios te cubra por doquier; que las tinieblas huyan y resplandezcas por siempre; que agrades a Dios soberano observando su santa ley. |
Traducción efectuada por Ignacio Elizalde partiendo de la transcripción latina hecha por Lacarra del Canto Epitalámico del siglo IX, versi domna Leodegundia regina, dedicado a la princesa Leodegundia con motivo de su boda con un príncipe de Pamplona (¿Sancho Garcés?). Códice de Roda, folio 232. |