Santutegiak

San Miguel in Excelsis


Santuario de San Miguel de Aralar

En la cima del monte Aralar se encuentra el santuario de San Miguel in Excelsis, objeto de un culto popular que, con estar muy arraigado en los actuales límites administrativos de Navarra, los sobrepasa ampliamente. Su origen se pierde en la noche de los tiempos, envuelto en tradiciones y leyendas de la mitología popular vasca, como la historia del caballero Teodosio de Goñi y del demonio o "Basajaun", que recoge además componentes de otras tradiciones medievales, mezclados con hechos históricos y temas religiosos. La novela "Amaya o los vascos en el siglo VIII", de Navarro Villoslada, amalgamó todos estos elementos de manera hábil y virtuosa.

Aunque sus muros presentan restos prerrománicos carolingios, fundamentalmente en la base de los ábsides y en las tres ventanas de la cabecera, la primera noticia documental del santuario data de 1032, cuando Sancho el Mayor delimita la diócesis de Pamplona y menciona el propio San Miguel. Los reyes de Navarra tuvieron gran apego por el lugar, al que beneficiaron con muchos dones y privilegios.

El primer edificio románico se habría construido entre 1032 y 1074, fecha de la primera dedicación, pero experimentó una notable ampliación terminada para 1141, con obras menores entre 1170 y 1180. La planta consta de tres naves divididas en cuatro tramos y rematada cada una en un ábside, más ancho y profundo el de la nave central, que además tiene al exterior planta poligonal. A los pies del templo hay una nave transversal o nártex, al que se abre el acceso por el lado de la Epístola. La sacristía que se adosa al muro de la Epístola es barroca. Los muros, de sillar menudo casi siempre, acusan en sus tipologías diversas las diferentes etapas constructivas que el antiquísimo santuario ha experimentado. En el ábside central se abren tres ventanas abocinadas, ya antes mencionadas, de medio punto, mientras que los laterales llevan otra cada uno. Otras ventanas, de medio punto también, se abren el los tramos de las naves. Las tres naves están separadas por pilares cruciformes de diversas morfologías, que soportan grandes arcos formeros y fajones, que apean en los muros perimetrales en pilastras. En cuanto a las cubiertas, son de medio cañón en las naves, articuladas con fajones, bóvedas de horno en los ábsides y un cimborrio octogonal de ladrillo sobre trompas, fruto de la restauración de Íñiguez, en 1969-1973. El tercer tramo de la nave central va ocupado por una capilla interior, de planta rectangular, dividida en dos tramos y rematada en testero recto. Sus muros se articulan mediante una imposta horizontal decorada con billetes, de la que arrancan los fajones. Una ventana recta se abre en el muro testero, flanqueadas por columnitas cuyos capiteles van decorados con cabezas humanas de cuyas bocas salen entrelazos y volutas y rosetas. La otra ventana es moderna. Se accede a esta capilla por una puerta de medio punto, abocinada y con una arquivolta sobre columnillas y capiteles con decoración vegetal. Otra puerta, también de medio punto y también con decoración vegetal, se abre hacia la nave del Evangelio. La cubierta de esta capilla es de cañón apuntado bajo tejado a dos aguas. El apuntamiento ha permitido datar esta obra hacia 1170-1180, coincidiendo con la ejecución del famoso frontal, en cuyo interior se custodiaría originalmente, a buen seguro. Al exterior, el alero muestra una serie de ménsulas, procedentes de las restauraciones en su mayoría, pero entre las que queda alguna románica, con cabecitas humanas y volutas. La hospedería actual, que sustituye a las antiguas dependencias, procede de la restauración de 1973.

La obra más singular que se custodia en el santuario es, sin duda, el célebre retablo de esmaltes románico, obra cumbre de la esmaltería europea. Según las hipótesis más verosímiles, se trata de una obra de hacia 1175-1185, y habría sido realizado por un maestro de la escuela de Limoges, pero que conocía los motivos decorativos de este lado del Pirineo, incluido el arte hispanomusulmán. Sobre un ánima de madera de haya van montadas las planchas de cobre sobredorado. La estructura compositiva del frontal tiene una parte central más elevada, y en el centro va una mandorla con ocho lóbulos, flanqueada por dos órdenes de seis arquillos de medio punto, tres por lado, lo cual hace un total de doce arcos, que apean en recias columnillas. En las enjutas figuran arquitecturas figuradas, que pueden aludir, en combinación con los arcos, a la Jerusalén Celeste. Toda la estructura va, además, decorada con abundante pedrería semipreciosa. Hay además treinta y nueve planchas de cobre "champlevé". Los colores varían entre tonos azules, turquesas verdes, negro o blanco. En cuanto a la iconografía, preside el frontal María entronizada con el Niño, en la mandorla central. A ambos lados, el alfa y omega más la estrella que guió a los magos. Rodean esta almendra mística las cuatro figuras del Tetramorfos. En lo que a las arquerías se refiere, en el registro superior están representados seis apóstoles, mientras que en la inferior, aparecen a la izquierda los magos de oriente, y a la derecha otras tres imágenes de discutida identificación, un ángel, una figura femenina y un rey. En el ático del retablo, además de una serie de medallones, hay otros cuatro apóstoles, en menor tamaño. Los doce apóstoles, seis del registro superior más los cuatro del remate, se completan con los dos apóstoles evangelistas, lo que demuestra la reflexionada iconografía. En la azarosa vida de este retablo hay que destacar el desmontado y posterior limpieza realizados en el siglo XVIII, y el robo sufrido en 1979, del cual se recuperaron la práctica totalidad de las piezas.

En la capilla se venera la efigie de San Miguel de Aralar, que es, en realidad, una imagen relicario con núcleo de madera y forrada en plata en 1756, a manos del platero pamplonés José de Yábar, que desmontó y recompuso la imagen antigua. Posteriormente, en 1915, la imagen de plata fue sobredorada por los plateros Lafuente. Se representa al ángel con la cruz sobre la cabeza, en una iconografía original pero en absoluto única. Por último, en la sacristía se custodian otras obras de imaginería, de platería y mobiliario de diferentes épocas.

Joseba ASIRON SAEZ (2006)