Chercheurs

Zabalo Zuazola, Ignacio de

Metalúrgico guipuzcoano. Bergara, ca. década de 1840- ?.

Ignacio de Zabalo fue el creador del "acero de zavalo" que abasteció la fábrica de armas de Toledo, según afirma Pascual Madoz en su memorable Diccionario geográfico. Como tal tendría suficientes méritos para ser biografiado.

Pero no es sólo por su contribución al conocimiento científico del acero que figura en el presente diccionario, sino también por la forma en que saca rendimiento industrial a sus conocimientos; porque ilustra de forma única un modo de promover la investigación experimental que se refiere a uno de los mayores retos con los que se ha enfrentado siempre la sociedad vasca: el de la relación entre la ciencia y la industria.

Poco se sabe sobre los comienzos de Ignacio de Zabalo, salvo que fue vecino de Bergara y que nació hacia mediados del siglo XVIII. También se sabe que desde 1768 colaboró con la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País, en experimentos para la obtención de acero. En esa época, se distinguían dos clases de acero: el natural (elaborado con minerales de gran calidad, como en el caso del famoso "acero de Mondragón"), y el cementado (obtenido a base de añadir carbono al hierro dulce). Por entonces, la Bascongada pretendía desarrollar la tecnología "de convertir el hierro forjado en acero" siguiendo el llamado "método de Réaumur", mediante experimentos que serían publicados en los Extractos de dicha Sociedad. Ferchault de Réaumur (1683-1757) había sentado en 1722 las bases teóricas para producir acero --mediante la fusión de una mezcla de fundición y hierro dulce (mejor que por cementación)- y la Bascongada se planteaba la posibilidad de si ese método podría hacer progresar la metalurgia aplicada del hierro vasco. A ese programa de experimentos se sumó Zabalo.

Es difícil entender la naturaleza de las investigaciones de Zabalo sin tomar en consideración el contexto de su entorno científico más inmediato. Cuando Zabalo comenzó sus experimentos, la verdadera naturaleza del acero era algo desconocido y reservado; veinte años antes, un relojero de Sheffield, Benjamin Huntsman, había obtenido un acero especial homogéneo (mediante el método de Réaumur), que había sido celosamente guardado en Inglaterra, la gran potencia entonces de la siderurgia moderna. Sólo mucho después, con la llegada de la nueva química de Lavoisier, emergió la metalurgia como una ciencia universal que se erigía sobre bases teóricas sólidas. Importantes en este sentido fueron los trabajos químicos de Claude Louis Berthollet (1748-1822), Gaspard Monge (1746-1818) y Alexandre Vandermonde (1735-1796), que lograron establecer unos principios más científicos sobre la composición, características y cualidades de los hierros. Esos conocimientos allanaron el camino hacia nuevas técnicas; sin embargo, no permitieron esclarecer los cambios producidos por métodos termodinámicos (ni lo harían antes de mediados del siglo XIX).

En la historia de la siderurgia vasca, Zabalo es recordado por su contribución al descubrimiento del "secreto de fundir el acero, sin que desmerezca la maleabilidad". En 1777, ante la presencia del Conde de Peñaflorida y otros Amigos, hizo ensayos, que se convirtieron en clásicos, en los que resolvía el "misterio de la fusión"; haciendo gala de una gran pericia, logró producir, tras diez años de tanteos y ensayos, tres tipos de acero de la mejor calidad --a saber, acero cementado en barras, refinado y fusionado en crisol- con los que pretendía competir con los británicos.

Para hacer posible que esta futura competencia llegase a ser realidad, era necesaria su materialización industrial. Para favorecer este paso, la Bascongada solicitaba a la Corona que le concediese a Zabalo el privilegio exclusivo de la explotación de su técnica. Se le otorgó por un periodo de ocho años en septiembre de 1777. Un aspecto interesante de esta exclusiva es que se reconocía el interés estatal de no tener que depender de importaciones en una materia de tanto valor estratégico como el acero. Existió, sin embargo, oposición: algunos ferrones como Pedro de Allanegui, de Ibarra, presentaban una denuncia, alegando haber cementado acero antes que Zabalo. También la Diputación recurría contra el privilegio por contrafuero, argumentando que era opuesto a "la nativa libertad de la Provincia". No se sabe cómo acabaron estos pleitos, pero es muy probable que la técnica de cementación comenzase a generalizarse en una época en que, sin duda, la industria ferrona entraba en crisis.

En 1778, agraciado con su exclusiva, Zabalo pedía al Ministro de Guerra que se le permitiese suministrar acero a las Reales Fábricas. Éstas importaban aceros alemanes. Como su fortuna posiblemente no era muy elevada, decidió arrendar una ferrería en Alegia. Allí construyó un horno "modelo Huntsman" e inició la producción industrial de acero. Durante aquellos años trasladó el centro de producción de la ferrería de Alegia a la fábrica de Bergara, ya de su propiedad. Instalando un potente horno de cementación, logró una producción anual de acero de gran calidad de unas 800@ (unas diez toneladas, según afirma Juan Antonio de Enriquez, en su documentada Memoria sobre la industria guipuzcoana de 1787), un acero que se vendió con éxito en Navarra, Castilla y Aragón, y por el que recibió, en las páginas de los Extractos de la Bascongada de 1783, enormes elogios.

No podríamos, sin embargo, resumir en los estrechos límites de este espacio las actividades técnicas y empresariales de Zabalo. Baste decir que entre 1782 y 1792 se afianzó como el gran productor de acero cementado en el País Vasco. Las siguientes palabras del historiador que más ha estudiado la aportación de Zabalo, Ignacio Mª Carrión, resumen, cabalmente, su significación en el contexto de la economía vasca del Setecientos: "La recuperación de la fabricación de espadas y armas blancas en general es consecuencia de los esfuerzos de la Bascongada en primer lugar, y de don Ignacio de Zabalo Zuazola en particular por desarrollar la fabricación de acero".