Villes

Vitoria-Gasteiz. Historia

Desde un punto de vista formal, Vitoria conservó el casco medieval hasta el siglo XVIII con escasas modificaciones. De ahí su definitivo y característico plano de forma elíptica de 20,7 ha. de extensión, rodeado de una muralla jalonada por numerosos vanos y puertas situados en los extremos de los cantones que permitían el acceso al exterior desde la villa. Fuera de sus muros fueron desarrollándose pequeños núcleos de población, como el arrabal del mercado y las redovas, o los barrios el de San Ildefonso al este, Arriaga o Santa Lucía al norte, Aldabe al oeste y Santa Clara o la Magdalena al suroeste.

La construcción de nuevos edificios a lo largo de los siglos XVI y XVII transformó parcialmente su aspecto interno asentándose una tipología propia en la arquitectura doméstica vitoriana. Las viejas casas populares desaparecieron (en Villasuso) para dejar espacio a los palacios renacentistas y a las casas señoriales. Entre los primeros, que siguieron además el estilo modernista de primer Renacimiento o Plateresco, se cuentan los palacios de Escoriaza-Esquivel, el de Aguirre o Montehermoso, el de Salinas (Palacio de Villasuso), el de Arrieta-Maestu o de Bendaña y el de los Álava. Las casas señoriales -la mayor parte de ellas del siglo XVII como la Casa de los Gobeo-Caicedo (Pintorería nº 68) levantada en 1670, o la de los Álava Arista (Zapatería nº 101), o la de los Landázuri (Herrería nº 23) remodelada hacia 1665 por los abuelos del ilustre historiador- irán transformándose con el tiempo, aumentando el número de sus plantas, adquiriendo mayor anchura en sus fachadas y abriéndose a dos calles.

Las casas burguesas y populares conservaron en el exterior las dimensiones medievales -en alforja-, aunque con una tendencia a ganar en altura lo que les negaba la falta de espacio. Por ello las casas fueron invadiendo los muros de la ciudad -cuya importancia defensiva parecía ir retrocediendo, aunque su función económica medida en la cobranza de derechos por las mercancías que la atraviesan permaneciera- mientras se multiplicaban los corredores que comunicaban muros y casas, dando a la ciudad una imagen de abigarramiento que hacía palpable la necesidad de invadir el espacio situado al otro lado de las murallas.

Desde su fundación en 1181 Vitoria no había dejado de crecer. Su papel como centro de inmigración de los excedentes de las aldeas de su entorno se consolidó durante el siglo XIV. En la segunda mitad del siglo XV los síntomas de recuperación fueron evidentes: ocupación del suelo, política municipal de atracción de nuevos vecinos y retención de los ya existentes, pacificación de la lucha de bandos, crecimiento del arrabal situado "en el fondo del mercado" etc. Sólo las pestes de 1504-5 y 1518-19 enturbiaron aquellos comienzos de siglo que, sin embargo, presentaron como balance general un crecimiento de la población aunque ralentizado respecto a la etapa inmediatamente anterior.

La trayectoria ascendente continuaría hasta la crisis de los años 60 de aquel siglo que se extendió a toda la provincia. La peste de 1564-68 afectó muy seriamente a Álava pero para Vitoria la peor fue la de 1596 y 1602, conocida como "La Peste Atlántica" porque se extendió desde el Mar del Norte hasta Marruecos, causando tan sólo en la península ibérica más de medio millón de muertos. Aunque las primeras noticias llegaron a Vitoria en julio de 1596 -procedentes de Castro Urdiales- la enfermedad no alcanzó los alrededores de Vitoria hasta agosto de 1598. El día 30 de mayo de 1599 aparecía el primer caso de peste dentro de la ciudad. Se trataba de un arriero de la Vecindad de la Calle Nueva que había estado en la villa de Treviño, donde había cobrado la enfermedad. La pestilencia remite hacia el mes de noviembre de 1599 con un balance de víctimas que resulta imposible de evaluar. El cura de Lanciego, fiel testigo de la época, establece sin embargo una cifra de 2.000 muertos entre Vitoria y las aldeas, -Vitoria no alcanzaba por entonces los 5.000 habitantes-. Las ermitas de Santa Marina, San Juan y Santa Lucía, así como la Casa de Olarizu, fueron habilitadas como hospitales. Para hacer frente a los gastos, el Ayuntamiento incrementó las sisas y alcabalas sobre la carne, tomó dinero de obras pías, cofradías y vecindades -de las que se sacan hasta 2.000 ducados- y solicitó al Rey la suspensión del pago de los impuestos que la ciudad le debía. Además, se recurrió a los préstamos y a la confiscación de bienes de gentes que habían huido de la ciudad.

Las pestes finiseculares, agravadas con las pésimas cosechas de 1575-77, y después por los estériles agostos del primer 600, determinaron el inicio del desastroso -en términos económicos y demográficos- siglo XVII que impidió a la ciudad recobrar sus niveles poblacionales de la centuria anterior hasta bien entrado el siglo XVIII. Por lo que se refiere a los datos globales, tenía Vitoria cerca de 8.000 habitantes (pero contando las aldeas de su jurisdicción) según el acopiamiento de 1537; en 1560 eran apenas 5.500, mientras que en 1578 se habían reducido a 4.400. Un documento de 1592 habla ya de alrededor de 3.600 habitantes, mientras que casi cien años después (1683) ni siquiera lograron alcanzarse los 4.000.

Según indica un Padrón Calle Hita de 1578, Vitoria era por entonces una ciudad con un alto porcentaje de población inactiva (28,46 % del total), cuyos componentes se situaban en los dos extremos opuestos de la escala social: los pobres (el 85,30 % del total de inactivos) y los vecinos que "viven de sus rentas" (el 14,69 % restante), localizados estos últimos en Villasuso, Zapatería y Herrería. El neto predominio de los sectores secundario y terciario, definía a Vitoria como una ciudad decididamente encarrilada a ser un centro de producción e intercambios comerciales.

El sector primario se dedicaba exclusivamente a la agricultura. En ella trabajaban 54 individuos (la mayoría de la Pintorería y Santo Domingo). Pero era el sector secundario el predominante, cuya distribución por subsectores era la siguiente: Textil (199 vecinos, es decir, el 39,8 % del sector) dedicado a la transformación más que a la fabricación directa de paños y lienzos; Cuero (126 vecinos 25,2 %); Metalurgia (90 vecinos 18 %); Construcción (32 vecinos (6,4 %); otros (53 vecinos). Los oficios dominantes dentro de este sector eran: zapateros (18,4 % del sector), calceteros (10 %), sastres (7,8 %), marragueros (5,4 %) y cerrajeros (4,4 %). Se trataba de una industria artesanal pequeña, de corta producción y reducido consumo, limitada a un ámbito geográfico provincial y sólo destinada a satisfacer pequeñas necesidades. El tipo de taller normal era la casa del maestro que, en su parte baja, disponía de un local para el trabajo y la venta de productos. La ubicación de los talleres no se correspondía a estas alturas exactamente con la que sugieren los nombres de las calles. En realidad, los talleres se hallaban completamente mezclados: el gremio textil se ocupaba sobre todo en la Correría, seguida de la Zapatería; los gremios del cuero preferían también la Correría y la Zapatería; los del metal concuerdan muy bien con los nombres pues se localizaban en Herrería y Cuchillería; los de la construcción vivían sobre todo en la Pintorería y Santo Domingo.

El sector terciario lo conformaban 316 vecinos, entre los cuales los dedicados genéricamente al comercio suponían algo así como el 58 %. La situación estratégica de Vitoria la había vinculado desde antiguo al comercio nacional e internacional. El carácter franco de los mercados de los jueves atraía a multitud de vendedores y compradores de la comarca y de regiones limítrofes. A ellos llegaban el hierro vasco, y los paños y alimentos importados desde el exterior que, una vez aquí, eran distribuidos hacia la meseta castellana. Del mismo modo, confluían los productos de Castilla -lana, trigo, vino,- que tras llegar a Vitoria partían hacia las distintas zonas del País Vasco con destino al consumo interior o bien hacia los puertos de la costa con destino al exterior. Particularmente importante era Vitoria en el mercado del cereal, ya que por estar situada dentro de la Llanada, gran centro productor de trigo, venían a sus mercados las gentes de Vizcaya y Guipúzcoa tradicionalmente deficitarias.

A partir de 1516 una nueva dinastía iba a sentarse en el trono español. Durante la minoría de edad de Carlos, su madre la reina Juana confirmó a Vitoria sus privilegios, fueros, buenos usos y costumbres mediante una carta plomada de 18 de julio de 1509. Apenas unos años después, en 1524, Carlos juraría sus privilegios en su primera entrada en la ciudad por "la puerta del puente del Rey". Agradecía con ello, la fidelidad -en ciertos momentos titubeante- que los vitorianos le demostraron durante la Guerra de las Comunidades, que en Álava se manifestó como una pugna entre Diego Martínez de Álava, diputado general desde 1498, representante de la clase de los funcionarios fieles a la Corona, y don Pedro López de Ayala, conde de Salvatierra, representante de la gran nobleza, que se sentía postergado por esa clase funcionarial. Nombrado capitán general de los comuneros en la zona situada entre el norte de Burgos y el mar, el de Salvatierra obtuvo algunos triunfos militares llegando a poner sitio a Vitoria. Su capitán, Gonzalo de Baraona llegó incluso a entrar en ella con 1.000 peones con banderas desplegadas al grito de ¡Ayala, Ayala! Sería un triunfo pasajero. Las tropas realistas recuperaron Vitoria, se apoderaron de Salvatierra y asolaron el valle de Cuartango, feudo del conde. La lucha definitiva se dio en abril de 1521 en el puente de Durana, que se convirtió en el Villalar de los comuneros alaveses. En represalia, los señoríos del Conde fueron incorporados a la Corona, y su palacio, construido al lado de la iglesia de San Vicente, devorado por las llamas; mientras el Conde fue degollado un 13 de abril de 1521 en la Plaza de la leña, frente al convento de Santo Domingo.

Entretanto, los franceses, aliados a los destronados Reyes de Navarra, habían invadido Navarra y se apoderaron también de Fuenterrabía. Por esta causa llegó a Vitoria el Cardenal regente, Adriano de Utrecht con el fin de preparar las tropas para repeler la agresión. En febrero de 1522, alojado en la llamada Casa del Cordón perteneciente a Juan de Bilbao y sita en la Cuchillería, recibió la noticia de su exaltación al Pontificado. Era el primer Papa que había pisado suelo español durante su pontificado y antes de marchar prometió erigir la Iglesia Colegial de Santa María en Sede Episcopal. Sin embargo, su rápida muerte, (septiembre de 1523), y el olvido hicieron que la promesa no se viera cumplimentada hasta tres siglos después.

En adelante, las relaciones de Vitoria con la monarquía de los Austrias estarían presididas, bien por la recepción de personas reales en la ciudad, bien mediante las contribuciones económicas o en hombres -a través de las efectuadas por la provincia o por medio de las suyas propias-. Vitoria defendía a ultranza su independencia tributaria. No conocía los Servicios Reales (Ordinario y Extraordinario), ni los Millones, ni los derechos de Sacas, etc. En cambio contribuía con la Alcabala. Donativos voluntarios y servicios de hombres armados completaban, como en la provincia, el ciclo de su contribución a la hacienda estatal. No sabemos desde cuando contribuía con la Alcabala aunque tal vez haya que remontarla al segundo tercio del siglo XIV como ocurrre con la alavesa. Su encabezamiento se hacía por separado; además, mientras la alavesa se veía libre de tercias y cientos, la vitoriana conoció ambos recargos. Además ambas se hallaban insertas en distritos fiscales diferentes: la alavesa en la Merindad de Allende Ebro -circunscripción que incluía las tierras riojanas situadas en la vertiente septentrional del Ebro y a Guipúzcoa-, y la vitoriana a la de Aquende Ebro, por lo cual solía arrendarse por periodos de cuatro años junto a las alcabalas de la ciudad de Burgos y su partido.

Entre 1573 y 1578 la alcabala vitoriana estuvo encabezada en 219.925 mrs. y 507 fanegas de trigo anuales. Entre 1611 y 1625 alcanzaba ya el 1.250.000 mrs. Finalmente, por un Real Privilegio de 19 de agosto de 1687 la alcabala vitoriana quedará encabezada a perpetuidad en 1.430.682 mrs. y 507 fanegas de trigo.

Sin embargo, el verdadero peso de la fiscalidad estatal en Vitoria eran los donativos y los servicios armados. Hasta el siglo XVIII Vitoria contribuyó especialmente por medio de sus propios donativos, si bien a partir de entonces prefirió contribuir con la provincia. En 1629-30 Vitoria abonó 32.000 ducados a cambio de la propiedad de los oficios públicos,y en 1687, 18.000 escudos de a diez reales de vellón a cambio del encabezamiento perpetuo de sus alcabalas. También participó en los servicios efectuados por la provincia a la Corona (en los años 1524, 1537, 1542, 1544, 1550 y 1552), ordinariamente en relación con la defensa de la frontera de Francia, convertida ya en el enemigo tradicional de los Austrias. Durante el reinado de Felipe II, los vitorianos participaron en la defensa de las fronteras frente a Francia. Así lo hicieron en 1557 en Fuenterrabía, en 1558 y 1559, tropas alavesas vigilaban, al servicio del virrey de Navarra, duque de Alburquerque, la frontera de Guipúzcoa y Navarra, con lo que fracasaron los reiterados proyectos franceses de atacar directamente a España, contribuyendo al éxito español que quedaría más tarde sancionado mediante la Paz de Cateau-Cambresis (1559). La intervención de Felipe II en las Guerras de Religión francesas en apoyo de la Liga Católica determinó nuevamente la intervención de alaveses y vitorianos en la defensa de fronteras. Consta que se concedieron auxilios en 1562, 1568, 1569, 1571, 1573, 1579, 1582 y 1588. Finalmente, en la guerra abierta entre Felipe II y Enrique IV de Francia cuyo escenario fundamental fue la frontera con los Paises Bajos, los alaveses contribuyeron con sendos servicios de 400 hombres en 1596-1598. Tras el desastre de la Invencible y ante la amenaza de las expediciones inglesas a los puertos españoles los vitorianos y alaveses acudieron a la defensa de Santander.

En adelante la relación de Vitoria con la Corona se manifestó más a través de la recepción de personas reales que en contribuciones militares. En 1615 se recibió con grandes honores tanto a la princesa Ana de Austria, desposada con Luis XIII, como a Isabel de Borbón, esposa del futuro Felipe IV. Ambas se alojaron como era de rigor en el Palacio de los Aguirre o de Montehermoso. Durante el reinado de Felipe V (1621-1665) se abandonó el pacifismo anterior y Vitoria, como toda Álava, tuvo que hacer frente a las desorbitadas exigencias del monarca. En 1625 se pidieron soldados para Fuenterrabía, por temor a las incursiones inglesas. Pero a partir de 1635 en que se reinició la guerra con Francia, las demandas se multiplicaron. Los 400 hombres de los servicios de 1635 y 1636, se convirtieron en 1.000 en 1637, y en 1638, año del ataque francés a la frontera con el sitio de Fuenterrabía, las demandas alcanzaron los 1.500 hombres y 11.000 fanegas de trigo aparte de alojamientos y transportes. Tras este agotador esfuerzo la demanda no disminuyó. En 1639 el rey pidió 600 hombres para la armada de Oquendo, cuyo fin era el de abrir de nuevo el camino del Canal de la Mancha para la comunicación con Flandes. Tras la sublevación de Cataluña y Portugal en 1649, Álava y Vitoria estaban ya exhaustas e incapacitadas para sostener tan frenético ritmo. Desde entonces las contribuciones en hombres se rebajaron a 100 pero se incrementaron las financieras. En 1659, con motivo de la firma de la Paz de los Pirineos entre España y Francia y el posterior pacto de la boda de la infanta María Teresa de Austria con Luis XIV de Francia, aquella y Felipe IV visitaron Vitoria con motivo de su entrega en la frontera. Entraron en la ciudad el día 3 de mayo donde se les recibió con luminarias y hogueras y grandes celebraciones, con la consabida corrida de toros, en esta ocasión deslucida por la lluvia. El festejo tuvo 18 toros que costaron 11.000 reales a las arcas municipales. Por Vitoria pasó también la primera esposa de Carlos II, Maria Luisa de Orleans. Corría el año 1679 y, tras hacer su entrada por la puerta de Arriaga, se le hizo entrega de las llaves de la ciudad en la iglesia de Santa María. Salió de Vitoria el 14 de noviembre camino de Burgos donde la esperaba su esposo Carlos II.

Como en otros ámbitos geográficos, la sociedad vitoriana se asentaba sobre las bases de la llamada sociedad jerárquica o estamental. Sin embargo, como en la mayoría de las ciudades de la época, por encima de las clasificaciones estamentales existía una élite que durante todos los siglos de la Edad Moderna ejerció el poder político, económico social y cultural. Asentados en la ciudad prácticamente desde la disolución de la Cofradía de Arriaga en 1332, muchos miembros de la pequeña nobleza alavesa -Álavas, Maturanas, Ealis, Esquivel cuyos solares se hallaban en las aldeas de la jurisdicción-, así como los miembros de algunas familias foráneas como los Salvatierra, Paternina, Nanclares, Cucho se acomodaron en Vitoria, llegando a fundirse con el patriciado urbano de los mercaderes más notables que ya desde los siglos XII y XIII habían empezado a asumir el control del poder municipal. Incluso significados caballeros y ricos hombres habían optado por la nueva residencia: los Iruña, los Hurtado de Mendoza, señores de Martioda y los Ayala, entre otros. De la mezcla de todos ellos se irá formando a partir de entonces la élite que, a lo largo de los siglos de la Edad Moderna, irá aristocratizándose sobre los principios más clásicos de la nobleza tradicional castellana.

Con la llegada del siglo XVI, la minoría dirigente de Vitoria, enriquecida sobre la base de su actividad comercial, el ejercicio de algunos oficios en la Corte o de Hermandad, las rentas de sus bienes rurales y urbanos, y el ejercicio de la administración municipal tiende a decantarse con fuerza hacia la tierra como base fundamental de riqueza. Muchos de ellos configuraron por entonces sus mayorazgos, que a veces escondían operaciones de compraventa de tierras y bienes urbanos u operaciones usurarias. En la centuria siguiente, la concentración de la propiedad de la tierra -junto a los bienes urbanos, los censos, los juros situados sobre las alcabalas vitorianas- se acentuaría sobre la base de enlaces matrimoniales sucesivos y de quiebras económicas que favorecieron tal hecho-. De esta forma la oligarquía vitoriana, a lo largo de estos siglos de la Edad Moderna impulsó sobre sí misma un proceso de aristocratización en el que los hábitos de las órdenes Militares (que pretendían ser un aval de limpieza y nobleza de sangre -particularmente la de Santiago-) y los títulos nobiliarios no tardarían en llegar para salvar una imagen de oscuro linaje, un ennoblecimiento tardío adquirido sobre sus fortunas amasadas al calor de una carrera administrativa, militar o comercial brillante. No obstante, el comercio nunca dejará de formar parte consustancial de la oligarquía misma. Quizá no tanto en su práctica como en el control de aquellas instituciones al uso que formaban parte de la administración central, como era el caso del entramado aduanero al servicio de la Corona. Así no es extraño comprobar, por ejemplo, el predominio de los Esquivel en los más altos cargos de la administración en las aduanas de Vitoria, o el de los Velasco en las de Orduña.

En la organización social de Vitoria seguían a la élite las llamadas "Gentes del Comercio", esto es, quienes practicaban el comercio al por mayor de "fierro y herrajes, balaustres, etc",coloniales, grano y otros alimentos, lana, etc. De origen vitoriano, ejercían en muchos casos como comisionistas de los comerciantes bilbaínos, bayoneses -en el tráfico lanar- y donostiarras (a partir del siglo XVIII con la Compañía Guipuzcoana de Caracas en el transporte de cacao y azúcar de Indias). Su actividad comercial se abría también a los grandes centros comerciales del momento como Cádiz y Sevilla, lo mismo que a los Cinco Gremios Mayores de Madrid o instituciones tales como el Colegio de San Ignacio de Madrid. Se trataba además de hombres vinculados a la oligarquía, ya que algunos de ellos pudieron actuar como agentes de comercio al servicio de ciertos oligarcas vinculados a la tierra indudablemente pero también al trato. Esos vínculos se definían tanto en una vertiente puramente personal -como "rentistas del comercio"- cuanto profesional, en el desempeño de importantes cargos dentro del entramado aduanero del Distrito de Cantabria, uno de cuyos centros fundamentales era, sin duda, la aduana de Vitoria. El desempeño de su actividad profesional en ocasiones hizo de ellos hombres extraordinariamente ricos. En una relación de las 200 personas más pudientes establecidas en 1808 con motivo de un préstamo obligatorio al rey, los comerciantes José Salazar y Julián de Buruaga se codeaban con los miembros de la nobleza de mayor envergadura -el duque del Infantado o el Marqués de Montehermoso-, entre quienes se hacían acreedores de rentas por valor de más de 60.000 reales. Los Castillo, Berrosteguieta, Borica, Altuna, Del Burgo, Zabala, Ullibarri, figuraban entre los de más de 35.000 y tras ellos una larga lista entre quienes alcanzaban los 20 y los 15.000 reales. En 1738 fueron protagonistas de un "golpe de mano" contra las autoridades municipales, que les permitió encumbrarse al poder durante diez años (hasta 1748). En ese tiempo elaboraron y publicaron, no sin problemas, las Ordenanzas de 1747 y un Nuevo Reglamento que, en adelante, iban a regir la vida comercial y fiscal de la ciudad.

De menor peso específico dentro de la ciudad, hay que englobar en el sector comercial a quienes ejercían el comercio al por menor. Se trataba de un grupo numeroso, activo y económicamente sólido, formado por tenderos, negociantes, quincalleros, y una pléyade de individuos que intervenían en el abastecimiento diario de alimentos a la ciudad; un abastecimiento eso si, marcadamente controlado por el ayuntamiento que, además de velar por la seguridad y regularidad en el abastecimiento, lo hacía por la salubridad, legalidad de pesos y medidas, etc... así como por la recaudación de los impuestos que desde muy antiguo gravaban los artículos de primera necesidad.

El mundo artesanal lo componían en 1578 unos 500 individuos que representaban el 40 % de los vecinos de aquel tiempo; un número y porcentaje que, a buen seguro, se mantuvieron hasta bien entrado el siglo XVIII (en 1732 eran 451). Por entonces los cereros y confiteros solían acaparar las mayores fortunas dentro del promedio de los artesanos, en contraposición a zapateros y remendones o a engarradores. Sometidos al amparo y sujección del gremio, maestros con importantes talleres y tiendas abiertas ocupaban los lugares principales en cuanto a fortunas, frente a oficiales y aprendices que, en ocasiones, llegaban a caer en la pobreza

Con ellos, los desheredados, esto es, vagos, mendigos, pobres, viudas, lisiados, etc. vivían sin ninguna seguridad económica, aceptando cualquier encargo que pudiese reportarles algún ingreso momentáneo, cometiendo pequeños hurtos, viviendo de las limosnas en los dias de feria, comiendo la sopa boba de los conventos, durmiendo en casas miserables o abandonadas, o subsistiendo gracias al amplio servicio de beneficencia regido desde el Ayuntamiento y la caridad pública. En el censo de 1578 eran 296 los vecinos verdaderamente pobres (el 23,6 % del total de vecinos), un porcentaje grande pero similar al de otras ciudades de la época. En 1732 el número de pobres censados era menos elevado (143) equivalente al 14 % de la población, aunque los pobres "profesionales", no aparecen censados.

  • El Ayuntamiento.

En la Edad Moderna, el alfoz vitoriano no sufrió cambios importantes. Algunas de sus aldeas fueron desapareciendo, dando lugar a mortuorios y despoblados: Olarizu, Adurza, Meana, San Román, Doypa, Betriquiz y Sarrícuri. Pero lo más importante fueron las disputas entre Vitoria y sus aldeas. La Junta de Nobles e Hijosdalgo de Elorriaga, -reunida en la iglesia de esa localidad hasta 1814- presionará de forma constante al poder municipal de Vitoria. Mientras tanto, la Junta de los Hombres Buenos de Lasarte -reunida en la iglesia de Lasarte- defendía los derechos de los pecheros. Los motivos de desacuerdo fueron siempre los mismos: el ejercicio de la justicia en las aldeas, la competencia sobre disfrute de pastos, aprovechamiento de bosques, etc.

Desde el siglo XV la autoridad de Vitoria sobre las aldeas se incrementó. Prueba de ello será el amojonamiento del "Campanil" como término propio de la ciudad, para beneficio común de los vecinos de Vitoria (pasto para sus rebaños, leña para sus hogares, etc). Este espacio acotado por mojones -que eran y son revisados todos los años por la corporación municipal (la conocida Visita de Mojones en la romería de Olarizu)-, incluía todos los términos donde era posible escuchar las campanas de Vitoria, de ahí su denominación. Así, a lo largo de toda la Edad Moderna, ambas entidades -ciudad y aldeas- permanecieron formando un solo ayuntamiento, ubicado en la villa, con jurisdicción civil y criminal sobre el distrito, aunque sin excluirse la de los otros órganos de representación paralelos, esto es, las Juntas de Elorriaga y Lasarte.

Desde un punto de vista político, la ciudad en la época moderna se regirá por el Capitulado de 1476, aprobado por el rey Católico y que, con muy pequeñas modificaciones, se mantendrá en vigor hasta 1747. Este documento marcará la desaparición del sistema de concejo abierto y el origen del Ayuntamiento. A partir de entonces, este nuevo órgano lo compondrán 21 oficiales distribuidos entre los llamados Oficios Mayores (1 alcalde ordinario, 2 regidores y 1 procurador general), y los Oficios Menores, entre los que caben destacar los diez (más tarde once) diputados -que asumirán la representación popular en el cabildo-, un mayordomo bolsero, un alguacil o montero mayor y dos alcaldes de hermandad, así como un escribano. La renovación del Ayuntamiento tendrá lugar todos los años el día de San Miguel, 29 de Setiembre (así se hará hasta bien entrado el siglo XVIII en el que se adoptará el año natural), en la iglesia que lleva su nombre. La elección se regía por el sistema de la Insaculación. Primero se elegía un elector de electores entre los cuatro oficios mayores salientes. El elector designaba a cuatro electores que, a su vez, designaban a los cargos entrantes. El Procurador General era sometido a un doble juramento. Al día siguente de la elección, y después de haber jurado su cargo como los demás electos en la iglesia de San Miguel, el Procurador procedía a un segundo juramento en la plaza situada a espaldas de la propia iglesia, llamada del Machete o de las Covachas, ante el machete vitoriano con el cual se le amenazaba que se le cortaría la cabeza de no cumplir fielmente su cometido de defender los derechos y privilegios de la ciudad.

El Ayuntamiento vitoriano tenía también jurisdicción sobre las villas de Alegría, Elburgo y Bernedo y sobre todo el valle de Zuya, que componían el llamado "Señorío Vitoriano". Ello implicaba que los oficiales designados en aquellos lugares en las mismas fechas debían acudir a la ciudad para que el Ayuntamiento les confirmase en sus cargos y les tomase juramento. En cuanto al valle de Zuya, las autoridades de Vitoria acudían unos días antes de San Miguel para residenciar a las autoridades salientes y nombrar a las nuevas, en una ceremonia que se celebraba en la iglesia de San Miguel de Murguía.

Durante toda la Edad Moderna, el ayuntamiento estuvo dominado por una oligarquía urbana en la que posiblemente ya desde entonces pudieron confluir el viejo patriciado urbano y los representantes más preclaros de la pequeña nobleza rural alavesa que, apenas un siglo antes, se había incorporado a la ciudad en busca de recursos económicos y un espacio de mayor sociabilidad. Los instrumentos de poder al servicio de las élites urbanas a lo largo de toda la Edad Moderna fueron diferentes a los de otras ciudades, pues no hubo en ella la costumbre tan arraigada en los municipios castellanos del siglos XVI y XVII de la venta de oficios municipales. Por el contrario, una cédula real de 17 de abril de 1630, obtenida a petición de los gobernantes vitorianos, prohibía la venta de los oficios de gobierno de la ciudad y otorgaba a ésta la propiedad de los mismos. Este hecho supuso una especie de patrimonialización colectiva de los oficios y, por tanto, su enajenación respecto a la corona. De hecho, cuando en los primeros años del siglo XVIII Felipe V quiso reincorporar tales oficios a la monarquía, los vitorianos hicieron uso de este documento como uno de los pilares básicos de sus privilegios. No obstante, este monopolio que la oligarquía mantuvo durante siglos, fue roto en algunas ocasiones con mayor o menor fortuna. Así ocurrió en 1598, en 1690, años en los que hubo elecciones, y en 1738 -sin duda la ocasión más difícil- en la que veinte de las 21 vecindades que articulaban la ciudad, interpusieron pleito ante el Consejo de Castilla, contra las familias que durante siglos habían venido ocupando los oficios públicos, acusándolas entre otras cosas de malversación de fondos y fraude electoral.

Las reuniones del Ayuntamiento tuvieron lugar en el siglo XVI a falta de una Casa Consistorial, en el hospital de Santa María frente a la Colegial del mismo nombre. Más tarde se pasó al Convento de San Francisco y, a partir de comienzos del siglo XVII, a la Casa del Peso o Alhóndiga -que presidía la actual plaza de la Virgen Blanca- donde se habilitó una sala para este menester. A finales del siglo XVIII se construiría la Casa Consistorial actual presidiendo la Plaza Nueva.

  • Vecindades, Gremios y Cofradías.

Vecindades. Desde la Edad Media, Vitoria se hallaba dividida en vecindades, que alcanzaron el número de 22 a lo largo de la Edad Moderna. La vecindad la componían agrupaciones de vecinos que intentaban suplir las deficiencias asistenciales del Ayuntamiento. Sus funciones consistían en facilitar la ayuda mutua y la asistencia a los más necesitados, mantener la moral y la convivencia entre los vecinos, fomentar las conciliaciones con el fin de evitar, en la medida de lo posible el que se llegara a instancia judicial; administrar las posesiones de estas asociaciones, revisar las chimeneas y prever posibles incendios; acompañar en los funerales de los vecinos que han muerto; acudir a las procesiones de cada vecindad, etc. Tenían una organización específica, con instituciones y funciones propias, pero estaban supeditadas a la autoridad y control del gobierno municipal. Hasta finales de la Edad Media cada vecindad se organizó con sus propias ordenanzas pero a partir de 1483 quedaron todas ellas organizadas bajo unas ordenanzas unificadas, dando lugar a las "Ordenanzas de las Vecindades". Cada vecindad celebraba su fiesta patronal, honrando las glorias de sus santos protectores. Aún hoy quedan hornacinas e imágenes de estas vecindades en las calles más antiguas de Vitoria. Así eran cuatro las vecindades de las Calle Herrería, otras cuatro las de la Zapatería, tres las de Correría, tres las de Cuchilleria, dos las de Pintorería, a las que se añadían, la de Villasuso, Calle Nueva, Arrabal, Santo Domingo de Adentro y Santo Domingo de Afuera. Se regían por el mayoral y el sobremayoral, siendo éste la máxima autoridad, siempre a las órdenes y vigilancia del Procurador General del Ayuntamiento. Solían tener sus propios fondos con los que atendían sus funciones o realizaban obras pías. El sobremayoral era el que se relacionaba con el Procurador General del Ayuntamiento, como puente entre la comunidad de vecinos y el poder del municipio.

Gremios. Se situaban dentro de los ámbitos vecinales por tanto formaron partes integrantes de la Vecindad pero el objetivo gremial era otro y sus miembros aceptaban diferente compromiso como personas integradas en un gremio o como habitantes ubicados en una vecindad determinada. Los trabajadores manuales vivían agrupados, con arreglo a un escalafón muy definido. El maestro, sus oficiales y aprendices se aplicaban en crear el producto: el gremio vigilaba precios, horas de trabajo, sistemas de producciòn, formas asistenciales y llegaba a dirigir la organización de las fiestas patronales y otros modos de obligatoria piedad gremial. La estructura gremial, definida a travès de las ordenanzas, constituye el marco jurídico y legal que define y limita el desarrollo de la vida social y profesional del artesano. Aunque las más antiguas se remontan al siglo XIII (como lo puede atestiguar el propio plano urbanístico de la ciudad, cuyas calles recuerdan en su toponimia la costumbre de los artesanos de vivir agrupados), sólo se conservan las ordenanzas gremiales redactadas a partir del siglo XVI. Las Ordenanzas de la Hermandad de Sastres y Calceteros (1539), erigidas bajo el patrocinio del Apóstol Santiago, en la Iglesia Colegial, que son las más antiguas. El último tercio del s. XVI y el s. XVII es el período en el que los gremios vitorianos adquieren mayor protagonismo. Sin embargo, en contraste con otras ciudades, llama la atención la aparente debilidad organizativa de los gremios o corporaciones de oficios en Vitoria.

Cofradías. Sí existieron en Vitoria cofradías gremiales, si bien no todos los oficios las tuvieron. Eran las Cofradías asociaciones que tenían un marcado carácter religioso, en torno a un santo patrón y a unas devociones particulares, así como ciertas prácticas de convivencia y de asistencia mutua. Unas eran cofradías gremiales reservadas a los miembros de un determinado oficio, mientras que otras eran cofradías piadosas abiertas a una participación más general. Incluso algunas poseían una posición particular dentro de la ciudad, como ocurría con la cofradía de la Vera Cruz que en el siglo XVIII era gobernada por el propio Ayuntamiento que elegía como mayordomos de la misma a sus dos regidores. A finales del siglo XVI había en Vitoria 31 cofradías: Santísimo Sacramento, San Cristóbal, San Juan de Arriaga, San Antón, San Luis, San Llorente (del gremio de las tenerías), Santa Águeda (de los zapateros y curtidores), San José (que agrupaba a carpinteros, tallistas y trabajadores de la madera), San Lucas (de los escribanos de Vitoria), Vera Cruz, el Rosario, la Misericordia en el de San Francisco, etc). Todas ellas tuvieron a su vez sus ordenanzas: San José (1581, ampliadas en 1622); Nuestra Señora la Blanca, que agrupaba al gremio de cereros (comienzos del s. XVII); las de trajineros y marchanteros (1625); las de los labradores de San Isidro y Santa María de la Cabeza (1650, reformadas en 1677); San Rafael, pertenenciente a maestros boticarios y médicos (siglo XVII); además, en 1607 se aumentarían las de los cordeleros y en 1650 se redactarían unas nuevas ordenanzas de cereros. En el siglo XVIII, a pesar de los intentos reformistas de la administración que pretende poner fin a la organización gremial, y a pesar de la oposición de ciertos grupos sociales como ilustrados y comerciantes que van a tratar de restringir la autoridad gremial, se seguirán aprobando ordenanzas: las de Latoneros y Vidrieros (1742); una nueva edición de las de Sastrería y Calcetería (1749); nuevas ordenanzas de la Hermandad de las cofradías de San Crispín, San Lorenzo y Santa Agueda, de zapateros y curtidores (1750). Tres años después se constituiría la hermandad del Apostol Santiago a la que se acogían los maestros confiteros de la ciudad.

A los cinco templos medievales -San Ildefonso, San Pedro y Santa María (finalizados en el siglo XIV), San Miguel y San Vicente (siglo XV)- se añadieron en la Edad Moderna otros destinados a velar por la salud de las almas vitorianas. Del siglo XVII datan la Capilla del Colegio de San Prudencio y la del convento de la Concepción -luego San Antonio-, construida a expensas de la Condesa de Triviana extramuros de la ciudad dentro del más puro estilo herreriano. Además, a los conventos de mayor tradición -Santo Domingo y San Francisco (ambos del siglo XIII)-, se fueron añadiendo el de Santa Cruz (siglo XVI), y los de Santa Clara y la Magdalena. De menor entidad artística eran las ocho ermitas situadas en los alrededores de la villa: San Martín de Avendaño, San Juan de Arriaga, la Visitación de Santa Isabel, Santa Marina, Santa Lucía, Nuestra señora de Olarizu y San Cristóbal. Algunos de ellos nacieron o se completaron gracias al mecenazgo de familias y hombres ilustres: Juan Martínez de Adurza, argentier de Carlos V financió con 200.000 ducados la construcción del convento de Santa Clara, como Fortún Ibañez de Aguirre, albacea de Isabel la Católica y Consejero de doña Juana y su hijo Carlos, hizo lo propio con el de Convento de Santa Cruz, así como la Capilla de la Milagrosa y el coro de la iglesia de San Vicente; Diego Martínez de Salvatierra, impulsor de la Capilla de los Reyes en la iglesia de San Pedro, como don Pedro de Oreitia y Vergara, fallecido en 1694, actuó como bienhechor del Convento de Santo Domingo al que donó tres cuadros de Ribera (el Cristo, San Pedro y San Pablo).

Patrona vitoriana desde 1921, Ángel de Apraiz demostró que la devoción a la Virgen Blanca en Vitoria se debe a Sancho el Sabio de Navarra y a su mujer, venerándose en la entonces iglesia románica de San Miguel. Su imagen, sin embargo parece proceder del siglo XIV y es independiente del pórtico al que precede.

E igualmente esta tierra será el origen de muchos y grandes misioneros como Jacinto de Esquibel, misionero en Filipinas y profesor de la Universidad de Manila, que murió mártir. O el beato Tomás de Zumárraga, que difundió su doctrina en Filipinas y Japón, siendo martirizado en 1623. Diego de Montoya y Mendoza, que rigió las diócesis de Popayán y Trujillo; Juan de Gaona, misionero en México, Jerónimo de Ortigosa, que lo fue en Nueva España, Pascual de Vitoria, Juan Ramirez que llegó a ser obispo de Guatemala, Domingo López de Salazar, obispo de Filipinas, etc.

Por lo que se refiere al clero, el padrón de 1578 habla de 58 personas pertenencientes al clero secular, pero nada dice respecto al clero regular. Landázuri, a finales del siglo XVIII, cifra este último en 120 frailes y 80 monjas. Sea como fuere, en nuestra ciudad, como en el resto del País Vasco, el número de clérigos era más alto que en el resto de la Monarquía. Algunas comunidades religiosas protagonizaron en Vitoria varios acontecimientos. El más famoso, el conocido como "la fuga de las monjas carmelitas descalzas en 1650". Procedentes de Burgos, estas religiosas se asentaron en Vitoria en 1575 en el convento de Santa María Magdalena o de San Lázaro -antes leprosería-. Pasado algún tiempo, sus homónimos masculinos pretendieron instalarse en el recién construido convento de San Antonio, en disputa con los recoletos de San Francisco que, por sentencia de 1648, se acabaron implantando en él. Ante la negativa del Ayuntamiento, y despechados los carmelitas, que ya habían fundado en Logroño, indujeron a sus hermanas de orden a trasladarse a la Rioja. El rechazo municipal y del Nuncio de su Santidad, propiciaron que la noche del 3 de diciembre de 1650, en medio de una borrasca de viento y de nieve, huyeran clandestinamente las monjas de su convento secundadas por sus amigos los frailes. Alcanzadas por el Diputado General en la Puebla de Arganzón a 15 Kms. de Vitoria, retornaron al convento donde dejaron de tocar las campanas y de cuidar el Sacramento. En 1651, tras encarnizado pleito, el Tribunal del Nuncio falló autorizando a la comunidad a trasladarse a Logroño, al lado de sus compañeros de Orden. Vacante el edifico, el Ayuntamiento acordó que lo ocuparan las monjas de la Orden del Salvador, llamadas Brígidas, cinco de las cuales llegaron desde Valladolid en 1653 permanenciendo en esta ciudad hasta nuestros días. Otro episodio, aunque de más trascendencia y duración, fue el provocado por la pretensión de los jesuítas de fundar un colegio en Vitoria.

Era seguramente con el apartado del abastecimiento, el capítulo al que más atención dedicaban las autoridades municipales en aquella época. Así, era costumbre que todos los años por Navidad se entregasen 1.500 rs. en limosnas a los pobres y que el día de San José fuesen los mismos capitulares municipales los que pidiesen limosna en las iglesias para entregarla a los pobres. El Ayuntamiento ayudaba asimismo con donativos -en dinero o en especie- al Hospital de Santiago y a los conventos relacionados con la caridad.

Pero la labor más importante y continua era la que se realizaba a través de médicos y hospitales. Los médicos estaban al servicio de la ciudad, atendían al hospital y eran pagados por el Ayuntamiento, según sus obligaciones. Lo normal era que hubiese dos o tres, aunque hay años en los que sólo se contaba con uno y otros en los que ascendían hasta a cuatro. Normalmente los médicos percibían los 4/5 del sueldo del Ayuntamiento y el quinto restante del hospital. Contaba Vitoria con cuatro casas de carácter asistencial, todas ellas bajo el nombre de hospitales: el hospital de Santa María de la Anunciación, o de Santa Ana según Landázuri, situado frente a la Colegiata del mismo nombre, el Hospital de San Lázaro o casa de Santa María Magdalena, y el de San Pedro, fundado en 1396 por García Martínez de Estella y reedificado con posterioridad en 1502, -situado frente a la iglesia de su misma advocación en la calle Herrería, no fue desde su origen otra cosa que un albergue de pobres-. A ellos se añadirán el Hospital de San José erigido en los albores del siglo XVI en la tercera Vecindad de la Herrería por Pedro Ochoa de Lepazarán "Belcha" y cuyo patronato correspondía también a un particular, don Diego Martínez de Esquivel y Verástegui, quien gozaba del mayorazgo de Gaona y el que, sin duda, era el único que funcionaba como hospital -el de Santiago-, situado en la plaza de la ciudad junto al convento de San Francisco. Erigido inicialmente por Ferrant Pérez de Ayala allá por 1419 con el nombre de Santa María del Cabello, hubo de ser reconstruido en 1551 después del voraz incendio acaecido en 1492 y posteriormente remozado en numerosas ocasiones, la última de las cuales tendría lugar en 1735 y 1736 gracias al dinero aportado por el concejo procedentes de la sisa nueva. Sometido al patronato del Ayuntamiento por cesión de don Atanasio de Ayala, confirmada por Cédula Real de 17 de abril de 1535, elegía aquel entre sus capitulares dos personas que con el nombre de mayordomos velaran por la buena organización y administración de este hospital. Señalaba igualmente el concejo un administrador de las rentas y efectos del hospital quien, a cambio de un salario, se encargaba de la administración y la gestión de las finanzas de esta institución. Las rentas anuales ascendían a unos 9.220 reales y 341 fanegas de trigo que entre préstamos, juros y otras circunstancias, se veían notablemente reducidos de forma que necesitaban la limosnas de los vecinos para poder sobrevivir. Su situación financiera fue en algunos momentos tan apurada que llegó a pensarse en cerrar sus puertas. En él se acogía a enfermos, pobres, asilados y peregrinos, a los cuales se daba cama, luz y lumbre, además de un pequeño estipendio de tres maravedis diarios y limosnas extraordinarias en las tres pascuas anuales. Solía acoger una media de 15 o 16 enfermos, si bien no lo hacía en épocas de pestilencia, en las que los enfermos eran sacados del recinto amurallado aunque el hospital se hacía entonces cargo de muchos de los gastos.

Aunque en lo cultural no fuera Vitoria una ciudad con instituciones equiparables a las de Salamanca o Alcalá, en sus modestas proporciones sí aparece una honda preocupación del Ayuntamiento por la formación de sus niños y jóvenes en las primeras letras y en las Humanidades. Los conventos de San Francisco y Santo Domingo tenían a su cuidado la instrucción religiosa -unida a la de las primeras letras-, además de formar a los novicios que entraban en las respectivas órdenes de franciscanos y dominicos.

La cultura rara vez llegaba a las masas pobres que por lo común eran totalmente ignorantes. Sin embargo, para las élites sociales, la cultura tenía, además de un valor intelectual, un enorme valor social, equiparable a sus fortunas, sus linajes, sus palacetes, o sus hábitos de las órdenes militares. Las grandes universidades -Oñate, Salamanca y Valladolid- y los más afamados Colegios Mayores de la época -Santa Cruz de Valladolid, los cuatro colegios de Salamanca, el del San Ildefonso de Alcalá de Henares o el de San Clemente de Bolonia en Italia-, acogieron entre sus muros a los hijos de las más poderosas familias vitorianas de la época. Desde ellos solían proyectarse después hacia los altos cargos de la iglesia, el estado y la administración.

En Vitoria, el Ayuntamiento mantenía a través de sus Propios al menos dos maestros "de leer y escribir". Existía después un estudio de Gramática, cuya primera sede fue la sinagoga judía que, trás su expulsión pasó a manos municipales las cuales, por una decisión de 1493, la destinaron a ser el primer estudio de Letras humanas, cuyo profesor fue el bachiller Pedro Díaz de Uriondo. Por sendos decretos municipales de 1581 y 1582, dicho estudio pasó al hospital de Santa María. A principios del siglo XVII se habla de los estudios de Gramática localizados en los hospitales de Santa María y Santiago. En 1605 el preceptor de Gramática era Martín Sevilla, que cobraba del municipio el sueldo de 200 ducados. A este estudio por lo general no asistían ya más que los hijos de la oligarquía. En relación con estos estudios hay que mencionar la fundación por un preclaro vitoriano, Martín de Salvatierra -quien llegara a ser obispo de Segorbe y Ciudad Rodrigo y muerto en 1604-, del Seminario de San Prudencio. Este centro inició su andadura en pleno reinado de Felipe IV, hacia 1653. El estudio de Gramática fue entonces trasladado al seminario, donde ya parece que el número de profesores fue mayor. Allí cursaron los jóvenes de Vitoria los seis años de estudios antes de partir hacia universidades foráneas.

En 1622 el Ayuntamiento quiso dotar a la ciudad de un teatro con el que favorecer la representación de comedias a las que era muy aficionado el público vitoriano. Hasta entonces las representaciones tenían lugar en el hospital de Santiago. Sin embargo, ciertos grupos se opusieron alegando, "...que en la dicha ciudad son muy ocupados y trabajadores la mayor parte de los vecinos y no es bien hazer teatro de proposito ni introduzir comedias porque se haran oziosos y faltaran a sus travaxos...".

Otras empresas relacionadas con la cultura fueron las sucesivas tentativas que, a lo largo de la Edad Moderna, se dieron en esta ciudad de cara a la instalación de un colegio de la Compañía de Jesús. Martín de Salvatierra lo intentó a finales del siglo XVI, en 1583 don Diego de Álava, en 1592 doña Magdalena de Centurión, en 1692 don Balthasar de Arechavaleta, -vitoriano muerto en Perú que legó a la ciudad 40.000 escudos de a diez reales de plata para la fundación- y en 1736 don Juan Francisco Manrique y Arana, Gobernador y Capitán General de la plaza de Orán. Asentados finalmente desde la década de los 30, sufrieron la expulsión general decretada en tiempos de Carlos III (27 de febrero de 1767).

En otro orden de cosas, y limitándonos exclusivamente a los personajes nacidos en Vitoria, la lista de intelectuales en estos siglos es densa: desde literatos de renombre como Jerónimo de Mendieta, autor de una Historia eclesiástica indiana fallecido en 1604; Martín Alonso de Sarría, a cuya pluma se debe el Teatro Cantábrico, fallecido en 1642; o Diego Martínez de Salvatierra que escribio Gobierno y República de Vitoria, o Gaspar de Añastro, comerciante vinculado al tráfico con Flandes y que tradujo a Bodin. Escultores como Beltrán de Otazu, nacido en Vitoria en 1535 y autor de numerosas obras repartidas por Palencia, Murcia y Alcalá de Henares, localidad en la que se halla el retablo de los Doctrinos, sin duda su mejor obra.

Muerto Carlos II sin descendencia, fue entronizado Felipe V. Vitoria acogió favorablemente el cambio de dinastía, proclamando al nuevo rey en una ceremonia que tuvo lugar el día 9 de diciembre de 1700 en la plazuela del alto del Campillo, frente al palacio de Montehermoso. El monarca visitó la ciudad en medio de una tempestad de nieve y lluvia el día 1 de febrero de 1701, prolongándose su estancia durante dos días. Con este motivo se organizaron algunos festejos, entre los que se incluyó una fiesta de toros. Su primer acto fue jurar los fueros, acción que se repetiría posteriormente en 1722. Tras el estallido de la Guerra de Sucesión (1701-1714), Álava y Vitoria mostraron su fidelidad a los Borbones, ya participando en los gastos de guerra con fondos y especialmente con hombres, ya acogiendo a la reina María Luisa de Saboya en su huida del escenario de la guerra. Acudió la soberana a Vitoria en 1710 con su hijo Luis y con varios consejeros y cortesanos, alojándose en el palacio de los Aguirre durante tres semanas. El 20 de diciembre de 1710, cuando las victorias de Brihuega y Villaviciosa abrieron a Felipe V las posibilidades de su definitivo triunfo, la reina se despidió de los vitorianos "que tan lealmente le habian atendido...". Como prueba de su agradecimiento, concedió a su anfitriona, doña Purificación de Ezpeleta Álvarez de Toledo, el título de Marquesa de Montehermoso. Este hecho quedó fuertemente grabado, como lo demuestra el Barón de Pollnitz que, a su paso por Vitoria en 1725, recuerda que a esta ciudad se retiró la reina.

Las visitas reales se sucedieron en los años siguientes. A principios de 1723 llegó Felipa Isabel de Borbón, princesa de Orleans, hija del regente de Francia, llegada a España por causa de su compromiso matrimonial con el futuro Carlos III, que más tarde quedaría roto. El 2 de enero de 1745, será Maria Teresa de Borbón, hija de Felipe V e Isabel de Farnesio, la que pase por Vitoria en vísperas de su boda con el delfín Luis, hijo de Luis XV de Francia. Tenía la delfina 18 años y la infortunada moriría al año siguiente. Durante el reinado de este primer Borbón, Vitoria contribuyó a las arcas reales en numerosas ocasiones. Por lo general, a diferencia de lo que había hecho en los reinados anteriores, optó más por colaborar en las contribuciones globales de la provincia que por efectuar las propias. Sin embargo, en dos ocasiones concedió Vitoria un servicio propio al rey. En 1706 le entregaba 2.000 doblones de a dos escudos de oro, mientras que, en 1710, eran 1.000 doblones los que se facilitaban a la reina en su paso por la ciudad. En aquella primera ocasión, Vitoria solicitó a cambio la prórroga de sus arbitrios de sisa para tomar los 2.000 doblones a censo sobre ellas. Este donativo trajo disputas con la Jurisdicción, más partidaria de dar al rey solamente 1.000 doblones financiados por vía de reparto vecinal sobre las haciendas.

Además, Vitoria, a través de su Hermandad, participó muy activamente en los servicios, tanto pecuniarios como militares que Álava efectuó en los primeros 50 años del siglo a la Corona: 1703 (2.500 doblones de oro), 1708 (1.000 doblones), 1709 (500 hombres), 1713 (sendos donativos de 80.000 reales y 1.000 doblones, que sin embargo Landázuri sitúa en 1711), y 1743 (4.000 doblones). El mismo autor menciona además otros servicios: uno de 2.500 doblones de a dos escudos de oro (1701), efectuado por Álava con motivo del primer matrimonio de Felipe V; en 1710 el donativo lo compondrían mil fusiles y, desde 1719 en adelante, 18.000 pies de árboles distribuidos en varios lotes destinados a la construcción de navíos de guerra; en 1725 y 1727, sendos servicios consistentes en "... haber tenido dentro de su territorio... seis regimientos de infantería y caballería que ocasionaron grandes desazones à los naturales, y muchos gastos y molestias à la provincia y Diputado General...".

Sin embargo, los fueros alaveses preveían un régimen especial en esta materia. En Álava no se aplicaba el servicio de quintos que tantos problemas causaba en otros lugares. Además, las tropas reales no podían cruzar suelo alavés sin el consentimiento del Diputado General y, en caso de necesitarlo, las fuerzas reales eran acompañadas por los comisarios de tránsito, que junto con alcaldes y jefes militares disponían el lugar de acantonamiento. En caso de guerra se elegía un general jefe, así como una diputación de guerra que tomaba las medidas oportunas. En la primera mitad del siglo XVIII el único servicio militar que como tal realizará la ciudad a través de la provincia data de 1709, cuando ésta decidió enviar al rey 500 infantes para guarnecer las fortalezas y plazas de San Sebastián y Fuenterrabía. Sin embargo, otros intentos posteriores fracasaron precisamente porque Vitoria apeló a los derechos forales de la provincia. En adelante los servicios de hombres fueron "permutados" por aportaciones pecuniarias. Por el sistema de reparto interior correspondieron a Vitoria 44,5 soldados, cuyos gastos de alimentación y conducción a Pamplona ascendieron a 12.563 reales a repartir entre sus fogueras, lo que daba lugar a unos 7 reales por cada pagador. A ello se añadió otro repartimiento general para armar a los 500 hombres, lo que supuso otros 4 reales por cada pagador. En 1717 las Juntas rechazaban, a instancia de las autoridades de Vitoria, la petición cursada por el Capitán General de Guipúzcoa de "... poner vandera en que se alistasen soldados para el reximiento de Andalucia..." y en 1719 lo hacían nuevamente ante la petición de gente y víveres generada por la invasión de Gipuzkoa por el ejército francés. En esta última ocasión Álava había decidido que los alaveses se armasen, pero Vitoria se opuso a ello por temer que en tales circunstancias el rey pudiese exigir gente armada y "quedara aniquilada y desierta la provincia...".

Claro que, por aquellas fechas, Vitoria, lo mismo que la provincia, dudaba acerca de cual era el bando que debía contar con su fidelidad cuando, a la caida de Pasajes y Fuenterrabía, la provincia de Gipuzkoa quedó sometida a los franceses. Finalmente en agosto de 1719 Álava y Vitoria aceptaron con resignación su propia subordinación al ejército francés. No obstante, la ciudad solía obtener a cambio importantes contrapartidas. En 1708 se beneficiaba del privilegio concedido a la Provincia de "... ejecutar sentencias que se dieren por el Diputado General Alcaldes de Hermandad y ordinarios sin embargo de Apelazion...", y en 1710 Felipe V reconocía la propiedad de los oficios públicos a los vitorianos, tal y como habían hecho sus antepasados.

El rasgo más visible de la foralidad lo constituían las fronteras aduaneras y la colocación de los puestos de aduanas en Orduña, Balmaseda y Vitoria, que formaban parte del llamado Distrito de Cantabria. Gracias a este régimen las Provincias Exentas tenían una administración propia en la que las contribuciones, derechos de aduanas y otros impuestos, servían para cubrir gastos internos. La Real Orden de 31 de agosto de 1717 pretendió someter a las Provincias Exentas al mismo régimen aduanero que al resto de la Monarquía para lo cual mandaba trasladar la frontera de Castilla al río Bidasoa, y los puertos interiores o secos -Vitoria, Balmaseda, Orduña- al litoral marítimo. Esto haría tambalear la estructura comercial de Vitoria. Tras cinco años de forcejeo con el poder central, el real decreto de 16 de diciembre de 1722 dispuso el traslado de las aduanas a su asentamiento inicial. Pero no acabaron ahí los problemas. En 1731 el ministro Patiño intentó impulsar la carretera directa Burgos-Santander para regular la comunicación entre la meseta castellana y los puertos del Cantábrico. La burguesía de Bilbao se sintió amenazada y buscó una ruta alternativa. De las tres vías propuestas, dos -la de Balmaseda y la de Orduña- dejaban de lado a Vitoria como punto de paso obligado, lo cual suponía la ruina de la principal actividad de la ciudad. La burguesía vitoriana protagonizó entonces uno de los altercados más graves de toda la Edad Moderna, intentanto hacerse con el control del poder municipal a fin de aplicar una política fiscal y económica que hiciera de Vitoria un núcleo comercial competitivo. Muerto Felipe V el 9 de julio de 1746, fue sucedido por su hijo Fernando VI. Su reinado trajo a Vitoria de nuevo la paz, al intervenir en el conflicto del lado de la oligarquía nobiliaria que siempre había controlado el Ayuntamiento, imponiendo el orden anterior. Sin embargo, dio su aprobación a las Ordenanzas de 1747 elaboradas por las Gentes del Comercio durante su estancia en el poder, así como a un Nuevo Reglamento Arancelario que, en adelante, regirán la vida política y económica de la ciudad recogiendo las aspiraciones de la burguesía. Desde entonces,Vitoria disfrutó de una paz duradera, apenas perturbada por algunas levas de soldados necesarios para las guerras emprendidas por la Corte en 1763 o 1770, aunque la lucha no llegó a ensangrentar su suelo hasta la Guerra de la Convención. Vitoria aprovechará esta etapa para alcanzar una mayor prosperidad, posibilitada por la actuación reformista de los Borbones.

En 1759 alcanza el trono Carlos III; Vitoria conocerá en esta etapa un gran impulso cultural y urbanístico, gracias a la labor de la Real Sociedad Bascongada. Nuevamente el tema de las aduanas se vería agravado en la Ordenanza del 8 de marzo de 1783, que confirmó la lesiva situación de los fueros y privilegios de Álava al disponer que el Diputado General fuera asesorado en esta materia por un Alcalde Mayor nombrado por el rey. El esfuerzo de Félix María de Samaniego nombrado Comisonado en Corte serviría de muy poco.

Estallada la Revolución Francesa en 1789, Vitoria se convirtió en refugio de muchos nobles que huían de la misma. Así, el Marqués de Montehermoso puso su casa a disposición de los duques de Stignac y otros refugiados franceses. Algunos que se impregnaron de las ideas revolucionarias, como Valentín de Foronda, vieron en la Revolución francesa un ejemplo a seguir y, mientras algunos declaraban abiertamente su apoyo, otros, como Ortuño de Aguirre, lo hacían más solapadamente a través de las tertulias de sus salones, en las que se reunían gentes de variada condición, especialmente jóvenes de ideas avanzadas. El siglo terminó sumido en la guerra contra la Convención Francesa a partir de 1793. Tras apoderarse de Fuenterrabía, San Sebastián y Tolosa en agosto de 1794, los franceses recorrieron la llanada alavesa en julio de 1795 causando numerosos destrozos. El día 16 de julio de ese mismo año los franceses entraron victoriosos en Vitoria provocando la huida de las autoridades. Ante la imposibilidad de resisitir, España firmará la Paz de Basilea el 22 de julio, poniendo fin a este enfrentamiento con el país vecino que, no obstante, no tardaría en repetirse ante la actitud conquistadora de Napoleón, cuyas consecuencias se dejarían sentir nítidamente en nuestra ciudad.

Si hasta el siglo XVII la vida de la ciudad se contuvo dentro de las murallas, en el siglo XVIII éstas se derribaron, iniciándose una importante transformación urbanística que tendría su pleno desarrollo en el siglo siguiente. El ensanche, cuyo promotor fue el Marqués de la Alameda, Ramón de Urbina Gaytán de Ayala, tuvo como elemento fundamental la construcción de la Plaza Nueva que, junto con la traida de aguas desde Berrostegieta, constituye la principal obra del siglo. El espacio elegido para su ubicación fue el "Fondón del Mercado", salvándose así el desnivel que separaba esta zona con el casco medieval situado en la colina. La plaza comenzó a construirse el 17 de octubre de 1781 y el coste de la obra ascendió a 1.154.860 reales. Su valor arquitectónico lo corrobora el hecho de haber sido declarada Monumento-Histórico-Artístico de carácter nacional, por decreto de 17 de julio de 1984. Se denominó en origen Plaza Nueva y así aparecía en los proyectos de Olaguibel. En el siglo XIX fue conocida como Plaza de la Constitución y, entre 1927 a 1931, Plaza de Alfonso XIII. Entre 1931 y 1936 adquirió el nombre de Plaza de la República y desde el 26 de agosto de 1936 su nombre oficial es Plaza de España. Sin embargo, el nombre popular por el que ha sido conocida durante años es el de Plaza de los Arcos. Dentro de ella se encuentra la Casa Consistorial, cuyos planos fueron presentados por Olaguibel en octubre de 1782. El 24 de diciembre de 1791 tiene lugar la primera reunión del Ayuntamiento en la nueva sede. También data de esta etapa la construcción de los Arquillos, atribuidos al mismo autor y considerada como la obra perfecta para salvar el desnivel de la vieja colina. Los Arquillos orientales, también llamados "del Juicio" (desde la Plaza de España hacia la Cuchillería), se finalizarían en 1792. El resto se construyó según proyecto aprobado del Arquitecto Güemes el 15 de junio de 1801.

Todas estas edificaciones se llevaron a cabo dentro del más puro estilo Neoclásico, como lo será también la fachada del convento de la Magdalena, de 1783. La imagen y el gobierno de la ciudad mejoran extraordinariamente en la segunda mitad de siglo. En 1779 el Ayuntamiento comienza a proyectar una serie de normas de policía destinadas a mejorar la vida dentro de la ciudad, buscando el orden, la tranquilidad y la seguridad. En 1784 se constituye una Junta de Policía cuyos efectos pronto se dejan sentir en el vecindario: mejora la iluminación nocturna de las calles, retirada de los estorbos que impedían el libre tránsito y establecimiento de unas reglas para la limpieza permanente, un rasgo que llamaría poderosamente la atención a cuantos extranjeros visitaban la ciudad.

El desarrollo urbano estuvo vinculado al crecimiento de la población, como se pone de manifiesto en los censos locales de 1732 y 1747, y los censos de Aranda de 1768 y de Floridablanca en 1786, en los que Vitoria cuenta respectivamente con 4.400, 4.585, 5.028 y 6.302 habitantes. Sobre estas cifras, la población vitoriana venía a representar a mediados del XVIII en torno al 7,09 % del total de la de Álava, que contaba por entonces con unos 64.600 habitantes. Entre 1768 y 1786 los efectivos demográficos se incrementan en un 15,82 % (861 habitantes en cifras absolutas) lo que supone un crecimiento superior al de los últimos tres siglos. Además, mientras entre ambos censos el aumento de la población española general supone un 12,09 %, el porcentaje en Vitoria es superior ya que alcanza el 15,82 %, produciéndose además un fuerte rejuvenecimiento de la población debida más a la disminución de la mortalidad infantil que al aumento de la natalidad.

La distribución del número de vecinos en el interior del recinto de la ciudad nos habla del escaso peso específico -cada vez menor además- de la población de Villasuso (22 vecinos en 1747) y de la concentración poblacional en las calles de mayor tradición artesanal y comercial (Arrabal 98, Aldave 42, Cuchillería 123, Correría 166, Zapatería 198, Pintorería 139, Herrería 134). Habían sido esas calles además las que más habían sufrido los rigores de la crisis del siglo XVII, mientras que las calles periféricas ganan población. Tal vez el ejemplo más representativo sea la calle o tramo de Santo Domingo-Calle Nueva, que entre 1578 y 1747 duplicó el número de sus vecinos (los 137 vecinos de 1578 se transforman en 233 en 1747). Por el contrario, en los primeros años del siglo XVIII las calles artesanales y comerciales distan todavía -a pesar del crecimiento experimentado- de las poblaciones que ellas mismas alcanzaban en el último cuarto del siglo XVI.

Dentro del contexto de la demografía cualitativa, Vitoria se hallaba plenamente integrada en un modelo demográfico de Antiguo Régimen, caracterizado por una alta natalidad -entre un 41,31 por mil y un 37,78 por mil a mediados de siglo-, una alta mortalidad -situada en torno a un 34 o 40 por mil- y un determinado ciclo vital anual con claras conexiones agrícolas. En definitiva, "...una población poco urbana en el sentido postindustrial del término...".

La población no activa representa en torno al 11 % del total. Como en la Edad Media, seguían siendo predominantes en Vitoria los sectores secundario y terciario. Sin embargo, entre 1578 y 1747 conoce la ciudad un incremento del peso específico del sector primario en el conjunto de la población (en torno al 310,71 %) al pasar de 57 a 174 el número del agricultores, a pesar de contar con niveles de población similares, lo que parece significar una cierta "ruralización". Los datos no ofrecen dudas al respecto. Si en 1578 el sector primario representaba el 6,85 % de la población, el secundario el 59,48 % y el terciario el 33,65 %, en 1747 alcanzaban el 21,82 %, el 41,77 % y el 36,40 % respectivamente. Era Vitoria, por tanto, una ciudad de fuertes connotaciones agrícolas.

Sin embargo, el sector secundario seguirá siendo el dominante al ocupar a 355 individuos, aunque dentro de él se habían producido cambios cualitativos importantes. Ahora, las actividades más fuertes serán las relacionadas con el textil y la confección, seguidas de la construcción -que duplica sus efectivos respecto a 1578-, y las del cuero o piel. Sin embargo en el siglo XV el grupo de actividad dominante era el metal y en 1578 el textil y confección pero seguido del cuero. En el XVIII es el sector de la construcción el que conoce un incremento más espectacular, mientras que el del metal y el cuero, tradicionales en la ciudad, llevan un camino descendente hasta representar un menor peso específico que en el XVI. Así pues, en lo esencial, la estructura artesanal vitoriana quedaría escasamente alterada, pero se había transformado la distribución por subsectores. Frente a los 56 tejedores de 1578, Vitoria cuenta en 1747 con apenas 36, sobre niveles de población similares. No era un verdadero núcleo textil, pero a decir verdad nunca lo había sido. La situación interior de las aduanas que confería al País Vasco el carácter de zona de libre comercio, había venido impidiendo desde tiempo atrás el arraigo de industrias de bienes semiperecederos -entre ellos los tejidos- en su territorio. Sin embargo, el sector textil vitoriano comenzó a resurgir de sus cenizas en el siglo XVIII, vinculándose ahora a la fabricación de tejidos de lino fino y cáñamo: los lienzos, destinados a la fabricación de mantelerías. Desaparecen los marragueros -apenas quedan dos- y la fabricación de tejidos baratos queda limitada a la producción de costales. Por lo demás, la actividad dominante sigue relacionándose con la manipulación de tejidos: sastres, calceteros, sombrereros, etc. Mientras tanto, el incremento del sector de la construcción, que duplica sus efectivos humanos con niveles similares de población entre ambas fechas, se muestra como el preludio de lo que habrá de ser una de las grandes etapas de la construcción en Vitoria, en la segunda mitad del siglo, que daría vida a una gran parte de la obra de Olaguibel y de otros arquitectos que contribuyeron a completar el plano medieval de la ciudad. El trabajo de la piel, de fuerte tradición en Vitoria, se sostenía en 1747 en dos adoberías; las viejas, bajo la advocación de Santa Agueda y las nuevas bajo el patrocinio de San Lorenzo. Las 80 personas que en 1578 se dedicaban al metal, habían quedado reducidas tan sólo a 44 en 1747. El mantenimiento de las fraguas que salpicaban el contorno de la ciudad parece tener relación con el ímpetu de la construcción -fabricación de cerrajas, clavos, llaves y herramientas-, así como con el comercio. Nueve herreros y 24 herradores componían el sector, estos últimos alojados principalmente en la Herrería y el Arrabal.

El terciario, segundo en orden de importancia si nos atenemos a los datos, contaba en 1747 con unos 292 individuos englobando actividades muy diversas (profesiones liberales, comercio y transporte, alimentación, administración, etc). De todos ellos, sin duda los del comercio y transporte (140 personas) son los que cuentan con el mayor peso específico dentro del sector al ocupar a un 48 % de la población activa. Se trata además de una de las actividades predominantes en Vitoria al ocupar al 12,12 % de la población total. La actividad del comerciante vitoriano sigue vinculada a la recepción del hierro, herrajes y otras manufacturas, ya fuera a lomo de las caballerías o en carros desde las fraguas y ferrerías de Bizkaia y Gipuzkoa, o el de mercaderías de tejidos y seda, cacao azúcar, etc. procedentes del norte. Era ese el comercio a gran escala o "por mayor". A él se añadía el comercio por menudo de todo tipo de especiería, ropas y comestibles, a través de mostradores tendidos en la calle. Comparativamente hablando, este subsector es el que ha conocido un mayor impulso entre ambas fechas (un 18,64 %). Su localización dentro de los muros de la ciudad, los hace predominar en la calle Herrería y en segundo lugar en Zapatería, mientras que no existe ni uno solo en Villasuso, Pintorería, calle Nueva y Aldave. Así pues, la segunda mitad del siglo XVII y la primera parte del siglo XVIII, se mostraron decisivas en la configuración y consolidación del comercio vitoriano, lo mismo que del vasco en general. A finales de la centuria (censo de 1786), la población se dividía en: 316 servidores de la iglesia (11,41 % de la población), 24 profesionales liberales (0,86 %), 523 labradores y jornaleros (18,89 %), 72 comerciantes (2,60 %), 873 fabricantes y artesanos (31,53 %), 890 criados (32,15 %) y 70 funcionarios (2,52 %). Es decir, una ciudad centro de una comarca agrícola, la Llanada, y una sociedad típica del Antiguo Régimen en la que criados y sirvientes del culto eran muy numerosos.

A comienzos del siglo XVIII, el proceso de oligarquización al frente del poder municipal se había completado. Entonces apenas el 1,15 % de los vitorianos podía participar en las decisiones municipales y, de ellos, sólo la mitad tenía verdadera capacidad de acceso a los oficios concejiles dotados de un mayor poder ejecutivo. La minoría nobiliar monopolizaba los oficios mayores y más del 50 % de las diputaciones, cargos dotados del derecho de voto en las sesiones del Ayuntamiento. A mediados del siglo XVIII, los Álava, Esquivel, Hurtado de Mendoza, Rivas, Sarría, Zumalave, Verástegui, De las Cuevas, y algunos otros, configuraban una oligarquía urbana, marcadamente endogámica, definida por su status, su riqueza y sus orígenes. Sus redes familiares se extendían también hacia las oligarquías de las provincias vecinas, como los Idiaquez, los Corral, los Arriola, etc. Además, su poder se vió reforzado por la monarquía. El Real Despacho de 9 de agosto de 1710, confirmaba a Vitoria la propiedad de sus oficios públicos y de diferentes rentas y derechos. Con ello, la pretendida reincorporación de los oficios enajenados a la Corona se hizo inviable, a diferencia de lo acontecido en otras ciudades donde tal enajenación se había producido por compraventa de oficios.

Pero hubo problemas internos muy serios. Entre 1738 y 1748 tiene lugar un conflicto planteado por la burguesía vitoriana frente el control municipal que ejercían las minorías de notables, que les permitía, entre otras cosas, orientar la carga fiscal hacia las transacciones comerciales, perjudicando así los intereses de la burguesía ya amenazados seriamente por la política estatal. Los comerciantes, apoyados por el pueblo, litigaron ante el Consejo de Castilla contra la oligarquía nobiliaria -en la que en el fondo se querían integrar pues se consideraban a sí mismo nobles,- a la que acusaron de fraude electoral y de mala gestión de los caudales públicos, mientras en la calle se registraban serios tumultos. Durante un breve periodo de tiempo (1742-48) los burgueses sustituyeron a los nobles en el poder. En ese corto período de tiempo, tiene lugar la redacción y aprobación de las Ordenanzas de 1747. En ellas se endurecen las condiciones para ser cargohabiente, en particular a través del requisito de la nobleza. Un Privilegio Real de 13 de noviembre de 1710 confería a la provincia de Álava y dentro de ella a Vitoria, la capacidad de exigir a cuantos forasteros quisieren instalarse en su recinto: "... filiaciones de naturaleza, legitimidad y limpieza de sangre, a fin de conservar la pureza que han tenido, y deben tener, todos los que han sido, son y fueren Vezinos, Moradores y Habitantes de esta Provincia...". La nobleza de sangre representaba un importante signo de distinción, en el contexto de unos territorios donde la hidalguía de solar se hallaba muy generalizada. Y si en las mismas Bizkaia y Gipuzkoa, cuyos habitantes por gozar de la universal hidalguía podían demostrar fácilmente su nobleza con sólo mencionar su origen, debían presentar en cambio una ejecutoria de la Chancillería de Valladolid para ser incluidos entre los concejantes, cuanto más en Álava, donde aquella nunca existió. Así, señalan Marichalar y Manrique, que para ser hidalgo en Álava era preciso serlo según fuero de Castilla, de ahí que la oligarquía vitoriana se obsesionase por obtener hábitos de las órdenes militares, particularmente la de Santiago, muy exigentes en materia de nobleza.

La reforma municipal de Carlos III pretendía unificar y centralizar la organización de los entes locales, mediante la intervención de las haciendas concejiles con el fin de reducir sus facultades económicas y fiscalizar la inversión de los fondos recaudados. Con este propósito se creó en 1760 la Contaduría General de Propios y Arbitrios, dependiente del Consejo de Castilla. Seis años después el monarca ordenó también el nombramiento de Síndicos y Diputados del Común por elección popular para contrarrestar la prepotencia de los poderes locales. Pues bien, la reforma supuso para Vitoria el fin del llamado "Methodo Antiguo" para la organización de las finanzas municipales, muy maltrechas para entonces, y la imposición del Nuevo Reglamento que, entre otras cosas, supuso la unificación en una sola, de las cuatro bolsas de propios, sisas, alcabala del viento y alcabala de los bienes raíces, con el único fin de mejorar la gestión de las finanzas e intensificar el control sobre las mismas. Sin embargo, el poder de las oligarquías, lejos de quedar frenado, sufrió un nuevo impulso acompañado de su reforzamiento como grupo social.

En este siglo, el mundo de la cultura dió pasos gigantescos. En la segunda mitad la influencia de las ideas francesas será enorme. La enseñanza siguió bajo la responsabilidad del Ayuntamiento aunque en numerosas ocasiones se llegó a conceder licencias a varios particulares que solicitaron aun sin salario la creación de escuelas particulares. Así aconteció en 1704 cuando Cristóbal Ortiz de Cadalso obtuvo autorización para abrir en Vitoria una escuela donde enseñar a leer, escribir y contar, así como la doctrina cristiana a cuantos quisiesen asistir a ella. El Colegio de San Prudencio continuaba teniendo una "Cátedra en Humanidad", en la que se llegaron a formar alaveses ilustres como Lorenzo Prestamero. Incluso cuando la falta de rentas obligó a dar un uso distinto al edificio (en 1778 se destinó a Casa de Misericordia), allí permaneció el catedrático de letras humanas que enseñaba a mayores y medianos, mientras un repetidor se dedicaba a los más jóvenes. Los conventos de San Francisco y Santo Domingo siguieron encargándose de la teología escolástica, la dogmática, la lógica y la filosofía aristotélica. Para que la Teología moral llegase al entendimiento del pueblo, existía el cargo de lectoral de la insigne Colegial de Santa María con la obligación de enseñar todas las mañanas a quien quisiera escucharle. En 1751, una Real Provisión de 18 de abril, daba luz a la fundación de un colegio de la Compañía de Jesús en la ciudad. Sin embargo, fue todavía frecuente que los hijos de las clases más acomodadas recibieran en Francia una enseñanza más humanística y científica -al margen de la eclesiástica que podían recibir en Vitoria-, fundamentalmente en el Colegio Municipal que la Compañía de Jesús tenía en Bayona, donde entre otros insignes alaveses, recibió formación Félix María de Samaniego entre 1758 y 1764.

Con el discurrir del siglo XVIII y el desarrollo de las ideas ilustradas, se pusieron al alcance de las élites, en esta y otras ciudades, nuevos ámbitos de acción en el campo de la cultura. En este sentido, deben destacarse las Sociedades de los Amigos del País, entre las que la Real Sociedad Bascongada fue pionera al aprobarse en 1765. Corporaciones netamente elitistas, fueron marco de expresión de las oligarquías locales "... en quienes se halla el amor a la patria, la sobriedad, el candor, desinterés, providad espíritu, poder y la gravosidad para costear los experimentos..." según señalaba N. Martínez de la Torre hacia 1789.

La Real Sociedad Bascongada de Amigos del País, creada a iniciativa de Javier María Munibe Conde de Peñaflorida a partir de 1765, tuvo una pronta acogida en Vitoria a través de su sede alavesa en el Palacio de Montehermoso y más tarde en el Palacio de los Escoriaza-Esquivel en el Campillo vitoriano. En su labor como motor del progreso en la segunda mitad del siglo XVIII dió prioridad a la educación. Algunas muestras de la actividad de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País en Vitoria serían: la creación de la Escuela gratuita de Dibujo, que se transformaría después en Escuela de Artes y Oficios; la promoción de una Escuela Agraria; el montaje de una imprenta bajo la dirección de Manteli; la construcción del Hospicio, que se alojó en el viejo Colegio Seminario de San Prudencio; el impulso de industrias como la del mueble, que tanta importancia tuvo en Vitoria; la promoción de obras arquitectónicas como la Plaza Nueva y los Arquillos; la formación de un monetario y recopilación de lápidas e inscripciones romanas de la provincia, cuyo impulsor fundamental fue Lorenzo Prestamero; la renovación de carreteras y caminos que confluían en Vitoria; la defensa de las instituciones vitorianas y alavesas.

En esta primera etapa la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País trabajó afanosamente, ya mediante juntas semanales en las tres provincias, ya en las Juntas Generales anuales que se celebraban por orden de rotación en Vitoria, Bilbao y Bergara, hasta que la entrada de los franceses en Gipuzkoa en 1794 desparramó sus miembros. Había llegado a contar la sede alavesa con 37 socios -la mayor parte vitorianos o residentes en la ciudad-, pero de una importancia social enorme, pues se contaban entre ellos Prudencio María de Berástegui, Pedro Jacinto de Álava, Juan Bautista de Porcel... y otros muchos que regían por entonces la ciudad y la provincia. Otros se distinguieron por su laboriosidad en diferentes campos del saber, como los historiadores José Joaquín de Landázuri y Lorenzo Prestamero, investigadores del pasado alavés -cuyo precedente fue Floranes autor de las Memorias y privilegios de la Muy Noble y Muy Leal ciudad de Vitoria-; o como críticos teatrales tales como Ignacio Luis de Aguirre y Félix María Samaniego, que fueron además autores, el primero de una comedia en 1765 de título Casilda -que, según se decía, no era sino una adaptación del Tartufo de Molière- y de otra el segundo El peludo y el embustero, cuyo texto se ha perdido. No así sus conocidas fábulas destinadas a los alumnos del real Seminario Patriótico de Bergara: La lechera, La cigarra y la hormiga, La zorra y el busto, Las moscas, etc.; o baluartes del pensamiento político y económico más avanzados como Valentín de Foronda, que ingresó en la Sociedad en 1776 pero se salió por desavenencias personales para regresar a ella de nuevo a partir de 1792 mientras residía en Bergara; o José de Azpitarte, con su labor en pro del euskera y la preparación de un Diccionario Vasco-Castellano que no llegó a ver la luz pero que sirvió después para otras publicaciones.

Pero no fueron sólo las Letras. Frente a la visión metafísica aristotélica que se basaba más en sistemas apriorísticos que en observaciones o experiencias, la segunda mitad del siglo XVIII inicia el descubrimiento del conjunto de leyes naturales que rigen el funcionamiento de la naturaleza. Lorenzo Prestamero comienza una descripción botánica y mineralógica de Álava; sabemos también, por palabras del mismísimo Jovellanos, que visitó la ciudad en agosto de 1791 y setiembre de 1797, que el Marqués de Montehermoso poseía un gabinete de Historia Natural con bellísimos pájaros; finalmente conocemos la labor de sus socios en campos de la química, la mineralogía y la metalurgia. Juan Bautista Porcel trató de establecer en Vitoria un laboratorio de divulgación de la química que no llegó a abrir sus puertas. Sin embargo, un acontecimiento marcará la vida cultural en Vitoria: la implantación de la Imprenta. En efecto, con cierto retraso respecto a otras provincias limítrofes como Gipuzkoa, Bizkaia, Logroño o Navarra, en el siglo XVIII empezaron a imprimirse libros en Vitoria. Bartolomé de Riesgo y Montero de Espinosa, procedente de Logroño, da origen a partir de 1722 a una larga saga familiar dedicada a la impresión en nuestra provincia. En aquel año veía la luz la primera obra alavesa Quaderno de Leyes y Ordenanzas con que se govierna esta muy Noble y muy Leal Provincia de Álava. No obstante, el impresor por excelencia fue su yerno, Tomás de Robles y Navarro, entre 1738 y 1781. El editó en 1764 la ópera cómica del Conde de Peñaflorida El borracho burlado, con la que inició un servicio continuado para la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País: en 1768 se imprimió el Ensayo y, posteriormente, año tras año hasta 1787, se van publicando en sus talleres los Extractos de las Juntas Generales de la Sociedad. Esta familia monopolizó la impresión en Vitoria hasta 1786, fecha en que Baltasar de Manteli iniciaría sus actividades dando origen a una empresa que continuarían sus hijos y nietos. La Real Sociedad Bascongada de Amigos del País le encargó sus publicaciones hasta prácticamente la desaparición de la Sociedad en 1794; entre las obras más conocidas de cuantas publicó don Baltasar cabe mencionarse la de Landázuri en las postrimerías del siglo.

RPM