Lexique

TXELEMON

Nombre de una sencilla farsa o comedia popular llamada también Zelemon. En ella se representa un juicio, en el que un hombre es acusado de varios robos por una mujer y es luego condenado por el juez, que suele ser un anciano o una anciana. El modo como se hace la farsa es bastante especial. Algo simbólico hay en ella que no sabemos descifrar, aun a la luz de una forma medieval que aparece documentada. En Ataun era representada esta farsa a fines del siglo pasado. Después, al faltarle el marco tradicional, fue olvidada. El escenario era generalmente el vestíbulo o la cocina de una casa, donde los vecinos se habían reunido para desperfollar el maíz, o las mujeres de la vecindad o suasleak para afinar el lino ya agramado, mediante tijeras de madera llamadas suats. Los espectadores eran, en su mayoría, los mozos y mozas del barrio. Los actores eran: un muchacho (el reo), una muchacha (la acusadora) y un anciano o anciana (juez), todos cubiertos con sendas mantas desde la cabeza hasta los pies, y con palos en sus manos. En el centro del escenario había una piedra redonda, cuyo diámetro podía ser de hasta dos decímetros. Sobre ella, en equilibrio poco estable, un celemín, medida de capacidad antigua. El reo mete sus pies en el celemín y, puesto en cuclillas sobre él, se mantiene justamente sin caer gracias a que agarra con sus manos el palo, cuyo extremo inferior se apoya en el suelo. En el extremo superior de dicho palo va un puchero puesto boca abajo. Dando frente al reo e inclinada o encorvada, se coloca la acusadora que también apoya sus manos en su correspondiente palo. El juez, tieso, provisto igualmente de su palo o bastón apoyado en el suelo, se halla un poco separado de los contendientes. El juez golpea pausada y rítmicamente el suelo con su palo. Lo mismo hacen los contendientes con los suyos. Conforme al ritmo marcado con tales golpes, el reo va girando sobre sí mismo; con dificultad, ciertamente, porque debe moverse con su celemín, apoyado, según queda dicho, sobre una bola de piedra. Siguiendo el compás que marcan los tres palos, la querellante gira a su vez alrededor del reo, dándole frente en todo momento. La querellante levanta su palo y pega con él la olla del reo haciéndola pedazos. Ambos jóvenes caen al suelo. Así termina el diálogo, como también el incesante girar de los contendientes y el acompasado tictac de los tres palos. Acabada la farsa, los actores y los espectadores se dispersaban; cada cual iba a su casa con teas encendidas que iluminaban los caminos. Corrían también otras versiones del mismo "juicio", en las que los temas eran los mismos, aunque los modos de expresión fueran diferentes. El movimiento giratorio del reo y el de la querellante alrededor de aquél recuerdan ciertos ritos populares que parecen representar el movimiento del Sol. El parecido morfológico no es bastante para asegurar la identidad de lo significado por diversos símbolos; pero la confrontación de sus formas nos indica a veces una dirección a seguir en nuestras pesquisas. El símbolo solar aparece, en efecto, en algunas ceremonias y en diversos procedimientos de expresión tradicionales de Vasconia. Sobre las puertas de muchas casas se ve todavía la flor del cardo silvestre llamado eguzkilore "flor del Sol" a la que se atribuyen las mismas virtudes místicas que al Sol. Sanjuanlora "flor de San Juan" (margarita) es otro símbolo del Sol que se recoge por San Juan. También son frecuentes diversos signos en forma de círculo simple, ruedas radiadas haciendo pareja con símbolos lunares, iguzkisaindu "santo Sol" (custodia), cruces y rosetones grabados en dinteles de puertas, en frontis de ceniceros, en piedras de hogar, en encachados del suelo (vestíbulos de casas y de claustros, como el de Santa Fe de Irurozki), etc. Círculos, al parecer relacionados con el culto solar, describen los vecinos de algunos pueblos, la víspera de San Juan, circuyendo los fuegos de ese día y andando en su derredor sin parar, mientras hacen una oración (Sara). Parecidos círculos se describen también en ciertas representaciones coreográficas, como en aquella de la playa de Biarritz, donde los muchachos vascos bailaban girando alrededor de las jóvenes que a su vez bailaban agrupadas en el centro del campo, según nos refiere A. Germond de Lavigne (Autour de Biarritz. París, 1855). Lo dicho es bastante para pensar que la impronta de los mitos solares, patente en ciertos ritos y símbolos tradicionales del pueblo vasco, puede hallarse también en las circunvoluciones de los litigantes de Txelemon.

José Miguel de BARANDIARÁN