Villes

ORREAGA / RONCESVALLES

Orreaga en la ruta Jacobea. Historia y leyenda. Su nombre ha quedado íntimamente unido al camino de Santiago, pues constituyó en épocas pasadas un hito en la Ruta Compostelana de los peregrinos que venían desde Francia con dirección a Pamplona. Antes de entrar en el valle, los peregrinos encontraban en lo alto del Pirineo, anunciando el recinto, la Cruz de Carlos. La «Guía de los Peregrinos» nos la describe así: «En la cima del mismo monte está el lugar llamado la Cruz de Carlos, porque sobre él, Carlomagno al entrar en España con sus ejércitos, abrió en otro tiempo un camino con hacha, cuchillos, piquetas y demás herramientas, y elevó el primero el signo de la Cruz del Señor, y luego dobladas las rodillas, vuelto hacia Galicia, dirigió una plegaria a Dios y a Santiago. Por eso los peregrinos, doblando allí sus rodillas hacia la tierra de Santiago, rezan según costumbre y planta cada uno un estandarte de la Cruz del Señor. Pueden verse allí millares de cruces. Por eso, este lugar es tenido como el primero de la ruta en que se hace oración a Santiago». [Ed. Witehill, pág. 357]. Las noticias más antiguas de fundaciones hospitalarias que se remontan a la segunda mitad del s. XI están relacionadas con la peregrinación a Santiago. Digna de mención es la gran hospedería que mandó construir el obispo de Pamplona, quien, con la ayuda de Alfonso el Batallador y la de sus nobles, levantó «ad receptionem peregrinorum, sive quorumlibet hominum illic in necessitate hospitare volentium». Su fundación ha de situarse allá por los años 1127-1132, y pronto alcanzó preponderancia sobre cualquier otra fundación hospitalaria de aquella comarca, preponderancia que la fue adquiriendo por la hospitalidad y buen trato que los peregrinos encontraron siempre en ella. De esta manera pasaron a segundo término las otras fundaciones de Leire, Conques y Santa Cristina, que poco a poco fueron incorporándose a la Real Colegiata. En ella estableció el obispo una cofradía de prelados, clérigos y laicos que tendrían sus reuniones el día 16 de junio. Los peregrinos que de cualquier parte llegasen tendrían derecho a participar y disfrutar de las misas, limosnas, oraciones y demás gracias espirituales. Pero pronto hubo necesidad de modificar aquella organización, pues, por una parte, era preciso establecer una comunidad con carácter fijo que atendiera a las necesidades permanentes de la fundación, y por otra, había que dotar ampliamente al Hospital por los gastos que el paso continuo de peregrinos ocasionaba. Fue el obispo D. Sancho, quien, a ruegos del rey de Navarra, García Ramírez, y de acuerdo con sus canónigos, dotó espléndidamente el Hospital y la Hospedería de peregrinos: «ad sustentationem hospitalium hujus hospicii atque aliquantulum refectionem peregrinorum inde transeuntium». Gracias a esta intervención del citado Obispo, tanto el Hospital como la Hospedería de Roncesvalles tuvieron un desarrollo rápido. El solo nombre de Roncesvalles, que evocaba recuerdos románticos en las mentes de las gentes de Francia, serviría de motivos llenos de atracción y propaganda. La «Guía de los Peregrinos», escrita pocos años después de su fundación, le llama Hospitale Rotolandi, y una capilla funeraria destinada a servir de osario de los peregrinos que murieran en el Hospital se supone edificada sobre la piedra «quem Rotolandus heros potentissimus, spata sua, a summo usque deorsum, per medium trino ictu scidit. Poco a poco, dice Lambert [Roncevaux, t. 37, pág. 434-5], todos los monumentos de Roncesvalles que se levantaron para servir a los peregrinos fueron más o menos estrechamente relacionados con el recuerdo de la batalla. Durante siglos, generaciones de peregrinos pudieron ver los cuernos guerreros, estribo y mazas de Roldán en la capilla mayor, colgados ante el altar, y a su sola presencia lloraban de emoción. Casi todos los relatos de los peregrinos aluden a los distintos trofeos «entre ellos dos bocinas de marfil, dos mazas de hierro y un grande estribo». (Ibarra, Hist. pág. 505). En la capilla de Roldán se postraban ante la roca que el héroe de Roncesvalles había partido con su espada (Il Morgante Maggiore, de Pulci, escrito en 1470). Además, se suponía que en dicha capilla estaban enterrados los doce Pares y demás héroes de la batalla, y «los peregrinos franceses, alemanes y otros ultramontanos» se llevaban los huesos «por reliquias»; (Huarte: Historia, citada por Ibarra). En tiempo del P. Moret todavía quedaban huesos «muy frecuentemente de desmedida grandeza y corpulencia germánica, de que no pocos se llevan de vuelta los peregrinos franceses» y aún los compraban a buen precio. Anales li. V. Digna de tenerse en cuenta fue la acogida que se dispensaba a los peregrinos. El poema en alabanza de Roncesvalles (1199-1215) nos cuenta con gran sencillez la acogida: «A todos está abierta la puerta, a enfermos y a sanos, no sólo a católicos, sino a paganos, judíos, herejes y vagabundos... En esta casa se lava los pies a los hombres, se les hace la barba, se les corta los cabellos... Aquí se atiende con todo cuidado a los que caen enfermos, ofreciéndoles los mejores productos del campo..., mujeres bellas y honestas se encargan de su servicio, y lo hacen con gran caridad». Siguiendo el mismo poema sabemos que había dos casas separadas, una para hombres y otra para mujeres, bien abastecidas, hasta de frutas extrañas; los enfermos descansaban sobre camas blandas y limpias y no abandonaban el hospital hasta que habían recobrado la salud; se les preparaba baño si lo pedían, y si les acompañaba algún familiar, quedaba con él hasta que el enfermo sanaba. A los que fallecían se les daba sepultura en una capilla especialmente dispuesta para ello. Delante de este panteón, los peregrinos hacían donaciones en agradecimiento. Mucho más tarde, ya en los tiempos modernos, perdida gran parte, si no la mayoría de las posesiones, Roncesvalles fue uno de los pocos hospitales de peregrinos que continuaron en el ejercicio de su caritativa misión: «Es preciso que el hospital quede y permanezca en Roncesvalles en el mesmo sitio y asiento que ha estado hasta aquí, con la hospitalidad y con sus miembros acostumbrados... «Citado por Dubarat y Daranatz en Recherches, III, 846». En el s. XVII se daban por término medio 20.000 raciones a los peregrinos y hubo año en que se llegó a las treinta mil, sin contar las que se daban a los pobres y mendigos. J. Goñi, Martín Burges de Elizondo... Manier, que con sus compañeros de peregrinación llegó a Roncesvalles la noche de Navidad del 1727, cubierto de nieve el paisaje, nos dice cómo se les recibió con un buen fuego que agradecieron; una atractiva joven, con los cabellos en trenzas, les sirvió una sopa, un pedazo de pan moreno, carne y dos o tres vasos de vino, permaneciendo allí los tres días reglamentarios. Descendiendo la pendiente de Ibañeta los peregrinos encontraban a la izquierda del camino el Hospital, junto a él la iglesia de Nuestra Señora, y más adelante, en edificios aislados, la iglesia de Santiago y la capilla de Sancti Spiritus, llamada también de Roldán, según la «Guía de Peregrinos». En esa capilla, según Laffi, Viaggio, pág. 144, que la vio en 1670, a dos o tres pasos del sitio en que se confesó, Carlomagno mandó construir la tumba de Roldán, donde fue enterrado. Una vez abandonado el sagrado recinto los peregrinos recorrían la llanura donde la «Guía» del s. XII y la «Crónica de Turpín» situaban los encuentros entre las tropas de Carlomagno y los ejércitos de Marsilio. Al dejarla, pasaban no lejos de la cruz de Roldán para seguir el trayecto que les llevaría a Pamplona. [Ref. J. M. L.: Peregrinaciones a Santiago, Madrid, 1949, t. II, pp. 83-108].