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NIÑO, NIÑA (EL NIÑO ABANDONADO)

A pesar de los altísimos índices de nacimientos ilegítimos que se registraban en el País Vasco durante la Edad Moderna los abandonos de niños eran muy escasos. Sólo, al parecer, tenían cierta importancia en Navarra, a lo que no es ajeno el hecho de que se recogieran niños en el Hospital General de Pamplona desde el s. XVI. Es decir, que el que estuviera organizada la admisión y crianza de los niños abandonados servía de estímulo o invitación a los padres para recurrir a esa solución. Porque el abandono de los niños era una solución, un recurso, tanto para aquéllos que se encontraban en la miseria y no podían alimentar a todos los hijos que les nacían como para las madres solteras que de esa manera ocultaban su falta. La cuestión económica se sumaba a la del honor en este segundo caso: la inmensa mayoría de estas madres no podía sacar ellas solas a sus hijos adelante.

Aunque el abandono de los hijos pueda parecer un acto de crueldad, es preciso tener en cuenta que para aquéllos que no podían darles de comer era ofrecer a los niños la única oportunidad de sobrevivir por más que fuera muy remota. Hasta finales del s. XIX el amamantamiento ha sido la manera casi exclusiva de criar a un niño ya que no estaban perfeccionados los métodos de lactancia artificial. Cuando moría la madre o estaba enferma o carecía de leche, la única posibilidad para los pobres era la Inclusa. Las familias acomodadas acostumbraban a que sus hijos fueron criados por nodrizas en el campo. Entregar el niño en el torno o sencillamente exponerlo era recurrir a las instituciones para que se hicieran cargo de la crianza del niño. Lo que resulta dramático es que para que las instituciones cumplieran con ese papel social no bastaba (salvo excepciones como la Inclusa de Pamplona) con solicitar este auxilio tan necesario y vital: había que obligarles a prestarlo presentando el hecho consumado, abandonando al niño, procurando borrar todo rastro de su origen para que no se pudiera encontrar a sus padres y obligarles a retomarlo.

También se puede considerar el abandono de niños como una superación de otra práctica más drástica para eliminar las bocas que no se podían mantener, como era el infanticidio. Salvo rarísimos casos siempre se dejaban los niños de manera que fueran prontamente recogidos, en las iglesias, puertas de particulares, del cura, del alcalde, en los caseríos. Se solían dejar de noche, pero se daban gritos para alertar a los de dentro y que salieran pronto a recogerlos. En las Inclusas, había tornos donde se depositaban los niños anónimamente a cualquier hora del día y de la noche. Por los tornos entraban en el establecimiento los procedentes de la localidad y los de las zonas más próximas. Representaban una mayor seguridad para la vida del niño que la exposición. Otra manera de proceder al abandono consistía en entregarlos por medio de una tercera persona, que a menudo era la partera, en la Inclusa, o al párroco del lugar para que se hiciera cargo del envío de la criatura al establecimiento. Durante el s. XIX las modalidades de abandono fueron experimentando una notable evolución. La exposición fue descendiendo mientras que se fue implantando un nuevo modo de abandono, característico del siglo: en todas las Inclusas se fueron abriendo Departamentos de Maternidad donde ingresaban las embarazadas solteras a partir del 7.° mes. En medio de medidas extremas de clandestinidad permanecían allí escondidas hasta que daban a luz y luego salían, dejando en la gran mayoría de los casos a los niños en el establecimiento.

En el cuadro A:

Cuadro A. Evolución de las modalidades de abandono en la inclusa de Pamplona
1780-84 1830-34 1880-84 1930-34
EXPOS.
TORNO
MATER.
OTROS
482
172
6
19
70,9%
25,3%
0,8%
2,7%
173
207
264
151
21,7%
26%
33,2%
18,9%
121
334
460
233
10,5%
29,1%
40%
20,3%
3
106
491
158
0,4%
14%
64,7%
20,8%
TOTAL6797951148758

Se refleja la evolución a través de los datos de cuatro quinquenios que abarcan 150 años de la vida del establecimiento. Junto a una utilización estable (menos en el s. XX) del torno, las exposiciones caen fuertemente mientras el abandono en la Maternidad sigue la evolución contraria. En Guipúzcoa, donde se establecieron salas de Maternidad en las Casas de Socorro (antiguas Misericordias) de San Sebastián y Tolosa hacia 1845, también esta modalidd de abandono se fue imponiendo sobre las demás. De los 637 niños abandonados en el Partido de San Sebastián en la década comprendida entre 1856 y 1865, 46 lo fueron en la Sala de Maternidad, lo que equivale a un 7,2 %, cifra muy modesta. En la década siguiente en la que se abandonaron 769 criaturas, habían nacido en la Sala 224, lo que representa el 29,1 % del total. Al terminar el siglo la tendencia había seguido en aumento. De los diez años que van de 1893 a 1902 se extraen los siguientes resultados: Abandonados, 916; en la Sala de Maternidad, 396, 43,2 %.

La única Inclusa que hubo en territorio vasco hasta comienzos del s. XIX fue la de Pamplona. Sabemos con certeza que en ella se recogían niños desde finales del s. XVI pero carecemos de otros datos hasta comienzos del s. XVIII. Los libros de registro de ingresos que se conservan empiezan en 1710 así como los de pagos a las nodrizas. Los niños ocupaban una sala en el Hospital General de Pamplona; en 1804 se inauguró una Casa de Expósitos separada y autónoma del Hospital que se construyó gracias a la aportación económica y a la preocupación que sentía por el problema de los niños abandonados el entonces Prior de Roncesvalles Don Joaquín Xavier de Uriz, que fue más tarde Obispo de Pamplona y que en 1801 había publicado el libro "Causas prácticas de la muerte de los niños expósitos en sus primeros años". Los niños abandonados en Guipúzcoa eran admitidos en Pamplona excepto los pertenecientes a la diócesis de Calahorra, los cuales, junto a los vizcaínos y alaveses eran conducidos, vía Calahorra hasta el Hospital de Nuestra Señora de Gracia de Zaragoza. Algunos niños de Ultrapuertos eran expuestos en pueblos de este lado de la frontera para que fueran encaminados hacia Pamplona; hasta bien entrado el s. XIX no hubo Inclusa en Bayona. La Provincia de Guipúzcoa organizó la recogida de expósitos a partir de 1804 pero no edificó un establecimiento hasta 100 años más tarde cuando en 1903 se inauguró la Casa Cuna de Fraisoro. El sistema puesto en pie por la Provincia para todo el s. XIX consistía en el mantenimiento de 4 casas-torno o exiguos locales en San Sebastián, Tolosa, Bergara y Azpeitia donde se abandonaban los niños o a donde se conducían los encontrados expuestos. Allí permanecían el menor tiempo posible a cargo de una nodriza provisional e inmediatamente eran entregados a sus nodrizas definitivas, por lo general mujeres de caseríos donde eran criados hasta los 8 años, edad a la que cesaba la paga de la Diputación: la nodriza podía entonces optar por devolver al niño que ingresaba en la Misericordia, o prohijarlo, bien porque se habían establecido con él lazos de afecto difíciles de romper, bien porque fuera una apreciada y barata mano de obra, o por ambas cosas a la vez. Por su parte, el Señorío de Vizcaya inauguró en 1807 una Casa de Expósitos en Bilbao, bajo el control de la Diputación. El sistema de nodrizaje era similar en todas partes; la diferencia que presentaba Guipúzcoa era que carecía de un establecimiento donde se recogían los niños, donde permanecían aquéllos que nadie se llevaba para lactar y donde se entregaban los no prohijados. Pero esta carencia se subsanaba a través de las Misericordias.

Hasta mediados del s. XVIII el abandono de niños fue una práctica inusual en las Provincias Vascongadas pues lo podemos situar en unos índices que oscilan entre el 0,1 y 0,5 % de los bautizados. Durante décadas enteras la mayoría de los pueblos no recogían un solo expósito. Todavía en el quinquenio 1761-65 no ingresaron en el Hospital General de Zaragoza más que 13 niños guipuzcoanos, 8 vizcaínos y ningún alavés. Aunque realmente el aumento espectacular de las exposiciones en Europa se dio en el s. XVIII, durante los dos siglos anteriores su práctica, relativamente moderada, fue sensiblemente superior a la del País Vasco. No nos puede explicar esta diferencia la existencia de leyes que obligaban al padre a hacerse cargo de sus hijos ilegítimos, puesto que éstas se aplicaban en todos los países. Una posible explicación nos la puede proporcionar la extensión de la familia troncal: sería más fácil dar cabida a un niño en el seno de una amplia familia donde conviven abuelos y nietos, sobrinos y tíos, hermanos y cuñados que en el de una familia nuclear compuesta sólo de padres e hijos. En la medida en que este modelo de familia no era predominante en toda Navarra sino únicamente en las zonas del N. éste sería un factor más de explicación del mayor número de exposiciones en Navarra que en el resto del País Vasco.

Cuadro B. Ingresos en la Inclusa de Pamplona en el Siglo XVIII
Total de ingresos Ingresados guipuzcoanos
1710-19
1720-29
1730-39
1740-49
1750-59
1760-69
1770-70
1780-89
1790-99
1.292
1.182
1.278
1.253
1.233
1.353
1.538
1.655
2.122
40
49
110
93
125
186
254
268
256
3,1%
4,1%
8,6%
7,4%
10,1%
13,7%
16,5%
16,2%
12%
Total12.9061.38110,7%

En el cuadro B podemos seguir tanto el aumento general de niños ingresados en la Inclusa de Pamplona durante el s. XVIII como el de niños guipuzcoanos llevados a ella. Al mismo tiempo que fueron aumentando las exposiciones de niños, la ilegitimidad fue descendiendo durante todo el s. XVIII en el País. Se tenían menos hijos fuera del matrimonio y de ellos una proporción mucho mayor que en los siglos anteriores fueron abandonados. Con el avance de la represión total de la sexualidad y su reducción al ámbito matrimonial, se iban desarrollando sentimientos de pudor y vergüenza frente a todo lo relacionado con el sexo: cada vez se ocultaban más los embarazos ilegítimos y como lógica consecuencia de ello se recurría al abandono del recién nacido, auténtica prueba del delito. Además del creciente rechazo social, también en este siglo, las madres solteras iban encontrando cada vez más dificultad en que los padres fueran obligados a hacerse cargo de sus hijos, hasta que se llegó a prohibir la búsqueda de la paternidad; por último se estaba dando también una crisis de la estructura familiar: la familia troncal empezaba a ver mermada su implantación, el casero vasco fue perdiendo la propiedad de su caserío, y transformándose en inquilino mientras que la propiedad de la tierra iba siendo acaparada por una minoría.

Ver NIÑO, NIÑA (Voz índice)