Ingénieurs

Isasi, Francisco

Jesuita, matemático e ingeniero militar eibarrés. Eibar, 1605 - San Mateo (Valencia), 1650.

Segundón de una rica e influyente familia de Guipúzcoa, se sintió atraído, al igual que muchos de su linaje, por la religión y las armas. Así, sus abuelos habían fundado el convento franciscano de Eibar, y, familiares suyos como Diego, José, Antonio y Domingo Tomás de Isasi eran reconocidos militares.

Poco se sabe, sin embargo, de su educación. En 1620, ingresó en la Compañía de Jesús, en donde se ordenó sacerdote y estudió, casi seguro, matemáticas, además de filosofía y teología. Esta formación le sirvió para que, en 1633, figurara entre el profesorado del prestigioso Colegio Imperial de Madrid, lugar en el que enseñó, de manera interrumpida, durante un periodo de nueve a doce años.

Para entender la figura de Isasi conviene señalar la importancia que tenía ese colegio para el ejército, su categoría y su relación con la monarquía. En una época en la que la carrera militar comenzaba a depender -quizá, más que nunca- de una buena formación matemática, en la que Salamanca y Alcalá copaban los estudios universitarios, ofreciendo sólo cátedras humanísticas, o, en el peor de los casos, oponiéndose a la enseñanza de la ciencia moderna, el caso del Colegio Imperial es digno de mención. Creado en 1609 y alzado, como centro de "Estudios Mayores", en 1623, por Felipe IV, se convirtió en el centro español de mayor altura en matemáticas y en referencia de los jefes del ejército real. Fue aquí, con sus dos cátedras de matemáticas y una llamada "De re militari", dedicada a las artes militares, en donde se juntaron los mejores matemáticos del reino, muchos de ellos extranjeros y súbditos del rey. Baste decir que, desde 1628, el cargo de cosmógrafo real y la cátedra de matemáticas y cosmografía pasaron a estar desempeñados por jesuitas.

Aunque no publicara obra alguna, Isasi fue un buen matemático, uno de los dos únicos -el otro era el castellano José Martínez- especialistas no extranjeros. Llegó, además, a desempeñar dos cátedras, la de matemáticas y la "De re militari", que de hecho no fue cubierta ésta última tras su partida. Su nombre es, sin embargo, familiar sólo para aquellos -probablemente la mayoría- que lo asocian con la fortificación de Hondarribia, en 1638.

El éxito militar y la fama popular que alcanzó, o las campañas de defensa militar en que se involucró, estuvieron en realidad ligados a su etapa académica; al fin y al cabo, ésa era la profesión por la que sentía devoción y por la que adquirió, siempre que pudo, conocimientos prácticos, como los que aplicó en el sitio de Hondarribia.

El mundo de la geometría militar y la astronomía eran sus temas preferidos; en particular, el astrolabio de tipo universal que construyó en septiembre de 1634. Un aparato éste con que se representaba la posición de las estrellas, en astronomía, o bien se medían distancias, para cualquier latitud o longitud, en topografía. Asimismo, ideó un método para proyectar una superficie esférica -como es la Tierra- sobre un plano, cuestión capital en la cartografía del siglo XVII.

Fueron éstos temas que le llevaron a adentrarse en un camino en el que era la potencialidad matemática -conocimientos utilitaristas suficientemente exactos como para, en teoría, producir avances en el "Arte Militar"- la que dirigía sus esfuerzos.

Fue la suya una posición relativamente cómoda, ya que las matemáticas no ponían en cuestión ningún dogma de la Iglesia; ni siquiera planteaban problemas de ortodoxia: el lograr progresar, dentro del ámbito de una defensa territorial, en la que se apreciasen los conocimientos científicos, era algo que atraía -e interesaba- a la monarquía y aristocracia católicas. Y es que para diseñar una fortificación se necesitaba saber no sólo arquitectura, también geometría: la mejor fortaleza era aquella de forma poligonal con bastiones en cada ángulo del polígono, de manera que pudiera protegerse cualquier punto de la muralla desde, al menos, otro punto del recinto.

Hasta el siglo XVII los monarcas españoles contrataban ingenieros italianos, los mejores en la materia, para diseñar fortificaciones o mejorar las existentes. Pero a partir de entonces la situación cambió; sus finanzas habían mermado y los mejores expertos -ahora, franceses y holandeses- eran súbditos de los reyes enemigos. El problema se agudizó en 1635, con motivo de la guerra de los Treinta Años entre España y Francia, momento en que Felipe IV trató de reforzar las plazas fronterizas del País Vasco. Entonces, ordenó reforzar la fortificación de Hondarribia a Isasi, asunto un tanto significativo, toda vez que también fue él quien, en 1638, hubo de actuar como sacerdote e ingeniero militar, tras quedar sitiada la villa.

Sus actuaciones en defensa de la plaza abundan en las crónicas históricas. Ahora bien, tal intervención no fue tan trascendental como podía leerse, sino más bien necesaria, en su condición de único ingeniero en la plaza, participando en tareas de planificación de fortificaciones y diseño de contraminas, en tanto que no intervenía -por ser religioso- en los enfrentamientos armados.

A partir de 1640, su rastro prácticamente se desvanece. Según parece, en 1646 estuvo en Eibar, en donde se le encomendó trazar los planos de las capillas y torre de la parroquia de San Andrés, aunque su ejecución se confió a Juan de Ansola. Tres años después, su nombre figura de nuevo en el Colegio Imperial; entonces, como antes, fue enviado por el rey a fortificar las fronteras de Valencia, muriendo, al parecer, "arruinado por una de las fortificaciones que fabricaba en San Mateo".