Concept

Guerra Civil 1936-1939

No hubo muchos amagos revolucionarios en Vasconia entre 1931 y 1936. No si lo comparamos con otras zonas. El intento revolucionario de 1934, no pasó de ser una huelga generalizada en zonas industriales de Bizkaia y Gipuzkoa con amagos insurreccionales en la zona minera. Sólo en Mondragón, donde se asesinó al gerente de Unión Cerrajera y diputado de Comunión Tradicionalista (CT), Marcelino Oreja, y en Eibar se llegó a tomar el poder. Hubo muertos, pero el ejército controló todo el territorio el mismo día 6 de octubre. Hubo otros amagos (Labastida, CNT, 1933; pugnas por las 'corralizas' en Navarra), pero, en general, la izquierda vasca dirigida por el socialista Indalecio Prieto fue lealmente republicana. Otro tanto ocurrió con la navarra. Y si en alguna ocasión realizaron algún acto insurreccional, fue "en defensa de la República" (Pamplona, febrero de 1936). Su propósito confesado era "republicanizar" Vasconia. Disolver la "Gibraltar vaticanista" (Prieto), que Vasconia se implicara en el proyecto de estado social y de derecho que constituía la República española. Para ello, resultó clave desde 1932 el proyecto de Estatuto de autonomía.

No es el caso de la derecha social y política, muy popular en Vasconia gracias al carlismo. Desde 1931, muy tempranamente, se constituyó una coalición antirrepublicana que pudo presentarse unida a las elecciones de junio. Y ya desde esas fechas se quiso convertir al territorio en reducto del catolicismo, en su baluarte, en lugar desde el que recuperar,"reconquistar", España para aquellos valores contrarios a la "República laicista". Renovación Española, la derecha radical, trabajó seriamente desde Bilbao en esa dirección. También la prensa católica (La Gaceta del Norte y El Pueblo Vasco de Bilbao, El Pueblo Vasco de San Sebastián, Diario de Navarra de Pamplona o El Heraldo Alavés de Vitoria). Y, por descontado, el carlismo, que renació a través de su extenso tejido de círculos y una nueva apreciación de los tiempos. Éste organizó su milicia, el requeté. En Navarra aquella coalición se mantuvo ininterrumpidamente (Bloque de Derechas) incluyendo a la CEDA (Unión Navarra) durante toda la República.

En esa tesitura, el Partido Nacionalista Vasco -recién reunificado- vaciló entre su integrismo programático, su autonomismo y su pragmatismo. En las horas decisivas (1932, 1934, 1936), pudo su autonomismo pragmático. Pero en 1931, y hasta en 1936, el carlismo creyó que podía contar con él para sabotear la República. Esto explica en parte su indolencia primera en Gipuzkoa y su actuación resuelta en 1937 en defensa de Bizkaia y de la autonomía vasca.

La insurrección se puso en marcha tras las elecciones del 16 de febrero de 1936, en las que la derecha, con tentaciones ya autoritarias, fue desplazada del gobierno por el Frente Popular. Todas sus facciones comenzaron a prepararla. Fue decisiva la campaña lanzada por la prensa católica, muy señaladamente la vasca, para convencer a los indecisos de que la única solución a la pérdida de poder "sospechada" era derrocar la República e ir hacia un "nuevo Estado". La derecha social estaba resuelta. Desde Neguri, José María Areilza, de R.E., y los Ybarra trabajaban en ello; José Luis Oriol, industrial vizcaíno y cacique alavés, el conde de Rodezno, de CT, y el director del Diario de Navarra, "Garcilaso", o José María Urquijo, de La Gaceta del Norte, formaban un grupo con amplias influencias públicas y personales.

El Carlismo más resuelto preparaba al Requeté. Especialmente en Pamplona y Navarra, con maniobras a lo squadristi, ocupando ciudades, o en los montes del entorno. Pero, verdaderamente, lo hacían en todo el País Vasco. Fueron quienes primero decidieron dar su voz a un caudillo, Fal Conde, a través del pretendiente carlista Alfonso Carlos, instalando en Saint Jean de Luz una Junta Militar. Ellos fueron quienes entraron en contacto con el general Sanjurjo, exiliado en Lisboa. Aspiraban a un cambio sustancial de inspiración retroactiva y autoritaria: una monarquía corporativa y tradicional. La derecha conservadora, por una reposición del viejo estatus social a través de una dictadura, delegó su representación en el ejército y en el general Mola (Calvo Sotelo y RE, expresamente; indirecta y aleatoriamente, CEDA; en Navarra, por ejemplo, a través del Bloque de Derechas).

El carlismo o los conservadores por separado, poco podían hacer. Sólo cabía ponerse de acuerdo. Y, éste, sólo podía producirse en Pamplona, donde Mola controlaba el gobierno militar y una red de contactos por toda España, y donde el carlismo tenía a sus principales dirigentes y a las unidades requeté más numerosas y resueltas. Mola presionó lo indecible sobre Fal Conde a través de Garcilaso o el propio general Sanjurjo. Finalmente Rodezno, Oriol, Baleztena con sus dudas, Martínez Berasáin y otros notables carlistas locales, impusieron a Fal Conde el 15 de julio una solución conservadora, favorable al general Mola, a la que luego trató de resistirse, sin éxito, Fal Conde. Ese mismo día se dio la orden de movilización del Requeté y se activaron todas las conexiones de Mola en el ejército. Rodezno transmitía el acuerdo directamente a Víctor Pradera en San Sebastián. Echave-Sustaeta lo llevaba a Vitoria. Y en Bilbao era José María Areilza el encargado de transmitir la instrucción. Mola, por su parte, contactó con el teniente coronel Alonso Vega en Vitoria y con el coronel Carrasco en San Sebastián, además de con otros en toda España.

El 18 y 19 de julio fueron decisivos. Ya no contó el voto, contó la prolongación de la política por las armas. Contaron las milicias y los militares. Navarra y Álava podían ser en buena medida antirrepublicanas. Pero no decisivamente más que Gipuzkoa. En lo que al voto se refiere, el 16 de febrero en Gipuzkoa se había repartido entre el PNV, la Coalición Contrarrevolucionaria y el Frente Popular, en ese orden y casi a partes iguales. El PNV actuaba de fuerza moderadora y católica, no se olvide. Pero en Álava, aunque la minoría mayoritaria fuera Hermandad Alavesa (37%; carlista), PNV (21%) y CEDA (20%) moderaban también aquel voto.

Sin embargo en julio San Sebastián fue republicana, mientras que Vitoria fue de los sublevados. La capital guipuzcoana fue "republicana" debido a la acción armada decisiva de un sector del Frente Popular (FN) y de la CNT en su zona urbana, que incluía Pasaia e Irun, mientras que la alavesa fue para los sublevados por la acción decisiva del requeté, especialmente el riojano. Contó también la personalidad más timorata del conspirador militar en San Sebastián, coronel Carrasco, y la más resuelta del teniente coronel Alonso Vega en Vitoria. Lo cierto es que, iniciada la revuelta, Pamplona era inexorablemente para los sublevados, mientras que la Ría socialista debía ser republicana. El control de Gipuzkoa y Álava se jugó en los siguientes días de julio. En San Sebastián los milicianos socialistas y comunistas consiguieron controlar los cuarteles de Loiola, mientras el requeté reunido en el Buen Pastor se dispersaba. Vitoria fue controlada por el Requeté y por los cuarteles controlados definitivamente por Alonso Vega. Dos columnas salidas desde Bilbao y San Sebastián hubieran podido entrar en Vitoria sin demasiada resistencia en aquellos primeros días. Manuel de Irujo siempre se lamentó de ello.

Pero la inexperiencia de los oficiales de la columna bilbaína y el conflicto local donostiarra abortaron el avance de ambas. Desde San Sebastián llegaron hasta Eibar, donde se reforzaron y pertrecharon. Pero las noticias llegadas desde la capital guipuzcoana les hicieron volver. Los bilbaínos llegaron hasta Legutiano. Pero, indecisos ante un posible avance rápido sobre la capital de Álava y enterados de la retirada de la columna guipuzcoana, volvieron sobre sus pasos dejando libre de presión a Vitoria, que pudo organizar contraataques en la zona Orduña, 4 de agosto.

Esto definió la geografía de la guerra. Desde las capitales se controlaron las provincias y sus zonas de influencia, caso del Valle de Ayala, Álava, controlada desde Bilbao. La guerra no era, a pesar de todo, algo esperado. Sólo se pensaba en un golpe de mano rápido. El equilibrio de fuerzas dividió a España en dos. También a Vasconia. Bizkaia y Gipuzkoa resultaban definitivamente controladas por fuerzas leales a la República, mientras que Navarra y Álava eran controladas por los sublevados. Desde una y otra zona huyeron hombres comprometidos con una u otra causa para engrosar las milicias respectivas. Para el País Vasco, aparte otras consideraciones políticas, la guerra fue un gran cúmulo de sufrimiento y barbarie que quedó en la memoria de las gentes que la padecieron. También de recuerdos mitificados. Así, para el historiador y militante de la causa republicana Eric Hobsbawm o para el periodista G.L. Steer en su The Tree of Guernica. Aún las actuales generaciones sobrellevan contradictoriamente ambas memorias, la de una guerra cruda y cruel y la de cierta gesta heroica en defensa de la libertad, llamadas a ser trabadas a través de una explicación racional de los hechos.

Navarra fue el corazón y los pulmones de la España sublevada. De ella salieron los voluntarios para asediar Madrid en la primera hora, de ella la dirección de las tropas, salvo las africanas que dirigía el general Franco, desde ella se atacó Gipuzkoa, y luego la estratégica Bizkaia, en ella se organizó el primer sistema financiero normalizado de los sublevados, en ella su prensa hasta que Salamanca organizara su jefatura de propaganda, y de ella salieron los primeros cuadros medios que sirvieron de soporte al nuevo Estado. Álava quedaba bajo su influencia. Era la geografía de la rebelión, allí donde el carlismo ensayaría su proyecto político entre el catolicismo nostálgico y el autoritarismo moderno con exclusión del "otro" -¿exterminio?- como parte de su programa.

Sin embargo, desde el mismo 19 de julio, los militares, la opción conservadora, se apoderó del poder real. Todas las unidades de las columnas quedaron bajo el mando ejecutivo de oficiales del ejército. Y la Junta Central de Guerra Carlista de Navarra (20 julio 1936), presidida de modo honorario por Joaquín Baleztena pero ejecutivamente por José Martínez Berasáin, sintonizaba antes con Mola a través de "Garcilaso", que con las aspiraciones radicales de Manuel Fal Conde, a quien los jóvenes navarros apenas conocían y no seguían, pero que acabaría expresando sus afanes de cambio.

El 19 de julio salía de Pamplona para Madrid una columna llena de entusiasmo, aunque bien controlada por los militares, a las órdenes del coronel García Escámez. En días sucesivos saldrían de Estella o Sangüesa otras unidades menos organizadas, algunas al mando de sus propios capellanes. ¿Cómo escenificar mejor la idea de "cruzada"?. La columna de Pamplona fue removiendo ayuntamientos a su paso. Tomó entre otras la ciudad de Logroño y el 23 de julio estaba en Cogolludo y Jadraque, al norte de Guadalajara, para atacar Madrid el 25 desde Somosierra.

Otras fuerzas, a las órdenes de los coroneles Solchaga, Beorlegui y Ortiz de Zárate y del comandante García Valiño, penetraron en Gipuzkoa el día 22 de julio para atacar todo el frente del valle del Oria. Mientras duró el asedio en San Sebastián de los cuarteles de Loiola, el avance fue relativamente rápido. Se avanzó sobre Beasain, Tolosa y Oiartzun-Errenteria. Pero, ocupados éstos el 28 de julio, las milicias republicanas tomaron posiciones entre Errenteria e Irun. El coronel Beorlegui, que siguió su avance hacia San Sebastián por Oiartzun, quedó aislado en una bolsa con cerca de dos mil hombres. Pero los milicianos, faltos de mandos militares, desaprovechan la ocasión y Beorlegui reorienta su línea de avance hacia la ciudad de Irun, rompiendo la bolsa en la que se encontraba.

La progresión sobre Irun, defendida por milicias comunistas, socialistas y anarquistas, resulta muy costosa para las tropas sublevadas. Aunque todavía son pequeñas columnas de ataque, ya comienza a utilizarse de forma masiva la artillería y la aviación. El 2 de septiembre cae el fuerte de San Marcial, el 3 todavía Irun defiende una salida hacia Behobia, pero el 4 se da la orden de evacuación hacia San Sebastián. La ciudad, ya arrasada por los bombardeos, es incendiada. Las fuerzas de Beorlegui entran el día 5. El 6 se toma Hondarribia. En pocos días se avanzará sobre San Sebastián que, tras ser evacuada sin resistencia por decisión de la Junta de Defensa, es ocupada el día 13 de septiembre.

A partir de esa fecha, y en poco tiempo, se desmoronó el frente de Gipuzkoa. Varias columnas avanzaron desde el Oria hacia el valle del Deba. Por su parte, el teniente coronel Alonso Vega, tras dejar consolidado en Álava el frente con Bizkaia, penetraba por Arlabán hacia el alto Deba. Los republicanos, unidades de ANV, intentarían una operación en el monte Albertia para cortar la retaguardia de las tropas alavesas sin lograrlo. En ella murió el jefe del requeté alavés, Luis Rabanera. De este modo, el frente en Gipuzkoa quedaría estabilizado en la divisoria con Bizkaia (Udalaitz-Elgeta-Intxortas-Kalamua-Saturrarán).

Hubo un momento en que el curso de los acontecimientos pudo haber cambiado. Fue en los primeros días de diciembre de 1936. El 30 de noviembre el ejército vasco-republicano lanzaba 29 batallones sobre Legutiano. El día 2 la aviación republicana bombardeaba el cuartel del Regimiento Numancia y el ferrocarril a la altura de Vitoria. El día anterior las unidades atacantes habían desbordado Legutiano por los dos flancos y se encontraban en disposición de avanzar sobre Vitoria, escasamente guarnecida. En lugar de hacerlo, la avanzadilla, bastante numerosa, se detuvo para atacar inútilmente Legutiano (Villarreal de Álava) y permitir así la progresión por carretera a sus unidades pesadas y de abastecimiento.

Fuerzas rebeldes llegadas de Gipuzkoa y tropa africana rápidamente transportada en ferrocarril hasta Vitoria cerraron el paso a la ofensiva. El día 6 rompían el cerco sobre Villarreal y frustraban definitivamente la operación, aunque los combates, cada vez más tenues, continuaron hasta enero.

La ofensiva constituía parte de un plan más ambicioso que, a partir de tres líneas de avance formadas por tropas estacionadas en Santander y Bizkaia, lograra penetrar por el norte de Burgos y Vitoria para converger en Miranda. Se descongestionaba así el frente de Madrid, se ocupaba el principal nudo ferroviario del norte y se vislumbraba la posibilidad de unir las dos zonas republicanas con otra cuña que avanzara desde Aragón. Bien concebida, tuvo que superar las dificultades de la inferioridad aérea, el mal tiempo y el mal equipamiento. El factor decisivo fue, sin embargo, la primaria organización del ejército vasco-republicano, basado en el batallón mientras que las tropas de Franco se organizaban ya en brigadas y en divisiones, y la escasa formación de la oficialidad. Aquella batalla pudo haber cambiado el curso de la guerra en el norte, y, tal vez, en España. El hecho es que no fue así.

Por su parte, Mola había concentrado una fuerza importante con tres brigadas (la 1ª, la 3ª y la 4ª de las Brigadas de Navarras), a las que el 2 de abril se unió la Brigada Mixta italiana ("Flechas Negras"), con blindados, artillería pesada y de montaña, unos 130 cañones y obuses, unidades de zapadores y una fuerza aérea bajo mando alemán en varias bases de unas 150 unidades de combate. A lo largo de la ofensiva se formarían la 5ª y 6ª Brigadas de Navarra. Una de choque muy importante situada en el sur y el este de Bizkaia. Ante la imposibilidad de tomar Madrid, el Alto Estado Mayor sublevado decidió atacar el norte, por el valor estratégico de la industria vasca y el efecto moral que significaba eliminar uno de los frentes de lucha.

La noche del 31 de marzo de 1937 se iniciaron las operaciones en el frente de Bizkaia, situando el puesto de mando en Vitoria bajo el mando del general Solchaga y con el coronel Vigón como Jefe de Estado Mayor. La táctica de Mola, jefe del Ejército del Norte cuya 6ª División era la que atacaba, fue la de concentrar la tropa sobre el punto del frente a batir, realizar un bombardeo de saturación con artillería y aviación, para ser tomado a continuación al asalto por la infantería. Mientras tanto, los aviones destruían las líneas de abastecimiento de la retaguardia enemiga. La táctica defensiva del Ejército vasco-republicano hubo de ser aún más primaria ante la carencia de material pesado y aviación con que contrarrestar la ofensiva de las Brigadas de Navarra. Resistir fue la consigna. A pesar de ello, la defensa fue extraordinaria mientras las brigadas arremetían contra las resistencias.

Sin embargo el 11 de junio fue roto el cinturón de hierro por Aretxabalagañe con 140 piezas de artillería, 100 aviones, 30 batallones, una inmensa fuerza para la época, y el día 19 entraban las tropas sublevadas en Bilbao. Escenas de evacuación en los días anteriores, por tierra y mar, como los cuatro mil niños embarcados en el Habana en mayo, origen de una parte de la diáspora vasca, y toda una serie de lugares míticos, escenario de episodios de guerra entre el 1 de abril y el 19 de junio de 1937: Intxortas, Kampanzar, Kalamúa, Sollube, Bizkargi, Peña Lemona, Pagasarri. Cumbres que jalonaron el avance de los sublevados hasta Bilbao. Y sobre todo Gernika. El 26 de abril, en una operación de dudoso valor militar, por no decir sin valor militar, y gran efecto sicológico, la aviación franquista (alemana e italiana; aviones Savoia con base en Soria y Alcalá de Henares; VB -bombarderos experimentales alemanes- y Junker-52, con base en Burgos) bombardeaba a la población civil de la localidad de Gernika en día de feria, provocando varios centenares de muertos. Se inauguraba así una práctica muy empleada durante la Segunda Guerra europea: el bombardeo de ciudades.

Sin objetivo militar específico, buscaban causar el mayor daño en la moral del enemigo, sin, para ello, reparar en la altísima mortalidad que provocaban entre la población civil. O, más bien, buscando el mayor daño posible entre esa población civil como medio de minar la moral del combatiente. No era un bombardeo con fines militares o económicos. Era la guerra total. La completa destrucción del contrario sin reparar en medios. Lo empleado luego en Europa entre naciones, se empleaba en España entre nacionales. La guerra civil era algo más. Era una cruzada contra la formación "anti-española, rojo-separatista" que tenían enfrente. Eran "anti-nacionales", comunistas, anarquistas, separatistas, todos estaban "fuera de la nación". Nada importaban los medios empleados para destruirles. Aquel modo de ver las cosas se emplearía también en retaguardia.

Con la toma de Bilbao terminaba la guerra en territorio vasco, aunque las tropas del ejército vasco-republicano, en retirada, continuarían combatiendo -ya sin entusiasmo- hasta su definitiva rendición en la bolsa de Santoña (Santander, 26 de agosto). Las unidades navarras rebeldes continuaron su avance por el norte. Aunque los republicanos contraatacaran en Belchite, apenas si lograron detener a los sublevados cinco días. El coronel Solchaga rompía el 1 de septiembre el frente por San Vicente de la Barquera con cuatro brigadas navarras. Asturias había quedado aislada (refugiados y dificultades de suministro). Sin embargo, con unos 75.000 hombres en armas, la resistencia fue tenaz. Tardó un mes, 10 de octubre, en producirse un cambio decisivo al romper el frente del Sella. Arriondas e Infiesto corrían la suerte de Gernika: fueron destruidas por la Legión Cóndor, que mantenía el puerto de Gijón sometido a un intenso bombardeo. El 17 de octubre el Consejo de Asturias resolvía evacuar en muy malas condiciones. Necesitaban tres días para las destrucciones estratégicas y para evacuar a los cuadros más experimentados del ejército. El 21 de octubre de 1937, la IV Brigada de Navarra entraba en Gijón.

Las fuerzas rebeldes de Vasconia esencialmente compuestas por requetés, habían logrado para Franco, Mola había muerto ya, aniquilar un frente difícil liberando fuerzas para otras zonas, dotarle de una zona estratégica en términos económicos (altos hornos en Bilbao) y darle su primera victoria significativa.

En efecto, desde Navarra y Álava (como territorios; porque como sociedades estaban tan divididas como lo estuvieron Gipuzkoa o Bizkaia, que, por otro lado, desde octubre de 1936 y junio de 1937 respectivamente, fueron igualmente "españolas y franquistas"), se combatía por una solución radicalmente divergente de la que representaba el Gobierno vasco y republicano. Era, en parte, gente sencilla que había entendido la "República laica" como una permanente agresión a un mundo que consideraba íntimamente suyo y que identificaba con la religión católica. En esa dirección había ido toda la línea de discurso lanzada los años anteriores por los grupos de la derecha más o menos radical (que en Vasconia había calado muy hondo; Ezkio (Ezquioga), Sagrado Corazón, San Francisco Javier).

Había, también, gente de clase media y profesionales que habían evolucionado desde la derecha liberal conservadora o desde el tradicionalismo hacia las nuevas formas del autoritarismo pujantes en Europa, en clave católica, también. Y estaba el "sindicato de los intereses", el mundo financiero y empresarial que veía con simpatía las soluciones de nacionalismo económico y la eliminación del movimiento obrero organizado adoptadas en la Italia fascista o la Alemania nazi. Era, verdaderamente, una coalición desequilibrada. Mientras los primeros, gente sencilla, debía soportar en primera línea el esfuerzo militar de la guerra, las clases medias, las direcciones de los partidos y los grupos de poder económico, especialmente desde que los franquistas tomaran Bilbao, organizaban el aparato político en retaguardia. No siempre en consonancia unos con otros. Que los militares lograran finalmente imponer cierta disciplina en aquella coalición, no significa que no se dieran profundos desacuerdos entre los distintos poderes y entre los distintos proyectos.

En Navarra, como se ha dicho, se constituyó un organismo territorial que funcionó de modo autónomo del poder de Salamanca, como funcionó el Gobierno vasco respecto del poder del gobierno de la República (efectos de la guerra): la Junta Central de Guerra Carlista de Navarra. Al fin y al cabo, siempre se proclamó la condición foral de Navarra. Se trataba de una combinación de tradición foral, memoria de las guerras del XIX y del nuevo autoritarismo europeo. Fue ella la encargada de organizar la recluta militar y de asumir la dirección política de Navarra, siempre tuvo un cierto control sobre los tercios salidos de su territorio, mantuvo su Estado Mayor y dio pasos para constituir una academia militar antes incluso de que lo hiciera Fal Conde.

En sus manos estuvo la organización económica y la dirección de la hacienda, en combinación con la Diputación; para ello contó con el Crédito Navarro, la Vasconia y las Cajas de Navarra y Pamplona. Ella fue la encargada, solapando sus funciones a las instituciones regulares del Estado (del mismo modo que el partido nazi, NSDAP, se confundía con el Estado alemán) de la reorganización de los municipios y la administración preexistente, depurando los cargos públicos o funcionarios favorables a la República, de integrar en su organización desde el Orfeón Pamplonés a la Cámara de Comercio. Tenía su propia policía, luego confundida con la del Estado, y su servicio de información. En Navarra se organizó un pequeño estado de corte autoritario; siempre fiel, en todo caso, a Salamanca. Cuando Franco, en un gesto castrense y totalitario, decidió unificar a todos los partidos y grupos en la FET de las JONS (19 abril 1937), negoció con Martínez Berasáin, no con Fal Conde, quien se hizo acompañar por el Conde de Rodezno y Martínez Morentín (12 de abril de 1937). Es decir, negoció con el carlismo navarro. Previamente, el 4 de abril, se había reunido una magna asamblea de personalidades navarras para exigir un cambio de rumbo en el carlismo de Fal y Don Javier.

A cambio de aquella sintonía, la Junta navarra controló los movimientos políticos en las provincias vascas. Las Juntas de Guerra guipuzcoana y vizcaína se hicieron tras consultarla, aunque la personalidad de José María Oriol en la segunda generaba alguna desconfianza. Controló directamente las nuevas unidades del requeté formadas en aquellas provincias nombrando a sus mandos. Se hizo con su propia radio, Radio Requeté, con sede también en Vitoria. Incautó la rotativa de El Liberal de Bilbao para emplearla en el Pensamiento Navarro, logró apoyos económicos para El Pueblo Vasco de Bilbao y el Diario Vasco de San Sebastián. Y llegó a nombrar representantes propios en París. Álava funcionó discretamente como una provincia más de las controladas por los sublevados bajo la égida navarra, que llegó a controlar políticamente Gipuzkoa y Bizkaia. Hasta que entre 1937 y 1938 se intentó la única experiencia radical, una especie de totalitarismo foralista dirigido por el periodista navarro Eladio Esparza y el político local José María Elizagárate (partido único de fuerte movilización, refuerzo de la liturgia nacional-católica, intervención directa en todos los órganos de la sociedad civil, confusión Estado-partido, ideología oficial católico-foral, megafonía en las calles que interrumpía con una marcha o el Ángelus el discurrir de los transeúntes, etc.).

Podría hablarse de un fascismo pasado por los autos sacramentales barrocos y por el foralismo. Eladio Esparza, el que fuera subdirector del Diario de Navarra, y promotor de algunas de las ceremonias más espectaculares de primera hora en Pamplona, fue nombrado Gobernador Civil. Inmediatamente designó Delegado de FET a José María Elizagárate, y al poco, Diputado General. Aquella fórmula, por radical, chocó con las cámaras económicas, los colegios profesionales y con múltiples intereses locales, además de con la ciudadanía, que padecía una intensa e impostada movilización y una brutal represión. Fue yugulada el verano de 1938 desde el Consejo de Ministros y sustituida por una fórmula de pretendido apoliticismo autoritario y paternalismo, de adhesión inquebrantable sin movilización, hecha de valores tradicionales (religión y buena costumbre). Lo que sería el franquismo definitivamente.

La guerra se hacía para "eliminar el mal del ateísmo". La retaguardia era, en ese sentido, una prolongación -si se quiere, más cruel- del frente. Se encarcelaba y hacía desaparecer al "otro" (socialista, republicano, comunista, anarquista o nacionalista) como parte del propio programa político que les había llevado a levantarse en armas contra la República. Así es como se produjo una ingente matanza, encarcelamiento, deportación, depuración en el funcionariado y laboral, y represión general de toda disidencia demostrada o, en muchos casos, sospechada (casi 3.000 muertes por causa política solamente en Navarra, en general sin proceso, durante los años de guerra). Todo en aras de la "extirpación definitiva del mal". Aquella actividad quedaría institucionalizada como parte del régimen de Franco con los Tribunales de Responsabilidades Políticas que buscaban castigar sistemáticamente a la "otra España".

Todo por una España católica reconquistada desde aquella "nueva Covadonga". Era esencial que la Iglesia estuviera con ellos. Así fue. Los dos prelados, el guipuzcoano Mateo Múgica, y el navarro Marcelino Olaechea, redactaron una pastoral en la línea del nacional-catolicismo, condenando la "deserción" de los católicos nacionalistas del PNV. Sin embargo, no fueron muy flexibles a la hora de las depuraciones de sacerdotes nacionalistas. Especialmente, monseñor Múgica, ya enfrentado con José Luis Oriol. Se le organizó un viaje al Vaticano por labores misionales y quedó extraterrado. A partir de la marcha de Múgica y el nombramiento de Pérez Ormazábal como vicario general, se dio una total reorganización de la estructura eclesiástica de la Diócesis, especialmente en el obispado y el Seminario. Hubo 45 sacerdotes presos en la prisión de Nanclares, además de numerosos desterrados, etc..

El triunfo militar en una guerra, un aparato policial contundente contra cualquier signo de disidencia y un apoyo social nada desdeñable en un territorio en el que una clase media católica, la alta burguesía industrial y de los negocios, y sectores populares radicalmente antirrepublicanos habían apoyado la sublevación, hicieron inapelable el triunfo del franquismo en aquellos primeros años. Esto a pesar de existir la oposición más estructurada del territorio español, con apoyos sociales, a su vez, más consistentes.

Su consolidación se basó en el establecimiento de un Estado de corte totalitario y la realización de una política económica marcadamente nacionalista e intervencionista según la tradición inaugurada por Primo de Rivera y siguiendo el modelo de economía autárquica italiana. En lo que respecta a su idea de la organización del Estado venía presidida por un nacionalismo español de corte tradicionalista, pilar y sustento de la nueva ideología oficial. Desde una idea tradicional de España, más próxima a la España de los Austrias que a la extranjerizante de los Borbones, se dio cabida al concepto de foralidad. Esto permitió una apreciable potestad administrativa y económica a los territorios de Navarra y Álava. Gipuzkoa y Bizkaia, sin embargo, fueron castigadas como hemos visto.

Vasconia fue uno de los primeros lugares en que fue organizándose el Nuevo Estado como tensión entre los grupos radicales, los intereses de la Junta carlista navarra, la influencia de los hombres de Neguri y los nuevos hombres fuertes, los militares.

Si el consumo de mineral-hierro por Altos Hornos de Vizcaya en 1937, en pleno esfuerzo de guerra del Gobierno vasco, había caído hasta las 195 mil toneladas frente a las 329 mil de 1933, año de crisis, en 1938 con Bilbao ya en manos de los sublevados la producción había ascendido a 461 mil. Un aumento del 136 por ciento; algo espectacular. El consumo de cemento pasó de las 37 toneladas a las 109 mil en el mismo intervalo, 195 por ciento de aumento. En cuanto al mundo financiero, si en la Bolsa de Madrid entre 1936 y 1944 la contratación de renta variable caía una quinta parte y a la mitad en la de Barcelona, en la de Bilbao se multiplicaba por seis y por treinta la renta fija. Los beneficios de la banca bilbaína ascendieron de los casi 24 millones de pesetas en 1935 a los casi 143 millones en 1948. El Bilbao de los sublevados era la capital del dinero.

La recuperación de la producción y la actividad financiera en el País Vasco, especialmente en Bilbao pero también en el sector metalúrgico de Gipuzkoa, fue espectacular. También la tasa de beneficio de las grandes empresas y los bancos, especialmente el Bilbao y el Vizcaya. De modo que las grandes familias vizcaínas de los Chavarri, Gandarias, Urquijo, Ybarra, Ampuero, etc., que vieron confirmada su posición con el nuevo régimen, se vincularon intensamente a él -en mayor medida que otros grupos empresariales, como los catalanes-. Aquella rápida expansión económica de la posguerra estuvo basada en una política de radical nacionalismo económico. Fue la época de la autarquía propiciada por los jerarcas del régimen como modelo de gestión económica nacional. Era el modelo vigente en Italia y del que se tomaron los principios, las instituciones e incluso la legislación y normativa.

La industria vasca en general y, especialmente, el complejo industrial y financiero bilbaíno, estaban en inmejorables condiciones para aprovechar aquella coyuntura económica. Por decisión del nacionalismo vasco, la industria estratégica del norte que fue cayendo en manos de los sublevados en septiembre de 1936 y durante 1937 conservó casi intacto su capital orgánico,contraviniendo con ello las órdenes del gobierno republicano de inutilizar la capacidad productiva de la industria estratégica que fuera a caer en poder del enemigo. Los altos hornos pudieron ponerse a pleno rendimiento en el propio 1937. Los astilleros, la industria química y de explosivos, las metalúrgicas y las de material ferroviario, las navieras estuvieron disponibles para hacer frente a la reconstrucción, desde el primer momento bajo las Comisiones Militares de Incorporación y Movilización. Otro tanto ocurrió con la poderosa red financiera vasca: el Banco de Bilbao, el Banco de Vizcaya, etc. y sus Cajas de Ahorro pronto recuperaron los efectivos incautados por el gobierno republicano. Por su parte las Cajas alavesas y el Crédito Navarro ya venían colaborando en dicha labor.

El sector laboral, a pesar de su escasez inicial, fue sometido a un estricto ritmo de trabajo y a aumentos continuados de horario, sin que ello repercutiera necesariamente en los salarios ni existiera, naturalmente, capacidad de respuesta. Sólo algunos estrangulamientos en el abastecimiento de materias primas y las restricciones en el suministro de energía eléctrica limitaron las posibilidades de crecimiento de aquel complejo industrial. Fue la época pujante de Altos Hornos de Vizcaya (que se hacía con el control de la Siderúrgica Mediterránea de Sagunto, en Valencia, 1940), de Firestone, Babcock-Wilcox, Sefanitro (controlando la producción de fertilizantes), de Iberduero (fundada en 1944 por la fusión de Hidroeléctrica con otras empresas, y que controló buena parte de la producción eléctrica española), y de los Bancos de Bilbao y Vizcaya.

Pero fue también la época en que la producción llegó a resentirse a causa de la "depauperación física del obrero por alimentación deficiente", tal como rezaban los informes de la patronal. Tiempo de hambre e inflación; tiempo en que el índice de precios clandestino entre 1936 y 1946 se multiplicaba por diez y el del pan por veinte, mientras los salarios subían tan sólo un 19%. Con ello el poder adquisitivo se reducía casi a la décima parte. Tiempo de racionamiento y hambre por la carencia de productos de primera necesidad como el pan, el carbón, la carne o el pescado. Días de "plato único", días "sin fumar". Todos en el contexto de una economía de guerra y de éxito relativo.

La guerra había tenido unos efectos devastadores en el tejido social del País. Había provocado masivos desplazamientos de población (en torno a dieciséis mil guipuzcoanos desplazados a Bizkaia entre 1936 y 1937 y otros miles de refugiados en Francia en el mismo periodo). Al exilio había que añadir los prisioneros, que lentamente irían volviendo a sus casas en difíciles condiciones, las ejecuciones sumarias y las bajas de guerra. Las dificultades de avituallamiento que se arrastraban desde la guerra hicieron aún más difícil afrontar el bloqueo al que le sometieron las potencias aliadas en la posguerra.

El Estado totalitario español se organizaba sobre cuatro pilares:

  1. Lo que los nazis llamaron el Gleichschaltung (organismos de igualación social) que integraba a toda persona en el engranaje asociativo del Estado
  2. Una organización corporativa de las instituciones estatales
  3. Una ideología de Estado -a modo de mito nacional- que identificara la nación con la propia función y objetivos de éste (y, como corolario, la expulsión de la vida social de todo disidente tildado de elemento antinacional)
  4. El desarrollo de un mundo simbólico y ritual que visualizara ostentosamente ante la población aquella comprensión de las cosas. Para su ejecución capilar (pueblo a pueblo, parroquia a parroquia) un partido único (la Falange Española Tradicionalista y de las J.O.N.S.; a pesar del mutuo desencuentro que provocó, entre otros hechos, un grave incidente en Begoña, con explosivos y heridos, en 1942) y la idea de crear una comunidad nacional con un destino en la historia.

Todo esto fue tomando forma desde 1937 en Vasconia. Ya en 1938 -y por ley de 1939- todas las asociaciones recreativas (caso de la Vitoriana de Espectáculos S.A., el Orfeón Pamplonés y otras en todo Vasconia) fueron a integrarse en lo que luego sería la Obra Sindical de Asociación y Descanso, siguiendo el modelo del Dopolavoro italiano. Desde ella, terminada la guerra, se irían organizando todas las actividades deportivas (fútbol, gimnasia, etc.) y de esparcimiento (excursiones, vacaciones veraniegas, etc.) de los trabajadores, buscando integrar en organizaciones promovidas desde el gobierno todas las actividades del "hombre productor". Aquella actividad, y las sucesivas, vino a estar inspirada y normativizada por el Fuero del Trabajo (versión española de la Carta del Lavoro, aprobado en marzo de 1938), propuesta de carta magna nacional-sindicalista que aspiraba a proponer una vía intermedia entre lo que llamaba el capitalismo liberal y el materialismo marxista, con elementos del catolicismo social, de fuerte impronta en España y Vasconia.

Inicialmente fue desde el Ministerio de Organización y Acción Sindical desde el que se intentó articular aquel proyecto de encuadramiento masivo de la población. Pero pronto se organizaron "servicios sindicales" en cada provincia a partir de absorber los restos de la CESO, la ONC y la CONS falangistas. Todo ello bajo la atenta supervisión del Delegado Provincial de la FET e integrados en una gran organización sindical creada por decreto en abril como Central Nacional Sindicalista (CNS). En ella se integraron también las organizaciones patronales (aunque la Liga Vizcaína de Productores y la Liga Guipuzcoana sobrevivieron con dificultad), las Cámaras de Comercio y Agrarias, los colegios profesionales, y otras organizaciones económicas y recreativas.

Una función similar, encuadrar a la población y suplir a la iniciativa privada en todos los aspectos de la vida diaria del mundo del trabajo, vinieron a cumplir la Sección Femenina entre las mujeres, creando las que llamaron Escuelas de Hogar y grupos de coros y danzas, etc., y el Frente de Juventudes entre las generaciones más jóvenes (Hogares Juveniles en pueblos y ciudades y, sobre todo, campamentos para el verano). Ninguna actividad social, o incluso privada, podía desarrollarse al margen del Estado. Toda la socialización de los miembros de la comunidad nacional debía ser supervisada por el Estado a través de su red de organizaciones.

A reforzar esa idea de España-católica vinieron toda una serie de coronaciones multitudinarias de las Vírgenes y patronas más populares del País Vasco, ya desde la jornada de desagravio a la Virgen de Begoña presidida por el nuncio papal monseñor Antoniutti el 15 de agosto de 1937. En septiembre de 1941 se proclamaba patrona de Álava a la Virgen de Estíbaliz. En 1943 acudía la representación más alta del Estado, general Franco, a honrar a la Virgen de Aránzazu en su día. Y en septiembre de 1952 la Diputación navarra organizaba con gran solemnidad el acto masivo de la coronación de la Virgen de Ujué. Procesiones de Corpus, del Sagrado Corazón, o del Viernes Santo organizadas como grandes jornadas de afirmación patriótica; la javierada de 1941 (peregrinación de jóvenes navarros a Javier, cuna de San Francisco, patrono de Navarra) concebida como prolongación de la cruzada de la guerra del 36, misas de campaña en plena calle, Via Crucis multitudinarios como el celebrado en Bilbao en 1940, reposiciones de imágenes del Sagrado Corazón, Congresos Eucarísticos, Misiones públicas y masivas que recordaban a las misiones barrocas, todo hacía vivir a la gente de la época en una especie de fervor religioso y patriótico permanente.

Era un sistema en que, parafraseando a Dahrendorf, cada acción y cada minuto de la vida del "ciudadano" se encontraba sometido al control y a la regulación del Estado. Un Estado que se veía a sí mismo como la propia personificación de la nación encendida por el espíritu católico. Sobre esa estructura así organizada se erigía un sistema de poder. En el País Vasco de las finanzas y la industria fue el que ocupó los cargos de responsabilidad provincial y las alcaldías de las grandes ciudades. Incluso los Careaga, Ybarra, Lequerica, Oriol, Areilza, Rodezno, etc. alcanzaron los más altos niveles en la estructura del Estado.

Esto ocurría entre la gente asimilada al régimen, por adhesión o por acomodación. Otra cosa era lo que ocurría con aquéllos que se oponían o simplemente discrepaban de aquel modo autoritario de gobierno. A pesar de algún intento de integración, que no pasaría del perdón cristiano, el tratamiento en esos casos era la persecución y la penalización de sus conductas, e incluso de su modo de pensar. Fue aquélla una situación de guerra sostenida: existían los vencedores, quienes habían conquistado el derecho al beneficio en todos los ámbitos, y los vencidos, para quienes incluso las migajas eran un regalo. Ése era el estado de cosas que presidía cada acto de la vida cotidiana e inspiraba la propia legislación. La falta de libertades era absoluta: ni existía libertad de prensa, ni libertad sindical, de asociación o de expresión. Los derechos humanos eran sistemáticamente incumplidos. Y aparte queda la historia de aquéllos que atravesaron la frontera y malvivieron en los campos de internamiento franceses y tuvieron que sobrevivir al exilio.

JUT