Villes

Donostia / San Sebastián

Hasta tiempos no muy lejanos, las fiestas se caracterizaban por un marcado carácter religioso, que se complementaba con los actos folklóricos y deportivos. En primer lugar, la fiesta se justificaba por la afirmación devota, dirigida y presidida por las jerarquías sociales, y ello determinaba tanto el modo como la libertad de participación del cuerpo social. Así se explica que ya las Ordenanzas Municipales de San Sebastián, confirmadas por los Reyes Católicos en 1489, prohibieran a vecinos y foráneos que:

"en los Domingos e días de Pasqua e de Santa María e de los apóstoles ni de otras fiestas solemnes no sean usados de descargar madera, ni leña, ni bienes ni otras mercadurías algunas en los puertos de esta Villa ni de las carrear con bestias ni bueyes, ni en otra manera", cuya infracción acarreaba multas.

Eran las festividades, por tanto, días de descanso obligatorio, incluso cuando las necesidades cotidianas pudieran desaconsejarlo. De antiguo se ha otorgado en San Sebastián extraordinaria importancia y fausto a las procesiones religiosas: en especial, a las ya extinguidas del día del santo patrón, desde Santa María a la iglesia de San Sebastián del Antiguo, y del Corpus Christi, con asistencia del cabildo, Ayuntamiento y las cofradías de San Pedro, San Eloy y San Martín con sus pendones y las cruces de todas las parroquias, en un orden procesional perfectamente establecido por acuerdo del año 1651. Antiguamente se hacían procesiones por las calles en los días de San Sebastián, patrono de la ciudad, San Roque, Santa Quiteria, Santa Victoria, Ramos, jueves y viernes santos, Letanías, Ascensión, Corpus Cristi y su octava, Santiago y San Bartolomé. Pero desde hace muchos años cesaron todas; menos las del Corpus Cristi y su octava, que se conservan, saliendo aquélla de Santa María y ésta de San Vicente, y siguiendo por los puntos acostumbrados. [Gorosabel: Diccionario Histórico de Guipúzcoa, 1862].

Todavía perdura en San Sebastián con algunas variantes, una costumbre gascona de que nos habla Gamón, y es la función eclesiástica solemne que el Cabildo de las dos parroquias de la ciudad, hace de inmemorial tiempo, saliendo de San Vicente en procesión anualmente, la tarde antes del día de San Juan Bautista o sea el 23 de junio, después de vísperas, y pasando a la plaza de la Constitución, donde bendice un árbol joven fresno, de altura como de siete metros, que los de la ciudad fijan y colocan en medio de dicha plaza. Este árbol muy frondoso, suelen ponerlo rodeado de leña o palos secos y con paja al pie. El cabildo canta el Evangelio de San Juan, un Preboste con vela ardiente enciende la leña y paja seca y éstas prenden al árbol, bendice el fuego del árbol encendido y acabada esta función vuelven los Clérigos a la misma parroquia, dejando el árbol bendito para despedazarlo y repartir sus pedazos y astillas a la mucha gente que concurre a esta bendición para llevar esos restos a sus cocinas.

De igual manera, sigue diciendo Gamón, hacían los de San Sebastián la referida bendición del fresno en tiempos antiguos, pero en los últimos largos años la celebran sin tanta solemnidad. El año 1869 se prohibió por el Ayuntamiento el celebrar esta función, pero a petición del vecindario se estableció de nuevo once años después. En 1912 volvió a suprimirse y en 1916 se estableció nuevamente a condición de no quemar el árbol, y así se sigue haciendo todos los años el día señalado, con algún festejo más que se añade para amenizar el acto, desde el año indicado de 1916. [Múgica: Los gascones en Guipúzcoa, "Homenaje a Carmelo de Echegaray", 1928].



En segundo término, la fiesta donostiarra en su expresión más espontánea y popular se manifestaba en los eventos folklóricos. Así describen unos visitantes ingleses, la forma en que los donostiarras se divertían en 1700:

"Todos los domingos y días festivos tiene lugar en la plaza del mercado un baile para gente ordinaria, que se celebra de la manera siguiente. Hay tres tambores y flautas. El Tambor Mayor, que además ejerce el oficio de verdugo, lleva el tambor más grande, que viene a ser del tamaño de un tambor infantil. Tocan el silbato sosteniéndolo con una mano, mientras con la otra baten sus tambores hasta que se forma un corro. En ese momento, uno de los más ágiles jóvenes entra en el centro del círculo y empieza a lucir sus habilidades danzantes; después saca del corro una moza, y ésta a su vez a otro compañero, y así sucesivamente, se van formando las demás parejas. El primer bailarín conduce la danza y todos bailan, demostrando su destreza durante una hora".

A los bailes colectivos habría que añadir las otras tres grandes pasiones del pueblo tradicional donostiarra: los partidos de pelota, los juegos de bolos y los toros, en forma de sokamuturra o toro ensogado comúnmente, y en las grandes celebraciones las corridas de toros en su Plaza Vieja (actual Plaza de la Constitución). Afición ésta que al gran cronista guipuzcoano Don Manuel de Larramendi le resultaba incomprensible, pero que describe magistralmente cuando dice:

"Las fiestas en que no hay corrida de toros apenas se tienen por fiestas, aunque haya la mayor alegría del mundo; y si hay toros, luego se despueblan los lugares a verlos; y no sé cuándo se ha pegado a los guipuzcoanos esta manía y bárbaro gusto de toros y moros, común a los demás españoles: y es tal y tan grande esta afición que, como se dijo por chiste de los de Salamanca, si en el cielo se corrieran toros, los guipuzcoanos todos fueran santos por irlos a ver en el cielo".

Hasta nuestros días ha llegado también la afición al zezen-zusko o toro de fuego, indispensable en toda fiesta desde que a mediados del siglo XVII los marinos de este puerto lo importaran de tierras chinas.

  • La soka-muturra donostiarra

Su abolición dio lugar en 1901 a un motín con intervención de la fuerza pública, disparos y detenidos por escándalo en la vía pública. En San Sebastián se corrían bueyes más corpulentos y menos acometedores que los de Lastur. No se toreaban con capa o muleta, sino a cuerpo limpio, hurtando las acometidas con regates, quiebros y cambios. La "soka-muturra" (tenía la solemnidad de un rito. Ya para la primera quincena de enero empezaba la gente a preocuparse y comentar las sesiones municipales en las que se acordaba el número de bueyes que habrían de correrse todos los domingos desde San Sebastián, 20 de enero y el día de la Candelaria, hasta el martes de Carnaval. A la hora de correrlos, las 8 de la mañana, 12 de la mañana y 4 de la tarde, el alcalde, o quien le representase, daba la orden de salida, que transmitía personalmente el popular Salcedo, conserje del Ayuntamiento, trasladándose con mucha prosopopeya, seguido de toda la chiquillería a la barraca que servía de chiquero, aproximadamente la actual casa número 24 de la calle Aldámar, que servía de fondo a la calle de Iñigo, por donde hacía su primera carrera en dirección a la plaza de la Constitución.

Entre tanto, la banda de txistularis iniciaba los compases del Iriyarena y transmitida la orden de salida por Salcedo o por Juanito Irazurca, ordenanza de la Alcaldía, que le sustituyó en sus funciones, asomaba el primer carnicero dándole vueltas a la soka-muturra, acompañado de los gritos de la muchedumbre: Emen uek (¡Ahí viene!), que provocaba la desbandada de los timoratos y excitaba a los valientes a agarrarse a la soga y entrar con ella a la plaza del Ayuntamiento, en el centro de la que había una argolla en el suelo por donde se pasaba la soga, para amarrarla a una de las columnas que sostienen los arcos; transcurridos unos diez minutos, durante los cuales se habían lucido los atrevidos, se desataba la cuerda de la columna, se volvía a sacarla de la argolla y se devolvía el buey a su chiquero, para dar salida a otro u otros, según el número de los que se toreasen. El destino de la argolla era el limitar el radio de distancia hasta los arcos, para que el buey no llegara al interior de éstos, refugio de los que huían y de los que paseaban para verlos de cerca.

Cuando iba y venía el buey siguiendo la dirección de la plaza o del chiquero, solía dar algunos sustos, pues inesperadamente solía, a veces, dar una carrera por una calle colateral, por donde, oficialmente, no le correspondía y se formaba un tumulto. Esta diversión que, rara vez, ocasionaba más daño que el de alguna caída de la res, y que diligentemente era asistida en el Cuarto de Socorro de la plaza de las Escuelas, por el médico Don Julián Usandizaga y el practicante Don Blas Benegas, fue suprimida por el Ayuntamiento que, en sesión de 14 de enero de 1901, estimaba que era una diversión, si bien adecuada a pequeñas poblaciones, impropia de una ciudad, dado el crecimiento y desarrollo que iba adquiriendo. Este acuerdo provocó gran descontento y protestas, que se tradujeron en una algarada de tipo. amotinado con intervención de la fuerza pública, que se vio obligada a hacer tres descargas, previo toque de atención, dos al aire y una al suelo de rebote, con el propósito de disparar directamente al cuerpo si no se hubiera disuelto la multitud, según declaración del comandante señor Beorlegui.

El resultado fue varios heridos por pedradas, desperfectos de fachadas y balazos en algunas tiendas, y la detención y conducción a la cárcel de Ondarreta de muchos jóvenes, entre ellos, de algunas familias distinguidas, como Ignacio Colmenares, Rafael Eraso, Ezequiel Aizpurua, Alfonso y Javier Peña y Goñi, Ascensio Martiarena (el famoso pintor), Antxon Moreda y otros más, todos los cuales fueron puestos en libertad mediante fianza de 25.000 pesetas, que prestó por ellos el entonces joven periodista Don Rafael Picavea, fundador de EL PUEBLO VASCO, lo que le hizo ganarse muchas simpatías y votos para las próximas elecciones de diputados a Cortes, iniciándole en la política, donde, con posterioridad, actuó intensamente.

Tan festero ha sido siempre el donostiarra, que con fiesta inicia el año y con fiesta acaba, amojonando su calendario con holguras que acortan las estaciones frías y alargan las gratas.

La feria de Santo Tomás del 21 de diciembre sella el ciclo anual con txistorra y pan. En su origen, los baserritarras celebraban mercado en San Sebastián tal día, coincidiendo con el período de liquidación de rentas al propietario de sus tierras o caserío y, por tradición, éste les invitaba a comer. Además, era buen momento para hacer acopio de semillas, aperos y todo lo necesario para las faenas del nuevo año. Esta feria, ya hoy muy urbanizada, pervive con gran vigor, y raro es el hogar, puesto de trabajo o establecimiento público donde no se comparta en la ocasión txistorra y pan:

Santo Tomaseko feriya,
Txorixua eta ogiya!

El sorteo del cerdo, los concursos de ganado, verduras, espantapájaros, las competiciones de deporte rural y los actos culturales del 21 de diciembre en San Sebastián preludian la Navidad que tres días después comienza con las postulaciones del Olentzero; jóvenes vestidos al estilo tradicional, portando en andas la figura de trapo del mítico carbonero, recorren los barrios entonando viejas canciones en demanda de aguinaldo.

Desde 1884, el sábado anterior a la semana de Carnaval llegan a San Sebastián los Caldereros, bufa avanzadilla de pregoneros del rey Momo, que por una noche instalan su campamento zíngaro en el centro de la ciudad para deleitar al pueblo con sus canciones. Su himno, compuesto por Raimundo Sarriegui y Adolfo Comba, pertenece al patrimonio festivo más entrañable a los donostiarras:

¡Qué belleza!, ¡qué paisajes
contemplamos todos por doquier!
¡Al gran pueblo donostiarra
saludamos, llenos de placer!
Caldereros somos de la Hungría
que venimos a San Sebastián;
Aqui Momo sólo nos envía
a decirles que pronto vendrá.
Componemos la vanguardia
del alegre Carnaval.
¡Ay, cuánta dicha vamos a gozar!

Se trata de una peculiaridad del Carnaval de esta ciudad, pues si bien inicialmente los Caldereros formaban parte de las carnestolendas, su auge motivó que se independizaran desde el citado 1884, e incluso que dejaran secuelas, pues desde el año siguiente y hasta la fecha Artzaias e Iñudes (pastores y niñeras) desfilan cada Domingo de Caldereros.



La destrucción de los archivos históricos de la ciudad impide conocer el origen del Carnaval donostiarra, que a buen seguro se remonta a tiempos muy lejanos. Lo cierto es que en 1816, con la ciudad en ruinas y las heridas de su destrucción tres años antes aún sin restañar, quedó patente la peculiar inclinación de sus moradores para canalizar el dolor en vitalidad festiva, al organizar un emotivo Carnaval animado por aquel melancólico estribillo que para la ocasión escribiera el poeta José Vicente de Echegaray:

Privados en muchos años
de tunas y correrías
por fin con paz en Europa
volvemos a nuestros días.
San Sebastián desgraciada
venimos a ver tu suelo
con la música y el canto
a procurar tu consuelo.

Así fue como arraigó nuevamente el Carnaval donostiarra, al que acudía gente de todos los puntos para divertirse. Tras el largo paréntesis entre 1937 y 1977, renació como "fiesta de primavera" primero, y estrictamente como Carnaval a partir de 1979. Perdido el referente religioso que justificaba su carácter transgresor y saturnal, éste, al igual que los restantes carnavales urbanos, subsiste como espectáculo de presuntuosa exhibición, a pesar de los intentos puestos en marcha para dotarle de un carácter autóctono.

A mediados de agosto, cuando la belleza de Donostia alcanza su máximo esplendor, se celebra desde 1879 la Semana Grande. Sus luminosas noches y prolongados días atraen a los visitantes y estimulan el ocio del gran público, para cuyo solaz se organizan actividades de distinto pero muy equilibrado signo, iniciadas siempre con la Salve y el Festara el día 14.



El verano se cierra con la ofrenda del alcalde de la ciudad a Nuestra Señora del Coro, patrona de Gipuzkoa, en la víspera de su onomástica (9 de septiembre).

Como se dijo, el ciclo anual se cierra con una fiesta -Santo Tomás- y se abre con otra, precisamente la mayor y más importante de todas: la patronal de San Sebastián, el 20 de enero. La decisión de festejar cada año a San Sebastián en su festividad nace de la protección que se le atribuyó frente a la terrible peste del año 1597. El núcleo principal de la fiesta era la solemne procesión antes mencionada, hasta que la Tamborrada, que tanta fama ha dado a la ciudad, vino a robarle el protagonismo. Los orígenes de esta tradición son muy discutidos, pero no que surgiera de manera espontánea, e incluso algo anárquica, por iniciativa de la parte más dicharachera e iconoclasta de los donostiarras de la primera mitad del XIX. No obstante, la inclinación popular por las paradas grotescas viene de lejos. Ya a finales del siglo XVII el nutrido gremio de toneleros de San Sebastián improvisaba en su fiesta patronal de San Andrés "una mascarada que dura todo el día y hacen una porción de travesuras bastante ridículas", al son de sus toneles.

Según la versión más extendida sobre la génesis de la Tamborrada, la víspera de San Sebastián del año 1836 -con la plaza bloqueada por el ejército carlista-, los panaderos, pescateros y etxekoandres que se reunían a diario en las fuentes públicas de San Vicente a primera hora, junto a los trasnochadores y juerguistas de la ocasión, remedaron burlescamente con sus barriles a la guardia que, haciendo sonar tambores y pífanos, se dirigía como cada mañana desde Urgull a la muralla para efectuar el relevo, Tal fue el regocijo general, que al año siguiente volvió a repetirse y terminó constituyendo elemento esencial de la fiesta del 20 de enero. Parece claro, en cualquier caso, que los horrores de la guerra y la militarización casi permanente de San Sebastián por su estratégica ubicación, han dejado honda huella en los corazones de sus habitantes, cuyo carácter propenso a desdramatizar sus angustias y a hacer de la fiesta un vehículo de catarsis y comunión colectiva, transforma su realidad cotidiana en parodia primero y manifestación de clara impronta pacifista después. Este es el significado esencial de la Tamborrada donostiarra. Coincidiendo con la fiesta patronal, el Tambor de Oro se entrega desde 1967 a personalidades reconocidamente donostiarristas. La originalidad de las fiestas de San Sebastián explica que hayan sido objeto de múltiples imitaciones: ferias de Santo Tomás, arribada de Caldereros y tamborradas, se dan hoy no sólo en muchos puntos de Gipuzkoa sino en toda Euskal-Herria.

AAS