Ingénieurs

Cortázar y Larrubia, Daniel Francisco de Paula

Ingeniero de minas y geólogo. Madrid, 02-04-1845 - Madrid, 1927.

Aunque dotado para las matemáticas -al igual que su padre, el matemático bilbaíno Juan Cortázar (1809-1873)-, prefirió la ingeniería, y en 1860 ingresó en la Escuela de Minas de Madrid, tras haber estudiado, de manera doméstica, con su padre, las asignaturas que se requerían. A los veinte años concluyó brillantemente sus estudios de minas, el campo -junto con la geología- por el que mostró mayor afecto a lo largo de su vida. Más tarde se licenciaría en derecho, también brillantemente.

Una vez ingeniero, en 1865, Cortázar inició una etapa de cinco años en la que conocería la técnica administrativa y la profesión de la minería. Teruel fue su primer destino; luego vendrían, en rápida sucesión, los distritos mineros de Palencia, Jaén y Madrid. A continuación, fue subdirector de minas, primero en Linares y luego en Almadén, en cuya Escuela de Capataces de Minas enseñó dibujo, de 1867 a 1869.

Al final de este quinquenio, precisamente, inició Cortázar la que sería su mayor afición científica (aunque fuese, a decir verdad, fruto de sus servicios mineros): la incorporación a la Comisión del Mapa Geológico (creada en 1870), para la que trabajó durante 38 años y de la que llegó a ser director.

Casi inmediatamente, en 1874 y 1875, Cortázar preparaba sus trabajos sobre geología regional, incluyendo una sección de geología agrícola de diversas provincias de Castilla y Levante con la que acometió la agrología, entendida como disciplina genuinamente científica, frente a las más intuitivas, escasamente experimentales, agrologías anteriores. He aquí cómo se refería Francisco Javier Ayala, en un estudio sobre la geotecnia en la historia de España, a la influyente obra de Cortázar: Descripción física, geológica y agrológica de Valladolid (1877), realizada para la citada Comisión, en relación a la dimensión agrológica de la misma: "Cortázar, junto al naturalista Juan Vilanova y Piera (1821-1893), es uno de los iniciadores de la Edafología en España. Cortázar es probablemente el primero que hace una evaluación cuantitativa del suelo perdido por erosión hídrica debida a las lluvias en España".

El prestigio científico y el trabajo colosal que le supuso (en 38 años llegó a publicar siete tomos de las Memorias de la comisión), no impidieron que Cortázar realizase actividades en otros campos; más bien al contrario, ésa era la tarea con la que se ganaba el aplauso y la fama y sobre la cual -y gracias a la cual- fue creciendo con el tiempo su ambición e influencia. Sirvan como botón de muestra dos trabajos que terminarían alcanzando un importante eco: "Nuevo método de la iluminación de las minas" (1880), en el que introdujo mejoras en los sistemas de alumbrado que se venían empleando en las minas, y que fue traducido al inglés y al alemán; y "Meteorología endógena y estado interior del globo terráqueo, según los últimos adelantos de la geología" (1884), discurso que pronunció con ocasión de su ingreso en la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de Madrid, en la que desarrollaría una intensa actividad (llegaría a ser vicepresidente, en 1923).

Por cierto, tanto este nombramiento, como otros posteriores -presidente de la Comisión (1902-1908), del Consejo de Minería (1907-1909), y de la Sociedad Española de Historia Natural-, se deben a méritos geológico-mineros; y es que Cortázar forma, junto a Juan Vilanova, José Macpherson (1839-1902), Lucas Mallada (1841-1921) o Manuel Fernández de Castro (1825-1895), la gran pléyade de la geología española de la segunda mitad del siglo XIX. De hecho, participó en los Congresos Internacionales de Geología de París (1878), Bolonia (1881), Zurich (1894) y San Petersburgo (1897), siendo, además, jurado en las Exposiciones Universales de Filadelfia (1876) y París (1878).

Da idea de la meticulosidad extrema que caracterizó la obra científica de Cortázar el que llegase a proponer la limpieza de extranjerismos y barbarismos en la lengua española. Creía, en efecto, que en las aulas españolas las cuestiones de etimología, semántica o neología eran casi peregrinas, lo cual, en la práctica, redundaba en perjuicio de la formación del científico, más que del literato.

Que eso era así lo dedujo del contacto con numerosos campesinos (rudos y puristas), durante sus expediciones geológicas, recorriendo más de 100.000 Km. con su martillo y alforjas, apuntando, mientras examinaba muestras, expresiones regionales e inesperados modismos. Llegó así a preparar más de 14.000 papeletas, con adiciones, supresiones y enmiendas a la duodécima edición del Diccionario de la lengua, que tenían por objeto depurar y pulir el lenguaje. Su dominio lingüístico debía ser absolutamente fiable, pues la decimotercera edición del Diccionario recogía muchos de los cambios propuestos. Esa fiabilidad resultaba de la escrupulosidad y rigor de las papeletas, acompañadas siempre de una exposición de motivos, además de citas y autores que servían de referencia. De hecho, su proyecto, su empeño, prosperó, pues en 1897 ingresó en la Academia de la Lengua, en sustitución del político y escritor Antonio Cánovas del Castillo (1828-1897).

Posiblemente en el caso de Cortázar -quien, por cierto, simultaneó trabajos de campo con cometidos académicos (no en vano, fue miembro de las Sociedades Geológicas de Londres, Francia, Bélgica e Italia, así como de la Paleontológica de Suiza y las Academias de Ciencias de Madrid y Barcelona, entre otras)-, el alcance y significación de su dimensión científica se vio engrandecido por sus preocupaciones lexicográficas.