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COFRADÍA DE MAREANTES DE SANTA CATALINA

Vieja cofradía donostiarra de mareantes, maestres de navíos, pilotos y mercaderes, que en el tardo Medioevo surge en el puerto fluvial, hoy desaparecido, de Santa Catalina, sobre el río Urumea. No cabe fijar con precisión la fecha de nacimiento de esta benemérita institución; pero, supuesta la antiquísima vocación mercantil de la villa, puesta de relieve por el asentamiento en ella, en las décadas finales del s. XII, de un grupo de armadores bayoneses, que aportan su superior técnica mercantil-marítima, y refrendada por la concesión-por Sancho el Sabio de Navarra- de un fuero de abierta orientación mercantil y marinera, no parece aventurado hablar de una agrupación de mercaderes donostiarras aún mucho antes de que los documentos vengan a hablarnos explícitamente de la cofradía de Santa Catalina. No tiene nada de extraño el que la vieja corporación se acogiera, al modo medieval, bajo el patrocinio de un santo o de una santa, dado el carácter mitad religioso, mitad profesional, que tales instituciones revestían. Pero el llamarse de Santa Catalina se explica, sin duda, por el hecho de que en los siglos XII y XIII era el puerto fluvial de Santa Catalina, sobre el Urumea, el que preferían para su tráfico los mercaderes y mareantes donostiarras, con preferencia a los de cabe el Urgull y de Pasajes. Ahora bien, está documentada la existencia de una iglesia dedicada a Santa Catalina en el puerto extramuros sobre el Urumea; esto y el extremo que recogen las Ordenanzas de 1489 de que «en los arenales de cabe la iglesia de Santa Catalina» se juntaban los mareantes para sus asambleas y elecciones, bastan a explicar el que pusieran la corporación bajo el patrocinio de Santa Catalina de Alejandría, cuya devoción, por lo demás, conoció gran boga en la Cristiandad occidental a raíz de las expediciones de los Cruzados a Oriente. Cuando, andando el tiempo, las naos se hagan de mayores proporciones y requieran muelles de mayor calado para el atraque, será la misma cofradía la que fijará su atención en las mejores condiciones que reunía para naos de gran tonelaje el abrigo que se escondía bajo el Urgull, financiando la construcción de un guardamar, primero, y luego de un cay en tal lugar, con lo que el viejo puerto sobre el Urumea venía naturalmente a perder en importancia frente al de la Concha. A partir de cierta fecha, la descarga de mercancías se efectuará en éste y sólo quedará para aquél las operaciones subsiguientes de trasvase del mineral y demás géneros en las «alas» (especie de gabarras o embarcaciones planas), para su ulterior transporte, río arriba, hacia las ferrerías de «los montes francos de la Urumea». Al desplazarse el centro de gravedad del tráfico marítimo donostiarra, la Cofradía de Mareantes estimó oportuno trasladar también su sede, pero conservando su advocación de Santa Catalina. Se instalará, así, en iglesia más próxima, construyéndose en ella capilla propia. Vemos, en consecuencia, que las Ordenanzas de 1642 mandan que las elecciones anuales se verifiquen «en la Parroquial de Nuestra Señora de Santa María, en Santa Marta [esto es, en el claustro], en la capilla de Nuestra Señora Santa Catalina». Esta vieja corporación, en la que hemos de vez el precedente inmediato del Consulado donostiarra de 1682 (v.), agrupaba de hecho a cuantos tenían relación con el tráfico marítimo: «maestres de naos, mercaderes, pilotos y mareantes» -según reza la Ordenanza de 1489-, «capitanes, pilotos, dueños de naos y bajeles, maestres de chalupas y marineros, armadores de navíos y bajeles, cargadores de hacienda para cualquier parte, los que armasen en corso» -conforme agrega la Ordenanza de 1642-. Se hallaba presidida por un Mayordomo que «exercía la Jurisdicción en el Muelle, de todo lo que a éste era peculiar», habiendo sido reguladas sus atribuciones por una real cédula de Enrique IV, expedida en San Sebastián el 15 de abril de 1463. Entre otras atribuciones, la Cofradía podía recaudar arbitrios para el sostenimiento y reparo de los servicios de muelles, habiendo al efecto un arancel que fijaba los derechos que debían abonarse por las distintas clases de mercaderías que entraban o salían por los muelles donostiarras. Fue con tales recursos y gracias al espíritu de iniciativa de la vieja asociación como se fueron cubriendo las sucesivas etapas en las obras de construcción y consolidación de los muelles del puerto de San Sebastián durante la segunda mitad del s. XV y primera mitad del XVI, resultando que en 1548, en testimonio de don Pedro Medina, había en San Sebastián un puerto «grande y muy bueno» que salía del pie del monte Urgull, «donde las naos y otros navíos cargan y descargan sus mercaderías para Francia, Flandes, Inglaterra y otras muchas partes». Pero hay un hecho en la vida de la Cofradía, cuyo total esclarecimiento puede arrojar no poca luz sobre la dinámica social de la villa e incluso del país entero en las décadas finales del s. XV. Es sabido que la vieja corporación marítimo-mercantil fue suprimida por los Reyes Católicos a causa de los alborotos que resultaban de sus numerosas reuniones. Según dan a entender las Ordenanzas de 1489, «se había convertido en mal endémico el juntarse las gentes de la Cofradía en 'ligas y monipodios', invadir tumultuariamente el salón del Concejo Municipal e imponer sus decisiones al Cabildo Municipal»: es decir que en el caótico período bajo-medieval y en un momento del desarrollo de la villa en que toda su vida gira en torno al puerto, la cofradía, valiéndose de su fuerza, se había convertido en un auténtico «grupo de presión» -tal como lo interpreta un moderno historiador (cfr. José Luis Banús y Aguirre: La Cofradía de Santa Catalina, en la sección de «Glosas Euskaras» del diario «La Voz de España» (San Sebastián, n.° corr.)-. Esto explica también el que en el texto de las nuevas Ordenanzas de 1489, en las que, tras su radical disolución, se configura el nuevo estatuto jurídico de la Cofradía, casi una tercera parte estén dedicadas a la más enérgica represión de las «ligas y monipodios» que caracterizaron el período inmediatamente anterior. Estas Ordenanzas de 1489 fueron confirmadas y retocadas posteriormente por Carlos I y Felipe IV, anunciándose su edición en el «Boletín de Estudios Históricos de San Sebastián» del Grupo Dr. Camino por el autor anteriormente citado.

Luis F. LARRAÑAGA