Concept

Batalla de las Navas de Tolosa

Fue trascendental en la lucha mantenida por Castilla para conquistar las tierras ocupadas por los musulmanes. A Alfonso VIII de Castilla le ayudaron en esta ocasión el rey de Aragón y el de Navarra, Sancho el Fuerte, éste último pese al despojo a que había sido sometido años antes por obra del castellano ya que acudió por obedecer a la predicación de Cruzada lanzada por Inocencio III. El relato que en su obra de De Rebus Hispaniae ofrece de la batalla de las Navas de Tolosa de 1212 y de sus preliminares y consiguientes el arzobispo toledano Rodrigo Ximénez de Rada, constituye una fuente de interés primordial para llegar a apurar la verdad sobre aquel acontecimiento histórico. Y es que don Rodrigo no fue sólo un simple testigo presencial de los hechos que narra, sino que por muchos conceptos ha de ser considerado como uno de sus más significados protagonistas, al lado de los Alfonso VIII de Castilla, los Sancho el Fuerte de Navarra o los Diego López de Haro.

Pero el relato del obispo de Puente la Reina no sólo da pie para sopesar la magnitud de su aportación personal al éxito final de aquella empresa, sino que permite asimismo calibrar la cantidad y calidad de elemento vasco que interviene en aquella ocasión. Dicho esto, vamos a tratar de espigar lo que de más sobresaliente ofrece el relato respecto de las gestas de nuestros hombres o relativo a la historia general del país. Como de entrada, recurre una frase que sugiere una evidente relación entre el término de la campaña de Alfonso VIII en Vascongadas y Navarra y el avivarse de sus propósitos de presentar una gran batalla a los sarracenos para borrar el recuerdo de Alarcos. Escribe textualmente el arzobispo:

"Y luego que sujetó a su poderío toda la Vasconia, a excepción de Burdeos, Regula [?] y Bayona; habiéndose cumplido el plazo de sus treguas temporales con Amiramomenino y poblado igualmente Moya, deseando el noble rey morir por la fe de Cristo, soportaba prudentemente, pero no con espíritu indiferente, la pasada afrenta. Y como siempre estaba hambreando grandes hechos, no quiso prolongar por más tiempo las treguas, sino que, animado por su voluntad de valor y el celo de la fe, promovió la guerra en el nombre del Señor".

De Rebus Hispaniae, Lib. VII, Cap. XXXIV, pág. 174 de la edición matritense de 1793.

Al hacer el recuento de las personalidades que se juntaron en Toledo en vísperas del acontecimiento, además de autocitarse como uno de aquellos prelados "que se entregaron con sus personas y cosas, según el Señor les dio, para sufragar los gastos y arrostrar los trabajos que requería el negocio de la fe", se encuentra el arzobispo, entre los seculares de la milicia de Castilla, con Diego López de Haro, Lope Díaz de Haro, Rodrigo Díaz de Cameros, etc. (Ibid., Lib. VIII, Cap. III, p. 178). Cuando el 20 de junio de 1212 se organiza la marcha hacia el encuentro del enemigo, a partir de la concentración de Toledo, figura abriendo la marcha Diego López de Haro, que manda las tropas de los ultramontanos (Ibid., Libr. VIII, Cap. V, p. 179). Avanzando por delante de los ejércitos de los reyes de Castilla y de Aragón, los ultramontanos acamparon en una de las jornadas en Guadalerza y desde allí pasaron a atacar el fuerte de Malagón, en la provincia de Ciudad Real, tomándola al cabo de algún tiempo y pasando a cuchillo a sus moradores (Ibid., p. 180). Tras la rendición de Calatrava, se produjo la deserción general, a excepción de unos pocos, de los ultramontanos que, como sabemos, mandaba en calidad de jefe nuestro Diego López de Haro. Como para suplir su falta, llegaba a unirse a las tropas expedicionarias en la misma estación el rey Sancho el Fuerte de Navarra, "el cual, si bien en un principio fingió no querer acudir, cuando se hallaron en peligro, no quiso sustraer del servicio de Dios la fama de su valor" (Ibid., Lib. VIII, Cap. VI, p. 181). Tras de varias jornadas, llegaron al cabo a las angosturas de Navas de Tolosa. Aquí se imponía la necesidad de tomar una alturas que dominaban el paso, y Diego López de Haro, que iba mandando la vanguardia del ejército, envió por delante a su hijo Lope Díaz y a dos de sus sobrinos, Sancho Fernández y Martín Muñoz, para que tomasen las alturas del monte. Y como se confiasen algún tanto, fiándose de su valor, fueron sorprendidos en la cima del monte, junto al castillo llamado de Ferral, por unos moros que, atacándolos, a punto estuvieron de malherirlos; pero, valiéndoles al cabo la ayuda de Dios, pudieron rechazarlos, observar las alturas y fijar en ellas sus tiendas. El grueso de la tropas, contándose entre ellas el rey Sancho el Fuerte y nuestro valiente arzobispo, llegaron algún tiempo después al pie del monte, iniciando al día siguiente la subida del mismo. Fue tomado el castillo de Ferral (Ib., Lib. VIII, Cap. VII, p. 182); pero, con todo, las tropas cristianas se hallaban en una apuradísima situación si es que querían avanzar, por cuanto que el paso por el estrecho, situado ya estratégicamente el enemigo, no se podía llevar a cabo sin gravísimos riesgos. En este punto sitúa el arzobispo toledano el episodio del pastor, que reveló a las tropas cristianas la existencia de otro paso mucho más seguro. Para cerciorarse de la verdad de cuanto decía, fueron destacados Diego López de Haro y García Romero, quienes, caso de ser verdad cuanto les habían dicho, deberían pasar a ocupar un monte que se abría en una llanura en su cumbre (Ibid., Libr. VIII, Cap. VIII, p. 183). Y resultando ser verdad lo que les había dicho el pastor, las tropas cristianas pudieron proceder de forma que se situasen en unas condiciones ventajosas. En la disposición táctica de las tropas, le correspondía a Diego López de Haro dar las primeras embestidas, por lo que hacía a las tropas castellanas. Sancho el Fuerte de Navarra avanzaría con los suyos a la derecha de Alfonso VIII y de sus tropas, llevando consigo los refuerzos de las comunidades de Segovia, Avila y Medina. De hecho, fueron el hijo de Diego López de Haro y sus sobrinos Sancho Fernández y Martín Muñoz, los que arremetieron primero (Ibid., Lib. VIII, Cap. IX, pp. 184-185). Generalizándose el combate, las tropas cristianas debieron de pasar momentos de verdadero peligro, y es en este contexto en el que sitúa el intrépido obispo navarro su breve conversación con el rey Alfonso VIII, por la que trató de elevarle la moral a éste, presa a esas alturas del más negro pesimismo: "No sólo no moriréis aquí, sino que triunfaréis de vuestros enemigos" (Ibid., Lib. VIII, Cap. X, p. 186).

Ximénez de Rada y los cronistas castellanos no aluden al rey de Navarra como primer atacante del palenque real donde se hallaba el jefe musulmán Miramamolín pero la tradición y una carta de la hermana de Alfonso VIII a la condesa de Champagne atribuyen a Sancho El Fuerte la hazaña en la que se apoderó de las cadenas que rodeaban a la estancia regia. Derrotados al cabo los sarracenos mediante la acción conjuntada de aragoneses, navarros y castellanos, le tocó al obispo de Puente la Reina el entonar el Te Deum que debía celebrar tan señalado triunfo (Ibid., p. 187). En el reparto de alabanzas que hace el arzobispo en el Cap. XI del Libro VIII, al término de su relato de la batalla, no dejaría de exhortar la belicosa agilidad de los paisanos navarros, prestos a lanzarse al peligro y a perseguir a los fugitivos (Ibid., Lib. VIII, Cap. XI, p. 187).