Poètes

Basterra y Zabala, Ramón de

José María Salaverría (1935), en un artículo publicado en el diario "El Sol", de Madrid, hace un retrato muy ajustado de la personalidad que envolvió a Basterra:

"Nacido para la ternura y la poesía, acostumbrado al mimo como un niño grande que era, sintiendo religiosamente el paisaje, sobre todo el paisaje natal; hecho para la contemplación, para el canto y la alegría y la amistad, la fuerza de los misteriosos vientos lo empujó a navegar en parajes extraños y duros. Hasta la vida que parece más lograda no es, en el fondo, sino una equivocación; pero Ramón de Basterra tuvo además en su contra a la Patología. Indefenso Damocles bajo la amenaza injusta y cruelísima, el poeta logró, sin embargo, sobrepujar su propia infelicidad. Vivió noblemente, valerosamente, sin permitir que la inútil queja descompusiese demasiado su actitud risueña, afable y reflexiva, y dejó páginas que indudablemente con el tiempo serán estudiadas y apreciadas como reales obras de alta excepción".

Además de Juan Ramón Jiménez o Unamuno, la obra de Basterra fue tenida en cuenta en su tiempo por Ortega y Gasset -uno de los pocos intelectuales que asistió a su despedida final-, o Pedro Salinas, quien se declaraba amigo del poeta bilbaíno. Y posiblemente lo diga todo este testimonio del poeta Salinas, quien celebró en el poeta bilbaíno su "desesperado entusiasmo de acero":

"La muerte de Basterra me sonó y me suena al quebrarse de una hoja sutil, espejeante, que estuvo esgrimiendo con la vida y no llegó a clavarse en el corazón que buscaba".

Fue sin duda la quebrada salud del poeta -los médicos le habían diagnosticado en plena juventud una demencia precoz- la que cercenó de cuajo la posibilidad de un desarrollo del pensamiento, así como de la madurez de su poesía. En ésta, es su libro La sencillez de los seres (1923) donde encontramos su lírica más decantada, sin grandilocuencias, que adornan, más que construyen, buen parte de su poesía posterior, poemario en el que no es difícil advertir la lectura de los grandes poetas franceses de primeros de siglo XX. A poco de publicar dicho libro, y tras una crisis de salud superada, se le destina a la embajada de España en Venezuela, estancia que le permite volver sobre la formación y proyectos ilustrados del conde de Peñaflorida: La Real Compañía Guipuzcoana de Navegación en Caracas. Basterra escribe un ensayo de gran claridad, y donde una vez más vuelve a hacer una vindicación de las ideas ilustradas y lo que éstas supusieron para el País Vasco, lo que vendría a poner una nota crítica a quienes, una década después de su muerte, y con motivo de la guerra civil (1936) le presentan como referente del ideario obscurantista. Una prueba más también de cómo se malogró el intelectual, que, al ver cómo actuó la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País en el siglo de la Ilustración, concluyó, reconociendo el gran papel que tuvo esta sociedad: "La cultura no se improvisa".

Fue tal la manera en que se utilizó su memoria por quienes decían ser sus amigos y correligionarios, que en 1958, cuando la Diputación de Vizcaya publica, su libro Obra poética de Ramón de Basterra, la obra, cuya edición estuvo a cargo de Esteban Calle Iturrino, no sólo cuenta con graves errores, como denunció Ángel María Ortiz Alfau, sino mutilaciones y censuras deliberadas. Poemas como "El inquilino de Bilbao" o "Elegía a la muerte del poeta Tomás Meabe" -el fundador de las Juventudes Socialistas- fueron liquidados de aquel libro. Ambos poemas fueron recogidos en cambio posteriormente por Ortiz Alfau y Tomás Ellacuría (1967) en el libro que lleva el título de la primera de las composiciones. Ramón de Basterra se encontraba en su casa de Plentzia en la primavera de 1928, cuando le sobrevino una crisis de salud definitiva, que le llevará al Sanatorio de Santa Águeda en Madrid, donde fallece el 17 de junio. Sus restos fueron traslados a Bilbao.