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Vitoria-Gasteiz. Arte

El Barroco tuvo su desarrollo durante todo el siglo XVII y el primer tercio del XVIII. Durante los dos primeros tercios del XVII se prefiere un barroco de tipo herreriano caracterizado por su desornamentación. Contrariamente, el último tercio del XVII y primero del XVIII, se caracteriza por la riqueza decorativa. Luego, el Rococó se impone. Vitoria abunda en mecenas en ese tiempo; bajo el patronazgo de Don Martín de Salvatierra se levanta el Hospicio; Doña Mariana Vélez Ladrón de Guevara dispone un legado para construir el Convento de San Antonio y la familia Galarreta funda su capilla en la Catedral Vieja; Don Pedro de Oreitia y Vergara hace donación de tres lienzos de Ribera que se encuentran en el Museo de Bellas Artes. Pero es gracias a la mediación de Fray Juan de Orbea, provincial de los Carmelitas, que el escultor Gregorio Fernández aparece por la ciudad.

En arquitectura, del Hospicio, luego Real Colegio Seminario de San Prudencio, sabemos que, hacia 1638, proyecta la traza el franciscano Fray Lorenzo de Jordanes. Su fachada consta de dos cuerpos que alternan órdenes en sus columnas pareadas; el escudo de los Salvatierra remata la parte superior de la portada.

Para realizar el Convento de San Antonio, antes de la Purísima Concepción, se contrata a canteros cántabros establecidos en Valladolid, Juan Vélez de la Huerta y su hijo Pedro, quienes lo terminaron en 1622. Su fachada es uno de los ejemplos más claros del barroco desornamentado, tan preferido en las obras destinadas a las órdenes religiosas y, así, resulta evidente la semejanza con la fachada de la iglesia del Convento de la Encarnación de Madrid del carmelita Fray Alberto de la Madre de Dios. La fachada de San Antonio es claro ejemplo de severidad contrarreformista. En ella dominan las formas planas y las líneas rectas, suavizadas por la triple arquería de ingreso, el frontón curvo y los nichos semicirculares en los dos cuerpos inferiores. El tercer cuerpo presenta un vano adintelado flanqueado por los escudos de los Álava y de los Guevara.

Los edificios domésticos adquieren especial relevancia durante el Barroco marcando una tipología característica y homogénea con respecto a las casas señoriales urbanas extensible a todo el País Vasco. Se erigen sobre la agrupación de dos o más parcelas góticas, y dan mayor anchura y prestancia a la fachada principal por la ordenación y amplitud de los vanos, además de por el trabajo cuidadoso y la calidad de los materiales. Los elementos a destacar en la inmensa mayoría de las casas señoriales son las portadas adinteladas o de arco de medio punto, las ventanas abalconadas subrayando la importancia de la planta noble, los escudos de armas, y los amplios aleros con sus elaborados trabajos en madera. Aisladas, semiexentas o medianiles, todas ellas reflejan la condición de sus fundadores. Es larga la relación de estas mansiones.

Hacia 1665, Don Juan Bautista Ortiz de Landázuri y Gámiz y su esposa Doña María González de Junguitu y Amézaga construyen su casa en la calle de la Herrería, como también lo hacen entre 1731 y 1735 Don Bartolomé Ortiz de Urbina Ruiz de Zurbano, primer marqués de la Alameda, y su mujer Doña Brígida Ortiz de Zárate y González de Junguitu. En la calle de la Pintorería se encuentra la casa levantada por Don Miguel de Gobeo Mendiola y su mujer Doña Teresa de Caicedo y Lazarraga hacia 1670. La piedra de sillería, la mampostería y el ladrillo se combinan en los muros. Y así continuaríamos una lista interminable para este espacio que jalonan la Vitoria barroca en el contexto de su casco antiguo y a lo largo de sus viejas calles de nombres gremiales. Como ya hemos señalado, Gregorio Ortiz de Landázuri y Gámiz y su esposa Doña María González de Junguitu y Amézaga construyen su casa en la calle de la Herrería, como también lo hacen entre 1731 y 1735 Don Bartolomé Ortiz de Urbina Ruiz de Zurbano, primer marqués de la Alameda, y su mujer Doña Brígida Ortiz de Zárate y González de Junguitu. En la calle de la Pintorería se encuentra la casa levantada por Don Miguel de Gobeo Mendiola y su mujer Doña Teresa de Caicedo y Lazarraga hacia 1670. La piedra de sillería, la mampostería y el ladrillo se combinan en los muros. Y así continuaríamos una lista interminable para este espacio que jalonan la Vitoria barroca en el contexto de su casco antiguo y a lo largo de sus viejas calles de nombres gremiales.

Como ya hemos señalado, Gregorio Fernández es la clave de la escultura de este periodo. En 1624 se contrata con él el retablo mayor de la parroquia de San Miguel. Sus imágenes están llenas de emoción, dinamismo, teatralidad y naturalismo barrocos y, son tan importantes en sí mismas, que la ornamentación queda en segundo lugar. Se trata de un retablo contrarreformista que consta, horizontalmente, de un pedestal de piedra, dos cuerpos y ático. Y, verticalmente, de cinco calles. Las escenas e imágenes se distribuyen por las casas y los bancos. De tal manera, podemos contemplar la Anunciación, Epifanía, Presentación de la Virgen, Visitación, Nacimiento, Circunscisión, Calvario; las imágenes de la Inmaculada, del arcángel San Miguel, San Pedro, San Pablo, San Sebastián, San Felipe, San Juan Bautista y Santiago el Menor, y los arcángeles San Gabriel y San Rafael.

De comienzos del siglo XVIII es el retablo mayor de la parroquia de San Vicente. En él trabajan Gregorio de Larranz, Andrés de Mauri, Manuel Izquierdo y José de Aguirre. Consta de banco, un cuerpo y ático, y está subdividido en tres calles separadas por columnas salomónicas. Dedicado a San Vicente, se acompaña con escenas de su vida y martirio más las imágenes de San José y San Francisco Javier.

En la parroquia de Nuestra Señora de los Desamparados, construcción de mediados de este siglo XX, se encuentra un retablo procedente de la parroquia del lugar de Galarreta, hoy completamente arruinada. La traza se debe a Juan Bautista de Jáuregui, aunque la ejecución final coste a cargo de José López Frías. Pertenece al gusto churrigueresco por la desbordante decoración que oculta la estructura: hojarasca, roleos, cabecitas y niños. Los relieves están dedicados al Nacimiento e infancia de Jesús, y las imágenes son las de San Pedro, San Pablo, la Virgen y San Antonio de Padua. Con respecto a la pintura, Vitoria cuenta con las aportaciones de ciudadanos a fundaciones y conventos y que hoy pueden contemplarse en el Museo de Bellas Artes. Así, una Inmaculada de Alonso Cano y tres lienzos de José de Ribera donados al Convento de Santo Domingo por Pedro de Oreitia y Vergara: San Pedro, San Pablo y Cristo Crucificado.